Revista Nº37 "TEORÍA POLÍTICA E HISTORIA"

 

RESUMEN:

Será objeto de este trabajo, analizar tres aspectos centrales del pensamiento de Carl Schmitt, plasmados en varias de sus obras: el ideal democrático, sus críticas al liberalismo, y lo que él considera como la esencia de lo político. Estas ideas, son utilizadas por el autor para responder de manera concreta a los momentos que vive Alemania. El desarrollo de estos aspectos del pensamiento de Schmitt, tomando como base la obra El concepto de lo político, será de utilidad para comprender el deterioro de la República de Weimar y el posterior ascenso del nazismo.

 

ABSTRACT:

         It will be the object of this work to analyze three central aspects of Carl Schmitt's thought, reflected in several of his works: the democratic ideal, his criticisms of liberalism, and what he considers to be the essence of politics. These ideas are used by the author to respond concretely to the moments that Germany is living. The development of these aspects of Schmitt's thought, based on the work The concept of the political, will be useful to understand the deterioration of the Weimar Republic and the subsequent rise of Nazism.

 

Carl Schmitt y la “esencia de lo político”: entre el deterioro de la República de Weimar y el ascenso del nazismo.

Andrés Policano[1]

 

         INTRODUCCIÓN:

Para comprender estos aspectos del pensamiento de Carl Schmitt será necesario desarrollar el contexto histórico que rodea al autor, y comprender las razones de la crisis del modelo constitucional alemán y el déficit de la autoridad del Estado que se plantea durante la República de Weimar, producto también de las ideas liberales.

Europa vivió un proceso de secularización, en donde la legitimidad del Estado empieza a apoyarse en el pueblo. Critica al liberalismo por buscar una despolitización, y remarca la esencia de lo político en la distinción de amigo – enemigo (distinción que, por más que se quiera, nunca desaparece) y en la necesidad de un Estado con autoridad suficiente para lograr la cohesión interna, bregar por el bien y la unidad de la sociedad, con la capacidad de determinar a los amigos y enemigos la amenazan.

El presente trabajo se compone de, un primer capítulo que se ocupa de contextualizar las ideas de Schmitt, analizando dos grandes cuestiones en torno a la decadencia de la República de Weimar. En un segundo capítulo, se desarrolla el pensamiento del filósofo alemán, focalizando en los tres aspectos mencionados anteriormente (el ideal democrático, sus críticas al liberalismo y la esencia de lo político). Luego, en el tercer apartado, se expone el deterioro de la República de Weimar, junto a uno de los hechos más trascendentes de la historia de Alemania, el ascenso del Nazismo.

CONTEXTO HISTÓRICO:

 

Carl Schmitt vive la crisis de la República de Weimar en Alemania y, a través de sus teorizaciones, intentará mostrar una solución al difícil momento que atraviesa la sociedad alemana.

La República de Weimar fue el régimen político de la historia alemana comprendido entre 1918 y 1933, instaurado luego de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Este periodo democrático se caracterizó por la gran inestabilidad política y social, en el que se produjeron golpes de Estado militares, intentos revolucionarios por parte de la izquierda y fuertes crisis económicas.

La decadencia de la primera democracia parlamentaria alemana puede articularse en torno a dos grandes temas:

- Una cuestión de naturaleza político – ideológica, que hace referencia a la gran diferencia que existe entre el sistema político establecido en Weimar y los intereses de la sociedad alemana en la posguerra[2]. La descalificación de la democracia parlamentaria proviene tanto de un sector de intelectuales y de la burguesía culta, como de los partidos conservadores y comunistas, que no encuentran razón para legitimar la forma republicano - parlamentaria de gobierno en cuanto frustra las características esenciales que han revestido el estado alemán desde su unificación en el siglo XIX[3]. Es decir, sostienen que existe una vía de evolución política y cultural específicamente alemana que nada tiene que ver con la evolución política y cultural que ha caracterizado a los principales países occidentales como Francia y Gran Bretaña, y que se ha intentado implantar en Alemania a través de la República de Weimar (Diez Espinosa 1998, 291-292).

- Una segunda cuestión, de índole socio – económica, que hace hincapié en la crisis económica y social desatada desde 1929 y la búsqueda de soluciones antidemocráticas. La  convulsión transforma la democracia alemana en un sistema incapaz de satisfacer las necesidades materiales de la población, que empieza a abrazar la opción nacionalsocialista, menospreciada años anteriores (Diez Espinosa 1998, 287-288).

 

Aquí Schmitt encuentra el punto de partida, sobre el que desarrollará su teoría. En este marco se entienden, sus críticas al liberalismo y al parlamentarismo como forma de gobierno, y el desarrollo de su ideal democrático a partir del concepto de Estado Total, como un Estado fuerte, presente en todas las esferas de la vida en sociedad y que ha superado el momento liberal.

 

 

 

 

EL PENSAMIENTO DE SCHMITT:

 

Ideal democrático:

La primera diferencia que establece Schmitt con respecto a la República de Weimar es la concepción de democracia, que lejos está de ser entendida como el principio de deliberación y de la decisión por mayoría que tiene su sentido y justificación en una determinada etapa histórica, la del Estado liberal – burgués.

Schmitt sostiene que una decisión puede justificarse a través del principio mayoritario solo cuando se presupone la homogeneidad de la sociedad, y esta sociedad, por lo menos para las características reales de Alemania, es pura ficción.

Para él, la democracia debe entenderse desde la igualdad, no desde la libertad como propone la concepción liberal burguesa; es decir, la democracia tiene como contenido la homogeneidad del pueblo. (Schmitt 2009, 16)

El Estado Liberal, a través de la pluralidad que plantea no hace más que generar una pérdida de la autoridad del Estado. Contrario a esto, es necesario que el poder esté concentrado en el Estado; con respecto a ello, lo que destaca Schmitt es el carácter absoluto y libre de cualquier traba de este poder, para dar lugar a una decisión firme y clara que asegure la identidad frente a otros pueblos. (Schmitt 2009, 22-23)

La heterogeneidad existente en la sociedad alemana es lo que hace necesario que aparezca un intérprete de la voluntad del pueblo, que asegure la cohesión y la unidad interna.

Esta radicalidad con la que Schmitt critica los conceptos políticos de la sociedad liberal – burguesa y su posición decisionista son claves para entender su desarrollo teórico, respecto del contexto histórico de su obra, y la necesidad de investigar el momento originario del Estado y buscar en él, el elemento esencial que permite explicar cómo se forma y cómo se mantiene la identidad del Estado.

 

Esencia de lo político:

En la época de Schmitt era difícil encontrar una definición clara de lo político. En general, suele utilizarse de manera negativa y en oposición a otros conceptos, por ejemplo, en oposición a lo religioso, lo cultural, lo económico; el liberalismo burgués lo que pretende es, justamente, lograr una despolitización.

Schmitt sostiene que para determinar el concepto de lo político es necesario constatar y poner de manifiesto las características específicamente políticas. Así como en el dominio de la moral, la distinción última es el bien y el mal; en lo estético, lo es la de lo bello y lo feo; en lo económico la de lo beneficioso y lo perjudicial; la distinción política específica a la que pueden reducirse todas las acciones y los motivos políticos, es la distinción de amigo - enemigo. (Schmitt 2009, 56)

El sentido de esta distinción es marcar el grado máximo de intensidad de una unión o separación, considerando enemigo al otro, al extraño, al distinto, pero en un sentido particularmente intensivo. Es decir, el extraño es aquel que pone en riesgo la existencia misma de la sociedad y, en consecuencia, hay que rechazarlo y combatirlo para preservar la forma esencial de la vida.

Para lograr esta unidad nacional y luchar contra el enemigo, considera como óptimo un Estado Total, arbitrario, que vele por el bien común, ya que la pluralidad democrática propia de la República de Weimar no hacía más que debilitar la autoridad estatal haciéndolo más vulnerable[4].

El Estado, como unidad política organizada, es quien debe tomar las decisiones y quien decide quien es amigo y quien enemigo.

Para Schmitt, la esencia de las relaciones políticas se caracteriza por la presencia de un antagonismo concreto (Schmitt 2009, 60), es decir, que las palabras y conceptos poseen un sentido polémico, con la posibilidad de lucha, en última instancia, siempre presente.

Cuando no se consigue la unidad política, capaz de regular los partidos que operan en la política interior, se corre el riesgo de desembocar en una guerra civil, mientras que el concepto “guerra” será propiamente de la lucha armada entre unidades políticas organizadas (entre Estados o Imperios).

Como dice Schmitt, la guerra como tal no es considerada contenido de la política, pero sí constituye el presupuesto, que está dado siempre como posibilidad real y, por eso mismo es que no se puede pensar en un mundo apolítico o despolitizado, porque la política se hará presente cuando cualquier distinción, sea económica, sea moral, alcance una oposición tal en la cual la lucha se vuelve posible y sea suficiente como para agrupar a los hombres en amigos y enemigos. Schmitt utiliza un ejemplo que resulta esclarecedor:

“Una comunidad religiosa que haga la guerra como tal, bien contra miembros de otras comunidades religiosas, bien en general, es, más allá de una comunidad religiosa, también una unidad política” (Schmitt 2009, 67).

Lo que muestra esto es que si cualquier antagonismo, (económico, cultural o religioso) llegara a poseer tanta fuerza que determinara por sí mismo la decisión para declarar o evitar la guerra, sería la nueva sustancia de la unidad política.

De estas ideas podemos deducir que, sobre el Estado, reposa su carácter político, propio de una unidad que toma las decisiones, de allí deriva la posibilidad de decidir quién es el enemigo y combatirlo, buscando lograr una pacificación completa, “paz, seguridad y orden” (Schmitt 2009, 75). Diferente a lo que viene sucediendo en Alemania, donde reina la crisis e inestabilidad (Diez Espinosa 1998, 299).

Una vez que el Estado logra esta pacificación, puede determinar también al enemigo interno y, de esta manera, evitar una guerra civil que acabe con la unidad política. Pero la distinción no desaparecería porque siempre existirían unidades políticas con posibilidades reales de oponerse.

Schmitt menciona en su obra, que los sistemas que buscaron lograr una universalidad, una paz mundial, una liga de los pueblos, como por ejemplo la creación de la Sociedad de las Naciones de Ginebra, no son más que instrumentos ideológicos de un Estado o colación de Estados dirigidos contra otros Estados, por eso es que lejos de suprimir la posibilidad de guerras, introduce la posibilidad de nuevos conflictos (Schmitt 2009, 84-85).

 

Criticas al liberalismo:

Si bien es cierto que el liberalismo no ha negado radicalmente el Estado, ha procurado vincular lo político a una ética y someterlo a lo económico, creando una división y equilibrio de poderes[5], considerados por Schmitt como un sistema de trabas y controles del Estado, contraponiéndose claramente con su ideal de Estado Total, que esté presente en todos los ámbitos de la vida de la sociedad y necesario para terminar con la guerra interna, y lograr la unidad política.

Se puede decir que lo que el liberalismo propone con estas ideas es una transformación y desnaturalización de todas las ideas y representación de lo político, que apuntan contra el poder del Estado, aportando una serie de métodos para inhibir y controlar ese poder al servicio de la protección de la libertad individual y de la propiedad privada. Y todo aquello que amenaza la libertad individual es, por lo tanto, considerado como algo malo, como dice Schmitt:

“Lo que este liberalismo deja en pie del Estado y de la política es únicamente el cometido de garantizar las condiciones de la libertad y de apartar cuanto pueda estorbarla” (Schmitt 2009, 99).

Así es como el concepto de lucha se transforma en el pensamiento liberal, en competencia por el lado económico y en discusión por el lado espiritual. Y la idea de dominio y poder se convierten en propaganda y manipulación de masas.

Sin embargo, y como aclara Schmitt, puede que al adversario no se lo llame enemigo, pero en su condición de estorbo frente a la conservación del poder económico, se emplearán todos los medios para neutralizarlo, incluso si es necesario a través de la guerra, eso sí, acompañado de una oferta propagandística capaz de convertirla en una cruzada por el bien de la humanidad; pero aunque este sistema se considere apolítico, estará siempre al servicio de agrupaciones de amigos y enemigos y, por lo tanto, no podrá escapar a la consecuencia interna de lo político (Schmitt 2009, 106).

 

 

DETERIORO DE LA REPUBLICA DE WEIMAR Y ASCENSO DEL NAZISMO:

 

La crisis que atraviesa la República de Weimar y la gran aceptación a las ideas de intelectuales conservadores conducen casi de manera sistemática al triunfo de las opciones antisistema, especialmente a la derecha nacionalista (Diez Espinosa 1998, 304).

La legitimidad del parlamento es cuestionada tanto por los nacionalistas como por la izquierda comunista[6], ya para mediados del `20 tan solo el 45% de los diputados respondían a la ideología de Weimar[7], similar a lo que sucede en las elecciones presidenciales en 1925 donde el candidato de la ideología de Weimar es derrotado, resultando vencedor el representante de la derecha nacionalista (Diez Espinosa 1998, 305). Esto evidencia el fenómeno de una Republica sin republicanos.

La irrupción en 1929 de la crisis financiera y bancaria, la crisis industrial y agrícola, la caída del empleo y las pobres condiciones laborales condicionan aún más a la Republica y enfrenta cada vez más a la ideología de Weimar, incapaz de resolver la crisis, con la ideología nacionalista. Este malestar fue aprovechado por el partido nazi que a través de su maquinaria propagandística influirá notablemente en el pueblo alemán.

Esta crisis interna se cierra con la dimisión del gobierno de Muller en Marzo de 1930[8], lo que genera la quiebra efectiva de la democracia parlamentaria alemana en la medida en que el sistema concebido en Weimar deja de tener validez (Diez Espinosa 1998, 310). El Parlamento, órgano soberano de la democracia alemana y expresión del voto democrático en las urnas, es apartado de la toma de decisiones políticas, desplazándose la legitimidad de acción política del Parlamento hacia la Presidencia[9].

Durante los dos últimos años de su existencia, la República de Weimar fue gobernada por una serie de gabinetes presidenciales no parlamentarios. Esta naturaleza semi– dictatorial del gobierno debilitó a los partidos y consumió la vida del sistema democrático aún antes de la desaparición formal de la República.

Las ideas de la revolución conservadora, por todo lo ya mencionado, empiezan a tener mayor alcance dentro de la sociedad alemana. En este contexto, Hitler y su partido nacional socialista logran llegar al poder[10], en Enero de 1933, como la salvación del pueblo alemán (Diez Espinosa 1998, 311), poniéndole punto final a la República de Weimar.[11]

La originalidad de Hitler estriba en la combinación de una fé absoluta en su doctrina y en su carácter sin fisuras. Su doctrina[12] estaba basada en, la superioridad del pueblo alemán, y en la necesidad de conseguir un “espacio vital”.

Cuando el nacionalismo asumió la dirección del gobierno de Alemania, la situación económica del país era sumamente difícil: desocupados, empleos precarios, balanza comercial desequilibrada, etc. Con su llegada mejoró notablemente la condición física del pueblo alemán: animó la producción, estableció un control de precios y asumió bajo la responsabilidad del Estado la política financiera de los bancos, buscó desarrollar la agricultura, y logró la cohesión del pueblo alemán.

 Pero al mismo tiempo, sus ideas y aspiraciones terminaron llevando a Alemania a la participación en la Segunda Guerra Mundial (Duroselle 1967, 87-90).

 

 

 

CONCLUSIÓN:

 

La joven República pudo haber estado afectada desde su nacimiento por una crisis estructural permanente, inherente quizás, al peso psicológico y económico de una guerra perdida, a la falta de una verdadera tradición democrática en el pueblo. La mayoría de la población nunca le dio, al nuevo sistema constitucional, su apoyo sincero; el Tratado de Versalles fue rechazado prácticamente por todos los alemanes.

Esto nos muestra que las ideas occidentales impuestas no estaban arraigadas en la sociedad. De hecho, la República de Weimar era vista como una experiencia no alemana que carecía de vinculación o nexo con la historia del Estado alemán unificado y, por eso también, es que las ideas de intelectuales conservadores como Carl Schmitt van a ser bien recibidas por gran parte de la población y servirán de base teórica para que los nazis lleguen al poder y legitimen su forma de gobierno.

Schmitt fue uno de los principales ideólogos del Movimiento Revolucionario Conservador de Alemania y su teorización se basa en la necesidad de instaurar un poder de decisión adecuado, que termine con la guerra interna, un Estado Total que logre completar la pacificación dentro del territorio procurando paz, seguridad y orden, sacrificando incluso de ser necesario, la vida de los hombres en pos de la unidad política. Esto nunca lo lograría un Estado Liberal, que resguarda y protege la libertad individual.

Sus ideas, en cambio, serán puestas en práctica por el Estado autoritario de Hitler que, al igual que lo que sostiene Schmitt, se opondrá al pluralismo y buscará lograr una homogeneidad excluyendo o eliminando las diferencias al interior de la unidad política.

Una vez en el poder, se puede observar cómo prevalecieron las ideas de Schmitt. Los nazis se negaron a respetar las reglas del viejo juego político y no se detuvieron ante nada para lograr el control total a través de este Estado Total, que no cede autoridad,  que busca lograr la igualdad dentro del pueblo alemán, y que determina quiénes son los amigos, y los enemigos, tanto internos como externos para combatirlos.

 

 

 

 

 

REFERENCIAS:

- Schmitt, Carl. 2009. El concepto de lo político. Alianza Editorial.

- Diez Espinosa, José Ramón. 1998. Investigaciones Históricas. “La democracia parlamentaria en la República de Weimar”. Universidad de Valladolid.

- Renouvin, Pierre, y Duroselle, Jean Baptiste. 2000. Introducción a la historia de las relaciones internacionales. México: Fondo de Cultura Económica. Capítulo VII: Los nacionalismos.

- Duroselle, Jean Baptiste. 1967. EUROPA de 1815 a nuestros días. Barcelona: Editorial Labor. Capitulo VIII: Democracias y Totalitarismos; Capítulo IX: La agudización de los peligros y la Segunda Guerra Mundial.

- Schmitt, Carl. 1934. Teoría de la Constitución, Revista de Derecho Privado. Madrid.

- Schmitt, Carl. 1990. Sobre el Parlamentarismo. Madrid: Tecnos.

- Calderón Bouchet, Rubén. 1989. Una introducción al mundo del fascismo. Buenos Aires: Editorial Nuevo Orden. Capitulo XII: El Nacionalsocialismo.



[1] Estudiante de la Universidad Católica de La Plata.

Carrera: Lic. En Ciencia Política y Relaciones Internacionales

 

[2] Hay que recordar que fue la “República de Weimar” quien debió aceptar el Tratado de Versalles. Al cual se opusieron importantes núcleos nacionalistas, descontentos por la derrota en la Guerra, por las pérdidas territoriales, por las reparaciones y por la limitación de armamentos.

[3]El nacionalismo alemán, en el Imperio establecido en 1871, procedía de la convicción de que el germanismo tenía una indiscutible superioridad a partir del éxito militar, económico y cultural. El pueblo alemán se mostraba dispuesto a sacrificar los intereses individuales por los del Estado. (Renouvin y Duroselle 2000, 212-214)

[4] Para Schmitt la representación política era legítima si era capaz de mediar la decisión del pueblo, es decir, de constituirlo; y claramente, la República de Weimar no expresaba la voluntad del pueblo alemán, sino que se consideraba impuesta. (Schmitt, 1934, pp. 245)

[5] El liberalismo, desde la concepción política de Schmitt, encuentra su expresión en el Parlamentarismo; donde se “comercializan los votos” y se tienen en cuenta los intereses privados de una mayoría y no de la totalidad del pueblo. (Schmitt, 1990, p. 44)

[6]Ambos discursos rechazan por principio la validez del sistema por considerar que sus reglas de juego no se adecuan a las necesidades y urgencias de la sociedad alemana de posguerra.

[7]Conformada por la coalición de los partidos de la socialdemocracia, el centro liberal y católico.

[8] En las elecciones de ese mismo año, y producto del malestar del pueblo alemán por la difícil situación económica que atravesaba, los nazis incrementaron notablemente el número de diputados y su número de votos paso de 801.000 a 6.409.000. En 1932, este número se duplicó.

[9]El proyecto inicial de la República de Weimar se ve diezmado de apoyos institucionales y políticos, culturales y sociales.

[10]Luego del fracaso del golpe de 1923, Hitler aprovechara las oportunidades y la protección legal provistas por el sistema democrático para socavarlo desde adentro.

[11] El programa nacionalsocialista retoma los temas fundamentales del pangermanismo: como la noción de “espacio vital” y la protección de la “raza alemana”.

[12] Con raíces profundas en escritores racistas como Gobineau, Vacher de Lapouge, Houston, Stewart y Chamberlain, entre otros, que abordan el tema de la desigualdad de las razas.