Revista Nº39 "SOCIOLOGÍA Y EDUCACIÓN"

Resumen

El siguiente ensayo explica el papel que jugaron las diferentes denominaciones protestantes en la Argentina para la conformación del ideario nacional en tiempos del Estado liberal

Abstract

The following essay explains the role played by the different Protestant denominations in Argentina for the conformation of the national ideology in times of the liberal State

 

 

Las denominaciones protestantes y los liberales en la Argentina: Iglesia(s), Estado, nación y laicismo. Sentidos en disputa en el contexto del positivismo.

                                                          Prof. Lic. Esteban Abel Amoretti (1)

 

Introducción

La pretensión principal de este ensayo  estribaría en poder indagar por la relación y el impacto de las políticas asistenciales, educativas y refundacionistas del carácter nacional, que pretendieron llevar a cabo las diferentes denominaciones confesionales de la Iglesia protestante reformada en la Argentina, en común unión con el poder político del denominado “período liberal” que corresponde entre los años 1880 a 1930, y su conocido intento de laicización del Estado, mediante un profundo proselitismo militante confesional por parte de dichas iglesias reformadas y del régimen oligárquico a nivel secular en tarea conjunta, tanto en materia moral, educativa y civilizatoria, poniéndose –bajo una primera lectura- en la vereda opuesta a la dominación hegemónica de la Iglesia Católica Romana, con fuerte tradición evangelizadora en este país desde los tiempos de la conquista.

Dentro de las confesiones reformadas, es posible destacar la tarea de las tres denominaciones más tradicionales e importantes en la Argentina y primeras en arribar a estas tierras por esos años. Nos referimos a los papeles desarrollados por las iglesias anglicanas metodistas, bautistas y presbiterianas.

Pasando de “iglesias de trasplante” en donde se daba escuela dominical y servicio a aquellos que  solo pertenecían a esa denominación y sobre todo a la población inmigrante del país de origen importada con la fundación de cada iglesia en territorio argentino, a la tarea de “iglesias conversionistas” de acción universal misional, se harán eco del carácter laicista que se quería otorgar a dichas campañas de enseñanza y religión, en relación a las ideas políticas directrices desde el Estado, cristalizado en políticas sociales mentadas por y para dichas denominaciones y para la sociedad en su conjunto. 

Historizar la relación de las denominaciones cristianas reformadas primitivas en la Argentina con  la política dominante de dicho periódico estudiado, caracterizado por el recordado lema de “orden y  progreso”, -puntales del positivismo estadual oligárquico regente- será el objetivo de este trabajo, que pretende solamente dar una primera mirada a dicha arista sociohistórica que anuda diferentes visones, valores y planteamientos ideológicos y políticos muy presentes hasta nuestro días. Este no será un dato menor para comenzar a comprender el análisis de dichos sujetos sociales y sus relaciones de poder y acción en marcada tensión y disputa (aunque a veces en consonancia) durante dicho proceso social.

 

Descolonización intelectual, positivismo y régimen político: orden y progreso como banderas emblemas

Pensamos que el positivismo ha destacado el valor supremo por el conocimiento científico y su método, y que fueron considerados los únicos pilares posibles como fuente de razón y verdad bajo dicho pensamiento aplicado en un tiempo y espacio determinado.

El método implicaba atenerse a los hechos tal como son, a lo positivo, para lo que había que basarse en la observación objetiva y los datos de la experiencia. A partir de datos empíricos se descubrirían mediante analogías y generalización, regularidades que permitirían formular leyes universales, como las de la naturaleza. Su modelo era justamente el de las ciencias naturales, el que debían imitar las ciencias humanas y sociales. Sus principales exponente fueron Spencer, Comte y John Stuart Mill, entre los más destacados.

Augusto Comte nos introdujo en una filosofía de la historia regida por la ley de los tres estados: el teológico, el metafísico y el positivo. En el estado positivo, se alcanzaba el método científico. A nivel intelectual, el ser y la humanidad necesitaban, para su realización, dos elementos: el orden y el progreso.

El orden era la armonía que limitaba las contrariedades y los obstáculos, y el progreso era el avance y mejoramiento continuo de la existencia de los hombres. Bajo esta forma de pensamiento los intelectuales científicos de la época estaban tan convencidos de los logros alcanzados por la ciencia y su validez, que creyeron ciegamente en  la evolución y el progreso continuo y lineal, sin cuestionamientos muchas veces morales y humanas, lo que condujo en muchas oportunidades a la aplicación de políticas raciales, higienistas y eugenésicas.

En América Latina el optimismo no estaba al alcance de la mano. Durante el periodo de la formación de los Estados, Domingo Faustino Sarmiento, intelectual argentino signo de esta época, había determinado que el hombre americano se encontraba fuera de la civilización y el progreso. A pesar de la enorme contrariedad, el autor mexicano y estudioso del positivismo en su país Leopoldo Zea Aguilar, dejará ver la idea que los latinoamericanos se valieron del mismo y de la apología de la razón para descolonizarse del lastre que había dejado la colonización española y lusitana: “Ser como otros, para poder dejar de ser, lo que se había sido y se era”. (Zea Aguilar, 1980).

El proyecto de descolonización tuvo que ver desde México hasta Argentina, con aceptar el tutelaje mental, cultural, político y económico de la Europa moderna, de los pueblos sajones, de los pueblos que dieron origen a la civilización. Si el positivismo representaba la filosofía que había encarnado el espíritu de los hombres que hicieron posible la civilización y el progreso de la Europa occidental y de los Estados Unidos de Norteamérica, en América Latina la “revolución mental” de los “hombres positivos” sería el primer objetivo para fundar un nuevo orden distinto al impuesto por la colonización y la Iglesia Católica Romana.

Recordemos que los Estados latinoamericanos en su etapa formativa contaban con mercados muy localizados, población escasa, pocas e intransitables rutas, anarquía monetaria, ausencia de un mercado financiero, inmensos territorios bajo control indígenas o de caudillos locales e intentos de secesión.

Los voceros del positivismo latinoamericano partieron de estas preocupaciones para producir el cambio: reorganizar sus sociedades buscando su integración y la anhelada libertad que traería el progreso. Para los sectores económicos dominantes que intentaban insertarse en el mercado internacional a través de la exportación de materias primas, el “orden” antes que el “progreso”, -los principales credos del discurso comteano-  se transformaron en el leitmotiv del régimen oligárquico político.

La institucionalización de un nuevo “orden” frente al caos existente implicó trabajar sobre la concentración y centralización del poder, extendiendo la autoridad del Estado central a la totalidad de los territorios sobre los que se reivindicaba la soberanía. El “orden” traería aparejado el “progreso”. De este modo, bajo el positivismo y su fundamentación científica, se fundaron los principios de legitimidad del régimen oligárquico.

Así, si bien el positivista latinoamericano se consideraba liberal, también se consideraba realista. Los liberales habían destruido el orden colonial impuesto, ahora los positivistas debían construir el nuevo. Y eso no se podía lograr con expresiones anarquistas y jacobinas.

Utilizando el discurso cientificista se excluyó a las grandes masas de la población latinoamericana de los derechos de ciudadanía y de las naciones imaginadas. Era un liberalismo en lo económico mas no en lo político. En contraposición al relato “liberal” y a pesar de las alabanzas a las Constituciones liberales, la mayoría de los regímenes políticos importantes de esa época optaron por un reformismo de las viejas costumbres, conduciéndose a un modelo progresista autoritario.

Ejemplos claro de ello fueron el México de Porfirio Díaz y la Argentina de Julio A. Roca, quienes condujeron a tomar partido en el poder a calificados científicos e intelectuales, tecnócratas, que acompañaron las decisiones de los presidentes a consolidar los estados ejecutando reformas que como dijimos anteriormente, solo a nivel formal y discursivo se jactaban de liberales.

En Argentina, los positivistas buscaron la reforma mental y moral, intentando revertir los valores tradicionales de la conquista y la Iglesia Católica Romana vinculada con el “viejo orden”, volcándose hacia la sociedad descripta por Sarmiento y Alberdi. Por un lado, a través de los inmigrantes, quienes aportarán en el campo laboral mano de obra demandada por la escasa población local, pero además nuevas ideas de progreso, sobre todo aportadas por aquellos provenientes de naciones sajonas desarrolladas, acarreando consigo el espíritu protestante del ascetismo religioso y la ética del trabajo, como veremos en los párrafos siguientes, y por el otro, las ideas de laicismo práctico encarnadas en la educación, a partir de la puesta en acto de diferentes dispositivos que analizaremos más adelante.

 

El papel de las iglesias reformadas y su relación con el Estado “liberal”. De la “nación católica”  al mito de la nación laica

Existe una línea interpretativa que ha tendido a enfatizar el vínculo protestantismo-liberalismo, y a considerar a las iglesias de origen europeo como algo ajeno al campo religioso “verdaderamente local”. Esta visión ha tenido consecuencias. La historia del protestantismo histórico, y con ella nos referimos a las primeras iglesias primitivas reformadas en arribar a territorio nacional (las anteriormente enunciadas anglicana metodista, bautista y presbiteriana) ha sido como poco relevante para el relato de la “gran historia argentina”, algo fundamentalmente ajeno a ella, de un interés limitado a quienes pertenecen a una determinada colectividad étnico-religiosa.

 

Las iglesias protestantes (como otras religiones minoritarias) serían consideradas “trasplantes” ajenos a “lo argentino” según explica la socióloga y experta en historia del protestantismo Paula Seiguer. Serán iglesias migratorias, ignorando el origen evidentemente inmigratorio de la Iglesia Católica misma, que además se reafirmó a fines del siglo XIX cuando tanto el clero regular como las congregaciones religiosas se reconstruyeron en base al aporte inmigrante  creando una Iglesia Católica nueva, en paralelo al proceso seguido por la mayoría de las demás instituciones religiosas. (Seiguer, 2010)

 

Estas conceptualizaciones reproducen ni más ni menos  parte de los debates de este periodo estudiado, en los que se planteaba el sentido de las formulas constitucionales que garantizaban la libertad de culto y la relación entre la Iglesia Católica y el Estado. En el marco de estos debates se plantearon reiteradamente posturas afines a la Iglesia Católica, defensoras de una versión cultural y esencialista del nacionalismo argentino. Estas intervenciones implicaban reconocer la existencia de una única tradición y cultura argentina, asociada al pasado hispánico, que se veía amenazada por la diversidad que traía la inmigración. “En ellas se asociaba la nacionalidad argentina a la religión católica y se insistía en lo intrínsecamente extranjero de otras religiones”. (Seiguer, 2007)

En este periodo el término “liberal” era un apelativo de batalla, cargado de connotaciones negativas y la asociación protestantismo-liberalismo era presentada en tono de denuncia por las publicaciones católicas de la época. Tendríamos que entender que estas representaciones de la Iglesia Católica se veía amenazadas tanto por el liberalismo europeo como localmente por las tensiones con el Estado dirigido por una élite que miraba con mucha simpatía a las grandes potencias industriales de la época, que eran países protestantes y buscaba promover el intercambio económico con ellas y fomentar la inmigración que de ellas provenía.

En este contexto de debate recalcado anteriormente, se produjo además una curiosa coincidencia, resaltando lo que marcábamos en la introducción sobre que solamente bajo una primera lectura, la Iglesia Católica y su pensamiento hegemónico cristianizador se colocaría en la vereda opuesta de las visiones del Estado “liberal” y las visiones de las iglesias reformadas. Ciertas elites protestantes estaban de acuerdo con la perspectiva católica en base a la asociación nacionalidad-religión.

En efecto, si algunas voces dentro de la Iglesia Católica se preocupaban en esos años por poner la piedra fundamental de lo que los historiadores llamaron “el mito de la nación católica”, los líderes de algunas iglesias protestantes pasaban también por un momento complejo, intentando construir una feligresía local a través de la apelación a “comunidades imaginadas nacionales”. 

En su esfuerzo por nuclear a los inmigrantes en torno a su identificación con una nacionalidad de origen, parte de la dirigencia protestante convirtió a sus iglesias en refugios de etnicidad, volviendo la preservación de la nacionalidad (o su humilde recreación) en un deber pastoral. Ellos también produjeron entonces un discurso que unía inexorablemente religión y nación, y muchos de ellos no tuvieron reparo en aceptar e incluso promover la ecuación argentinos igual a católicos, protestantes igual a extranjeros.

Al convertirse en refugios de etnicidad, en preservadoras conscientes de la identidad nacional originaria de los inmigrantes, estas iglesias creaban para sí mismas una función nueva, que no poseían en Europa y colaboraban en la formación de una identidad colectiva que también era nueva, aunque pretendiera consistir en la preservación de rasgos antiguos. Estudiando el caso anglicano por ejemplo, Seiguer enuncia que dicha iglesia fue un refugio claro de etnicidad no solamente porque era una iglesia nacional en Europa, sino porque los fieles y obispos locales llegaron a una estrategia construida transnacionalmente en base a las circunstancias específicas de la Argentina, que le daba a la institución un sentido nacional. (Seiguer, 2010)

Las iglesias debieron por fuerza adaptarse a las circunstancias locales, y el estudio de este proceso revela su carácter de re-creaciones novedosas realizadas por parte de agrupaciones de personas por su intento de forjarse a sí mismas una identidad colectiva basada en un criterio étnico. Se impone entonces una necesidad de desnaturalizar la identidad protestante de estos grupos y de preguntarse por los roles (educativos, morales, sociales y de civismo) que estas iglesias cumplían, y por los valores que fueron depositados en ellas y su importancia en el proceso de integración de éstas en la sociedad argentina.

Aquí se podría considera por ejemplo la acción ejemplar de civismo y misión que produjo el pastor anglicano residente de la Boca William Case Morris, descendiente de ingleses y continuador de las enseñanzas de Wesley y su sencillo metodismo, aplicado a la acción hacia los pobres y desvalidos. Entre sus obras más destacadas, encontramos la creación de las “Escuelas Evangélicas Argentinas”, que ya para 1904 tenían una inscripción de 2.700 alumnos y empleaban a egresados de las mismas. En estas instituciones no solo se repartían libros, ropa y calzado, y se administraba asistencia médica, -con lo cual  no solo competía con la acción católica de la Iglesia-, sino que construía un ideal de identidad nacional, bajo la enseñanza de valores protestantes basados en el trabajo duro y la educación, como así la verdadera ayuda al prójimo. Instalado en este rol histórico y recordado por su labor ardua, fue subvencionado por la ayuda de amigos masones, socialistas, demócratas progresistas, liberales y radicales. Su estatua de reconocimiento la encontramos en el barrio de Palermo de la Ciudad de Buenos Aires, donde se alojaban los más importantes nosocomios en donde se albergaban a los niños sin padres ni hogar que educaba junto a su esposa.

Por otra parte, un vistazo panorámico del ámbito protestante revela inmediatamente ámbitos de cooperación inter-denominacionales en los que las iglesias habitualmente consideradas como conversionistas (las que además de dar servicio a sus integrantes nacionales europeos, llevaban a cabo la misión de evangelizar convirtiendo fieles locales y de otras religiones y cultos a sus filas) y de colectividad, participaron de manera conjunta, y se hace evidente que no existía en todas las iglesias inmigratorias un consenso interno que asegurase dedicación exclusiva a un público limitado de una colectividad nacional, sino por el contrario, abrirse de buena gana a la sociedad local.

Seiguer desarrolla en su tesis, el trabajo misionero anglicano entre los indígenas de Tierra del Fuego en el extremo sur de la Argentina, y en el Chaco en el norte del país, así como entre los sectores populares urbanos de las mayores ciudades del país, Buenos Aires y Rosario. Ha sostenido que la confrontación con la realidad de un país nuevo, en donde el anglicanismo, lejos de ser religión de Estado, era practicado por una minoría ínfima; al que la inmigración masiva aportaba grandes cantidades de personas cuyas necesidades no podían ser cubiertas por el Estado argentino, en el que existían indígenas que vivían en territorios alejados del avance del “progreso” y la “civilización” del ideal positivista.

Más aun, la colaboración con otras iglesias como la Metodista, demuestra la existencia de otras maneras de pensar el anglicanismo, como parte de un “nosotros” protestante o evangélico antes que como representantes de una colectividad nacional trasplantada, como los “garantes de un proceso material y moral de la Argentina antes que como guardianes de la continuidad de los valores ingleses” (Seiguer, 2010) 

 

Algunas conclusiones

La tan mentada relación de protestantes y “liberales”, puede comenzar a ser replanteada a la luz de la bibliografía académica que enfatiza el rol de un Estado nacional como el argentino en conformación, que apoyó a las escuelas confesionales tanto protestantes como católicas, junto con muchas otras iniciativas que fueron consideradas de interés público, erradicando tanto el mito de la existencia de una “nación católica”, el del Estado “liberal” como el de “nación laica”, declamado por todas las élites políticas y religiosas durante este periodo histórico estudiado, destacando los vínculos que evidentemente existieron y unieron a protestantes, católicos y liberales, todos personajes públicos de primera línea, y que corrieron en paralelo con uniones que se entablaban.

Protestantes y figuras de la Iglesia Católica, construían lazos con los políticos liberales que en sus publicaciones internas denostaban puertas adentro para sus respectivas confesiones, pero como en el caso de Bartolomé Mitre, pope de la oligarquía liberal atada a la industria agroexportadora y sus vínculos con la metrópoli inglesa, colaboró con las escuelas del anteriormente mencionado pastor anglicano William Morris y sus escuelas. El mismo que al morir recibió la extremaunción de su amigo el obispo Gregorio Romero, quien en 1901 se opusiera vehementemente en el Congreso Nacional al subsidio estatal a dichas escuelas, lo que enfatiza que las normativas no solo tiran por la borda que se abrazara al catolicismo como religión de Estado, sino que se diera a otras mismas subsidios, tanto como  el mito de una laicización creciente bajo los paradigmas de orden y progreso positivistas separados de la religión.  

Esa concepción algo esquemática de un “Estado liberal” o grupo de intelectuales y políticos “liberales”, que ciertamente no existió como tal en la Argentina, y que hubieran apoyado abiertamente a grupos protestantes en detrimento del catolicismo, debería ser matizada, así como deberían ser relativizadas las tendencias liberales que supuestamente poseían los propios protestantes.

Estos apoyaron y apoyan sin dudas la separación entre Iglesia y Estado y las leyes laicas, por cuanto en ello les iba su posibilidad de ejercer su culto libremente y de disfrutar de iguales condiciones frente a la ley. Pero si la laización mereció su apoyo, la secularización creciente de la sociedad los espantaba tanto como a los católicos.

Finalmente, el debate dado en esta pequeña introducción al tema, tan apasionante como complejo de interpretar en todas sus líneas, dispara tensiones visibles que corren como hilos históricos hasta nuestros días, donde se siguen demandando e interpelando por las mismas banderas y consignas, como una puja transhistórica que nunca cesa.

Si logramos dilucidar en algún grado, la importante parte que estas instituciones religiosas y políticas tuvieron en la historia de la asimilación de los inmigrantes, la formación y fortalecimiento del Estado y la identidad nacional, como así la transformación que el progreso masivo de los mismos inmigrantes produjo para ellos y para la misma sociedad argentina, podríamos comenzar a ampliar la percepción de la complejidad y pluralidad del campo cultural y religioso de este periodo elegido para ser estudiado. De esa forma, sin lugar a dudas, habría valido la pena.

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(1) Profesor y Licenciado en Ciencia Política (UBA). Buenos Aires, República Argentina, 2020.