RESUMEN
En el presente
trabajo el autor acomete el análisis de treinta y cuatro palabras, conceptos o
locuciones que se utilizan mundialmente para referirse a la cuestión de la
desafección política. Las
múltiples expresiones reconocen un denominador común en el recelo de los
ciudadanos para con sus propios representantes y la clase política en general. Asimismo,
trata de discernir porqué se han perdido o degradado tanto la afección, como la
confianza, la ilusión, la conexión y el interés por la política; lo cual ha
motivado que las democracias se encuentren corroídas por “desafección”,
“desconfianza”, “decepción”, “desconexión” y “desinterés”.
ABSTRACT
In this work the author
analyzes thirty-four words or concepts worldwide used to refer to political
disaffection. Multiple expressions have in common citizens’ mistrust towards
their political representative and political staff in general. Besides, the paper
tries to find the reasons that could explain the loss of affection, trust,
illusion, connection and interest in politics which has caused corroded
democracies.
***
El campo semántico de la desafección
política
Javier
Pablo Marotte*
"La
mayor amenaza es el gris pragmatismo
de la vida
cotidiana" (Francisco papa, 2013:67)”
1.-
Taxonomía y campo semántico de la desafección política
La
crisis y el malestar en la democracia son problemas discutidos en los ámbitos
institucionales, ciudadanos y académicos a raíz de la constatación de la mengua
continua y sorprendente de la participación cívica y electoral y a que los
partidos políticos pierden afiliados y simpatizantes. A la par, la confianza en
las instituciones de la democracia y organismos constitucionales disminuye;
mientras las formas de política cambian: actores privados ganan más poder e
influencia, y decisiones de raigambre política son transferidas de cuerpos de
toma de decisiones tradicionales a grupos de expertos. No obstante, la política
es consustancial a la democracia y desconocemos cualquier otro sistema
“civilizado” que la pueda relevar (Morán Rubio, 2011).
El
malestar en la democracia es visto como una definición subjetiva de la
situación relacionada con las expectativas y demandas de los sujetos en su
entorno político. Esta tradición ha creado un cierto campo semántico mediante
las palabras o locuciones: alienación, anemia democrática, anomia, apatía,
antipolítica, aversión, cinismo, crisis de confianza, decadencia,
demo-escepticisimo (demo-skeptical o demosceptique), desafección,
desapego, desconfianza, descontento, desilusión, desinterés, desprecio por los
políticos (politikerforakt), desprestigio de los políticos,
distanciamiento, escepticismo, extrañamiento, hastío con los políticos (politikverdrossenheit),
hipocondriasis social, incompetencia, impotencia (powerlessness),
indiferencia, insatisfacción, negativismo, non-involved citizens,
pauperización de la política, pérdida de respeto a los políticos (ustpillspolitikere),
política vacía de sentido (meaninglessness), sentimientos negativos (onderbuikgevoelens)
etc.
El
ejercicio de la política no debiera ser distinto al de cualquier otra
profesión. Los políticos no hubieran de ser más ni menos éticos que los profesores,
médicos, biólogos, fotógrafos o sacerdotes. Sin embargo, la incompetencia, la
debilidad, el abuso, la corrupción, la miseria, el divismo, la soberbia o la
mentira son algunos de los disparadores que ponen en marcha la compleja red de
desprestigio del ejercicio de la actividad política y sus impredecibles
derivaciones.
Pese
al malestar, en los últimos años las democracias han acumulado un récord
notable de excelencia performativa; pero la evidencia estadística contemporánea
demuestra palmariamente que los electores optan por retacear su participación
cívica, lo cual conspira contra el buen funcionamiento de las instituciones, ya
que los actores cada vez con menos
frecuencia poseen la convicción de que la participación ciudadana contribuye a la
construcción de un orden social productivo y virtuoso (Putnam, 2000 :31-47 y 277-284;
Neill, 2011)
Recordemos
que en ese sentido,
el papa Juan Pablo II (1995:70) declaraba que: “si, por una trágica ofuscación
de la conciencia colectiva, el escepticismo llegara a poner en duda hasta los
principios fundamentales de la ley moral, el mismo ordenamiento democrático se
tambalearía en sus fundamentos, reduciéndose a un puro mecanismo de regulación
empírica de intereses diversos y contrapuestos”. Lo cual traería aparejado el
derribo la “paz estable”, ya que “la paz no fundamentada sobre los valores de
la dignidad humana y de la solidaridad entre todos los hombres es a menudo una
paz ilusoria”. Más aún, añadía el pontífice polaco: “en los mismos regímenes
participativos la regulación de los intereses se produce con frecuencia en
beneficio de los más fuertes, que tienen capacidad para maniobrar no sólo las
palancas del poder, sino incluso la formación del consenso, convirtiéndose la
democracia “en una palabra vacía”.
1.1.
Alienación política
Priscilla
Southwell (2008:132-133) conceptualiza la alienación política como un conjunto
de actitudes u opiniones que reflejan una visión negativa del sistema político.
Esta característica distingue a este tipo de alienación de su identidad
cultural, social, psicológica o contrapartes.
La raíz de este concepto "extranjero" de la
Ciencia Política, subraya la percepción de la distancia o separación del
sentimiento alienado detrás de estas actitudes. Del mismo modo que un recién
llegado o un inmigrante son inicialmente sorprendidos por la extrañeza en la
configuración de su nueva comunidad; los individuos alienados consideran que el
mundo político no es un escenario en el cual se sienten cómodos. El voto es
visto como un acto poco usual con escaso sentido y casi nula repercusión en la
vida cotidiana; la política y el gobierno, a menudo, parecen remotos e
irrelevantes para las preocupaciones inmediatas de la ciudadanía común
(Southwell, 2008:132-133).
La
alienación política no representa una menor visión positiva del mundo político,
sino que indica un disgusto con los líderes políticos e instituciones. Robert
Lane advierte alienación cuando: "una persona desaprueba la forma política
mediante la cual se toman las decisiones" (Lane, 1962:162). En una línea
similar, Franz Neumann describe la alienación como "un rechazo consciente
de todo el sistema político que se expresa en la apatía” (Neumann, 1957:290).
La
alienación política, como sugiere Neumann, pueden incluir la sensación de que
uno es incapaz de influir en el sistema político. Las personas a menudo se
sienten incapaces de tener repercusiones significativas sobre los
acontecimientos políticos. Sin embargo, también hay individuos alienados que
tienen esta misma visión negativa de la política, pero en lugar de retirarse de
la política, tratan de dirigir sus energías a formas no tradicionales de
expresión de sus opiniones como son la protesta o la desobediencia civil
(Southwell, 2008:133). Como tal, representa la alienación política general, la
desilusión y el desencanto con el sistema político, pero el concepto incluye
una serie de diferentes dimensiones, algunas de las cuales pueden estar
presentes en distintos grados de una persona alienada. Por otra parte, estas
distintas dimensiones de alienación pueden surgir de diferentes factores y
también puede tener una variedad de consecuencias conductuales.
Un
avance importante en el abordaje de los problemas de definición de la
alienación fue la investigación sobre la dimensionalidad de este concepto[i]. Este tipo de
investigación se desglosa del concepto de alienación más grande a fin de
especificar las extensiones de la alienación, identificando las diferentes
formas en que la alienación política puede expresarse: "impotencia" (powerlessness)
o ineficacia; absurdidad (“meaninglessness") como una acusada falta de
respuesta del gobierno o percibida carencia de sensibilidad de éste; y
"cinismo" o desconfianza (distrust).
1.2.- Anemia
democrática
Marcel
Gauchet (2008) destaca que los ciudadanos están convencidos que la democracia
genera una anemia galopante porque no son capaces de imaginar otro régimen y
por estar también convencidos que sólo la democracia puede garantizar los
derechos humanos. No podemos imaginar un poder legítimo que no salga de la
voluntad libremente expresada de los ciudadanos.
La
anemia democrática es impulsada por los mismos gobiernos ya que éstos fomentan
estructuras sociales en las cuales las personas se hallen divididas y
enfrentadas entre sí en temas tales como fútbol, música, consumo, política;
para mantenerlas distraídas y entretenidas de los reales problemas y negocios
del poder y para que la gente no reconozca los intereses que tiene en común con
sus vecinos y semejantes. Los medios científicos y tecnológicos están al
servicio de los gobiernos para la consecución del fin del control social de la
población.
Berensztein
(2010) sostiene que “la
democracia es el menos imperfecto de los sistemas políticos existentes y debe
ser objeto de mejoras continuas”, mediante la “construcción de una cultura
verdaderamente democrática. Esto implica partir de la base de que el otro puede
tener parte o incluso toda la razón, de que nadie es dueño de la verdad. Los
intereses de todos los actores merecen ser debatidos, pues tienen, desde su
subjetividad, la misma importancia y legitimidad”.
Cultura
democrática, como terapia curativa de la anemia implica necesariamente
“respetar una idea o propuesta independientemente de que sea respaldada por
mayorías o minorías, pues el poder es cambiante, circunstancial. Pero cultura
democrática requiere, fundamentalmente, que las reglas y procedimientos tengan
plena vigencia para evitar que el poder de turno se extralimite y vulnere el
andamiaje jurídico y simbólico sin el cual se descalabra el esqueleto basal que
permite la convivencia societal”.
Para
Farfán Romero (2006) las instituciones de la democracia padecen cada vez más una verdadera anemia social y política, por lo
tanto están en riesgo de morir por falta de sangre. La sangre del estado de
derecho (cumplimiento de la ley) provoca que un país se convierta en una
anarquía en el sentido dado por Durkheim. Es el cesarismo democrático al
intentar imponer por la fuerza y no por la razón su visión, lo que provoca un
peligroso quiebre e inflexión institucional democrático que puede desencadenar
en enfrentamientos fratricidas.
1.3.-
Anomia
La
anomia es también, y esencialmente, un trastorno del lenguaje que impide llamar
a las cosas por su nombre.
En la que la incesante y premeditada degradación de las normas sociales queda
perfectamente reflejada en una utilización vacía, tergiversada e inicua del
lenguaje. De hecho, se trata de una manipulación perversa de las palabras y de
sus significados. Los partidos no se distinguen por ser los contendientes
diestros e incisivos de la arena política. Están extasiados en la táctica y los
acuerdos en el corto plazo, y pierden de vista las políticas de Estado. Las
organizaciones populares son inestables, carecen de capacidad para aglutinar.
Las cámaras empresariales y la prensa habitúan al ciudadano a construir
oposición. Ahora que los grupos de derechos humanos son parte del gobierno,
básicamente no hay oposición. El debate real sigue inhibido.
Como
lo expresara Salvador Giner “cuando se debilita la influencia de las reglas
sociales sobre los individuos tiene lugar la desorganización social” (Giner,
1984:684). El fenómeno de la desorganización social no es algo singular, se da
en todas las sociedades y en todos los tiempos, sin embargo, cuando el grupo
social logra reforzar el poder de las normas o encausar los comportamientos,
entonces, se logra la organización social.
El
aumento y la responsabilidad de los individuos sobre la legitimidad o no de sus
actos contribuyen a la organización social. La apatía normativa, el desencanto
y la indiferencia se trasladan, como una derivación, al cumplimiento de las
normas por los gobernantes como si no provinieran de la misma sociedad. El
simple ciudadano evalúa su propia conducta comparativamente, lo que lo lleva a
un relativismo en la valoración de las normas que son para todos de
cumplimiento obligatorio, como integrantes de la sociedad.
La anomia social necesariamente incluye a la anomia
política[ii], lo que hace que se considere a las
acciones políticas como ineficaces, lo que, en cierto modo influye en la
participación política. Los grupos asignan status y roles a los individuos cuando
éstos son claros y en sus aspectos dinámicos (roles) se cumplen cabalmente, la
sociedad está relativamente organizada.
Cuando sucede lo contrario se presenta la desorganización
social. Tal desorden puede manifestarse a nivel individual, en la persona, como
también en los grupos, en la familia, en la comunidad local, en las
instituciones, en la nación y aún en la sociedad global. El etnocentrismo
enceguecía, de alguna manera, a los primeros sociólogos, por ello hubo durante
mucho tiempo una ausencia en el estudio de los problemas sociales que se
relacionaban con la desorganización social: el tratamiento de la prostitución,
la delincuencia juvenil, la ilegitimidad de los nacimientos, la corrupción, los
vicios y los delitos en general y en particular en ciertos niveles sociales. La
quiebra la estructura social se relaciona a la disolución de las relaciones
institucionales y de las pautas de comportamientos cuyas manifestaciones se
basan en valores (Chamorro Greca de Prado, 2005).
En
1893, Durkheim, considerado como uno de los padres fundadores de la sociología,
publicó “La división del trabajo en la sociedad,” obra que intentaba describir
y explicar algunos cambios estructurales que se estaban produciendo en la
cultura de su tiempo, muchos de ellos aun derivados de significado oscuro de la
revolución industrial iniciada casi un siglo antes. En ese texto introdujo el
concepto de anomia, fenómeno producido por las etapas de cambio acelerado que
consiste en una virtual quiebra de los comportamientos humanos tradicionales y
reconocidos que, a su vez, produce un crecimiento considerable de la
incertidumbre general. Puesto en términos de extrema simplificación: cuando la
anomia los gana, los hombres no saben ya qué esperar de sus congéneres y
comienzan a dudar sobre cómo actuar.
Más
tarde, Durkheim volvió sobre la misma idea en su clásico estudio sobre las
causas del suicidio, aplicándola a los individuos como antes lo había hecho con
las sociedades humanas. En esta escala individual, aseguró, la anomia era el
estado que precedía a la decisión de renunciar a la propia vida en que se
incurre cuando aquella incertidumbre -sensación de vacío, soledad y, sobre
todo, abandono- se vuelve literalmente intolerable.
El concepto de anomia se arraigó en las ciencias sociales
y fue elaborado y ampliado por los estudios de cientistas como, entre otros,
los de Merton, quien encontró que afectaba de un modo particularmente severo a
los individuos que no podían definir medios aceptables de alcanzar sus
objetivos culturales. En otras palabras, la anomia sirve para intentar entender
el eterno enigma del suicidio -esa violación de la primera de las leyes
naturales, la de la conservación de la propia vida-, pero también el
comportamiento criminal como consecuencia de la misma forma de impotencia en la
que se disuelven las normas más elementales de conducta humana.
Farfán Romero (2006) concluye que: con el término anomia
se alude a la pérdida de normas sociales y políticas, lo que implica
desintegración debido al abandono anárquico de valores morales y políticos
preexistentes. Un estado de conciencia social carente de voluntad para rechazar
todo aquello que subvierta los valores consagrados, se erige como un cómplice
irresponsable con capacidad de producir desintegración. En los espacios
transgresores se reúnen todos aquellos elementos dirigidos a disgregar a la
sociedad penetrando las estructuras establecidas. Desde luego estas fisuras
afectan y ahondan con sus perniciosas influencias en las instituciones más
representativas.
1.4.- Antipolítica
La
antipolítica es entendida como la esperanza de la redención a través de la
promoción de figuras mesiánicas que se convertirían en el vector de un cambio
social y político que el país necesitaba y que solo podía, según ese
inconsciente colectivo, provenir de un independiente o de alguien que no
estuviese vinculado a los partidos políticos del establishment.
La
“antipolítica” representada en la “política del odio a los partidos
tradicionales”, en que un líder (caudillo) se erige como el salvador de la
situación, con fórmulas “inmediatas”, y repudiando, por supuesto, a la “clase
política tradicional” (contando a los sindicatos y demás agentes
“tradicionales”), a la que achaca todos los males existentes, presentes o
futuros, en el Estado. Pone por encima de todo “lo práctico” frente a cualquier
ideología, que las desecha porque “no sirven” y sólo crean problemas. Mientras
que las acciones, en el ámbito práctico, son las que resuelven las necesidades.
Esto es considerado como positivo por gran parte de la población, que advierte
y expresa que las ideologías están muertas.
En
ese postulado, en el engrandecimiento de la “practicidad” de las políticas y el
repudio a las ideologías se esconde una falacia de inicio: las soluciones
prácticas para los “problemas prácticos” siempre tienen una ideología que las
informa, decir lo contrario es abandonar el gobierno y entrar en la línea de la
contradicción constante en la actuación política para conseguir objetivos
inmediatos y que sean del agrado de la gente, aunque sean, simplemente, insostenibles.
Por no decir que muchas veces no son una solución al problema, un simple parche
que no hace más que tapar el problema y dar la apariencia de ya estar
solucionado.
Pero
también, una excelente interpretación de la cuestión es la que da Aníbal Romero
(2013) cuando señala que: “Son numerosos los equívocos sobre la llamada antipolítica, quizás
más de los que persiguen al término fascista, usado por unos y otros para
descalificar a los adversarios de turno”. Continúa exponiendo que: “no toda
política es necesariamente la de la democracia liberal y los partidos políticos
de corte tradicional. Ese es un modelo ideal contemporáneo, pero el mismo no
agota la realidad histórica de la política”.
“Desde una perspectiva conceptual, debemos cuidarnos del reduccionismo
que presume que la única política que merece tal nombre es la que llevan a cabo
los partidos políticos tradicionales, en el marco de una democracia de masas
con instituciones representativas. … A decir verdad y dejando de lado las
restantes dictaduras, autocracias y satrapías que aún existen, buena parte de
las democracias de hoy –como la venezolana– no son sino caricaturas del modelo
ideal. Ello, sin embargo, no las hace antipolíticas”. El epíteto de la
antipolítica, en conclusión, es un cómodo estribillo para la polémica,
utilizado a la ligera cuando ya no quedan otras armas para zaherir al
adversario.”
1.5.-
Apatía
Política
Es
un estado de indiferencia, pasividad, falta de interés respecto de la política.
Se la vive siempre como espectador y se intenta ignorarla. Va acompañada de una
baja receptividad a estímulos políticos y un bajo nivel de información
política. Es un fenómeno que se da tanto en sociedades democráticas como
autoritarias, pese a que en ambas hay distintos mecanismos promotores de la
participación política. En su formación puede incidir la escasa visibilidad y
difícil acceso del sistema político ("el Estado son ellos") y algunas
características de la cultura política (el excesivo individualismo, por
ejemplo).
La
apatía política socialmente difundida aumenta el margen de maniobra y la
discrecionalidad de las clases dirigentes, excepto cuando el logro de las metas
propuestas exige un alto nivel de movilización social.[iii] Rocha y Martínez
(2000) señalan que son los vicios políticos los que generan la apatía. Bauman
(2005), por su parte indica que la apatía política se genera cuando la gente ve
que el gobierno se desentiende de ella. Para Laclau (2004), es el resultado del
llamado pensamiento único.
Algunos
politólogos, como Huntington, plantearon la llamada "teoría de la apatía
estabilizadora", que sostiene que en todos los regímenes políticos (pero
especialmente en las democracias) la apatía política tiene un efecto estabilizador,
porque tiende a menguar el ritmo con que son planteadas al sistema político las
demandas sociales. Si ese ritmo es muy intenso, el sistema entra en "stress"
por falta de capacidad para atender tantas demandas juntas.
Lo
contrario de la apatía, es decir, un alto nivel de participación política y de
movilización social tendría efectos desestabilizadores (aunque ello es en
nuestra opinión, una racionalización de la aspiración a aristocratizar u
oligarquizar el ejercicio del poder). Lo que estabiliza no es la apatía sino la
existencia de canales adecuados, de doble vía, para la formulación de las
demandas sociales y para la información al pueblo sobre la realidad de los
problemas que enfrenta la sociedad.[iv]
1.6.-
Aversión por la política
La globalización y la revolución en las tecnologías de la
información y comunicaciones que le acompaña, han desencadenado un proceso de
múltiples cambios en la sociedad. Uno de ellos se expresa en un evidente
deterioro de la valoración de la política, la confianza y credibilidad en los
políticos, la participación de los ciudadanos en los partidos políticos y en
los procesos electorales.
Las personas muestran desafección por la cuestión pública
enfatizándose el individualismo, incluso en algunos casos se aprecia aversión
por la política (political distaste), lo que paradójicamente se
contrapone con una declarada valoración de la democracia. Esa aversión es tanto
por la política en general, como por sus instrumentos. La ciudadanía considera
a los políticos deshonestos o insinceros (Borisov, 2005).
1.7.- Cinismo
político[v]
Siguiendo
a Demertzis (1994) y Demertzis y Armenakis (1999) el cinismo político no puede
ser entendido si no se lo coloca dentro del contexto más amplio de la
interpretación moderna del cinismo. Es una característica de la cultura
política de las sociedades occidentales durante la modernidad tardía y en la
que los políticos y el sistema de partidos pasan por un período de fuerte
agitación. Estos factores no afectan a todas las sociedades con la misma
intensidad ni similar alcance, pero es evidente que tales factores incluyen el
aumento del cinismo político y la alienación política.
Por
cinismo político entendemos la combinación de apoliticismo y visión negativa de
la política como negocio privativo de ciertas élites, lo que se ha visto
incrementado con la aparición de corruptelas y complicidades de nuevo tipo,
próximas a la dinámica del capitalismo desarrollado (cfr. Reig Cruañes,
2000:3). Juan Linz lo define como aquella particular disposición en la que los
ciudadanos establecen una distancia desmesurada entre una alta legitimidad del
sistema político y una eficacia muy baja del mismo.
Helena
Helve (2002:11-26) por su parte, analiza al cinismo como una actitud crítica y
de distanciamiento con la realidad política, a consecuencia de que el poder es
visto como concentrado siempre en alguna forma de élite. El cinismo surge
cuando las opiniones populares no tienen demasiado impacto sobre las decisiones
gubernamentales, o los políticos se encuentran alejados de los problemas más
ordinarios de la ciudadanía.
La
Universiteit Leiden (Holanda) ha diseñado una herramienta para medir el
cinismo político en atención a que éste reduce la cohesión social y representa
un peligro o problema para la democracia (demokratiproblem). Se
distingue al cinismo de la desconfianza política, porque el primero significa
una hostilidad profunda, una aversión a la política y a los políticos. Lo
definen como “la actitud de un individuo que consiste en la creencia de que los
políticos, las instituciones políticas y/o el sistema político es
intrínsecamente malo e incompetente”.
Los
siguientes, son los tres ingredientes esenciales para la definición de cinismo
político:
a)
cínicos pueden ser los ciudadanos, pero también los dirigentes políticos;
b)
el cinismo político se centra en todos los dominios de la política, incluidos
los políticos profesionales, las instituciones públicas, los partidos
políticos, y/o el sistema político en su conjunto;
c)
la naturaleza del cinismo es la perspectiva de las actitudes de los electores
hacia la política
(Dekker
y Nuss, 2007; Dekker y Schyns, 2006).
Algunos
autores señalan que ciertas personas son cínicas no sólo con respecto a la
política, sino de todo y de todos (rasgo de personalidad). Para otras personas
el cinismo político es la solución al problema de la complejidad del mundo
actual, puesto que creen que la política está dominada por una total falta de
integridad y de competencia, lo cual puede estar determinado por la propia
sensación de inseguridad y desorientación.
Otra
causa es la desilusión e insatisfacción con la política: si los problemas
comunes no se resuelven la gente empieza a pensar que los políticos no quieren
solucionarlos, o que incluso no tienen las conocimientos teórico-prácticos para
hacerlo. Los medios de comunicación operan como elemento de socialización del
cinismo político. Prestan demasiada atención a los escándalos personales de los
políticos o las discusiones insustanciales, dando a la actividad política el carácter
de juego, espectáculo o guerra.
Además,
algunos políticos pueden actuar como mensajeros del cinismo; Eline Wubbels
(2006) para ejemplificarlo utiliza una expresión popular holandesa: los
políticos hablan como “kip zonder kop” (“como un pollo sin cabeza”),
pues toman las decisiones de forma emocional y sin pensarlas detenidamente;
tampoco saben hacia donde se dirigen; opinan sin coherencia, sentido, ni rumbo
determinado. Bovens y Wille (2006); Van der Brug y Van Praag (2007) coinciden
en afirmar que el comportamiento de los políticos en sí, puede inducir al
cinismo: los bajos niveles de apoyo a un jefe de gobierno o de Estado, afectan
los niveles de confianza política dando paso al cinismo político. Finalmente,
las personas que están bien informadas sobre la política son potencialmente más
cínicas que aquellos que poseen poco o nulo conocimiento (Dekker y Nuss, 2007).
Las
tres preguntas básicas para la medición del cinismo político son:
1)
¿Los políticos prometen más de lo que pueden ofrecer?;
2)
¿Los ministros y secretarios de Estado sólo están interesados en su propio
beneficio?
3)
¿Para ser diputado o senador que valen más: las habilidades políticas o los
amigos políticos?
Wubbels
define al cinismo como una actitud negativa hacia la política basada en la
creencia de que los actores políticos, las instituciones y el sistema político
son inmorales e incompetentes y que los políticos no son capaces de resolver
los problemas de la sociedad (Wubbels, 2006). Como solución ofrece una
respuesta sencilla: “la eliminación de las causas del cinismo político”.
Huiskens (2006:19) sostiene que el cinismo político va más allá de la falta de
confianza política.
El
núcleo del cinismo es la creencia de que la política, el gobierno y los
políticos son, en esencia, poco fiables, inmorales e incompetentes. El cinismo
político puede ser activado desde los medios (Capella y Jamieson, 1997); porque
éstos hieren la susceptibilidad individual de los ciudadanos (Zaller, 1992). En
similar sentido Robinson (1975 y 1976) asevera que los medios de comunicación
masivos son los mayores provocadores del cinismo, juntamente con la deficiente
comunicación entre los dirigentes y la ciudadanía.
Las
causas del cinismo son elucidadas de distintas maneras. Así, Dalton (2004)
sugiere que debido al aumento de las expectativas, se vuelve cada vez más
difícil satisfacer los deseos de los ciudadanos; por tanto, éstos están
decepcionados de la política y cada vez con mayor facilidad. Andriaansen
(2007); Blumler y Kavanagh (1999) lo relacionan con los procesos de
secularización, despolarización, individualización, globalización,
modernización y mediatización.
Beck
(1992) apunta a las incertidumbres de la vida cotidiana de la moderna sociedad
de riesgo que traen consigo, todo lo cual puede causar un descontento en la
vida privada, el cual repercute en la política. Las consecuencias para el
sistema político se resumen de la siguiente manera:
a)
disminución de la participación política en todos los niveles de actividad
política;
b)
mengua de la participación en las elecciones;
c)
aumento del cinismo hacia el gobierno;
d)
reducción del interés en la participación política;
e)
baja del grado de dedicación del ciudadano común respecto de los asuntos
públicos y las campañas políticas (Johnson-Cartee, 2005:258).
1.8.-
Creciente abismo entre partidos y electorado
Francis
Dubois (2007) descubre que en muchas elecciones con escasa participación
ciudadana se advierte un abismo entre los partidos y los electores. A ello
discierne como una expresión de malestar en la democracia dentro del cual se
subsumen el descontento social, la insatisfacción con el régimen político y el
desprestigio del sistema de partidos tradicionales. Indica que ello demuestra
un repudio político (political repudiation) al andamiaje de poder
actual.
Victoria
Bassetti (2012), por su parte sostiene que el régimen electoral, los cambios
de reglas, la escasa información de las autoridades comiciales y de los propios
electores mantienen alejados a éstos últimos de la participación electoral y de
su simpatía a los partidos políticos, configurándose de tal manera una
“disfunción electoral”.
1.9.-Decadencia
política
Se
manifiesta como una contracción del sistema político, vinculada a su
incapacidad para responder a los desafíos provenientes del ambiente, y de
controlar o administrar las transformaciones que en éste se producen. Es una
disminución de la capacidad del sistema político para afrontar y controlar con
medios adecuados y a costos humanos y estructurales accesibles los desafíos
provenientes del ambiente o de su propia dinámica interna. Suele señalarse como
una de las principales causas de la decadencia política la divergencia cultural
de la élite respecto de la masa, que le hace perder representatividad y
densidad valorativa y la vuelve, en definitiva, una élite disfuncional
(Fisichella, 1990).
1.10.-Demócratas
insatisfechos[vi]
Hofferbert
y Klingemann (2001:363-378) formulan una clasificación de ciudadanos en
relación con su actitud o comportamiento frente a la democracia: "satisfied
democrats”, "dissatisfied democrats," y "non-democrats".
La insatisfacción del demócrata es entendida como una oposición leal, con
algunas pequeñas inclinaciones hacia los partidos de los extremos del espectro,
a modo de repudio a los políticos convencionales.
Los
no demócratas, si bien son un porcentaje muy pequeño de la población en casi
todos los países, tratan de expresar su desaprobación por una abstinencia
participativa en lugar de a través de un extremismo activo. Los autores
sostienen que los demócratas insatisfechos pueden ser un buen estimulante, más
que una amenaza, para la vitalidad de cualquiera de las nuevas democracias e
incluso de las establecidas. Por último, Allyson Benton (2005:417-442) señala
que los votantes tienden a castigar en las elecciones a todos los partidos
responsables de las dificultades.
1.11.-
Desafección
Ganuza
Fernández (2005:176) considera a la desafección pública (política,
institucional o democrática) “como un fenómeno social regular y, en algunos
casos, creciente que describe la desvinculación de los individuos de los
asuntos públicos, entendiendo por ello un progresivo distanciamiento de los
asuntos políticos relacionados con las instituciones representantivas.”
Pharr
y Putnam introducen y explican el concepto. Torcal, por su parte defiende que
la desafección política se caracteriza por la existencia de un mayoritario
apoyo de los ciudadanos a sus regímenes democráticos, conjuntamente con una
falta de confianza en las instituciones, un alejamiento de la política y un
sentimiento de incapacidad de poder influir en el sistema y de qué éste a su
vez responda a las demandas de la población (Torcal, 2001).
1.12.-
Desapego cívico o desapego político ciudadano
Irene
Martin (2005:63-82) coloca como las dos caras de la medalla al interés por la
política de un lado y al desapego político del otro. Existe un desapego de los
jóvenes respecto de la política, que en gran parte es forzado porque siempre se
dice que la juventud no está interesada en la política, por lo que finalmente
se lo acaban creyendo. Lo mismo ocurre con los ciudadanos que constatan que las
propias autoridades que sancionan o aplican las normas, son los que se encargan
de violarlas (Japalayan, 2002-223).
Bontempi
y Pocaterra (2007) consideran a los jóvenes como los hijos del desencanto (“i
figli del disincanto”). Los niños nacidos después de 1980 son los hijos de
una generación que ha visto, con la caída del Muro de Berlín, el final de una
determinada forma de vida política, formada por las pasiones e ideales. Además
de una política más neutral ideológicamente, el desencanto de los padres llevó
a una nueva actitud en sus hijos que se evidencia en el desapego y la ausencia
de participación, la indiferencia o el escaso involucramiento.
1.13.-
Desconfianza política
Southwell
(2008:134); Balme, Marie y Rozenberg (2003); Erikson, Luttberg y Tedin (1991)
señalan que la desconfianza, se refiere a la creencia de que el gobierno no
está produciendo las políticas de acuerdo a las expectativas de la ciudadanía.
Los altos niveles de pobreza, de desigualdad social, han generado, según las
encuestas realizadas en los últimos años, el aumento de la desconfianza de los
ciudadanos en las instituciones políticas y sus representantes lo que ha
llevado a que se cuestione la legitimidad de tales instituciones (Baquero,
2000:23).
Villoria Mendieta (2006), Della Porta (2000) y Pharr
(2000), expresan que la desconfianza política tiene su origen en la creciente
corrupción política, la generación y consolidación de estructurales reticulares
de abuso de poder y de garantía de impunidad. Asimismo, la baja confianza en
los líderes políticos se nutre del deficiente rendimiento de éstos, el cambio
de expectativas sociales y del rol que juegan los medios de comunicación
(Pharr, 2000).
En definitiva, la desconfianza es la resultante de tres
declives:
a) en la capacidad para representar los intereses y
deseos de la ciudadanía;
b) de la fidelidad o de la ética con la que los políticos
actúan en representación de los ciudadanos;
c) del capital social.
1.14.-
Descontentos y descontento democrático
Madueño
(2007:53-54) señala que en una sociedad podemos encontrar niveles de descontento
político por causas económicas, políticas, sociales o de escándalos de
corrupción. Es decir, coloca al descontento como producto de las percepciones
de la ineficacia del sistema. El autor entiende como sinónimos al descontento
político y la insatisfacción política. Torcal (2001), por su parte, razona que
el descontento político se refiere al fastidio con el gobierno actual y sus
políticas[vii].
1.15.-
Descrédito de los políticos
Berganza
Conde (2000) entiende imbricados las coberturas que realizan los medios de la
política durante las campañas electorales y el descenso del interés de la
ciudadanía por los temas políticos y el descrédito hacia quienes se dedican a
la actividad política. Madueño (2007:53-54 y 2005), describe el fenómeno de los
“NI-NI” (ni opositores, ni oficialistas), los cuales surgen como el cliché que
identifica a quienes escogen no estar con el gobierno ni la oposición. Pero,
este fenómeno es mucho más complejo de lo que el sentido común especula y
afecta a las democracias occidentales, afecta la calidad de las mismas.
Las
actitudes hipercríticas hacia las instituciones y los actores políticos, así
como el distanciamiento del ciudadano respecto a las mismas, constituye una
faceta permanente que inunda el paisaje de las democracias europeas y
latinoamericanas. La expresión «desinterés hacia la política o desafección
política» se convierte así en moneda de uso e intercambio entre politólogos,
sociólogos, políticos y periodistas. La primera y más genérica manifestación de
ese desinterés hacia la política, no es otra que el descrédito de la política
misma y de sus animadores, los políticos; todo lo cual en definitiva, afecta
extensamente la actividad degradada de los niveles de participación ciudadana.[viii]
1.16.-
Desprecio por la política (Politikerforakt)
El
politólogo noruego Eystein Eggen Randa (2000) introduce el concepto de politikerforakt
que puede ser traducido como “desprecio por la política”; lo cual según su
posición se evidencia en la baja de participación electoral, que obedece a dos
razones:
a)
Pobreza de la política (como falta de recursos políticos) derivada del escaso
compromiso personal y los bajos conocimientos;
b)
cinismo político, a raíz de que muchas personas sufren a la política y la
consideran algo muy complicado, lo cual lleva al cinismo que él entiende como
crisis de confianza (tillitskrise) en los partidos y/o el sistema político en
su conjunto.
En el mismo orden,
Vigdis Nybo (2012) sostiene que son los propios políticos los que provocan el
desprecio de los ciudadanos por ellos y por la política misma. Esto acontece
porque los dirigentes no dan un debate político con argumentaciones fundadas y
respuestas acordes a las críticas de los periodistas y los opositores. En
consecuencia, no proporcionan la información que necesitan los votantes para
participar activamente en la democracia y decidir sus votos. Las explicaciones
de los políticos a menudo contienen errores de hecho o son parcialmente
correctas, engañosas o desacertadas.
Los líderes utilizan diversas estrategias para evitar responder
a las críticas. La estrategia más simple es negarse a responder. Distorsionar
la crítica es otra táctica para evadir respuestas, o directamente ocultan sus
verdaderas intenciones o pensamientos si son antipáticos o impopulares.
Provocando con la falta de respuesta o la disimulación, una inducción al error
que va causar en definitiva que los ciudadanos tomen una elección democrática,
de la que más tarde se van a arrepentir.
1.17.-
Desencanto y desencantamiento democrático
El
término desencanto, que se refiere a la desilusión a la que se llegó a raíz de
las altas expectativas generadas a principios de la transiciones democráticas,
es un fenómeno que parece ser común a todas ellas (O 'Donnell y Schmitter
1986:56; Huntington, 1991:230; Malone y Baviskar, 2002). No obstante también
hay relevamientos en similar sentido en democracias consolidadas como España,
Francia y Dinamarca (Montero y Gunther, 1994; Montero, Gunther y Torcal, 1998;
Montero y Torcal, 2000; Borre, 2000; Balme, Marie y Rozenberg, 2003).
Pascal
Perrineau (2003) analiza la cuestión desde la visión de un «désenchatement
démocratique». Señala al respecto que están en entredicho los lazos de
afección entre la ciudadanía y la democracia, porque aquella no parese fiarse
en el resultado de las urnas y es dominada por una tensión entre estructural y
particular, advirtiendo que generalmente el corporativismo prevalece sobre el
interés general. Destaca que la diversidad cultural es otro de los factores del
desencantamiento. Detrás de la crisis de las democracias representativas, donde
se observa mucha desconfianza, retirada, protesta y ruptura de las lealtades
duraderas; augura la emergencia de un nuevo tipo de ciudadano más crítico. Este
divorcio relativo puede contribuir a desestabilizar aquellos regímenes
democráticos que no gozan más que de un sostén escéptico en la opinión pública;
pero asimismo también puede colocar a la democracia en movimiento incitando a
reflexionar sobre reformas que tienen por objeto dinamizar la democracia
representativa y desarrollar las democracias participativa y directa.
Perrineau
señala que un indicador claro del desencanto es el alto nivel de
abstencionismo, el cual traduce una verdadera fractura cívica (« fracture
civique ») que refleja la distancia social y cultural existente entre
algunos ciudadanos y el universo politico. Empero, este comportamiento de repliegue
no debe interpretarse como un signo de desinterés político y de cuestionamiento
hacia la democracia representativa como tal. Es más bien un llamamiento en
favor de una renovación profunda del funcionamiento de la mism, que puede
llegar a adquirir el cariz de una “política protestataria” («politique
protestataire»), mediante la aparición de movimientos extremistas, activismo
protestatario y agitación urbana. Así como un organismo enfermo produce
anticuerpos, la democracia desencantada al comienzo del siglo XXI traza los
marcos para que una democracia representativa que fue debilitada, engendre
prácticas que traten de lograr la deliberación colectiva sobre objetos reales y
no, fundada en mitos.
Como
describe Marcel Gauchet (2002:23): Una democracia que desacralizó la política
puede volverse más iluminada y más satisfactoria para sus ciudadanos que una
democracia manejada por pulsiones revolucionarias o ultrarreaccionarias… El
encanto de la política fue la pesadilla del siglo XX. Al comienzo del siglo XXI,
el desengaño con la política, es quizá el precio a pagar por el establecimiento
de una democracia más prosaica, pero más coherente.
1.18.-
Desilusión
Vittorio
Mete (2007) subraya que la decepción y el descontento político no están
conectados con la deslegitimación de las instituciones y de los actores
politicos democráticos, pero si con el reconocimento de su importancia
relevante, unida a la desilusión por su funcionamiento. Esta desilusión está
cimentada en que al contrario de lo esperado, la práctica democrática mientras
más se mantiene en el tiempo más mediocre se torna, alejándose de cualquier
valor y concentrando el poder en pocas manos, sin aseguruar la redistribución
progresiva de la riqueza. Las élites se oligarquizan, las masas se despolitizan
y los medios o nexos de comunicación entre élites y masas se frivolizan (La
Rosa, 2007).
1.19.-
Desinterés
Esta
actitud está íntimamente unida al grado de confianza que los ciudadanos
depositan en las instituciones de representación política en general, y en
especial, en los partidos políticos. Sven Beckert (2000:560-568) refiere que el
desinterés generalizado de los votantes es una muestra del disgusto hacia los
políticos en general, convencidos que el activismo político es tarea de unos
pocos que buscan obtener el apoyo de la ciudadanía desinteresada.
Madueño
(2005), expone que cuando los ciudadanos se hallan en una situación política
precisa que ofrece innovaciones, la implicación política de los ciudadanos
presenta mayor interés por lo que allí sucede, para más luego retornar o
replegarse hacia la esfera de sus propios intereses, desinterés o frustración.
No obstante, el bajo nivel de implicación política no se considera que logre
afectar el elevado nivel de legitimidad que la democracia evidencia, sino
solamente se puede identificar a este fenómeno como el de las democracias
desafectas. Además, el desinterés hacia la política se juzga como la regla general
en términos de agregados, empero ésta parece asumir múltiples variaciones
cuando la vinculamos con las estructuras de diferenciación y desigualdad
preponderantes en nuestras sociedades. En principio, este fenómeno apoya la
tesis clásica de los estudios culturales de la década de los sesenta,
particularmente aquellos sobre la compatibilidad del apoyo a la democracia
(legitimidad) con una ciudadanía escasamente implicada en el sistema político.
La
evolución del interés de los ciudadanos en la política durante los años de vida
democrática latinoamericana pone de resalto dos hechos esenciales. Por un lado,
la presencia de un importante sustrato en la sociedad de desinterés y apatía
hacia los asuntos políticos, hecho que impregna toda valoración que se haga de
los procesos de relación que los ciudadanos de nuestra Región mantienen con sus
sistemas políticos nacionales. Por otra parte, un fundamento que guarda
estrecha interconexión con la generalizada sensación de impotencia política.
Por lo tanto, este fenómeno, no es coyuntural, sino que -por el contrario- por
su dinámica y persistencia en el tiempo forma parte de nuestra cultura
política. Igualmente, este fenómeno viene acompañado por los altos índices de
desconfianza hacia las instituciones, entre la relación de abstencionistas
“críticos-desconfiados” y los “desafectos” o “apáticos recurrentes”.
1.20.-
Desvinculación de la ciudadanía del espacio público
Henry
Giroux (2003)
afirma que el cinismo ha sido y sigue siendo una fuerza impulsora en la cultura
política de EE.UU., una fuerza que comprende tanto la crítica social como la
imputación de inutilidad de toda acción y/o participación política. Él sostiene
que somos testigos (y parte) de "la caída del discurso público, la
creciente militarización del espacio público, y el surgimiento de un aparato
estatal empeñado en sustituir los servicios sociales por las funciones
policiales” (Ibíd.:31), y que "ahora el totalitarismo reside en una
profunda aversión por todas las cosas sociales, públicas y colectivas"
(Ibíd.:55).
1.21.-
Distanciamiento
El
término desafección no agrada a todos. Algunos prefieren hablar de
“distanciamiento”, porque referirnos a desafección implica culpar a los
ciudadanos “ellos son los desafectos”, cuando en realidad quien se ha distanciado
de la ciudadanía es la clase política. La desafección política en tanto
desconfianza hacia el sistema, indica un distanciamiento o desapego de los
ciudadanos con respecto al sistema político (Madueño, 2007:54).
1.22.-
Escepticismo / Demo-escepticismo
Conversi (2006:156-182) define al demo-escepticismo (demo-skepticism
/demoesceptique) como el prejuicio y la desconfianza relacionados con las
transiciones democráticas y sus resultados insatisfactorios. Keppis (2003)
refiere que el escepticismo democrático es consecuencia del profundo desencanto
que experimentan la mayoría de los latinoamericanos en torno al sistema
democrático que se conoce y practica en sus respectivos países.
José Luis Tejeda (2004:676), por su parte indica que el
electorado ya no acepta “embustes” de los líderes políticos; aunque ello no
significa en modo alguno que haya resuelto prescindir de la política, sin
perjuicio que el elector se hubiere tornado escéptico ante el poder, del que
duda y desconfía.
Isabelle Fortier (2003:3) explica que debido a la crisis
de confianza que sacude las instituciones políticas y las organizaciones
públicas, discutimos cada vez más de cinismo de los ciudadanos hacia el Estado.
Este escepticismo mina la participación ciudadana, fundamento de un ideal
democrático del que se teme por otro lado que sea quebrantado por
contradicciones cada vez más profundas. Comprobamos el uso frecuente del
término para describir las reacciones de los ciudadanos frente a la decadencia
de las instituciones políticas y públicas y de sus representantes, o para
cualificar la apatía de los electores y explicar el absentismo electoral.
Este proceso de escepticismo se enmarca en una crisis del
sistema democrático, de aprensión frente al efecto real de la alternancia. Para
un sector ciudadano, la democracia es una farsa. Quizás no sea el sector más
dado a matices, pero la opinión es grave y no debe ser ignorada (Moix, 2004).
El demo-escepticismo como concepto, ha surgido
recientemente en EE.UU. en académicos de diferentes tendencias ideológicas como
Amy Chua (2003), Roland Paris (2004) o Jack Snyder (2000). El escepticismo
instaura la duda intelectual frente al conocimiento. Ya que no se puede conocer
nada con certeza, hay que suspender una actitud de duda permanente. Interrogar,
debatir, descubrir sus premisas: un escepticismo sano está en el corazón de una
democracia verdadera y en el corazón de una libertad de pensar en individuos en
su seno.
Pero la duda es el cinismo más profundo, se trata de una
incertidumbre sobre las intenciones, la sinceridad o la integridad de una
persona. Esta sospecha sugiere la presencia de motivos ocultos detrás de una
idea, una acción, o incluso una institución. El más cínico es el que cuestiona
la realidad social, pero basado en hipótesis que consideran pervertidos a los
principios de los demás, y rechaza cualquier cosa que se ha construido sobre
ellos. El argumento cínico lleva a la descalificación en bloque y se traduce en
una actitud de generalizada desconfianza hacia la sociedad, sus pactos, sus
valores, sus símbolos y sus instituciones (Fortier, 2003:4).
1.23.-
Extrañamiento
Para
Donald Stokes (1974) la participación restringida es un índice de la alienación
de la masa de ciudadanos respecto del sistema de partidos, el régimen o la
sociedad en conjunto. La alienación política conlleva la sensación de estar
fuera del juego, de no tener peso e influencia en las decisiones, es decir una
sensación general de impotencia. El sentido de aislamiento y extrañamiento lo
acompaña también la frustración, la desconfianza, la sospecha y la hostilidad
respecto a la política o por lo menos de algunos de sus componentes.
Estrechamente
relacionado al respecto se encuentra el concepto de anomia, aun cuando el hecho
de que el ciudadano anómico eluda la participación social y política, presupone
una hostilidad real pero menor por su parte que el ciudadano alienado. Quienes
consideran la no participación como consecuencia de un desinterés, así como
otros la imaginan resultado de una alienación real respecto de la política,
tienden a emitir juicios muy diferentes sobre perspectivas de la democracia
liberal.
1.24.-
Frustración con los gobiernos democráticos (Frustration with
democratic governs)
Anscombe
(1976:53); Brooks (1985:250-261) y Sorensen (1982:272-273) utilizan el concepto
de frustración democrática (democratic frustration) para indicar la
actitud de los electores de desafección hacia el sistema político. Freeman
(1997) considera que la inmigración ha sido una fuente de descontento político
y la frustración en las democracias occidentales.
1.25.-
Hastío con los políticos (Politikverdrossenheit)
Es
una formulación de los autores alemanes tales como: Arzheimer (2002); Birke y
Brechkten (1995); Huth (2004); Maurer (2003); Patzelt (1993:31-38); Pickel
(2002); Holtz-Bacha y Wolling (1999). Politikverdrossenheit puede ser traducido
como como “disgusto y hastío por la política”[ix].
Es interpretada como la actitud negativa de los ciudadanos en relación con las
actividades políticas y sus estructuras. Comprende el desinterés y el rechazo
por la acción política y conduce a la falta participación política en los
procesos democráticos. Esta actitud abarca tanto al orden político en general,
como a los resultados de las políticas gubernativas. En 1992
“politikverdrossenheit” fue declarada la palabra del año. Incluye a la “parteienverdrossenheit”
(hastío con los partidos).
La
Ciencia Política alemana ha discernido que las razones de la politik / parteienverdrossenheit
obedece a una multiplicidad de razones, tales como: incumplimiento de las
promesas de campaña; impotencia y angustia de los votantes frente a los
candidatos propuestos por los partidos; errores en las políticas; egoísmo y
falta de autocrítica de los políticos; falta de comprensión de los políticos
respecto de las preocupaciones de los votantes; fragmentación de las opciones
electorales; bajo nivel de educación cívica contrastando con una cada vez mayor
participación en organizaciones y movimientos sociales; evaporación de las
diferencias de programas entre los principales partidos; la degradación social
(Sozialabbau) y el énfasis de los medios de comunicación en los
conflictos y escándalos políticos, entre otras.
Para Madueño (2007:54) la desafección en tanto
desconfianza política hacia el sistema, puede configurar una suerte de
“síndrome de fatiga recurrente o permanente”, en el cual hallamos ciudadanos
ocasionalmente insatisfechos integrados al sistema político. Algunos pueden
transitar puntos intermedios de insatisfacción y otros logran alcanzar un polo
negativo constante definido como “hostilidad hacia el sistema político, la
clase política y los actores políticos.”
1.26.-
Hipocondriasis social
Schinkel
(2007) sugiere que el malestar en la democracia nos motiva a pensar en un
momento de hipocondriasis social (sociale hypochondrie) porque la
sociedad se halla inmersa en el miedo -al terrorismo, al cambio del canon
cultural y a la integración-; es presa de una incertidumbre que la inmoviliza
sin saber adónde ir. Esa hipocondriasis social es una nueva forma de racismo
fundado en la exclusión sobre la base de características culturales. La
hipocondriasis social es llamada así por el sociólogo holandés Schinkel para
identificar al actual pesimismo social caracterizado por una extrema obsesión
por la enfermedad social, los dolores y padecimientos de nuestro tiempo.
Utiliza para ello la metáfora del cuerpo humano (cuerpo social), aunque aclara
que el cuerpo humano es mortal y la sociedad, no.
1.27.-
Impotencia (Powerlessness)
Refleja
la impotencia del individuo ante la creencia o el convencimiento de que él es
incapaz de influir en el curso de los acontecimientos políticos y sus
resultados (Southwell, 2008:133) y que por otra parte el poder carece de fuerza
y se ha tornado deficiente y débil (weak and feeble).
Japalayan
(2002:222) entiende que surge la impotencia política cuando un ciudadano siente
que no puede hacer nada para participar o influir en las acciones, medidas o
decisiones de los gobernantes o de los organismos gubernamentales. La
impotencia es una de las formas de manifestarse el descontento político, siendo
las dos restantes: la falta de sentido político (political meaninglessness)
y el auto-distanciamiento (political self-estrangement)
1.28.-
Incompetencia democrática (L'incompétence démocratique)
El
concepto es introducido por Breton (2006), quien explica que existe una
profunda distancia entre la democracia ideal y su realización. El malestar
democrático es para él, más una cuestión de habilidades prácticas,
particularmente en el campo discursivo y de las relaciones con los demás, que
de convicciones o de instituciones infravaloradas. Así, la pérdida de la
palabra está en el corazón de la crisis que atraviesa toda la sociedad
contemporánea. Pero, es dable señalar que el malestar en las democracias
modernas no procede de una falta de deseo de los valores democráticos.
1.29.-
Indiferencia
Entendida
como sinónimo de apatía. Según Giacomo Sani (2002:76) la indiferencia o apatía
política es un estado de extrañamiento, pasividad y falta de interés respecto a
las instituciones, valores y líderes políticos existentes, y produce como
consecuencia que los ciudadanos se consideren extraños o forasteros en su
propia sociedad.
1.30.-
Insatisfacción política
Madueño
(2007:54) define a la insatisfacción (con la realidad) política como aquella
actitud que expresa el desagrado por las diferencias entre las expectativas que
produce un objeto social o político -significativo- y los resultados que no
responden suficientemente a los deseos o aspiraciones de los ciudadanos.
Podemos señalar que es una relación asimétrica entre expectativas y resultados.
Empero, Hofferbert y Klingemann (2001) sostienen que la insatisfacción con la
democracia puede ser un buen estimulante, más que una amenaza para la vitalidad
de cualquiera de las democracias establecidas o nuevas.
1.31.-
Non-involved citizens
Nombrados
así por Huyse (1969), los “non-involved citizens” vienen a ser el
opuesto de la “socially engaged citizenship” (ciudadanía socialmente
comprometida) enunciada por Giroux (2003:3). Joshua Downing (2001), por su
parte entiende como sinónimo de non-involved citizens a los ciudadanos
apolíticos o no comprometidos. Aunque paradojalmente, los ciudadanos no involucrados
son menos capaces
que sus contrapartes más activos de absorber productivamente las teorías y los
acontecimientos políticos en su conjunto (Neill, 2011).
Los
principales ejemplos de este fracaso de participación son los mecanismos
cognitivos de defensa que los desertores cívicos emplean para justificar su
abandono de la esfera pública : el cinismo de los ciudadanos y la falta de
confianza en el funcionamiento de los procesos políticos contemporáneos, la
creencia de que su participación personal en el esfera pública no es capaz de
lograr una diferencia política significativa, y su incapacidad para diferenciar
sus intereses personales con los intereses generales de la sociedad (Galston,
2007: 625-26 ).
1.32.-
Pérdida de respeto a los políticos (Utspillspolitikere)
Aslak
Syse (2007) y Einar
Øverenget (2007) dan el concepto de “utspillspolitikere” es decir,
cuando la ciudadanía advierte que no cree en lo que dicen ni hacen los
políticos; que éstos no cumplen lo que prometen, pero buscan en un corto plazo
ganancias políticas a través de los recursos retóricos, se pierde el respeto a
los políticos. Advierten que se registra una brecha creciente entre los
políticos que sólo hablan unos con otros en sus propios términos y una
población que es pasiva en un debate que los afecta, pero en el cual no son
escuchados.
Clemets
(2012) esgrime que los políticos conforman un variopinto abanico, del cual es
injusto pluralizar o generalizar, ya que no son todos iguales ni todos mienten
o prometen por igual. Los hay más o menos conocidos, más o menos populares, los
muy activos en las tribunas políticas y parlamentarias, los que nunca hablan ni
poseen dones de retórica, más o menos educados, más o menos visibles en los
medios de comunicación, con más o menos experiencia en la actividad privada,
con conocimientos amplios y holísticos o de temas que solo a ellos les
interesan, buenos o malos administradores, unos trabajan efectivamente y otros
se dedican a los rumores políticos y a obtener beneficios personales. De ahí, que
paulatinamente la ciudadanía ha comenzado a perder el respeto que otrora tenían
sus líderes y legisladores.
1.33.-
Política vacía de sentido (Political meaninglessness)
Representa
una evaluación más general de cuán receptivas son las instituciones políticas a
las aportaciones de todos los individuos en la sociedad, no sólo la propio
individuo. Esta dimensión se refiere a las creencias acerca de si los partidos
políticos ofrecen opciones significativas entre los candidatos, si las
elecciones proporcionan una eficaz manera de que los ciudadanos influyan en el
sistema político, y los órganos electivos son representativos del público en
general (Gilmour y Lamb, 1975).
Mabroka
al-Werfalli (2011) señala que el
otro uso importante del concepto de alienación puede resumirse en el concepto
de "political meaninglessess". La misma significa que el ciudadano
considera que las opciones que se le ofrecen son irrelevantes; que son, de
hecho, “no opciones”. De esta manera, el ciudadano siente que no tiene ninguna
opción verdadera en la toma de decisiones. Por su parte, Japalayan
(2002:222-223) agrega que la política carente de sentido se produce cuando una
persona no es capaz de entender
la opciones políticas, ni de predecir sus probables
resultados.
1.34.-
Sentimientos negativos (Onderbuikgevoelens)
Autores
holandeses (Verschuuren,
2004:81-92; Boogers y Weterings, 2002) engloban todas las actitudes negativas
de los ciudadanos con el poder político bajo el concepto de onderbuikgevoelens.
Este término en neerlandés tiene un sentido peyorativo y se ha comenzado a
generalizar para referirse a los sentimientos de insatisfacción y descontento
para con los gobiernos, los políticos y los partidos. Vulgarmente se entiende
por onderbuikgevoelens (“sentimientos de bajo vientre”) hacia los
políticos, como que éstos causan (en sentido soez) “dolor de estómago” a la
ciudadanía con sus decisiones y enfrentamientos.
2.-
CONCLUSIONES
La
actitud de distanciamiento entre ciudadanía y política ha encontrado su mejor
expresión en el término desafección política; una locución profusamente
utilizada en la literatura de fuste pero que arrastra grandes dificultades para
definir sus contornos conceptuales. Montero, Gunther y Torcal, dan algunas
trazas interesantes cuando afirman que:
“…
Si se considera [la desafección política] como una especie de síndrome, sería
posible situar sus síntomas en un continuo (...) Entre los síntomas más
importantes de esta gradación se encontrarían el desinterés, la ineficacia, la
disconformidad, el cinismo, la desconfianza, el distanciamiento, la separación,
el alejamiento, la impotencia, la frustración, el rechazo, la hostilidad y la
alienación. Se trata por tanto de una familia de conceptos diversos que capta
unas orientaciones básicas hacia el sistema político cuyo denominador común
radica en: “la tendencia hacia la aversión de su componente afectivo” (Montero, Gunther y
Torcal, 1998:25).
Pero
aún más importante que esta descripción de las expresiones actitudinales en las
que se plasma la desafección democrática, es la conclusión a la que llegan los
autores sobre la necesidad de separar conceptual y empíricamente la desafección
hacia el sistema político de la insatisfacción y de la legitimidad. Por tanto,
el significativo incremento de la desafección entre los públicos de las
democracias occidentales no cabe interpretarlo como fruto de un eventual
disgusto con los rendimientos políticos o institucionales del sistema ni
tampoco de una puesta en cuestión de las bases de la legitimidad democrática.
Tanto
una posición como otra no explican esa sensación creciente de que las
instituciones políticas democráticas son incapaces de adaptarse a los profundos
procesos de cambio sociopolítico, en los que están inmersas nuestras sociedades
y que hacen que los ciudadanos se relacionen con la esfera de lo público, desde
coordenadas muy distintas a las de hace unos años. El resultado, por
consiguiente, no es descontento más o menos crítico u oposición antidemocrática
sino alejamiento y recelo respecto al sistema político, especialmente, en
relación a aquellos que se ocupan de la toma de decisiones.
La
multiplicidad de términos relacionados con la desafección y el malestar, que
estudiamos en la taxonomía desarrollada (sin pretensión enciclopédica), nos
demuestra que en todos los puntos del orbe, los pensadores, políticos y
ciudadanos están abocados en discernir las causas y las alternativas de
superación de las más diferentes modalidades de distanciamiento, cinismo,
apatía, insatisfacción, y alejamiento, pero subrayando que ello no implica que
sean refractarios ni enemigos al régimen democrático ni a los derechos ni
ventajas de la vida en democracia. Sin embargo, los políticos
–mayoritariamente- no reciben la aprobación popular a raíz de reiteradas
prácticas de corrupción, venalidad, arrogancia, promesas incumplidas, bajo
compromiso personal y mesianismo.
Concluimos,
en que el pentágono de la “D” que conforman la “desafección”, la “desconfianza”,
la “decepción”, la “desconexión” y el “desinterés” por la política, establecen per
se la más grave anomalía que puede darse en una democracia. Los ciudadanos
y la clase política deben propender al florecimiento de la actividad. Sostener
un albur inevitable, únicamente cosechará rechazos, apatía, incuria y perenne
pesimismo social.
La
forma ideal de superar las funestas cinco “D” y recuperar la afección, la
confianza, la ilusión, la conexión y el interés por la Política, es persuadir a
la ciudadanía de las bondades de la democracia a través de una mayor participación
en pos de una mejor calidad, con militancia religiosa en la observancia de la
ética social, la honradez republicana y la lucha por el bien común.
3. - BIBLIOGRAFIA
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Universidad John F. Kennedy, diplomado en Derecho Procesal Penal (UNC) y
doctorando en Ciencia Política CEA-UNC. Tesis doctoral: “Malestar, crisis y
reformulación en las democracias sudamericanas: Un análisis de casos”. Es
árbitro de la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, consultor
independiente de Plataforma Democrática-Fundación iFHC-Centro Edelstein y
miembro de la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP), Consejo Argentino
para las Relaciones Internacionales (CARI) y Sociedad Argentina de Escritores
(SADE).