Revista de Ciencia Pol�tica
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Revista Nº15 " TEORÍA POLÍTICA E HISTORIA "

Resumen

 

 El trabajo indaga en la construcción político-cultural de la hegemonía menemista. En ese contexto, analiza lo que define como la doble dimensión ideológica. Partiendo desde un marco teórico y metodológico basado en la Teoría lacaniana de la Ideología de Slavoj Zizek, y algunos aportes teóricos complementarios del propio Lacan, pretende dilucidar, de forma interpretativa, las principales modalidades que asumió el proceso de legitimación psico-política y sociocultural del menemismo. Específicamente, se centra en las particularidades que definieron a este proceso a partir de la aplicación del Régimen de Convertibilidad.

 

Abstract

 

This work investigates cultural and political construction made by the hegemony of Menemism. In that context, the paper defines and analyzes a double ideological dimension. Appealing to a theoretical and methodological framework based on Lacan’s theory of Ideology thought by Slavoj Zizek and some theoretical contributions of Lacan, the present paper aims to clarify the main features of the process of psychological, political and cultural legitimacy of Menemism. We will focus on some peculiarities that defined the process since convertibility monetary regime was put into practice.

 

 

La construcción político-cultural de la hegemonía menemista. La doble dimensión ideológica [1]

 

                                                                                                                Hernán Fair [2]

 

 

 

1. Introducción

 

El siguiente trabajo se propone indagar acerca de la construcción político-cultural de la hegemonía menemista. En ese contexto, analiza las características que asume lo que define como la doble dimensión ideológica del discurso de Menem. Partiendo desde un marco teórico y metodológico interpretativo basado en la Teoría lacaniana de la Ideología de Slavoj Zizek y algunos aportes teóricos complementarios del propio Lacan, pretende dilucidar las principales modalidades que asumió el proceso de legitimación psicopolítica y sociocultural del menemismo. Específicamente, se centra en las particularidades que definieron a este proceso a partir de la instauración del Régimen de Convertibilidad, de abril de 1991, examinando, en un nivel más amplio, las características asumidas durante la primera presidencia de Menem (1989-1995). Se parte de la base que la Convertibilidad, junto a una amplia cadena de significantes adosados (entre los que se destaca especialmente la estabilidad monetaria), se edificó discursivamente como un “Significante Amo” que funcionó como “punto nodal” hegemónico de sutura imaginaria de lo social. En ese contexto, se sostiene que la construcción político-cultural o ideológica del discurso menemista logró obtener una amplia y duradera legitimación social que puede comprenderse a partir de una doble dimensión de análisis articulada. Por un lado, como un respaldo social efectivo derivado de la fantasía del “1 a 1”, en tanto fuente de goce inconsciente que suple lo Real, llenando imaginariamente la falta estructural ausente. Por el otro, como un apoyo fetichizado de aquéllos sectores sociales que, debido a la lógica del fetichismo de la mercancía, materializan en la práctica cotidiana su propia creencia. De este modo, al significante Amo como fuente de goce del sujeto se le incorpora un plus de goce que, partiendo del fantasma primordial como su condición de posibilidad, se legitima en una lógica de estructuración práctica y de sentido común basada en el “lo hacen y, por lo tanto, no lo saben”. Finalmente, en una segunda etapa del trabajo, se afirma que la doble dimensión de la ideología menemista, en un marco sociohistórico y cultural más amplio signado por la declinación de la imago paterna, coadyuvará a generar una identificación idealizada en torno al objeto parcial Convertibilidad, lo que terminará por investir catexialmente al discurso menemista, quien se presentará como su garante de conservación y permanencia temporal.    

 

2. Ideología: Antecedentes de una noción crucial de la teoría y la filosofía política [3]

 

Los antecedentes de la noción de ideología, aunque forjado originariamente por Cabanis y Destutt de Tracy a fines del siglo XVIII (Althusser, 1988: 120), nos remiten indefectiblemente a la obra de Carlos Marx y, más específicamente, al Marx de “La Ideología alemana”. Como es sabido, allí el teórico alemán definía a la ideología como una “falsa conciencia” de la posición de clase, fenómeno que era posible a partir de la relación que establecía la clase capitalista entre la defensa de sus intereses particulares y la defensa ilusoria del interés general de la sociedad (Marx y Engels, 2001). Esta concepción subjetivista, que entra en contradicción con la línea más objetivista derivada de textos como el “Prefacio de la Contribución a la Economía Política” (respecto de la diferencia entre estas dos concepciones, véase Laclau et al., 1991) sería luego retomada y reformulada parcialmente por el estructuralismo marxista del filósofo argelino/francés Louis Althusser. Básicamente, Althusser (1988) destacará la necesidad de incorporar a la función represiva del Estado, su función consensual o ideológica. En ese marco, hará hincapié en la función que ejercen los Aparatos Ideológicos del Estado (religiosos, escolares, familiares, jurídicos, políticos, sindicales, de información y culturales) en la reproducción material de la ideología dominante. La primera tesis central de Althusser, que a su vez juega como su definición oficial, señala lo siguiente: “La ideología es una representación de la relación imaginaria entre los individuos y sus condiciones reales de existencia” (p. 123). Según Althusser, todos los hombres se representan su realidad del mundo, sus condiciones de existencia, de una forma imaginaria que deforma la realidad de sus condiciones reales (verdaderas) de existencia. Sin embargo, más que preguntarse por la “causa” de esta construcción imaginaria, que en algunos trabajos de Marx era la “alienación” de las verdaderas relaciones de existencia, se pregunta cuál es la función que ejerce esta construcción imaginaria (pp. 125-126).

 

Esta recuperación de la dimensión ideológica lo lleva a señalar la segunda de sus tesis centrales: “la ideología tiene existencia material” (p. 126). En efecto, para Althusser lejos de tener una existencia ideal o espiritual, al estilo del idealismo alemán, la ideología, en tanto “deformación imaginaria”, tiene una existencia plenamente material. Esta materialidad, afirma Althusser, se “inserta” en “prácticas” y “rituales” específicos. Así, cuando uno cree en Dios, “va a la Iglesia, asiste a misa, reza, se confiesa, hace penitencia”. Del mismo modo, si un individuo cree en el deber, apela a ciertas “prácticas rituales” que sirven, digamos, como su soporte. Así, si cree en la Justicia, uno se somete, entonces, a las reglas del derecho, participa de manifestaciones y peticiones legales, etc. De este modo, se puede observar que “las ideas de los sujetos existen en sus actos, o deben existir en sus actos”. En otras palabras, las ideas tienen una “existencia material” en un “aparato ideológico”. Así, como señala Althusser a partir del ejemplo de Pascal, cuando uno se pone de rodillas y reza, entonces es que ya cree (pp. 126-128). Esto le permite concluir que “la existencia de las ideas es material, en cuanto sus ideas son actos materiales insertos en prácticas materiales normadas por rituales materiales definidos por el aparato ideológico material del cual derivan las ideas de este sujeto” (p. 129).

 

Este novedoso enfoque iniciado por Althusser constituye, junto a los aportes de Gramsci y de Bajtín y Voloshinov, un inestimable avance dentro del marxismo más tradicional u ortodoxo, que creía que la economía determinaba casi mecánicamente a lo político-ideológico a partir de la metáfora base-superestructura. Sin embargo, a pesar de su notable esfuerzo, la crítica althusseriana a los enfoques economicistas, como dijimos, sólo es posible para Althusser situándose en el tradicional campo de la Ciencia marxista (la Ciencia del materialismo dialéctico de “El Capital”), lo que se opondría a la Ideología burguesa para criticar la falsa representación de las relaciones sociales objetivas derivadas de la interpelación de los sujetos en Sujetos.

 

Es, precisamente, este intento de integrar a la supuesta “ciencia” marxista con la filosofía política marxista con pretensiones de alcanzar su mismo status “cientificista”, el punto que sería, junto con el esencialismo de clase “en última instancia”, el motivo de crítica de los enfoques postestructuralistas, entre las que se destacarían el enfoque postmarxista de Ernesto Laclau y, en un plano más psicoanalítico, el enfoque lacaniano de la ideología de Slavoj Zizek. Dejando de lado las diversas críticas del enfoque laclausiano (véanse Laclau y Mouffe, 1987; Laclau, 2006a), nos interesa centrarnos en los valiosos aportes del teórico y filósofo esloveno. 

 

2.1. Los aportes de la Teoría psicoanalítica de la ideología de Slavoj Zizek

 

La obra de Slavoj Zizek presenta un novedoso proyecto teórico de análisis que intenta integrar de modo ecléctico los aportes teóricos y filosóficos del marxismo, con el kantismo, el hegelianismo y el psicoanálisis lacaniano. En relación a los pensadores más contemporáneos, pueden hallarse algunas influencias de los aportes del enfoque postmarxista de Ernesto Laclau, con quien, sin embargo, mantuvo en los últimos tiempos algunas diferencias (véase Zizek, 2003a). Precisamente en este punto, que lo ha llevado a seguir un camino divergente al teórico argentino, es donde quisiéramos centrarnos, para destacar las valiosas contribuciones conceptuales a lo que Zizek ha dado en llamar la Teoría psicoanalítica de la ideología.

 

Lo que viene señalando Zizek desde sus trabajos iniciales es que la Teoría de la hegemonía de Laclau resulta adecuada y pertinente para analizar los fenómenos sociopolíticos contemporáneos, al hacer hincapié en el antagonismo como constitutivo de toda sociedad, del mismo modo que la desconstrucción derridiana permite destruir toda la metafísica Occidental, mostrando que su condición de posibilidad es, a su vez, su condición de imposibilidad. Sin embargo, el filósofo esloveno sostiene que este tipo de análisis desconstructivos y postmarxistas no logran dar cuenta de un abordaje más estructural de la formación identitaria. Según afirma Zizek, sólo a partir del psicoanálisis lacaniano es posible desarrollar una crítica más profunda a la ideología dominante [4] . Esta crítica, para ser tal, debe partir de la base, como lo hace el propio enfoque de Laclau en alguno de sus textos (Laclau, 2006a), de que la crítica ideológica es siempre intra-ideológica, es decir que, a diferencia de lo que creía Althusser, al menos en su primera etapa estructuralista de los Aparatos ideológicos del Estado [5] (Althusser, 1988), la crítica no puede ser situada por fuera de la ideología en una especie de objetividad científica que permite develar la realidad social externa no contaminada de valores. En efecto, la ideología no puede ser denunciada, como lo hacía también la Escuela de Frankfurt, como “falsa conciencia”. El punto de partida de la crítica de la ideología, según Zizek, debe ser “el reconocimiento pleno del hecho de que es muy fácil mentir con el ropaje de la verdad” (Zizek, 2003a: 14).

 

A partir de esta afirmación, Zizek se distancia, no sin inconvenientes [6] , del marxismo, que “desde la distancia neutral del metalenguaje, se cerciora de la tendencia objetiva de la historia hacia el comunismo; luego, elabora la ideología proletaria para inducir a la clase obrera a cumplir su misión histórica”. Del mismo modo, se aleja también del neomarxismo de la Escuela de Frankfurt, “en la que la distorsión ideológica se deriva de la forma mercancía hasta la noción de razón instrumental, que ya no se basa en una realidad social concreta sino que, en cambio, es concebida como una especie de constante primordial antropológica, incluso cuasi trascendental, que nos permite explicar la realidad social de la dominación y la explotación” (Zizek, 2003a: 16). Para Zizek, al igual que para Laclau (2006a), la realidad es siempre, y necesariamente, ideológica, ya que “para el análisis del discurso, la noción misma de un acceso a la realidad sin el sesgo de dispositivos discursivos o conjunciones con el poder es en sí misma ideológica. El ´grado cero´ de la ideología consiste en percibir (erróneamente) una formación discursiva como un hecho extradiscursivo” (Zizek, 2003a: 18).

 

Pero si “la realidad es indistinguible de la ideología” (Zizek, 2003a: 23), entonces, ¿cuál es el gran aporte que realiza Zizek para complementar el análisis necesariamente intraideológico de la ideología? Para desarrollarlas, veamos, brevemente, las críticas que le hace Zizek a la visión material de la ideología de Althusser. Como hemos dicho, para Althusser la ideología interpela al sujeto convirtiéndolo en Sujeto, y esa interpelación se realiza en la práctica, esto es, en la realidad cotidiana del sujeto. Zizek retoma y acepta este último punto, que tiene su origen en Pascal, para señalar, del mismo modo que el filósofo francés, que toda creencia, lejos de ser un estado “íntimo”, puramente mental, en realidad “se materializa siempre en nuestra actividad social efectiva: la creencia sostiene la fantasía que regula la realidad social” (Zizek, 1992: 64). En efecto, la materialización de la ideología no es meramente “teórica” o “mental”, sino que, tal como lo ha analizado también el sociólogo Pierre Bourdieu, se realiza en el “sentido práctico” y cotidiano de los sujetos [7] (Bourdieu, 1991). Al igual que Althusser, Zizek afirma que “encontramos razones que confirman nuestra creencia porque ya creemos: no es que creamos porque hayamos encontrado suficientes buenas razones para creer” (Zizek, 1992: 66). De este manera, cuando un sujeto sigue una creencia, por ejemplo, cuando cree en la prensa independiente, en las elecciones limpias y en el mercado, ya cree en la ideología liberal sin saberlo [8] (Zizek, 2003a: 17). Del mismo modo, cuando uno sigue los rituales del fascismo, ya cree de forma efectiva en esta ideología organicista sin saberlo, e incluso sin quererlo. Es por eso que Zizek señala, siguiendo los aportes de Althusser y de Sloterdijk, que la realidad no se encuentra en el saber, sino en el hacer, esto es, que lo que entendemos por realidad social se encuentra apoyado por la experiencia de lo que hacemos, la materialización práctica y corporal que evidenciamos cotidianamente.

 

Sin embargo, si la ideología tiene necesariamente una “existencia material” que se materializa en prácticas ideológicas, rituales e instituciones [9] (Zizek, 2003a: 20), lo que agrega Zizek, desde su particular interpretación lacaniana, y diferenciándose de Pascal y del propio Althusser, es que la “costumbre externa es siempre el soporte material para el inconsciente del sujeto” (Zizek, 1992: 69). Es decir, que existe una creencia inconsciente que va más allá de la creencia cotidiana y que sirve como la apoyatura no consciente de la creencia material. Como lo resume el teórico y filósofo esloveno: “cuando nos sometemos a la máquina del ritual religioso, ya creemos sin saberlo: nuestra creencia ya está materializada en el ritual externo; en otras palabras, ya creemos inconscientemente, porque es a partir de este carácter externo de la máquina simbólica como podemos explicar el estatus del inconsciente como radicalmente externo” (Zizek, 1992: 73).

 

Como destaca Zizek, esta teoría pascaliana de la materialización corporal se encuentra analizada en la noción de AIE de Althusser que hemos resumido anteriormente. Sin embargo, el problema que observa Zizek en el enfoque althusseriano, más allá de criticarle su pretensión de objetividad derivada del saber supuestamente “científico” del marxismo, es que no puede dar cuenta de cómo se produce el efecto ideológico exitoso en el sujeto, esto es, cómo genera la ideología su efecto interpelatorio del sujeto en Sujeto. Lo que concluye Zizek es que esta “máquina” simbólica “ejerce su fuerza sólo en la medida en que se experimenta, en la economía inconsciente del sujeto, como un mandato traumático, sin sentido” (Zizek, 1992: 73).

 

Siguiendo la interpretación del enfoque psicoanalítico lacaniano (véase Lacan, 1971-1972, 2006, 2008), Zizek señala que lo que se olvida en la teoría althusseriana es la dimensión de deseo inconsciente, del goce derivado de la fantasía ideológica previa de alcanzar la unidad social plena que lleva todo sujeto. Este deseo eterno de alcanzar el Uno todo, el “rasgo unario” (Lacan, 1987: 147), es precisamente el soporte inconsciente que actúa como la condición de posibilidad de este reconocimiento ideológico del sujeto. Debemos tener en cuenta que, como bien señala Zizek a partir de Lacan, lo que llamamos “la realidad es una construcción de la fantasía que nos permite enmascarar lo Real de nuestro deseo” (Zizek, 1992: 76). En otras palabras, la realidad social sólo puede ser comprendida si se la estructura en el marco de una fantasía estructural de plenitud que es imposible o Real, en tanto está constitutivamente fallada. Este deseo primordial es, según la interpretación del psicoanálisis lacaniano, el deseo inconsciente de plenitud y transparencia de lo social que instaura el significante y genera, a partir de su prohibición simbólica, el deseo eterno de recuperar la unidad corporal con la Cosa. Sin embargo, como el retorno al paraíso mítico de la Cosa (la Madre) resulta estructuralmente imposible, esta recuperación sólo es posible realizarla de forma imaginaria por la vía del significante, que, en tanto representa al “rasgo unario”, se encuentra investido de fuente de goce para el sujeto [10] (Lacan, 1971-1972, 2006, 2008)

 

¿Qué implicancias tienen estas afirmaciones para el debate sobre la interpelación ideológica? Pues que, a partir de ahora, la ideología no es un sueño que construimos para huir de la realidad, sino más bien el elemento que actúa como soporte inconsciente de nuestra realidad cotidiana, esto es, el elemento que permite enmascarar el núcleo traumático, Real, que representa la dimensión de falta estructural que nos constituye. En otras palabras, la realidad que observamos cotidianamente oculta un deseo inconsciente, un fantasma o fantasía de igualdad social plena. Esta fantasía, a diferencia de lo que cree Althusser, es previa y condición de posibilidad de toda ideología que triunfa y, a diferencia de Laclau, va más allá de ser un antagonismo constitutivo de todo discurso, en tanto está investido de un mandato inconsciente (superyoico) de goce (goza!) que estructura, en un nivel más amplio y profundo, toda identidad social (Zizek, 1992, 2006). Así, por ejemplo, la ideología nazi, más allá de que busca eliminar los antagonismos constitutivos, y de allí que para Laclau (2006a) deba ser considerado una ideología, y más allá de que, como bien diría Althusser, logra materializarse en las prácticas y rituales tales como las concentraciones y desfiles masivos, las campañas de gran escala y la propaganda nazi, tiene éxito, sobre todo, ya que, a partir de sus metáforas unarias de raíz organicista, representa uno de los tantos ejemplos que permiten recuperar de modo imaginario la unidad corporal.

 

Pero además de este factor, que ya ha sido destacado por Lefort (1990), lo interesante de estas ideologías es que sólo logran proyectar esta imposibilidad estructural de unidad social en un eje externo (que a su vez es interno e ineliminable) representado, en este caso, por la figura del judío, en tanto símbolo, no importa si realidad o no, de los valores del capitalismo más explotador. La ideología, precisamente, se encuentra en la direccionalidad de todas las culpas en ese objeto externo del que nada quiere saberse y del que se goza en su exclusión, en tanto permite formar y conformar, así, la ansiada unidad social (la comunidad orgánica) plena (Zizek, 1992).

 

3. La doble dimensión de la ideología menemista

3.1. La fantasía inconsciente como fuente de “goce”

 

En el apartado anterior hicimos referencia, brevemente, a la relevancia que adquiere la Teoría psicoanalítica de la ideología de Slavoj Zizek para dar cuenta del mecanismo de interpelación ideológica. Resulta pertinente plantear ahora sus posibilidades de aplicación empírica en diversos estudios de caso. A continuación, brindaremos algunas reflexiones interpretativas en esta línea, a partir del análisis político del discurso menemista durante los años ´90. Analizamos en otro lugar (véase Fair, 2010a) de qué modo el proceso de identificación en torno al menemismo podía ser entendido a partir de un discurso político que se hallaba investido catexialmente a partir de la doble función lacaniana del goce y el plus de goce (Lacan, 2006). En el caso del goce, vimos que se hallaba vinculado a la entrada en escena del significante que, a partir de la prohibición (castración simbólica), genera el deseo inconsciente de unidad social en plenitud, un retorno que sólo puede realizarse por la vía del significante, el cual se encuentra investido de goce, precisamente, en tanto garantiza, siempre de forma imaginaria y parcial, la unidad plena con la Cosa. En el caso del “plus de goce”, se trata, en cambio, de un agregado o suplemento de goce que va más allá del deseo inmanente de unidad social que instaura el orden simbólico, y que se vincula con un exceso suplementario vinculado al cumplimiento del mandato superyoico que, desde el discurso hegemónico, nos exige imperativamente gozar (goza!) del proceso de acumulación económica capitalista y del consumo masivo de mercancías o letosas creadas para causar su deseo irresistible de ser adquiridas y consumidas (Fair, 2010a).

 

Resulta interesante abordar ahora este proceso tomando como eje las contribuciones de la llamada Teoría psicoanalítica de la ideología. Comencemos por la primera dimensión. Como destacamos, Zizek afirma, a partir de los cruciales aportes de Lacan, que toda ideología se constituye a partir de un rechazo al síntoma, que a su vez es situado o proyectado en un elemento externo que es acusado de impedir la mítica unidad social plena. En ese marco, resulta pertinente tener en cuenta, en primer lugar, la lógica de unificación social que garantizó el discurso menemista y, específicamente, la aplicación exitosa del Régimen de Convertibilidad. En efecto, es sabido desde Marx que la moneda, en tanta mercancía, representa un equivalente general que puede intercambiarse por cualquier otra mercadería. Sin embargo, la moneda no constituye sólo el equivalente general por excelencia, sino que, además, permite instituir lo social. Como destaca Hugo Quiroga (2005), la moneda permite vehiculizar el lazo social que une a los sujetos como tales. Precisamente, la caótica situación económica y social en la que accedió al poder el menemismo a mediados de 1989 se hallaba signada por la destrucción de la moneda nacional y la consecuente desarticulación de los lazos sociales. En ese marco de anomia general, la hiperinflación del período iniciado en febrero de 1989, y luego extendido a fines de ese año y de 1990, había generado un contexto de caos socioeconómico que fomentaría la presencia de saqueos a comercios y supermercados de todo el país y la existencia de múltiples conflictos sociales entre los propios argentinos, un panorama que algunos trabajos han asemejado a un “Estado de naturaleza“ hobbesiano, al que solamente le faltaría la guerra civil (Baldioli y Leiras, 2010). En ese contexto de “profunda desorganización económica” (Leiras, 2009: 100) podemos decir, retomando a Laclau (1996), que el orden social como objetivo deseable sólo se hacía presente a través de su ausencia en el seno de la comunidad (Fair, 2010a).

 

A pesar de que inicialmente el discurso de Menem se presentaría como el “salvador” de ese”infierno”, cuestión que se pondría de manifiesto con la famosa frase “Síganme”, de la campaña electoral de 1988, durante el período comprendido entre julio de 1989, cuando asumió oficialmente la presidencia, y marzo de 1991, cuando concluyó el segundo episodio hiperinflacionario, su discurso político de superación del caos anterior sólo tendría un éxito parcial en recuperar el orden ausente. No obstante, a partir de la aplicación y el posterior éxito de la Ley de Convertibilidad -inicialmente previsto como un plan antiinflacionario de paridad cambiaria fija de la moneda nacional y el dólar estadounidense que luego adquiriría una organicidad con las reformas estructurales-, el discurso menemista logró recuperar la estabilidad social, hasta entonces ausente en el seno de la comunidad. En ese marco, a lo que debemos sumar la represión efectiva al levantamiento militar “Carapintada” de diciembre de 1990, podemos decir que existe una primera función del discurso menemista que permitió instalar un principio de orden social comunitario, allí donde hasta entonces se hallaba ausente (Fair, 2010a, 2011b).

 

En el mismo sentido, podemos decir también que, a partir de los indultos presidenciales de 1989 y 1990, y la efectiva disipación de la amenaza de nuevos Golpes de Estado tras el fallido levantamiento”carapintada” de diciembre de 1990, el discurso menemista logró instalar un segundo principio político de orden comunitario. Mientras que el primer ordenamiento social se haría presente, básicamente, con los significantes “orden”, “paz” y “estabilidad social”, el segundo se edificaría mediante los significantes “reconciliación” y “pacificación” nacional. Cada uno de estos significantes anudados, junto con otros gestos simbólicos de “reconciliación nacional”, como la repatriación de los restos de Rosas para que descansen junto con los de Sarmiento, o el abrazo con el dictador antiperonista Isaac Rojas, simbolizarían, por la vía del significante, la función de colmar de su falta o ausencia, en este caso, de lo que era la inestabilidad, el caos, los conflictos y la fractura social del período anterior (Fair, 2010a, 2011b).

 

Como dijimos previamente, desde la teoría psicoanalítica lacaniana, cuando el significante funciona como un elemento que llena la falta estructural, es investido de un goce lenguajero para el sujeto (Braunstein, 2006). En otras palabras, la sutura imaginaria de la falta mediante el orden simbólico genera un goce inconsciente para el sujeto que se expresa por la vía del significante (Lacan, 1971-1972, 2008). En este caso, el retorno de la unidad imaginaria y fantasmática de la pacificación y reconciliación social sería investido libidinalmente de un goce inconsciente para el sujeto, en razón de que permitiría, precisamente, recuperar el retorno al mundo de unidad plena con el objeto, en este caso, la unidad social plena entre todos los argentinos, metáfora unaria que reemplaza la “imposibilidad de la relación sexual”, en los términos de Lacan (2006, 2008), o bien “la imposibilidad de la sociedad”, en los términos de Laclau y Mouffe (1987).

 

Pero además, la misma lógica de (re)producción material de la unidad corporal se haría presente a partir de la utilización corriente de diversas metáforas despolitizadas por parte del discurso menemista. En efecto, al igual que el discurso de Perón y sus tradicionales metáforas organicistas y biologicistas de la unidad social (Sigal y Verón, 2003), el discurso de Menem apelaría a varias metáforas despolitizadas. Entre ellas, debemos destacar la apelación constante al “hermanos y hermanas”, la cosmovisión de las relaciones internacionales como una “comunidad” o un “concierto” armónico y sin conflictos, o la idea del mundo como una “aldea global” carente de relaciones de poder y dominio (Fair, 2011c). En la misma línea, el Presidente solía decir en sus discursos que se debía realizar una “cirugía mayor sin anestesia” para “sanar” el “cuerpo social”, lo que implicaba realizar una Reforma del Estado cuyos efectos eran traumáticos, aunque necesarios. En todos los casos, se destacaba el mandato superyoico de gozar de la unidad social, la paz y la reconciliación nacional entre todos los argentinos que se derivaría de ese sacrificio (Fair, 2009a, 2011d).

 

Cabe destacar, para no generar confusiones, que en Lacan, a diferencia de Freud, el goce no es equivalente al placer. En efecto, mientras que el placer otorga felicidad al sujeto, el goce es, en muchos casos, doloroso y displacentero. Sin embargo, como en el masoquismo, que, al decir de Freud, se encuentra “Más allá del Principio del Placer”, se sigue, igualmente, el imperativo superyoico que nos exige gozar de la unidad y la reconciliación social [11] . En este caso, por ejemplo, el cumplimiento del mandato inconsciente del goce de la unidad llevaba a un sufrimiento que no era placentero (incluso generaba displacer), sino que era más bien gozoso, en tanto implicaba el sufrimiento de llevar a cabo la ”cirugía mayor sin anestesia”, con sus devastadores efectos. Sin embargo, como con las cirugías estéticas que muchos sujetos realizan compulsivamente con el objeto de cumplir los mandatos e imperativos de la moda capitalista actual, ese goce implicaría luego resultados positivos tras su cumplimiento, por lo que había que realizar el sacrificio, en este caso, el de la unificación, para lograr un futuro más placentero y mejor.

 

Del mismo modo, como hemos visto, en la mayoría de sus discursos, además de comenzar con la metáfora despolitizada “Hermanos y hermanas”, que claramente denota un mundo de unidad social plena, el Presidente hacía mención a la necesidad de alcanzar la unidad social tras décadas de “enfrentamientos” entre los propios argentinos. En la misma línea, el discurso presidencial hacía hincapié, ya desde la campaña electoral de 1988, en la necesidad perentoria de alcanzar la “pacificación” y “reconciliación social”, situación que luego le permitiría legitimar los indultos a los responsables del “Terrorismo de Estado”, firmados por él mismo durante el período 1989 y 1990, y una lógica similar aplicaría cuando intentara justificar discursivamente la firma del Pacto de Olivos con el radicalismo, a fines de 1993, un acuerdo político que modificaría discursivamente la “frontera de exclusión” en relación al pasado alfonsinista, para situar al Partido Radical dentro de la propia frontera interna del discurso menemista (Fair, 2011b, 2011d).

 

Esta necesidad perentoria de alcanzar la unidad y pacificación nacional representaba un nuevo intento de articular hegemónicamente a todos los sectores sociales en torno al proyecto neoliberal/neoconservador menemista. Sin embargo, como en las ideologías totalitarias, aunque en un grado cualitativo menor, la imposibilidad de alcanzar esa unidad mítica era proyectada en un objeto exterior (a su vez interior) que impedía el logro del objetivo a seguir. En ese marco, el fuerte discurso de unidad social del menemismo se hallaba relacionado con otro discurso paralelo que excluía discursivamente a una porción de la comunidad, en este caso, representado por los Otros del menemismo, es decir, todos aquellos discursos opositores a sus políticas públicas. Este potente discurso de exclusión y rechazo sistemático de la alteridad, en particular en relación a aquellos sectores políticos y sociales que se oponían a las reformas de mercado aplicadas “sin anestesia” por el Gobierno, excluía del orden comunitario a una porción de la misma, acusada de tener intereses políticos o ideológicos sectoriales, de buscar el retorno nostálgico a un pasado que ya había fracasado y no podría regresar, o bien de ser ilusos que no habían logrado comprender la realidad real de los nuevos tiempos de globalización e interconexión mundial, aquellos que debían adaptarse y “aggiornarse” a la nueva etapa sociohistórica (Palermo y Novaro, 1996; Fair, 2009a, 2010a).

 

Si seguimos los aportes de Zizek, podemos decir que todos estos ejemplos del discurso de Menem eran intentos de incluir, excluyendo, al mismo tiempo, el síntoma social (los que “se quedaron en el 45”, los que protestan sinsentido, los ideologizados que defienden intereses políticos particulares, los inadaptados), y que este discurso hegemónico de la necesidad perentoria de unidad, “pacificación” y “reconciliación” entre “todos los argentinos” se hallaba investido de una fuente de goce, derivado del mandato superyoico estructural de la unidad social corporal.

 

Sabemos, desde los aportes que el propio Lacan (1971-1972, 2008) retoma desde la interpretación freudiana, la semiótica peirciana y la lingüística jacobsoniana, que las metáforas adquieren una importancia crucial, en tanto sustitutos imaginarios de la ausencia de relación sexual que se estructuran bajo la forma del orden significante (Braunstein, 2006). En el caso del discurso menemista, como hemos mencionado, la aplicación de metáforas unarias incluía también la utilización de una metáfora despolitizada como era la “aldea global”, el “concierto internacional”, o bien la idea mítica de una “comunidad internacional”, para referirse a la necesidad perentoria de promover medidas económicas neoliberales tendientes a la integración mundial al fenómeno de interconexión global conocido como la globalización. A diferencia de lo que sostienen algunos trabajos que han abordado el período, en el discurso de Menem no se hacía presente una contraposición discursiva entre el Primer Mundo y el Tercero, sino que se trataba de un sólo mundo interconectado y beneficioso, en el que no existían relaciones desiguales de poder y dominación y en el que la dimensión de lo político, asociado a la presencia del antagonismo (Mouffe, 2007), se hallaba completamente ausente [12] . En ese marco, potenciado por el contexto sociohistórico y cultural signado por el derrumbe del muro de Berlín, la caída de la URSS y el fin de la Guerra Fría, la metáfora unaria contribuiría a potenciar la necesidad de un orden global en el que predominaba la plenitud del consenso y los beneficios de la globalización y la modernización, por sobre el conflicto, la dominación y los riesgos sobre la soberanía y el desarrollo nacional (Fair, 2011c).

 

Finalmente, debemos tener en cuenta la importancia ejercida por la metáfora del “1 a 1”, una metáfora unaria que fuera corrientemente utilizada tras la aplicación del Régimen de Convertibilidad, en particular a partir de 1992, cuando ingresase en vigencia la nueva moneda, el Peso, en condiciones de igualdad plena con el dólar [13] . En el marco de la caída del bloque soviético y el fracaso mundial del comunismo y el keynesianismo, esta metáfora despolitizada generaba también, junto a la idea de la “aldea global” o del “concierto internacional”, una lógica carente de antagonismos constitutivos, que contribuía a legitimar el discurso de unidad social del menemismo (Fair, 2009a, 2010b). En el caso del “1 a 1”, se hacía presente, además, una lógica discursiva en la que existía una igualdad absoluta con la principal superpotencia mundial, aunque la misma lógica extendía la “cadena de equivalencias” para configurarse en un plano de igualdad con las principales potencias mundiales (Fair, 2008). En ambos casos, el discurso menemista apelaba con insistencia a los indicadores macroeconómicos favorables y a la fuerte lógica de interconexión de la economía argentina al mercado internacional, para legitimar su discurso de la unidad nacional. De todos modos, el éxito de este tipo de discurso unario, ya constituido desde su primer alocución oficial, y presente desde antes de su acceso al poder, sólo lograría adquirir efectividad plena a partir del éxito del Régimen de Convertibilidad, que lograría consolidar la hegemonía discursiva del menemismo a partir de la estabilización monetaria y el auge del crédito para consumo y modernización tecnológica (Fair, 2009a, 2009b, 2010a).      

 

Pero más allá de estas metáforas a-conflictivas, que de ningún modo deben ser entendidas por fuera de un particular discurso material que contribuía a resignificar y reorientar la realidad vigente y, de este modo, a legitimar el discurso menemista, había nuevos factores que también contribuían a justificar la creencia efectiva en el 1 a 1 y, por consiguiente, en la hegemonía menemista. Entre ellas, podemos señalar la propia institucionalización legal de la paridad cambiaria fija. En efecto, la Convertibilidad se estableció a partir del 1 de abril de 1991 mediante un marco legal aprobado democráticamente por el Congreso, y no a partir de un decreto del Ejecutivo (Thwaites Rey, 2003). Este marco, como destaca la corriente neo-institucionalista de la Ciencia Política (North, 1993), las normas contribuyen a otorgar un contexto de referencia estable a los sujetos en su lógica cotidiana, garantizando, como señala Giddens (1995), desde un enfoque diferente, una “seguridad ontológica” al sujeto que reduce la angustia constitutiva. Además, al ser sancionado de forma legal, la paridad cambiaria contiene una lógica de “efecto realidad” que se deriva de la creencia de que las leyes, corrientemente, son entes con existencia real (efectiva). Si tenemos en cuenta, además, el proceso de repetición que se instituye cotidianamente, se produciría una lógica de la estructuración que reproducía y contribuía a legitimar la propia realidad social, a partir de su producción material (Fair, 2008, 2010b).

 

3.2. El fetichismo de la creencia en la práctica cotidiana como “plus de goce”

 

“El cuerpo cree en aquello a lo que juega”.

Pierre Bourdieu, El sentido práctico

 

Veamos ahora la segunda de las dimensiones derivadas de la función lacaniana del goce, que es representada por la dimensión plus de gozar. Esta cuestión nos remite nuevamente a la interpretación que realiza Zizek acerca de la ideología. Según nos dice el teórico y filósofo esloveno, recuperando elementos ya analizados por Marx y Althusser, la ideología tiene una existencia material. Esto quiere decir, tal como lo han notado también pensadores como Bourdieu, Giddens y el propio Lacan, que la creencia no se legitima en el decir, sino en el hacer práctico y concreto de los sujetos (Zizek, 1992, 2003a). Esta afirmación tiene implicancias fundamentales para entender la lógica político-cultural o ideológica de respaldo social al menemismo y, más específicamente, el apoyo masivo a una “ficción” como la que representaba el Régimen de Convertibilidad.

 

Como es sabido, el 1 a 1 era, desde un comienzo, una especie de farsa, en tanto el peso se hallaba sobrevaluado y la fortaleza de la moneda nacional nunca podía ser equivalente de par en par a la moneda estadounidense. Sin embargo, en cada una de las elecciones que transcurrieron desde las legislativas de septiembre de 1991, tras la supuesta “traición” al “verdadero” peronismo por parte de Menem, hasta la contundente reelección presidencial de mayo de 1995, donde obtuvo aun más votos que en la elección presidencial de 1989 y que los dos partidos opositores subsiguientes, el menemismo obtuvo un sistemático respaldo social que extendió su coalición de apoyo a un amplio y heterogéneo conglomerado de sectores sociales, lo que incluía un importante consenso (ya sea activo o pasivo) de sectores populares, además de medios y altos y, en un plano diferente, a una porción importante de sectores de origen peronista, incluyendo a dirigentes y bases de origen sindical y grandes empresarios y sectores tradicionalmente antiperonistas, en general.

 

Para entender este amplio y heterogéneo respaldo social se han planteado muchas hipótesis tentativas que aquí no desarrollaremos (véase Fair, 2010a). Sin embargo, al menos desde el análisis político del discurso, no se ha abordado aún en detalle la función de legitimación ideológica de esa hegemonía en torno a la Convertibilidad. Con la excepción de Barros (2002), quien toma como referencia el enfoque teórico de Laclau para analizar el período 1989-1991, el único trabajo interpretativo que hemos hallado en esta línea de análisis psicoanalítica es el de Alberto Bonnet (2008), quien destaca el componente de respaldo cínico, en los términos de Zizek, en torno a la Convertibilidad, derivado del supuesto saber de su fantasía, pero que se legitimaría en el “aún así” que actuaba como su soporte inconsciente, a lo que el autor incorpora también el elemento de disciplinamiento social que había provocado la “violencia hiperinflacionaria” del período 1989-1991. En ese marco, Bonnet se refiere, desde un enfoque marxista heterodoxo, al cinismo que caracterizó el respaldo social al discurso menemista y su función de fetiche de la lucha de clases (Bonnet, 2008).

 

Sin dejar de reconocer los valiosos aportes de este trabajo, y dejando de lado las diferencias en torno al marxismo, lo que pretendemos formular aquí es que el respaldo político al discurso menemista configurado en torno al 1 a 1 no puede ser limitado a una forma de legitimación puramente cínica. Si bien es cierto que algunos sectores sociales podían saber o suponer acerca de la “ficción” que representaba el origen y permanencia del 1 a 1, en particular a partir de las tempranas críticas de trabajos como los de Muchnik (1992) acerca de los “fuegos de artificio” de la Convertibilidad, y la presencia de algunos desequilibrios estructurales que comenzarían a hacerse evidentes en ciertos períodos de zozobra (como ocurriría a comienzos de 1993), desequilibrios que serían destacados por algunos grandes empresarios y economistas con altos grados de información sobre su funcionamiento, los más importantes indicadores socioeconómicos “conspiraban” para evitar comprender en toda su magnitud esa ficción. En todo caso, lo más interesante es que el discurso de Menem sólo destacaba aquellos componentes macroeconómicos “positivos” (tasa de inflación, nivel de reservas, crecimiento del PBI y el PBN, crecimiento del consumo y la inversión, nivel de pobreza en relación a los datos de 1989, etc.), relegando o ignorando directamente aquellos más “negativos” [14] . En ese marco, teniendo en cuenta la función performativa que adquiere el lenguaje (Austin, 1998), y la escasa visibilidad de las voces críticas del modelo socioeconómico, podemos decir que lo excluido carecía de potencia para adquirir efectividad social.

 

En dicho contexto, creemos que en los sectores populares (ya que, como hemos dicho, quizás algunos dirigentes del establishment más informados sabían parcialmente de su lógica y actuaban cínicamente “como si” no lo supieran para continuar obteniendo ganancias patrimoniales extraordinarias) se hacía muy difícil comprender la forma de estructuración de esa ficción, en tanto la misma se materializaba de diversos modos en la práctica concreta y empírica, lo que, a su vez, se reproducía cotidianamente, instituyendo (y cimentando) la estructuración misma del sistema [15] . A continuación, intentaremos mostrar por qué creemos que existía en los años ´90, sobre todo en el primer período de gobierno de Menem (1989-1995), una lógica fetichista, materializada en la creencia práctica, que impedía comprender, o al menos limitaba fuertemente, la capacidad de “atravesar” la fantasía ideológica en la que se hallaba constituido el llamado 1 a 1.

 

Dijimos previamente que, desde la interpretación de Zizek, quien a su vez se basa en gran medida en la filosofía de Sloterdijk, la ideología puede ser definida a partir del cinismo, noción que para el teórico esloveno resulta dominante en los tiempos actuales, o bien podía ser entendido bajo un manto de fetichismo, lo que nos remite al “fetichismo de la mercancía” de Marx y su denuncia del capitalismo en tanto lógica de igualación de los productos como cosas, a partir del dinero como equivalente universal (Zizek, 1992). Si seguimos esta última lógica de análisis para abordar el discurso menemista, podemos observar que la Convertibilidad cumplía con todos los requisitos para ser equiparada con la lógica de equivalencia general de la moneda que destacaba Marx en “El Capital”. En efecto, es sabido que la moneda constituye por definición el “equivalente general” por excelencia, lo que implica que puede ser reemplazado por cualquier mercancía en un supuesto plano de igualdad, al tiempo que se oculta, según Marx, la explotación material de la fuerza de trabajo por parte del capital [16] .

 

En ese marco, entendemos que, a partir de la instauración de la Ley de Convertibilidad, el 1 de abril de 1991, y el posterior éxito tangible del denominado 1 a 1, comenzó a hacerse presente una pluralidad de motivos que impedían observar la ficción en la que se había constituido su mecanismo y, de este modo, seguir la lógica cínica posmoderna que destaca Zizek como hegemónico de los actuales tiempos “pospolíticos”. En efecto, el llamado popularmente “1 a 1” tuvo la particularidad de ocultar de una forma multimodal su componente de inherente ficción fantasmática. En primer lugar, debemos tener en cuenta que, en un nivel “técnico” general, la paridad cambiaria fija exigía que existiera una igualdad absoluta de reservas de oro y divisas en poder del Banco Central, en relación al total de moneda circulante. Como la paridad fija era imposible en un rango puramente igualitario, se “mantenía” mediante dos fuentes. Por un lado, mediante la privatización y concesión de las empresas públicas y el ingreso de inversiones externas. Por el otro, sobre todo tras el período en el que finalizaron las privatizaciones más importantes, mediante la lógica del endeudamiento externo con los organismos multilaterales de crédito.

 

Sin embargo, lo más relevante es que esta lógica de funcionamiento “técnico” del Régimen de “currency board” no era reconocido y sabido como tal dentro de los sectores populares, que ignoraban el mecanismo específico de funcionamiento del sistema y cómo, por ejemplo, el Estado financiaba de hecho el déficit que generaba, en gran medida, el sector privado con la fuga de capitales, mediante un mayor endeudamiento externo (Basualdo y Kulfas, 2000). Además, para complicar aún más las cosas, el régimen de paridad cambiaria fija, mantenido en un primer momento mediante el proceso de privatizaciones (Reforma del Estado) y el ingreso de inversiones externas y luego, sobre todo a partir de 1993, mediante el endeudamiento externo con el FMI, había llevado a un incremento notable de las reservas monetarias (a partir del ingreso masivo de dólares), lo que permitía mantener en el tiempo, si bien de forma precaria, la “libre disponibilidad” del régimen convertible.

 

Estos números concretos de reservas en poder del Banco Central actuaban como un primer soporte material tendiente a legitimar la creencia en la realidad efectiva de la Convertibilidad. En efecto, si existían, por ejemplo, 30.000 o 40.000 millones de dólares en reservas monetarias, como insistía el Gobierno y nadie ponía en discusión, al menos no de forma abierta y pública, entonces el 1 a 1 no podía ser equiparado a una ficción, esto es, a una irrealidad.     

 

Pero además de este dato macroeconómico concreto, debemos recordar nuevamente que la Convertibilidad había logrado estabilizar la economía de forma casi absoluta. En efecto, en 1989 los índices inflacionarios habían alcanzado una cifra cercana al 4000% anual, mientras que en 1990 alcanzarían más del 1000%. A partir de 1991, en cambio, la inflación se reduciría al punto tal de alcanzar el simbólico 0% a fines de 1993, a lo que luego seguirían, incluso, indicadores de leve deflación monetaria. Este importante dato macroeconómico, que se materializaba de forma empírica y concreta en la realidad cotidiana de los sujetos, por ejemplo, cuando iban al supermercado a hacer las compras y veían que los precios de los productos eran estables, permitía legitimar nuevamente a la Convertibilidad y, como correlación, al discurso de Menem que, además de hacer mención insistentemente a los nuevos índices inflacionarios y sus efectos sobre el bolsillo de los trabajadores, prometía mantener la paridad fija como fuera, en tanto elemento clave que había posibilitado estabilizar por completo la economía (Fair, 2009a, 2010a).

 

Pero más allá de la importancia crucial que había tenido la Convertibilidad en lograr una estabilización efectiva de la economía, tras décadas y décadas de inflación e hiperinflación en nuestro país, el rápido éxito del 1 a 1 había promovido un fenomenal boom de consumo masivo e inversión que se materializaba en los indicadores económicos favorables que señalaba Menem. Estos indicadores, sobre todo durante el período “de oro” de 1991-1994 (Basualdo, 2006), mostraban índices macroeconómicos de crecimiento efectivo del consumo, la inversión y la demanda agregada, junto a inéditos índices de crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI).

 

No obstante, estos datos cuantitativos positivos, que colocaban al país como uno de los más importantes de la región, e incluso del planeta, sólo podían ser creíbles y adquirir eficacia interpelatoria si lograban materializarse en la práctica concreta y empírica de los sujetos sociales. Y, precisamente, a partir de la sobrevaluación cambiaria y la creación de expectativas favorables, se logró una importante reducción de las tasa de interés que, junto al proceso de apertura comercial asimétrico, permitió el acceso masivo al crédito barato y en cómodas cuotas para adquirir todo tipo de mercaderías, desde electrodomésticos (televisores, heladeras, lavarropas, aires acondicionados), productos de indumentaria y esparcimiento (ropa, electrónicos), la posibilidad de acceder en 12 o 24 cómodas cuotas a un automóvil cero kilómetro, o el acceso efectivo al crédito hipotecario para adquirir desde un departamento propio, hasta viajes de turismo por tres semanas o un mes al exterior (desde Miami a Punta del Este) a muy bajos precios (Fair, 2008, 2010b). Finalmente, la “fiesta” de consumo ostentoso que inició el 1 a 1 había permitido recuperar el valor del ahorro en dólares en muchas familias, sobre todo debido a que se había logrado terminar con el “impuesto inflacionario”, que perjudicaba a los sectores de menores ingresos, quienes no tienen acceso al sector financiero o a la compra de inmuebles para resguardarse de la inflación, y además dedican la mayor parte de sus ingresos a la compra de alimentos básicos de la canasta familiar (fideos, arroz, azúcar, pan) (Gerchunoff y Torre, 1996).

 

De todos modos, lo que pretendemos destacar como relevante es que estas prácticas de consumo masivo no eran pura teoría abstracta, sino que se materializaban en los cuerpos, esto es, en la práctica cotidiana de los sujetos. Esta materialización objetivada en los cuerpos, al decir de Bourdieu (1991), actuaba, ahora en términos psicoanalíticos, como un soporte inconciente a la creencia del sujeto (Zizek, 1992) que, de este modo, impedía representarse la ilusión que encarnaba la Convertibilidad. En otras palabras, la lógica del hacer actuaba como soporte para el fantasma del 1 a 1, legitimando, de este modo, al modelo neoliberal y al propio menemismo (Fair, 2008, 2010b).

 

Además, como un nuevo (y descuidado) elemento a tener en cuenta, debemos recordar que, en el marco de la sobrevaluación cambiaria y la expansión del consumo interno provocados por el 1 a 1, a partir de 1991 accedieron al país decenas de reconocidos artistas y cantantes internacionales, entre ellos, artistas internacionales de la magnitud de Madonna, los Rollings Stones, Paul Mc Cartney, U2, o figuras internacionales, como la modelo Claudia Schiffer o la cantante brasileña Xuxa, que mostraban la “grandeza” tangible y concreta que había adquirido el país. Del mismo modo, en 1990 la Argentina llegaría a la final del mundial de fútbol, mientras que en 1991 y 1993 lograría obtener la Copa América, por lo que se convertía en el principal país de la región en ese deporte. Incluso, años después, muchos creyeron que Argentina podía llegar a ser elegida para organizar los Juegos Olímpicos del 2004, cuando quedara preseleccionada junto con otros 4 países desarrollados en la selección oficial del Comité Olímpico Internacional. Finalmente, el país era reconocido y elogiado una y otra vez por el presidente de Estados Unidos, los organismos multilaterales de crédito y economistas de prestigio local e internacional, quienes ubicaban a la Argentina como el “mejor alumno”, el “líder” de la región y otros adjetivos positivos referidos al proceso de reforma estructural del Estado. Estos elogios” del “mundo” serían ampliamente aprovechados por el discurso de Menem para obtener una legitimación política en vastos sectores de la sociedad, atentos a las definiciones sobre el país en el exterior.

 

Por otra parte, debemos tener en cuenta que la amplia y exitosa cadena de significantes equivalenciales que conformó el discurso de Menem, se insertaba discursivamente en el marco más general de un proceso largamente sedimentado que actuaba como su condición de posibilidad. En efecto, desde los comienzos de la formación de la identidad nacional existía y persistía un discurso parcialmente sedimentado, signado por lo que en otro lado hemos denominado el “mito del país potencia” (Fair, 2009b). Este mito nacional sería recuperado y potenciado por el discurso menemista a partir de la enumeración de los datos macroeconómicos positivos, e incluso con el detalle de algunos datos sociales (con la excepción silenciada de la desocupación y subocupación, que aumentaría paulatinamente). Desde el discurso hegemónico, estos “logros” del modelo sólo se habían alcanzado a partir del éxito “innegable” del Régimen de Convertibilidad y sus significantes asociados (en particular, la estabilidad monetaria). Precisamente, el discurso de Menem destacaba en cada una de sus alocuciones las bondades y beneficios tangibles y concretos que había posibilitado el éxito del 1 a 1, entre ellos, la estabilización económica, la recuperación de una moneda fuerte, y los indicadores macroeconómicos favorables sobre consumo, inversión, demanda y reservas monetarias, a lo que debemos agregar la reducción relativa de los índices de pobreza e indigencia, a partir de la estabilización monetaria y el crecimiento del PBI, del orden del 9% anual (Fair, 2009a, 2010a, 2010b).

 

Todos estos factores, tangibles en la práctica cotidiana de los sujetos sociales, coadyuvaban a la creencia efectiva en las bondades y éxitos de la Convertibilidad, en tanto régimen socioeconómico ya convertido en un verdadero modelo de país. En ese marco, con índices de crecimiento económico y de inversión que Menem destacaba como logros inéditos del proceso de transformación y modernización nacional que había iniciado en 1989, índices que, además, permitirían colocar al país en el puesto 35 en la escala de desarrollo mundial del PNUD, el discurso menemista podía señalar sin problemas que el proceso de inserción al “mundo moderno” había permitido que el país recuperara el “protagonismo” y el “destino de grandeza” que le tenía asignado la Historia, retornando, a partir del éxito tangible y concreto del 1 a 1, a su “sitial de privilegio” como “potencia mundial” (Fair, 2009b).

 

Al mismo tiempo, la evidencia incontrastable de los datos macroeconómicos materializados en la práctica cotidiana, a lo que debemos sumar, por supuesto, la crisis efectiva del Estado Social de posguerra (permanencia de prácticas de corrupción, ineficiencia y burocratización en el sector público) (Gerchunoff y Torre, 1996; Sidicaro, 2002), le permitían deslegitimar a los propios discursos políticos que se oponían a los éxitos “tangibles” y “concretos” del 1 a 1. Estos discursos de oposición, como hemos mencionado, eran acusados por Menem de defender intereses políticos o ideológicos meramente particulares, o bien de defender visiones “atrasadas”, o que no habían logrado comprender los cambios generados por la ”evolución” del peronismo y del propio planeta tras el derrumbe del comunismo y el fin de la Guerra Fría (Fair, 2009a, 2010). 

 

En el caso específico del consumo masivo, que adquirió una importancia crucial en los años ´90 al compás de la famosa “Pizza con champán” que promovía el propio círculo íntimo del menemismo, esta lógica de la farandulización y la “fiesta menemista” era reproducida, además, por los propios medios masivos de comunicación y muchos de sus “intelectuales orgánicos”, que promovían el consumo masivo como modelo de identificación social en revistas de la farándula como “Gente” y “Caras” y mostraban los constantes viajes al exterior a Punta del Este y a Miami y los lujosos gastos por parte de estrellas locales como Susana Giménez, Ante Garmaz, Mariana Nannis y Roberto Giordano, entre otros. Si tenemos en cuenta, además, el contexto sociohistórico y sociocultural atravesado por la caída de la imagen paterna, en el marco de un discurso hegemónico que promovía la ausencia de límites al consumo y el propio discurso hegemónico promovido por los medios masivos y el establishment a favor de la lógica de la mercantilización social, podemos notar sin esfuerzo la importancia clave que había adquirido contextualmente la lógica del máximo lucro económico individual y el consumo hedonista como sobredeterminante del comportamiento colectivo (Fair, 2010a). 

 

Finalmente, debemos destacar nuevamente que, desde el exterior, la Argentina era presentada por el entonces respetado Fondo Monetario Internacional (FMI) y por los prestigiosos técnicos nacionales e internacionales, como el “mejor alumno” en la aplicación de las reformas de “libre mercado” (Bembi y Nemiña, 2007). En el mismo sentido, el menemismo obtenía de forma frecuente el respaldo, ya sea simbólico, o bien estrictamente económico, por parte de las principales potencias mundiales y los organismos multilaterales de crédito, situación que se materializaba a veces mediante apoyos financieros, o bien, como haría el ex Presidente George Bush (padre) (y luego Bill Clinton), con el “orgullo” de convertirse en un verdadero amigo y aliado político de la Argentina, al punto tal de realizar reuniones periódicas y amistosas con el presidente argentino en la Quinta de Olivos, donde se jugaba corrientemente al tenis o al golf y se elogiaban los ”logros” del gobierno de Carlos Menem. En ese marco, signado por las “relaciones carnales” con los Estados Unidos, la Argentina se convertiría en aliado “Extra OTAN” de la superpotencia mundial, y en uno de los pocos países que llevaría tropas a cada una de las Misiones de Paz internacionales, contribuyendo, desde el discurso hegemónico, a consolidar la “democracia” a “nivel mundial” y a recuperar el prestigio internacional que se había perdido en las últimas décadas (Fair, 2009b, 2011d).  

 

En la misma línea, hemos visto también que en los años ´90 existía un consenso social generalizado en torno a las bondades del 1 a 1 por parte de los principales economistas del establishment (entre ellos, la mayoría de los técnicos de las principales consultoras del país y del extranjero), así como de la mayoría de los grandes empresarios y de los periodistas e intelectuales de los medios masivos de comunicación. Todos ellos, ya sea de forma consciente o inconsciente, intencionalmente o no, contribuirían también a construir una sólida hegemonía cultural en torno a los valores asociados al modelo de Convertibilidad y de reducción del Estado Social de posguerra [17] . Al mismo tiempo, en el marco del miedo general a que retornase la hiperinflación y luego, cada vez en mayor medida, al peligro que significaría la devaluación monetaria, a lo que debemos sumar la visión hegemónica sobre la ausencia de alternativas y la imposibilidad de actuar de un modo diferente, prácticamente se dejaba fuera de discusión, o al menos se invisibilizaba, toda posibilidad concreta de salida del modelo [18] .   

 

Podemos decir, entonces, que, en líneas generales, los indicadores macroeconómicos favorables de crecimiento, demanda, inversión y consumo, el crecimiento efectivo de las reservas monetarias en poder del Banco Central y del Producto Bruto Interno, así como la reducción relativa de los índices de pobreza e indigencia (tanto a nivel individual, como a nivel familiar), la inédita estabilización de la moneda nacional, el acceso a prácticas de consumo masivas tangibles para amplios sectores sociales, como la compra de electrodomésticos mediante crédito y de viajes al exterior a bajos precios, la estabilización efectiva y el ordenamiento de la caótica situación social previa, el también efectivo crecimiento y modernización tecnológica que promovió el dólar barato y la apertura comercial, la llegada de las principales figuras del exterior (cantantes, actores, etc.) en forma masiva, los elogios cotidianos del “mundo” (presidentes de Estados Unidos y Europa, prestigiosos técnicos de los organismos multilaterales de crédito, financistas, empresarios y economistas nacionales e internacionales), la institucionalización de la paridad cambiaria fija mediante un marco legal, y, finalmente, los mitos sedimentados del “país potencia” y de la “aldea global”, actuaban todos y cada uno de ellos, en el marco de un discurso hegemónico que contribuía a potenciar su eficacia, como soportes materiales que impedían evitar la no creencia de que existía una igualdad “verdadera” y “real” 1 a 1 con la principal superpotencia y, por lo tanto, que el 1 a 1 era una verdadera realidad [19] .

 

Finalmente, como una nueva modalidad estructural de “cemento” de la nueva ideología en torno al modelo socioeconómico de la Convertibilidad y sus políticas asociadas, debemos tener en cuenta la importancia ideológica de un factor más general como es el propio contexto sociohistórico y cultural signado por la caída del comunismo y el fracaso de la experiencia keynesiana, y la visión subyacente acerca de una ausencia efectiva de alternativas políticas frente al triunfo mundial de la “democracia liberal”. En ese marco de resignación y preeminencia de la ideología “imposibilista” (Pucciarelli, 2002), el discurso de Menem aprovecharía la coyuntura para destacar en reiteradas ocasiones la ausencia efectiva de alternativas tras el fracaso “empírico” tanto del Estado social de posguerra (peronismo de 1945), como del comunismo soviético y de la “socialdemocracia” (gobierno de Alfonsín). Además, en el caso de los sectores populares, y en particular de los sectores de origen peronista, utilizaría la noción de “evolución”, a la que corrientemente se asocia el tiempo histórico como modalidad de crecimiento lineal, para destacar la necesidad de “actualizar” y “aggiornarse” la doctrina peronista a los nuevos tiempos de “modernización” y “globalización” a escala mundial (Palermo y Novaro, 1996). De esta manera, bajo diversas modalidades y estrategias discursivas, se contribuía a disciplinar a la sociedad en torno al nuevo rumbo iniciado en 1989 y profundizado con el éxito estabilizador del Régimen de Convertibilidad y su amplia cadena de significantes asociada. 

 

En ese marco, retomando los términos psicoanalíticos, podemos decir que, si el goce lenguajero se hallaba vinculado a la función unaria del significante Convertibilidad y su articulación con una cadena significante de unidad, paz, estabilidad y reconciliación, existía un plus de goce que se derivaba del cumplimiento del mandato superyoico hegemónico. Este mandato, asociado a la necesidad perentoria de consumir y acumular ganancias, se replicaba tanto en el discurso presidencial, como en la lógica discursiva de los medios hegemónicos, a través de las propagandas televisivas desreguladas y la promoción e incentivo de una cultura política de la frivolización por parte de sus principales figuras. En un contexto general de declinación de la imagen paterna y su función de limitación del goce, y de desculpabilización por la exhibición de riquezas, las nuevas circunstancias del capitalismo a favor de la liberalización del goce ilimitado hacían posible un retorno imaginario al mundo carente de la falta Real, por la vía corporeizada del consumo masivo y el disfrute personal. Finalmente, si es cierto que la mirada y la voz del Otro constituyen objetos de deseo que se invisten de goce, en razón de que sustituyen imaginariamente el deseo fantasmático inicial de la Madre que nos reconoce, nos otorga entidad y nos dice lo que debemos hacer (Braunstein, 2006), el propio discurso hegemónico incorporaba un plus de goce que se derivaba del deseo (satisfecho imaginariamente) que demandaba ser mirado y reconocido por la “comunidad internacional”. En efecto, a partir del éxito socioeconómico del Plan de Convertibilidad, la Argentina lograba ser nuevamente una potencia mundial, alguien importante en el mundo, lo que generaba un narcisista plus de goce derivado de haber alcanzado el objetivo de ser nuevamente el país potencia que es mirado, y además es reconocido y admirado, por todos los países “hermanos” del exterior.

 

 

 

 

3.3. “Lo hacen en la práctica cotidiana, por lo tanto, no lo saben”

 

“El sentido práctico, necesidad social vuelta naturaleza, convertida en esquemas motrices y automatismos corporales, es lo que hace que las prácticas (…) sean sensatas, vale decir, habitadas por un sentido común. Precisamente, porque los agentes no saben nunca completamente lo que hacen, lo que hacen tiene más sentido del que ellos saben”

 

                                                                   Pierre Bourdieu, El sentido práctico

 

Hemos visto que, desde el análisis político-cultural o ideológico de su hegemonía, el discurso menemista se estructuró a partir de la fantasía inconsciente de un discurso de la unidad social plena entre todos los argentinos y, al mismo tiempo, mediante una lógica de transformación social que prometía el cumplimiento efectivo de una segunda fantasía plus-de goce en torno al paraíso de felicidad del consumo masivo y el ingreso a las bondades y beneficios del mundo moderno, en tanto país potencia que era reconocido como tal y recuperaba su antiguo esplendor y grandeza. Esta doble fantasía, sólo posible a partir de un discurso hegemónico basado en la aplicación de las metáforas despolitizadas, y cimentado a partir de una sedimentación parcial vinculada al mito del “país potencia” y a la demanda social sedimentada a favor del consumo individual como modelo sociocultural a seguir (un modelo aspiracional con antecedentes en la famosa “Plata dulce” de los años de la “Tablita” de Martínez de Hoz), llegaría a su apogeo para poder cumplirse de forma efectiva recién a partir del rápido éxito del 1 a 1. En efecto, con el éxito tangible y concreto del Régimen de Convertibilidad, con su crucial efecto estabilizador, por fin se cumplía el viejo sueño del país potencia prometido por Menem y soñado por largas generaciones.

 

Ahora bien, como hemos dicho, esta lógica discursiva del país potencia que recuperaba su histórico “destino de grandeza” (Fair, 2009b) no era una pura teoría abstracta, sino que se materializaba y, de este modo, se objetivaba en la práctica cotidiana. En efecto, al “hacerlo”, esto es, al lograr acceder de forma efectiva al crédito barato para adquirir bienes e inmuebles, notar de forma práctica y corporal la estabilización de los precios (con su efecto positivo sobre el poder salarial de compra), poder viajar de forma efectiva al exterior para hacer turismo y consumir a bajos precios, ver y oír de forma “real” las buenas y cotidianas críticas por parte de los economistas nacionales y la “comunidad internacional”, etc., se reproducía autopoiéticamente la propia realidad fantasmática, al tiempo que se la producía. De este modo, la materialización práctica de la ideología en la creencia cotidiana de los sujetos, al tiempo que fetichizaba la realidad de lo Real-imposible que estructuraba la doble fantasía ideológica (la de la unidad plena y la del “país potencia”), legitimaba el orden social menemista como una verdadera realidad inconsciente para los sujetos, y esto incluye tanto a los pocos sujetos que sabían de forma efectiva de su falsedad (aquellos cínicos que “lo sabían, pero lo hacían”), como a la mayoría de la sociedad, que efectivamente no podían de ningún modo saberlo, en tanto lo hacían y vivían de forma práctica (y, por lo tanto, inconsciente) en su cotidianeidad (fetichistas).

 

Por un lado, como bien destaca Bonnet (2008), es posible que hubiere en parte una lógica social basada en el famoso cinismo del “sí, pero aún así”, esto es, no creo para nada en la realidad de la Convertibilidad, pero aún así hago de cuenta de forma cínica que sí existe, en tanto me beneficio de su existencia [20] . Esta posibilidad de salir del fantasma se expresaría por primera vez en la mini-corrida empresarial de 1993, que mostraría los límites de la sobrevaluación cambiaria y acrecentaría el temor a una devaluación, sobre todo a partir del incremento del déficit comercial. Del mismo modo, en la crisis del Tequila de fines de 1994 se pondrá de manifiesto el peligro latente de que la Argentina siguiera temporalmente el mismo camino que México, obligándose a devaluar su moneda, con su consiguiente efecto negativo sobre los salarios y sobre los múltiples sectores endeudados en dólares [21] .

 

Estos elementos, que harán que el Gobierno se vea obligado a insistir una y otra vez en que no devaluaría nunca la moneda y que, en todo caso, llegaría a dolarizar toda la economía antes de salir del 1 a 1, permiten suponer que había sectores sociales, sobre todo empresariales, que eran conscientes de la farsa técnica del régimen cambiario. Sin embargo, las críticas políticas a la Convertibilidad eran escasas y recién se harían visibles en todo su esplendor a partir de la crisis financiera de Rusia de 1998, y, en particular, tras la devaluación monetaria de Brasil del año siguiente. Esta medida potenciaría el temor de parte del establishment, en tanto Brasil representaba un país al que la Argentina exportaba gran parte de su capital, por lo que los dólares ahora dejaban de ingresar y ponían en peligro la permanencia del Régimen convertible. En ese lapso, como hemos señalado, había críticas esporádicas a las ficción y los “fuegos de artificio” de la Convertibilidad, tales como el renombrado libro de Muchnik (1992), sus propias editoriales críticas en el diario Clarín, además de la abundancia de críticas desde todos los sectores a los efectos negativos del plan socioeconómico. Sin embargo, durante el primer gobierno de Menem las tendencias devaluacionistas, o bien eran excluidas por diversos medios del espacio público, o bien no tenían la legitimidad necesaria para ser expresadas de forma pública, frente al temor al masivo rechazo social que provocaban en quien atinaba a formularlas [22] .

 

La perspectiva del puro cinismo colectivo muestra sus limitaciones, en el momento en que la creencia se materializaba, como hemos dicho, en el hacer práctico de los sujetos en su vida cotidiana. En efecto, la práctica, materializada y objetivada en los cuerpos, hemos visto que actúa como un soporte inconsciente para los sujetos, que se basan en el sentido común cotidiano para materializar sus creencias (Bourdieu, 1991). Pero además, debemos tener en cuenta, a modo de un nuevo ejemplo, que los depósitos de los bancos, si bien mayoritariamente se hallaban en dólares, tenían un importante nivel de depósitos en pesos. Por otra parte, debemos recordar que muchos ciudadanos pagaban sus gastos de forma cotidiana y realizaban sus transacciones indistintamente en dólares y en pesos, lo que muestra que no sabían ni sospechaban acerca de la sobrevaluación efectiva de la moneda local y la supuesta farsa en la que se asentaba. En todo caso, si la Convertibilidad era una pretendida “ficción”, ¿por qué la “gente” no retiraba sus depósitos rápida y masivamente de los bancos nacionales, lo que hubiese generado una catástrofe del sistema bancario como la que luego ocurriría a fines del 2001? Precisamente, porque, sobre todo durante el primer gobierno de Menem, todos los indicadores y las prácticas cotidianas “conspiraban” para materializar, y de este modo objetivar, la creencia social fantasmática, desde el mito parcialmente sedimentado del país potencia, hasta la metáfora unaria del 1 a 1, pasando por la institucionalización del régimen convertible mediante ley del Congreso, la estabilidad efectiva de la economía, el nivel de reservas monetarias, el crecimiento de la economía, el acceso masivo al crédito familiar para compra de inmuebles y consumo privado o los viajes cotidianos al exterior.

 

En efecto, ¿por qué “Doña Rosa” debería pensar que la estabilidad es una ficción, cuando va todas las semanas al supermercado y observa con sus propios ojos que el kilo de yerba, el del pan y el del azúcar cuestan siempre lo mismo?, ¿Por qué debería sospechar de las variables económicas, si los índices señalan que la economía crece a tasas cercanas al 10% anual, las reservas monetarias son altas, se observan buenas ventas en los negocios y shoppings, la gente puede viajar al exterior y encima el país recibe constantes elogios de los sectores más importantes del planeta y que más conocen sobre estos temas? La misma lógica práctica de sentido común puede aplicarse para el auge de los créditos personales y sus múltiples e indefinidas posibilidades de uso.

 

Pero además, y no menos importante, debemos tener en cuenta que el propio discurso hegemónico, tanto el de los medios masivos, como el del oficialismo, entre ellos el discurso de sentido común de Menem, contribuía a construir un mismo relato de significación en torno al contexto sociohistórico y cultural y en torno a las prácticas y deseos colectivos. Ese discurso de consumismo y acumulación hedonista e individualista, convertido en Pensamiento hegemónico, había construido un sólido relato en el que la aplicación de las reformas pro-mercado y el consumo privado se asociaban a la inserción al mundo mágico de la modernización y a un futuro signado por la paz y la felicidad para todos [23] . En ese marco, aquellos que actualmente, tras haber pasado la experiencia histórica de la década menemista y la posterior devaluación del 2002, afirman que el 1 a 1 era una “ficción”, tal como nosotros mismos lo hemos comprobado en una serie de entrevistas personales realizadas en el año 2004 (Fair, 2008), parecen estar expresando más bien su actual pensamiento a posteriori. Se trataría, entonces, de una construcción retroactiva, un relato ad-hoc de los hechos, que, si bien no puede decirse que se extienda al conjunto de la sociedad, parece ajustarse más bien a la actual opción “políticamente correcta” que reniega, quizás por vergüenza, del anterior respaldo político masivo, o bien del silenciamiento, frente al menemismo y su modelo socioeconómico. Este respaldo, en gran medida pasivo y resignado, se expresa claramente en la famosa frase “Yo no lo voté”, célebre consigna política que desde las elecciones de 1995 acompaña como una sombra a quienes se refieren a la reelección presidencial de Menem de mayo de aquel año. En efecto, la frase “Yo no lo voté”, al igual que las encuestas que mostraban previo al triunfo menemista un respaldo menor al que posteriormente obtendría, es una cabal expresión de que el consenso en torno al menemismo fue, mayoritariamente, un respaldo político al Régimen de Convertibilidad y a sus significantes asociados (en particular, la estabilidad económica), en lugar de serlo de forma primordial al liderazgo menemista que es idealizado. Las propias encuestas del período nos muestran, en la misma línea, que el apoyo al modelo de Convertibilidad era ligeramente superior al respaldo al liderazgo de Menem y a su Gobierno en general (Gerchunoff y Torre, 1996). En todo caso, como a continuación veremos, la lógica del apoyo político al discurso menemista debe ser examinado en el marco de una mediación que inviste su discurso en torno a su vinculación directa con la continuidad temporal del Régimen de Convertibilidad. 

 

4. La investidura catexial en torno al liderazgo menemista [24]

 

Desde el psicoanálisis lacaniano, la castración paterna prohíbe e impide alcanzar la unidad fantasmática con el objeto primordial del deseo que representa el cuerpo de la Madre (la Cosa). En ese contexto, instaurado por el orden del significante, surge el deseo eterno de retornar a aquella situación de plenitud, lo cual sólo se hace presente mediante “significantes unarios” (Lacan, 1987: 264) que logran recuperar parcialmente, mediante el lenguaje, el goce perdido de la vinculación cuerpo a cuerpo (Lacan, 2008). En otras palabras, tras la ruptura de la unidad mítica con el cuerpo de la Madre, en tanto prohibida, surge el deseo inconsciente de retornar a aquella situación paradisíaca. Este deseo inconsciente logra hacerse presente imaginariamente por la vía de lo simbólico, por la vía del significante, lo que, con cierta pérdida inevitable, permite recuperar esa unidad mítica imaginaria, eludiendo la falta constitutiva Real. De este modo, el significante adquiere una investidura catexial de goce, en tanto permite hacer posible, precisamente, ese retorno imposible a la Cosa que tanto se desea (Braunstein, 2006; Stavrakakis, 2008).

 

Ahora bien, si hemos visto que el significante es “aparato de goce” (Lacan, 2006: 51), si existe la posibilidad de un “goce lenguajero” (Braunstein, 2006), un goce que se logra acceder por la vía del significante (Lacan, 2008), ¿qué lugar ocupa en estas circunstancias el líder? Para entender esta compleja cuestión, ignorada por la bibliografía especializada en el estudio del menemismo, debemos tener en cuenta que, como afirma Lacan en su Seminario XVII, conocido como El reverso del psicoanálisis, diferenciándose en parte del enfoque seguido por Freud en Psicología de las masas y análisis del yo (Freud, 1973), el líder no ocupa necesariamente el lugar del ideal del yo (Copjec, 2006). En efecto, como ya señalara Lacan en su Seminario XI, la identificación puede ser instaurada tanto en la función del líder como ideal del yo (I), como también en un objeto privilegiado al que “la pulsión le da la vuelta”. Este objeto privilegiado que sirve de soporte es, precisamente, el objeto a minúscula (Lacan, 1987: 264-266). En este último caso, la identificación no reside, como pretendía la visión freudiana clásica, en el líder en tanto ideal del yo que suple la autoridad protectora paterna, o cierta imagen superyoica que provee seguridad y reprime los instintos, sino que “atraviesa” el plano de la identificación narcisística para, en palabras de Lacan, “llevar la demanda a la identificación” (Lacan, 1987: 281-282):

 

En ese contexto, a diferencia de lo que señalaba Freud a partir de su famoso análisis de la identificación hipnótica de las masas en la Iglesia y el Ejército (Freud, 1973a), el líder no necesariamente encarna al significante Amo o punto de capitón, en los términos de Lacan, que articula como punto de partida la cadena equivalencial. Por el contrario, como nos recuerda el psicoanalista francés, “el lugar del agente, sea el que sea, no es siempre el del significante amo” [25] (Lacan, 2006: 185). En otras palabras, el significante Amo no necesariamente se encuentra ligado al papel unificador del líder, al menos no en una primera instancia. Puede darse el caso, como ocurre con la identificación del analista en torno a su “supuesto saber” superior, en el que la identificación (transferencia) se realiza alrededor de una característica particular que adquiere el objeto, alcanzando la identificación amorosa en torno al líder por la vía del objeto parcial, que en este caso es el supuesto conocimiento superior del analista.

 

En la misma línea, pero ahora desde el ángulo de la teoría política contemporánea, Laclau señala que, si bien el amor hacia el líder resulta importante para constituir todo vínculo social, e incluso situará en otro trabajo a la figura de Perón como un significante vacío (Laclau y Mouffe, 1987), Freud “se apresura demasiado en pasar de apuntar el amor por el líder como condición central de la consolidación del vínculo social, a la afirmación de que él constituye el origen de ese vínculo” (Laclau, 2005a: 109). En efecto, si bien es cierto que el líder es el que unifica el espacio social mediante la absorción equivalencial de demandas sociales insatisfechas, no necesariamente es él el cristalizador del movimiento. Como bien destaca en un texto posterior, “no es que el líder sea el origen del movimiento, sino que, sin ese punto de aglutinación, el movimiento no podría forjar su unidad, se dispersaría entre los elementos que lo componen” (Laclau, 2006b: 118). En otras palabras, como señala Marchart, citando a Laclau, aunque el “nombre” es la condición para la formación del grupo, el mismo no constituye su origen necesario (Marchart, 2006).

 

Pero entonces, ¿qué lugar ocupa el agente que encarna al significante Amo? En primer lugar, debemos tener en cuenta que, como señala Lacan, ningún agente (así lo denomina) es tal, sino que encarna esa función (Lacan, 2006). Partiendo de esta premisa, que nada tiene que ver con el funcionalismo sociológico clásico, el psicoanalista francés afirma que su función radica, precisamente, en investir libidinalmente al significante Amo (Lacan, 1987: 276). En ese contexto, Laclau (2005a) subraya que, para que se logre la articulación de las diferentes demandas sociales equivalenciales, resulta imprescindible la “nominación” por parte de una autoridad. Ahora bien, lo que incorpora Laclau en sus últimos trabajos, basándose en los cruciales aportes del psicoanálisis lacaniano, en particular a partir de la influencia de Joan Copjec (Laclau, 2005a, 2008), es que esta nominación o “acto de identificación” (Laclau, 1993, 1996), cumple la función primordial de generar un “afecto” o “investidura libidinal” (Lacan, 2003: 84) en torno al objeto que lo encarna (Laclau, 2005a; Copjec, 2006). En efecto, dado que el acto de la nominación simbólico logra articular las diversas demandas particulares, formalizando imaginariamente el lazo social, esa vacuidad pasa a ser encarnada por la fuerza hegemónica. En esas circunstancias, señala Laclau, el líder obtiene una “investidura ontológica” a partir de que logra hegemonizar el espacio social (Laclau, 2005a: 214). En otras palabras, si Lacan tenía razón al afirmar que “Aquello de lo que el amor hace su objeto es lo que falta en lo real” (Lacan, 2003: 421), Laclau puede señalar, en la misma línea, que el líder, en tanto representa la entidad que encarna la satisfacción del objeto, adquiere una investidura afectiva en torno suyo. En sus términos, “la entidad encarnadora se convierte en el objeto pleno de investidura catéctica”, en razón de que se presenta como “el exceso fantasmático de un objeto a través del cual la satisfacción puede alcanzarse” (Laclau, 2005a: 152-153).

 

Mediante la recuperación de esta noción de “investidura catexial”, Laclau realiza un paso crucial para comprender la lógica de identificación en los nuevos tiempos hipermodernos. En efecto, al revalorizar la dimensión “afectiva”, prácticamente ignorada por la Ciencia Política de raíz conductista, el teórico argentino logra alejarse completamente de estos enfoques racionalistas, quienes, como hemos visto, reducen el vínculo a cálculos puramente lógicos de individuos racionales (Laclau, 2005a: 282-283). A partir de ahora, más aún en el marco de la declinación de la Imago paterna y su tradicional función de limitación al goce del sujeto y su reemplazo por un nuevo orden “pospolítico” en el que el Padre es ocupado por una Ciencia y un discurso liberal que promueve como un mandato superyoico imperativo la libertad de gozar libremente en un mundo carente de límites (Lebrun, 2003; Berdiel Rodríguez, 2009), se producen profundos cambios socioculturales y políticos en la relación que se establece entre los ciudadanos y los liderazgos representativos.

 

En las nuevas circunstancias, y con la incorporación del elemento catexial de identificación, el liderazgo presidencial puede adquirir, entonces, una lógica identitaria que excede el cálculo meramente instrumental, al estilo otorgamiento de estabilidad política y/o económica a cambio del voto, o el llamado “voto cuota” o “voto licuadora” [26] . De ahora en más, es el propio discurso el que instituye performativamente la modalidad de vinculación social, al ser aquel el que genera el proceso de identificación, en este caso, a partir de una investidura mediada por el Significante vacío (llamado por Lacan S1) y la amplia cadena de equivalencias o cadena significante asociada a aquel (el llamado S2).

 

De todos modos, debemos tener en cuenta que esta vinculación no deja de ser racionalizable, en tanto y en cuanto, al menos durante los años ´90, el discurso que sobredetermina el pensamiento y el accionar social de los sujetos inmersos en el juego capitalista es la economía y su lógica instrumental. Sin embargo, como destacan Laclau y Mouffe (1987), a partir de los cruciales aportes de la pragmática wittgesteiniana, ya no puede pensarse este vínculo con independencia de un discurso particular que otorga significación legítima y guía a los propios pensamientos y acciones de los individuos y sujetos colectivos. En otras palabras, aunque no existe una determinación en alguna instancia de la dimensión económica, el análisis sociohistórico y cultural sí nos permite aseverar que el discurso mercantilista y de racionalidad formal hegemoniza en los ´90 el espacio social. De este modo, se instituyen discursivamente identidades políticas que tienen como modalidad de identificación social el consumo masivo de tecnología y la acumulación económica sin restricciones morales, religiosas, o de otro tipo.     

 

Veamos ahora cómo podemos articular estos cruciales aportes de la teoría política contemporánea y el psicoanálisis lacaniano, para intentar comprender la particularidad del caso del discurso menemista y su vinculación con el objeto a Convertibilidad. Vimos previamente que el “significante promordial” (Lacan, 1987: 259, 284) permitirá, a partir de la sutura del hueco faltante en la sociedad, vehiculizar simbólicamente el fantasma de unidad con el otro, lo que posibilitará acceder a la constitución imaginaria de  plenitud corporal con la Cosa. A su vez, en lo que refiere a la función de exceso o plus de goce, el régimen cambiario permitirá el acceso, al mismo tiempo, a un plus de goce o excedente derivado del consumo masivo individual y la acumulación de capital. Podemos decir, ahora en los términos de la teoría política, que el significante Convertibilidad (siempre en asociación con su cadena de significantes adosados) se constituirá, en ese sentido, en un objeto parcial que vaciará su inherente particularidad para hegemonizar metonímicamente el espacio social. Sin embargo, ese significante hegemónico, responsable de la estabilización económica y social del país, sólo sería garantizado mediante un liderazgo, en este caso el de Menem, con su consiguiente investidura derivada de su institución. En ese contexto, podemos decir que el Presidente, en tanto entidad o agente que funciona como garante del fantasma de la “plenitud mítica” y de la satisfacción pulsional, esto es, en los términos de Laclau, el momento en el que, en última instancia, se “cristaliza la unidad del movimiento” (Laclau, 2006b: 119), obtendrá una investidura catecrética, es decir, un “afecto” en torno a su persona (Laclau, 2005a: 152, 2008; Copjec, 2006).

 

Como lo hemos analizado en detalle en otro lugar (Fair, 2010a), esta investidura o ligazón catexial, sólo posible a partir de la institución exitosa del objeto a Convertibilidad, en tanto símbolo de la plenitud social imaginaria y causante del deseo, le permitirá a Menem articular, y al mismo tiempo consolidar, lo que hasta entonces era una frágil e inestable hegemonía. Esta sólida hegemonía cultural se materializará en las contundentes victorias obtenidas en las elecciones legislativas de septiembre de 1991 y octubre de 1993, donde obtendrá cerca del 40% de los votos a nivel nacional [27] , y, tras modificar exitosamente la Constitución Nacional al año siguiente, en la elección presidencial del 14 de mayo de 1995, donde, a pesar del escaso respaldo explícito hacia su liderazgo (“Yo no lo voté”), será electo nuevamente como Presidente con un porcentaje cercano al 50% del total de votos.

 

5. Conclusiones

 

En el transcurso de este trabajo nos propusimos examinar la dimensión político-cultural de la hegemonía menemista. En ese marco, desarrollamos un análisis interpretativo acerca de la modalidad específica de identificación social que asumió la ideología menemista. En particular, colocamos en el eje en el proceso de legitimación social del primer período de gobierno de Menem, destacando la relevancia ejercida por el Régimen socioeconómico de Convertibilidad y su amplia cadena de significantes asociada, en la constitución de aquella hegemonía cultural. A partir de un enfoque con eje en los aportes de la Teoría psicoanalítica de la ideología y ciertas contribuciones conceptuales adicionales del psicoanálisis lacaniano, sostuvimos que el fenómeno de la ideología menemista podía ser analizado bajo una doble dimensión. Por un lado, podía ser entendido como un respaldo derivado de una fantasía inconsciente que actuaba como un goce superyoico para el sujeto. En dicho marco, destacamos la función de sutura imaginaria del espacio social ejercido por el significante Convertibilidad, que se adosó al logro de una serie de significantes anudados tales como la pacificación, la estabilidad económica y social, la unidad y el orden, contraponiendo la situación con el período anterior de inestabilidad, conflictos, desorden y caos social. Además, subrayamos la importancia de la mitología metafórica del 1 a 1 y de otras metáforas unarias, entre ellas la de la “aldea global” y la de la “concierto internacional”, o la apelación presidencial al “Hermanos y hermanas”, como símbolos de la unificación imaginaria del espacio social y el intento de suplir fantasmáticamente la ausencia ontológica de relación sexual. A su vez, enfatizamos en la importancia que ejerció la institucionalización de la paridad cambiaria fija bajo un marco legal, en la formación de un principio de naturalización y sedimentación del nuevo rumbo, situación cimentaba por una visión hegemónica que resaltaba la restricción de alternativas políticas válidas al proyecto estabilizador y a las reformas neoliberales. Finalmente, vimos de qué modo, a partir del éxito tangible del 1 a 1, a lo que sumamos el sofocamiento del último levantamiento militar de diciembre de 1990, se lograría pacificar la situación previa de caos social. En ese marco, que contrastaba con los saqueos a supermercados y comercios y con el elevado nivel de conflictos y enfrentamientos sociales que caracterizaran al período 1989-1991, el discurso menemista lograría la firme construcción de un principio de orden colectivo, que hasta entonces sólo se hacía presente a través de su ausencia. Así, el significante Régimen de Convertibilidad, articulado a una amplia cadena significante vinculada a la paz o “reconciliación”, el orden y la estabilidad económica y social, funcionará como un objeto parcial o punto nodal que encarnará el goce colectivo de la unidad plena, en razón de que logrará suturar de forma imaginaria la falta estructural.

 

En la segunda parte del trabajo nos centramos en una segunda dimensión de la formación ideológica del discurso menemista, cuyo eje radicaba en el fetichismo de la creencia materializada en la práctica cotidiana. En ese marco, destacamos, en primer lugar, la relevancia performativa ejercida por el discurso menemista en la legitimación social del nuevo orden. En particular, hicimos hincapié en el recuento de los datos macroeconómicos favorables que, sobre todo a partir del éxito estabilizador y el auge de consumo promovido por el 1 a 1, serían una constante apelación por parte de las alocuciones presidenciales. Estos índices positivos, entre ellos un crecimiento inédito del PBI, las reservas monetarias, el consumo interno, la demanda agregada, la inversión externa, a lo que sumamos, a partir de 1991, una reducción drástica de las tasas de inflación y un importante descenso de los indicadores de pobreza e indigencia, al materializarse cada uno de ellos en la práctica cotidiana de los sujetos, contribuyeron a fetichizar los cambios estructurales que estaban generando las políticas neoliberales del menemismo, al tiempo que contribuyeron a legitimar activa o pasivamente al nuevo rumbo. En la misma línea, el rápido éxito de la Convertibilidad permitiría mostrar el logro efectivo y tangible de una estabilización monetaria que contrastaría de forma concreta con la trágica experiencia hiperinflacionaria y con los indicadores negativos del período 1989-1991. Además, la reducción de las tasas de interés, junto a las expectativas favorables generadas por el nuevo marco legal del 1 a 1 y la apreciación cambiaria, incentivaron un fenomenal “boom” de consumo que permitió a amplios sectores sociales el acceso al crédito barato para la compra de todo tipo de electrodomésticos, viviendas, coches, indumentaria, o bien para viajar por el mundo y consumir a bajos precios. Todos estos elementos, lejos de representar un discurso abstracto o meramente teórico, se materializaban y objetivaban en la práctica cotidiana de los sujetos actuantes, que podían ver, tocar y sentir de forma tangible y concreta los beneficios de la “fiesta menemista” y sus cánones de consumo y modernización similares a los de los países más desarrollados. En el marco de un discurso largamente sedimentado y objetivado que hacía creer en el mito de un “país potencia” destinado por la Historia a un futuro de “grandeza”, las nuevas circunstancias de inédita “conexión” al orden global y de reconocimiento cotidiano de las principales potencias mundiales hacia los innegables ”exitos” del gobierno de Menem, se lograba acceder ahora el cumplimiento efectivo de la fantasía tan anhelada. Finalmente, el contexto sociohistórico y cultural, signado por la caída del comunismo, el fracaso del keynesianismo y, en el caso argentino, la trágica experiencia del gobierno de Alfonsín, coadyuvaban también, junto al papel de los principales representantes del establishment local y transnacional, a generar un clima sociocultural hegemónico, en el que todo indicaba que la instauración del Régimen de Convertibilidad había sido un notable e indiscutible éxito del menemismo. En ese marco, a partir de algunos aportes del psicoanálisis lacaniano, destacamos que el acceso al consumo masivo y al ahorro en sectores medios y medios-altos, junto al proceso de acumulación económica para los núcleos de poder del capital, funcionaron como un plus de goce que incorporó un suplemento que excedía al goce de la unidad social y que se vinculaba al goce del reconocimiento de la “comunidad internacional” y al mandato superyoico del consumo individual como modalidad de identificación en los tiempos pos-políticos signados por el declive de la imagen paterna y su tradicional función de restricción de los límites. De ahora en más, bajo la égida del éxito indiscutible del modelo de Convertibilidad, el discurso menemista había posibilitado la incorporación de un plus o excedente de goce que se derivaba del cumplimiento del mandato imperativo de gozar sin límites del consumo hedonista individual y del reconocimiento nacional y mundial de la Argentina como un país “potencia” que recuperaba, ahora sí, su mítico “destino de grandeza” al que lo tenía asignado la Historia. En ese marco de materialización práctica y objetivación corporal de los supuestos éxitos del modelo de Convertibilidad, concluimos que el respaldo político hegemónico al menemismo no podía limitarse a un puro cinismo basado en la lógica del “lo sé, pero aún así”. Si bien ciertos sectores sociales, particularmente aquellos dirigentes del establishment que se hallaban más informados, podían saber o suponer acerca de la ficción en la que se asentaba el llamado 1 a 1, muchos otros no podían ni sospecharlo, en tanto observaban y vivían de forma efectiva y “real” los efectos positivos tangibles del régimen socioeconómico. Entre ellos, la inédita estabilidad temporal de todos los precios, la posibilidad de acceder al crédito y consumir, ahorrar y/ o viajar, los datos macroeconómicos positivos del período 1991-1994 y las constantes muestras de aprobación y las felicitaciones de parte de organismos multilaterales de prestigio tales como el FMI o el Presidente de los Estados Unidos, como así también de decenas de economistas, financistas, comunicadores y empresarios nacionales e internacionales que resaltaban los logros y éxitos del “modelo” argentino. Todos estos elementos, que se sedimentaban y objetivaban diariamente en los cuerpos, nos llevó a concluir que en muchos sectores de la sociedad existió en los años ´90 un consenso social basado en una lógica que no era cínica, sino primordialmente de sentido común y práctico, a partir de la premisa de que “lo hacen en la práctica, por lo tanto, no lo saben”. 

 

En la etapa final del trabajo nos centramos en la modalidad de legitimación discursiva del liderazgo menemista, indagando, específicamente, en el proceso de identificación cultural en torno a su figura. Partiendo de un marco teórico psicoanalítico estrictamente lacaniano, afirmamos que este respaldo social y esta lógica de identificación podía ser entendida en el contexto de una investidura catexial hacia el liderazgo de Menem, aunque mediado discursivamente a través del Régimen de Convertibilidad. Este modelo, asociado directamente a un conjunto de significantes adosados (entre los que se destacaría la estabilidad monetaria), se convertiría en el punto nodal que funcionaría como un objeto parcial o significante vacío sustituto imaginario de la ausencia de relación sexual. En ese marco, la famosa frase “Yo no lo voté”, así como las escasas movilizaciones de apoyo social al menemismo, lejos de ser un síntoma del cinismo colectivo en el que se basaba el respaldo al discurso de Menem, debía ser considerado, más bien, como una identificación mediatizada que expresaba el respaldo masivo a un régimen socioeconómico hegemónico que se había materializado en una verdadera realidad para gran parte de la sociedad, al encarnar el goce derivado del rasgo unario y, al mismo tiempo, el plus de goce fetichizado del consumo y la acumulación que simbolizaba la moneda, en tanto equivalente general de todo tipo de mercancías posibles de ser consumidas y/o acumuladas. Se trataba, en efecto, de una creencia fetichizada que, al materializarse de forma efectiva y tangible en la práctica cotidiana y habitual de los sujetos, lograba objetivarse como una realidad plena que impedía hacer presente su componente de cinismo y fantasía. Una promesa mítica de plenitud y opacidad que, en tanto verdad práctica instalada a partir del saber de sentido común, sólo lograría ser atravesada exitosamente como creencia fantasmática a partir de observar y vivir los efectos desestructurantes causados por la devaluación monetaria de comienzos del 2002 y el consiguiente fin del 1 a 1.   

 

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Fuentes

 

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[1] Una versión anterior de este trabajo fue presentado en el V Congreso Latinoamericano de Ciencia Política, “Integración, diversidad y democracia en tiempos del Bicentenario”, Organizado por la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (ALACIP), junto con la Universidad Católica Argentina (UCA) y la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), Ciudad de Buenos Aires, 28 a 30 de julio de 2010. El mismo se inserta, a su vez, en una investigación más amplia que pretende formar parte de una futura Tesis Doctoral, actualmente en curso en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

[2] Magíster en Ciencia Política y Sociología (FLACSO), Becario doctoral (CONICET-UBA-UNGS). Docente de la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM).Docente Ad honorem Carrera de Ciencia Política de la UBA. Correo electrónico: herfair@hotmail.com / hernanfair@conicet.gov.ar

[3] El siguiente apartado recupera los aportes desarrollados en Fair (2011a).

[4] En realidad, resulta importante destacar la presencia de al menos dos grandes etapas en el pensamiento de Lacan. La etapa que sigue Zizek en su obra es la segunda, en la que Lacan abandona el estructuralismo de los años ´50, con su énfasis en el componente simbólico, para colocar el eje en la primacía de lo Real como aquello que resiste a la simbolización. Cabe destacar, de todos modos, que en la Escuela Eslovena que funda Zizek con teóricos como Mladen Dólar, entre otros, se realiza, a diferencia de la escuela anglosajona y la del mundo latino, una novedosa, y a nuestro entender muy promisoria, relación entre la teoría psicoanalítica y la filosofía política (véase Zizek, 1992: 12-13).

[5] Señalamos este punto, debido a que algunos han destacado la existencia de una etapa post-estructuralista en la obra de Althusser que, presuntamente, se iniciaría tras la experiencia del Mayo Francés de 1968.  

[6] Decimos no sin inconvenientes, debido a que el propio Zizek sigue pensando, sobre todo en sus últimos trabajos, a la economía capitalista como “sobredeterminante” en última instancia de los procesos sociopolíticos (véase especialmente Zizek, 2003b).

[7] Cabe destacar que, para la sociología cultural de Bourdieu, la materialización práctica y de sentido común de la creencia no se realiza a partir de una mediatización discursiva, lo que lo aleja parcialmente de las visiones post-estructuralistas (en sentido amplio) que tomamos como base en este trabajo. Por otra parte, su visión del habitus y del campo termina cayendo en un objetivismo estructuralista en última instancia, lo que nuevamente permite mostrar ciertas diferencias teórico-metodológicas con nuestra perspectiva.  

[8] Como señala Zizek, uno no es comunista porque entiende la teoría de Marx, sino que entiende a Marx porque uno ya es comunista desde el comienzo (Zizek, 1992: 71). De este modo, uno va de la creencia a su explicación racional, tal como lo ha analizado en un excelente trabajo De Ípola (1997).

[9] Cabe mencionar que Laclau también ha destacado tempranamente esta dimensión material de la ideología en varios de sus trabajos (véase, por ejemplo, Laclau, 1993).

[10] Acerca de las características teóricas que asume el enfoque lacaniano, pueden verse los textos de Álvarez (2006), Braunstein (2006) y Stavrakakis (2008, 2010). 

[11] Sobre las características que asume la compleja noción de goce en Lacan, véase Braunstein (2006).

[12] Cabe destacar que, a diferencia, por ejemplo, de Laclau, Chantal Mouffe (2007) plantea como opción política una lógica de “agonismo” que, sin dejar de lado nunca la presencia del antagonismo, en tanto constitutivo, lo “sublima” y modera a través del diálogo y la confrontación adversarial de ideas. 

[13] La Ley de Convertibilidad instauró una equivalencia monetaria entre el Austral y el Dólar en una relación equivalencial 10.000 a 1. A partir del 1 de enero de 1992, se creó una nueva moneda nacional, el Peso, que reemplazó al Austral. Desde entonces, se estableció un vínculo 1 a 1 entre el peso y el dólar que los ideólogos del Plan fijaron por una cuestión simbólica (al respecto, véase Roig, 2007).  

[14] Entre ellos, se destacan particularmente la tasa de desocupación, que comenzó a crecer fuertemente desde fines de 1993 y el déficit comercial, que se hizo presente a comienzos de ese mismo año, con el consecuente temor empresarial a la imposibilidad de mantener fija la paridad cambiaria.

[15] Esta lógica de la autopoiesis encuentra semejanzas con la lógica de estructuración que tan bien analiza Giddens (1995), mientras que la materialidad práctica, abordada en su momento por Lacan y Althusser, encuentra semejanzas con la idea de Bourdieu (1991) de los hábitus que se materializan y corporizan en la práctica de los sujetos.   

[16] Véase al respecto el citado trabajo de Bonnet (2008), quien, a pesar de sus muy valorables y estimados esfuerzos, se mantiene, sin embargo, en una lógica derivacionista-zizekiana que no logra alejarse del todo de su herencia marxista, con su consecuente determinación económica en última instancia y su esencialismo de clase.

[17] La importancia que para parte de la sociedad tenía el apoyo externo se hace presente en la siguiente declaración, extraída de una entrevista personal: "Creía que estábamos más como el resto del mundo, como en Estados Unidos y Europa. Al valer un peso igual que el dólar, era como si el peso valía más y tenía como más respaldo ante el resto del mundo" (Empleada, 47 años) (Fair, 2008).

[18] Acerca de la construcción discursiva, desde los medios de comunicación y los intelectuales orgánicos, de una hegemonía cultural a favor del neoliberalismo, véase el interesante trabajo de Balsa (2006).

[19] Entrevistas realizadas por el autor a fines del 2004 confirman, en muchos casos, este respaldo “práctico” al 1 a 1 en diversos sectores sociales. Entre algunos otros ejemplos, podemos destacar el siguiente: “Pude hacer un montón de cosas que en otro momento no la hubiera podido hacer, por ejemplo, me pude comprar el departamento y todo lo que implica la comodidad en un hogar. Además, poder viajar sin pensarlo, ¡y me iba tres meses!" (Empleada, 37 años) (véase Fair, 2008).  

[20] Como una muestra de esta lógica cínica, vale la pena tomar en consideración la siguiente declaración, citada en el diario Clarín: “Hace dos años, cuando empezó el cuentito de la Convertibilidad, yo no me lo creía. Ahora tampoco, pero igual nos tienen atados de pies y manos. Si no me meto en un crédito no puedo comprarme la casa, si me meto, corro el riesgo de que el cuentito termine mal, perdido por perdido, me endeudo y después, Dios dirá” (declaración de un ciudadano sobre el tema créditos para viviendas. citada de Clarín, 31-05-93, p. 19).

[21] El auge del crédito para consumo generó un endeudamiento masivo de amplios sectores sociales que coadyuvó a legitimar al discurso menemista por el miedo que generaba la posible devaluación de la moneda local. En este trabajo no haremos mención detallada a este tema, aunque sin dudas adquiere una importancia crucial, en el marco de un discurso hegemónico como sobredeterminante, para comprender el respaldo social al menemismo durante las elecciones presidenciales de mayo de 1995.

[22] Entrevista personal con el Dr. Gabriel Binstein, 16 de noviembre de 2009. Hemos planteado previamente esta hipótesis en Fair (2008).

[23] Como ejemplo de la escasa posibilidad de oponerse firmemente, en ese entonces, al discurso hegemónico, podemos citar las declaraciones que hemos recogido en una de las entrevistas del año 2004, referidas a los posibles efectos que traería aparejada la Convertibilidad: “No contaba en ese momento con experiencias personales anteriores o conocimientos en economías de mercado para poder evaluar el tema" (Empleado, 27 años) (véase Fair, 2008).

[24] Seguimos en este apartado algunas cuestiones trabajadas más en detalle en Fair (2010a).

[25] En realidad, en sus primeros seminarios Lacan relacionaba al líder con el ideal del yo freudiano (véase Lacan, 1982). No obstante, en su Seminario XI y en particular a partir del Seminario XVII, cuando se refiera a la presencia de los cuatro discursos del psicoanálisis, y en los seminarios subsiguientes (especialmente el XVIII, XIX y XX), Lacan dejará de lado este enfoque freudiano inicial para dar cuenta de diferentes modos de constitución discursiva del lazo social que excederán esta reducción al discurso del Amo (Lacan, 1971-1972, 2006, 2008). Para un análisis que retoma la noción del líder como ideal del yo de los primeros seminarios de Lacan, para dar cuenta de las formas de identificación imaginaria con el liderazgo de Néstor Kirchner, véanse Biglieri (2008: 34-36) y Perello (2008: 75 y ss.). En cuanto a las transformaciones en el discurso lacaniano, véase Gutiérrez Vera (2004: 320 y ss.).

[26] Agradezco a Sebastián Barros por haberme hecho notar en su momento este particular, lo que me permite diferenciarme de la mayoría de los trabajos bibliográficos y periodísticos que analizan el apoyo al menemismo, limitados al vínculo meramente instrumental.

[27] En efecto, luego de los “adelantos” en las provincias de San Juan, San Luis y Río Negro, en la que el oficialismo triunfaría en las dos primeras (Clarín, 12/08/91), el 8 de septiembre de 1991 se llevaron a cabo las primeras elecciones legislativas. Ignorando los casos de corrupción y el indulto a los militares, el PJ triunfará ampliamente en Buenos Aires y otras 9 provincias (luego sumaría 8 más, Página 12, 29/10/91), alcanzando el 40,72% de los sufragios, frente a 29,02% de la UCR y 5,29% de la UCeDé (INDEC, 1998). Si bien el Gobierno resultará derrotado en Capital Federal y Córdoba, lo hará frente a la oposición moderada de Angeloz y De la Rúa. Los sectores más opositores, personificados por el sindicalista Saúl Ubaldini y el Grupo de los 8 diputados antimenemistas que se habían alejado del Partido Justicialista, obtendrán, por su parte, magros resultados, no alcanzando, el primero, siquiera el 3% requerido para ser electo Diputado, mientras que el Grupo de los 8, al igual que la UCR, perderá dos bancas, al tiempo que el oficialismo obtenía siete adicionales. Párrafo aparte merece la desastrosa performance de la izquierda que, dividida días antes de las elecciones (Clarín y Página 12, 24/08/91), no logrará colocar ningún Diputado en la Cámara (Clarín, 09/09/91). El 3 de octubre de 1993 se realizarán las segundas elecciones legislativas. El oficialismo, en una clara victoria, obtendrá el 42,46% de los votos, frente al 30,23% de la UCR y 5,78% del MODIN (INDEC, 1998). Además de vencer en distritos claves como la Capital Federal, históricamente esquiva al justicialismo, y el Gran Buenos Aires, el PJ sumará 10 Diputados. El radicalismo, en cambio, perderá 1 Diputado, mientras que el partido de centroderecha de la UCeDé, absorbido casi en su totalidad por los votos dirigidos hacia el Gobierno, reducirá su caudal en 4 bancas (La Nación y Página 12, 04/10/93 y 05/10/93).