Resumen
El trabajo indaga en la construcción
político-cultural de la hegemonía menemista. En ese contexto, analiza lo que
define como la doble dimensión ideológica. Partiendo desde un marco teórico y
metodológico basado en la Teoría lacaniana de la Ideología de Slavoj Zizek, y
algunos aportes teóricos complementarios del propio Lacan, pretende dilucidar,
de forma interpretativa, las principales modalidades que asumió el proceso de
legitimación psico-política y sociocultural del
menemismo. Específicamente, se centra en las particularidades que definieron a
este proceso a partir de la aplicación del Régimen de Convertibilidad.
Abstract
This work investigates cultural and political
construction made by the hegemony of Menemism. In
that context, the paper defines and analyzes a double ideological dimension.
Appealing to a theoretical and methodological framework based on Lacan’s theory of Ideology thought by Slavoj Zizek and some
theoretical contributions of Lacan, the present paper
aims to clarify the main features of the process of psychological, political
and cultural legitimacy of Menemism. We will focus on
some peculiarities that defined the process since convertibility monetary
regime was put into practice.
La construcción
político-cultural de la hegemonía menemista. La doble dimensión ideológica
Hernán Fair
1. Introducción
El siguiente
trabajo se propone indagar acerca de la construcción político-cultural de la
hegemonía menemista. En ese contexto, analiza las características que asume lo
que define como la doble dimensión ideológica del discurso de Menem. Partiendo
desde un marco teórico y metodológico interpretativo basado en la Teoría
lacaniana de la Ideología de Slavoj Zizek y algunos aportes teóricos
complementarios del propio Lacan, pretende dilucidar las principales
modalidades que asumió el proceso de legitimación psicopolítica y sociocultural
del menemismo. Específicamente, se centra en las particularidades que
definieron a este proceso a partir de la instauración del Régimen de
Convertibilidad, de abril de 1991, examinando, en un nivel más amplio, las
características asumidas durante la primera presidencia de Menem (1989-1995).
Se parte de la base que la Convertibilidad, junto a una amplia cadena de
significantes adosados (entre los que se destaca especialmente la estabilidad
monetaria), se edificó discursivamente como un “Significante Amo” que funcionó
como “punto nodal” hegemónico de sutura imaginaria de lo social. En ese
contexto, se sostiene que la construcción político-cultural o ideológica del
discurso menemista logró obtener una amplia y duradera legitimación social que
puede comprenderse a partir de una doble dimensión de análisis articulada. Por
un lado, como un respaldo social efectivo derivado de la fantasía del “1 a 1”,
en tanto fuente de goce inconsciente que suple lo Real, llenando
imaginariamente la falta estructural ausente. Por el otro, como un apoyo
fetichizado de aquéllos sectores sociales que, debido a la lógica del
fetichismo de la mercancía, materializan en la práctica cotidiana su propia
creencia. De este modo, al significante Amo como fuente de goce del sujeto se
le incorpora un plus de goce que, partiendo del fantasma primordial como su
condición de posibilidad, se legitima en una lógica de estructuración práctica
y de sentido común basada en el “lo hacen y, por lo tanto, no lo saben”.
Finalmente, en una segunda etapa del trabajo, se afirma que la doble dimensión
de la ideología menemista, en un marco sociohistórico y cultural más amplio
signado por la declinación de la imago paterna, coadyuvará a generar una
identificación idealizada en torno al objeto parcial Convertibilidad, lo que
terminará por investir catexialmente al discurso
menemista, quien se presentará como su garante de conservación y permanencia
temporal.
2. Ideología: Antecedentes de una noción crucial de la
teoría y la filosofía política
Los antecedentes
de la noción de ideología, aunque forjado originariamente por Cabanis y Destutt de Tracy a
fines del siglo XVIII (Althusser, 1988: 120), nos remiten indefectiblemente a
la obra de Carlos Marx y, más específicamente, al Marx de “La Ideología
alemana”. Como es sabido, allí el teórico alemán definía a la ideología como
una “falsa conciencia” de la posición de clase, fenómeno que era posible a
partir de la relación que establecía la clase capitalista entre la defensa de
sus intereses particulares y la defensa ilusoria del interés general de la
sociedad (Marx y Engels, 2001). Esta concepción
subjetivista, que entra en contradicción con la línea más objetivista derivada
de textos como el “Prefacio de la Contribución a la Economía Política”
(respecto de la diferencia entre estas dos concepciones, véase Laclau et al., 1991) sería luego retomada y
reformulada parcialmente por el estructuralismo marxista del filósofo
argelino/francés Louis Althusser. Básicamente, Althusser (1988) destacará la
necesidad de incorporar a la función represiva del Estado, su función
consensual o ideológica. En ese marco, hará hincapié en la función que ejercen
los Aparatos Ideológicos del Estado (religiosos, escolares, familiares,
jurídicos, políticos, sindicales, de información y culturales) en la
reproducción material de la ideología dominante. La primera tesis central de
Althusser, que a su vez juega como su definición oficial, señala lo siguiente:
“La ideología es una representación de la relación imaginaria entre los
individuos y sus condiciones reales de existencia” (p. 123). Según Althusser,
todos los hombres se representan su realidad del mundo, sus condiciones de
existencia, de una forma imaginaria que deforma la realidad de sus condiciones
reales (verdaderas) de existencia. Sin embargo, más que preguntarse por la
“causa” de esta construcción imaginaria, que en algunos trabajos de Marx era la
“alienación” de las verdaderas relaciones de existencia, se pregunta cuál es la
función que ejerce esta construcción imaginaria (pp. 125-126).
Esta
recuperación de la dimensión ideológica lo lleva a señalar la segunda de sus
tesis centrales: “la ideología tiene existencia material” (p. 126). En efecto,
para Althusser lejos de tener una existencia ideal o espiritual, al estilo del
idealismo alemán, la ideología, en tanto “deformación imaginaria”, tiene una
existencia plenamente material. Esta materialidad, afirma Althusser, se
“inserta” en “prácticas” y “rituales” específicos. Así, cuando uno cree en
Dios, “va a la Iglesia, asiste a misa, reza, se confiesa, hace penitencia”. Del
mismo modo, si un individuo cree en el deber, apela a ciertas “prácticas
rituales” que sirven, digamos, como su soporte. Así, si cree en la Justicia,
uno se somete, entonces, a las reglas del derecho, participa de manifestaciones
y peticiones legales, etc. De este modo, se puede observar que “las ideas de
los sujetos existen en sus actos, o deben existir en sus actos”. En otras
palabras, las ideas tienen una “existencia material” en un “aparato
ideológico”. Así, como señala Althusser a partir del ejemplo de Pascal, cuando
uno se pone de rodillas y reza, entonces es que ya cree (pp. 126-128). Esto le
permite concluir que “la existencia de las ideas es material, en cuanto sus
ideas son actos materiales insertos en prácticas materiales normadas por
rituales materiales definidos por el aparato ideológico material del cual
derivan las ideas de este sujeto” (p. 129).
Este novedoso
enfoque iniciado por Althusser constituye, junto a los aportes de Gramsci y de Bajtín y Voloshinov, un
inestimable avance dentro del marxismo más tradicional u ortodoxo, que creía
que la economía determinaba casi mecánicamente a lo político-ideológico a
partir de la metáfora base-superestructura. Sin embargo, a pesar de su notable
esfuerzo, la crítica althusseriana a los enfoques economicistas, como dijimos,
sólo es posible para Althusser situándose en el tradicional campo de la Ciencia
marxista (la Ciencia del materialismo dialéctico de “El Capital”), lo que se
opondría a la Ideología burguesa para criticar la falsa representación de las
relaciones sociales objetivas derivadas de la interpelación de los sujetos en
Sujetos.
Es, precisamente,
este intento de integrar a la supuesta “ciencia” marxista con la filosofía
política marxista con pretensiones de alcanzar su mismo status “cientificista”,
el punto que sería, junto con el esencialismo de clase “en última instancia”,
el motivo de crítica de los enfoques postestructuralistas,
entre las que se destacarían el enfoque postmarxista de Ernesto Laclau y, en un
plano más psicoanalítico, el enfoque lacaniano de la ideología de Slavoj Zizek.
Dejando de lado las diversas críticas del enfoque laclausiano (véanse Laclau y Mouffe, 1987; Laclau, 2006a), nos
interesa centrarnos en los valiosos aportes del teórico y filósofo
esloveno.
2.1. Los aportes
de la Teoría psicoanalítica de la ideología de Slavoj Zizek
La obra de
Slavoj Zizek presenta un novedoso proyecto teórico de análisis que intenta
integrar de modo ecléctico los aportes teóricos y filosóficos del marxismo, con
el kantismo, el hegelianismo y el psicoanálisis lacaniano. En relación a los
pensadores más contemporáneos, pueden hallarse algunas influencias de los
aportes del enfoque postmarxista de Ernesto Laclau, con quien, sin embargo,
mantuvo en los últimos tiempos algunas diferencias (véase Zizek, 2003a).
Precisamente en este punto, que lo ha llevado a seguir un camino divergente al teórico
argentino, es donde quisiéramos centrarnos, para destacar las valiosas
contribuciones conceptuales a lo que Zizek ha dado en llamar la Teoría
psicoanalítica de la ideología.
Lo que viene
señalando Zizek desde sus trabajos iniciales es que la Teoría de la hegemonía
de Laclau resulta adecuada y pertinente para analizar los fenómenos
sociopolíticos contemporáneos, al hacer hincapié en el antagonismo como
constitutivo de toda sociedad, del mismo modo que la desconstrucción derridiana permite destruir toda la metafísica Occidental,
mostrando que su condición de posibilidad es, a su vez, su condición de
imposibilidad. Sin embargo, el filósofo esloveno sostiene que este tipo de
análisis desconstructivos y postmarxistas no logran
dar cuenta de un abordaje más estructural de la formación identitaria. Según
afirma Zizek, sólo a partir del psicoanálisis lacaniano es posible desarrollar
una crítica más profunda a la ideología dominante. Esta crítica, para ser
tal, debe partir de la base, como lo hace el propio enfoque de Laclau en alguno
de sus textos (Laclau, 2006a), de que la crítica ideológica es siempre
intra-ideológica, es decir que, a diferencia de lo que creía Althusser, al
menos en su primera etapa estructuralista de los Aparatos ideológicos del
Estado (Althusser, 1988), la
crítica no puede ser situada por fuera de la ideología en una especie de
objetividad científica que permite develar la realidad social externa no
contaminada de valores. En efecto, la ideología no puede ser denunciada, como
lo hacía también la Escuela de Frankfurt, como “falsa conciencia”. El punto de
partida de la crítica de la ideología, según Zizek, debe ser “el reconocimiento
pleno del hecho de que es muy fácil mentir con el ropaje de la verdad” (Zizek,
2003a: 14).
A partir de esta
afirmación, Zizek se distancia, no sin inconvenientes, del marxismo, que “desde
la distancia neutral del metalenguaje, se cerciora de la tendencia objetiva de
la historia hacia el comunismo; luego, elabora la ideología proletaria para
inducir a la clase obrera a cumplir su misión histórica”. Del mismo modo, se
aleja también del neomarxismo de la Escuela de
Frankfurt, “en la que la distorsión ideológica se deriva de la forma mercancía
hasta la noción de razón instrumental, que ya no se basa en una realidad social
concreta sino que, en cambio, es concebida como una especie de constante
primordial antropológica, incluso cuasi trascendental, que nos permite explicar
la realidad social de la dominación y la explotación” (Zizek, 2003a: 16). Para
Zizek, al igual que para Laclau (2006a), la realidad es siempre, y
necesariamente, ideológica, ya que “para el análisis del discurso, la noción
misma de un acceso a la realidad sin el sesgo de dispositivos discursivos o
conjunciones con el poder es en sí misma ideológica. El ´grado cero´ de la
ideología consiste en percibir (erróneamente) una formación discursiva como un
hecho extradiscursivo” (Zizek, 2003a: 18).
Pero si “la
realidad es indistinguible de la ideología” (Zizek, 2003a: 23), entonces, ¿cuál
es el gran aporte que realiza Zizek para complementar el análisis
necesariamente intraideológico de la ideología? Para
desarrollarlas, veamos, brevemente, las críticas que le hace Zizek a la visión
material de la ideología de Althusser. Como hemos dicho, para Althusser la
ideología interpela al sujeto convirtiéndolo en Sujeto, y esa interpelación se
realiza en la práctica, esto es, en la realidad cotidiana del sujeto. Zizek
retoma y acepta este último punto, que tiene su origen en Pascal, para señalar,
del mismo modo que el filósofo francés, que toda creencia, lejos de ser un
estado “íntimo”, puramente mental, en realidad “se materializa siempre en
nuestra actividad social efectiva: la creencia sostiene la fantasía que regula
la realidad social” (Zizek, 1992: 64). En efecto, la materialización de la
ideología no es meramente “teórica” o “mental”, sino que, tal como lo ha
analizado también el sociólogo Pierre Bourdieu, se realiza en el “sentido
práctico” y cotidiano de los sujetos (Bourdieu, 1991). Al igual
que Althusser, Zizek afirma que “encontramos razones que confirman nuestra
creencia porque ya creemos: no es que creamos porque hayamos encontrado
suficientes buenas razones para creer” (Zizek, 1992: 66). De este manera,
cuando un sujeto sigue una creencia, por ejemplo, cuando cree en la prensa
independiente, en las elecciones limpias y en el mercado, ya cree en la
ideología liberal sin saberlo (Zizek, 2003a: 17). Del
mismo modo, cuando uno sigue los rituales del fascismo, ya cree de forma
efectiva en esta ideología organicista sin saberlo, e incluso sin quererlo. Es
por eso que Zizek señala, siguiendo los aportes de Althusser y de Sloterdijk, que la realidad no se encuentra en el saber,
sino en el hacer, esto es, que lo que entendemos por realidad social se
encuentra apoyado por la experiencia de lo que hacemos, la materialización
práctica y corporal que evidenciamos cotidianamente.
Sin embargo, si
la ideología tiene necesariamente una “existencia material” que se materializa
en prácticas ideológicas, rituales e instituciones (Zizek, 2003a: 20), lo que
agrega Zizek, desde su particular interpretación lacaniana, y diferenciándose
de Pascal y del propio Althusser, es que la “costumbre externa es siempre el
soporte material para el inconsciente del sujeto” (Zizek, 1992: 69). Es decir,
que existe una creencia inconsciente que va más allá de la creencia cotidiana y
que sirve como la apoyatura no consciente de la creencia material. Como lo
resume el teórico y filósofo esloveno: “cuando nos sometemos a la máquina del
ritual religioso, ya creemos sin saberlo: nuestra creencia ya está
materializada en el ritual externo; en otras palabras, ya creemos
inconscientemente, porque es a partir de este carácter externo de la máquina
simbólica como podemos explicar el estatus del inconsciente como radicalmente
externo” (Zizek, 1992: 73).
Como destaca
Zizek, esta teoría pascaliana de la materialización
corporal se encuentra analizada en la noción de AIE de Althusser que hemos
resumido anteriormente. Sin embargo, el problema que observa Zizek en el
enfoque althusseriano, más allá de criticarle su
pretensión de objetividad derivada del saber supuestamente “científico” del
marxismo, es que no puede dar cuenta de cómo se produce el efecto ideológico
exitoso en el sujeto, esto es, cómo genera la ideología su efecto interpelatorio del sujeto en Sujeto. Lo que concluye Zizek
es que esta “máquina” simbólica “ejerce su fuerza sólo en la medida en que se
experimenta, en la economía inconsciente del sujeto, como un mandato
traumático, sin sentido” (Zizek, 1992: 73).
Siguiendo la
interpretación del enfoque psicoanalítico lacaniano (véase Lacan, 1971-1972,
2006, 2008), Zizek señala que lo que se olvida en la teoría althusseriana es la
dimensión de deseo inconsciente, del goce derivado de la fantasía ideológica
previa de alcanzar la unidad social plena que lleva todo sujeto. Este deseo
eterno de alcanzar el Uno todo, el “rasgo unario” (Lacan, 1987: 147), es
precisamente el soporte inconsciente que actúa como la condición de posibilidad
de este reconocimiento ideológico del sujeto. Debemos tener en cuenta que, como
bien señala Zizek a partir de Lacan, lo que llamamos “la realidad es una
construcción de la fantasía que nos permite enmascarar lo Real de nuestro
deseo” (Zizek, 1992: 76). En otras palabras, la realidad social sólo puede ser
comprendida si se la estructura en el marco de una fantasía estructural de
plenitud que es imposible o Real, en tanto está constitutivamente fallada. Este
deseo primordial es, según la interpretación del psicoanálisis lacaniano, el
deseo inconsciente de plenitud y transparencia de lo social que instaura el
significante y genera, a partir de su prohibición simbólica, el deseo eterno de
recuperar la unidad corporal con la Cosa. Sin embargo, como el retorno al
paraíso mítico de la Cosa (la Madre) resulta estructuralmente imposible, esta
recuperación sólo es posible realizarla de forma imaginaria por la vía del
significante, que, en tanto representa al “rasgo unario”, se encuentra
investido de fuente de goce para el sujeto (Lacan, 1971-1972, 2006,
2008)
¿Qué
implicancias tienen estas afirmaciones para el debate sobre la interpelación
ideológica? Pues que, a partir de ahora, la ideología no es un sueño que
construimos para huir de la realidad, sino más bien el elemento que actúa como
soporte inconsciente de nuestra realidad cotidiana, esto es, el elemento que
permite enmascarar el núcleo traumático, Real, que representa la dimensión de
falta estructural que nos constituye. En otras palabras, la realidad que
observamos cotidianamente oculta un deseo inconsciente, un fantasma o fantasía
de igualdad social plena. Esta fantasía, a diferencia de lo que cree Althusser,
es previa y condición de posibilidad de toda ideología que triunfa y, a
diferencia de Laclau, va más allá de ser un antagonismo constitutivo de todo
discurso, en tanto está investido de un mandato inconsciente (superyoico) de goce (goza!) que estructura, en un nivel más
amplio y profundo, toda identidad social (Zizek, 1992, 2006). Así, por ejemplo,
la ideología nazi, más allá de que busca eliminar los antagonismos
constitutivos, y de allí que para Laclau (2006a) deba ser considerado una
ideología, y más allá de que, como bien diría Althusser, logra materializarse
en las prácticas y rituales tales como las concentraciones y desfiles masivos,
las campañas de gran escala y la propaganda nazi, tiene éxito, sobre todo, ya
que, a partir de sus metáforas unarias de raíz organicista, representa uno de
los tantos ejemplos que permiten recuperar de modo imaginario la unidad
corporal.
Pero además de
este factor, que ya ha sido destacado por Lefort (1990), lo interesante de
estas ideologías es que sólo logran proyectar esta imposibilidad estructural de
unidad social en un eje externo (que a su vez es interno e ineliminable)
representado, en este caso, por la figura del judío, en tanto símbolo, no
importa si realidad o no, de los valores del capitalismo más explotador. La
ideología, precisamente, se encuentra en la direccionalidad de todas las culpas
en ese objeto externo del que nada quiere saberse y del que se goza en su
exclusión, en tanto permite formar y conformar, así, la ansiada unidad social
(la comunidad orgánica) plena (Zizek, 1992).
3. La doble dimensión de la ideología menemista
3.1. La fantasía
inconsciente como fuente de “goce”
Por un lado, como bien destaca Bonnet
(2008), es posible que hubiere en parte una lógica social basada en el famoso
cinismo del “sí, pero aún así”, esto es, no creo para nada en la realidad de la
Convertibilidad, pero aún así hago de cuenta de forma cínica que sí existe, en
tanto me beneficio de su existencia. Esta posibilidad de
salir del fantasma se expresaría por primera vez en la mini-corrida empresarial
de 1993, que mostraría los límites de la sobrevaluación cambiaria y
acrecentaría el temor a una devaluación, sobre todo a partir del incremento del
déficit comercial. Del mismo modo, en la crisis del Tequila de fines de 1994 se
pondrá de manifiesto el peligro latente de que la Argentina siguiera
temporalmente el mismo camino que México, obligándose a devaluar su moneda, con
su consiguiente efecto negativo sobre los salarios y sobre los múltiples
sectores endeudados en dólares.
Estos elementos, que harán que el
Gobierno se vea obligado a insistir una y otra vez en que no devaluaría nunca
la moneda y que, en todo caso, llegaría a dolarizar toda la economía antes de
salir del 1 a 1, permiten suponer que había sectores sociales, sobre todo
empresariales, que eran conscientes de la farsa técnica del régimen cambiario.
Sin embargo, las críticas políticas a la Convertibilidad eran escasas y recién
se harían visibles en todo su esplendor a partir de la crisis financiera de
Rusia de 1998, y, en particular, tras la devaluación monetaria de Brasil del
año siguiente. Esta medida potenciaría el temor de parte del establishment, en tanto Brasil
representaba un país al que la Argentina exportaba gran parte de su capital,
por lo que los dólares ahora dejaban de ingresar y ponían en peligro la
permanencia del Régimen convertible. En ese lapso, como hemos señalado, había
críticas esporádicas a las ficción y los “fuegos de artificio” de la
Convertibilidad, tales como el renombrado libro de Muchnik (1992), sus propias editoriales críticas en el diario Clarín, además de la abundancia de críticas desde todos los
sectores a los efectos negativos del plan socioeconómico. Sin embargo, durante
el primer gobierno de Menem las tendencias devaluacionistas,
o bien eran excluidas por diversos medios del espacio público, o bien no tenían
la legitimidad necesaria para ser expresadas de forma pública, frente al temor
al masivo rechazo social que provocaban en quien atinaba a formularlas.
La perspectiva del puro cinismo colectivo
muestra sus limitaciones, en el momento en que la creencia se materializaba,
como hemos dicho, en el hacer práctico de los sujetos en su vida cotidiana. En
efecto, la práctica, materializada y objetivada en los cuerpos, hemos visto que
actúa como un soporte inconsciente para los sujetos, que se basan en el sentido
común cotidiano para materializar sus creencias (Bourdieu, 1991). Pero además,
debemos tener en cuenta, a modo de un nuevo ejemplo, que los depósitos de los
bancos, si bien mayoritariamente se hallaban en dólares, tenían un importante nivel
de depósitos en pesos. Por otra parte, debemos recordar que muchos ciudadanos
pagaban sus gastos de forma cotidiana y realizaban sus transacciones
indistintamente en dólares y en pesos, lo que muestra que no sabían ni
sospechaban acerca de la sobrevaluación efectiva de la moneda local y la
supuesta farsa en la que se asentaba. En todo caso, si la Convertibilidad era
una pretendida “ficción”, ¿por qué la “gente” no retiraba sus depósitos rápida
y masivamente de los bancos nacionales, lo que hubiese generado una catástrofe
del sistema bancario como la que luego ocurriría a fines del 2001?
Precisamente, porque, sobre todo durante el primer gobierno de Menem, todos los
indicadores y las prácticas cotidianas “conspiraban” para materializar, y de
este modo objetivar, la creencia social fantasmática,
desde el mito parcialmente sedimentado del país potencia, hasta la metáfora
unaria del 1 a 1, pasando por la institucionalización del régimen convertible
mediante ley del Congreso, la estabilidad efectiva de la economía, el nivel de
reservas monetarias, el crecimiento de la economía, el acceso masivo al crédito
familiar para compra de inmuebles y consumo privado o los viajes cotidianos al
exterior.
En efecto, ¿por qué “Doña Rosa” debería
pensar que la estabilidad es una ficción, cuando va todas las semanas al
supermercado y observa con sus propios ojos que el kilo de yerba, el del pan y
el del azúcar cuestan siempre lo mismo?, ¿Por qué debería sospechar de las
variables económicas, si los índices señalan que la economía crece a tasas
cercanas al 10% anual, las reservas monetarias son altas, se observan buenas
ventas en los negocios y shoppings,
la gente puede viajar al exterior y encima el país recibe constantes elogios de
los sectores más importantes del planeta y que más conocen sobre estos temas?
La misma lógica práctica de sentido común puede aplicarse para el auge de los
créditos personales y sus múltiples e indefinidas posibilidades de uso.
Pero además, y no menos importante,
debemos tener en cuenta que el propio discurso hegemónico, tanto el de los
medios masivos, como el del oficialismo, entre ellos el discurso de sentido
común de Menem, contribuía a construir un mismo relato de significación en
torno al contexto sociohistórico y cultural y en torno a las prácticas y deseos
colectivos. Ese discurso de consumismo y acumulación hedonista e
individualista, convertido en Pensamiento hegemónico, había construido un
sólido relato en el que la aplicación de las reformas pro-mercado y el consumo
privado se asociaban a la inserción al mundo mágico de la modernización y a un
futuro signado por la paz y la felicidad para todos. En ese marco, aquellos
que actualmente, tras haber pasado la experiencia histórica de la década
menemista y la posterior devaluación del 2002, afirman que el 1 a 1 era una
“ficción”, tal como nosotros mismos lo hemos comprobado en una serie de
entrevistas personales realizadas en el año 2004 (Fair, 2008), parecen estar
expresando más bien su actual pensamiento a
posteriori. Se trataría, entonces, de una construcción retroactiva, un
relato ad-hoc de los hechos, que, si
bien no puede decirse que se extienda al conjunto de la sociedad, parece
ajustarse más bien a la actual opción “políticamente correcta” que reniega,
quizás por vergüenza, del anterior respaldo político masivo, o bien del
silenciamiento, frente al menemismo y su modelo socioeconómico. Este respaldo,
en gran medida pasivo y resignado, se expresa claramente en la famosa frase “Yo
no lo voté”, célebre consigna política que desde las elecciones de 1995
acompaña como una sombra a quienes se refieren a la reelección presidencial de
Menem de mayo de aquel año. En efecto, la frase “Yo no lo voté”, al igual que
las encuestas que mostraban previo al triunfo menemista un respaldo menor al
que posteriormente obtendría, es una cabal expresión de que el consenso en
torno al menemismo fue, mayoritariamente, un respaldo político al Régimen de
Convertibilidad y a sus significantes asociados (en particular, la estabilidad
económica), en lugar de serlo de forma primordial al liderazgo menemista que es
idealizado. Las propias encuestas del período nos muestran, en la misma línea,
que el apoyo al modelo de Convertibilidad era ligeramente superior al respaldo
al liderazgo de Menem y a su Gobierno en general (Gerchunoff y Torre, 1996). En
todo caso, como a continuación veremos, la lógica del apoyo político al
discurso menemista debe ser examinado en el marco de una mediación que inviste
su discurso en torno a su vinculación directa con la continuidad temporal del Régimen
de Convertibilidad.
4. La investidura catexial en torno al liderazgo menemista
En la misma línea, pero ahora desde el
ángulo de la teoría política contemporánea, Laclau señala que, si bien el amor
hacia el líder resulta importante para constituir todo vínculo social, e
incluso situará en otro trabajo a la figura de Perón como un significante vacío
(Laclau y Mouffe, 1987), Freud “se apresura demasiado
en pasar de apuntar el amor por el líder como condición central de la consolidación
del vínculo social, a la afirmación de que él constituye el origen de ese
vínculo” (Laclau, 2005a: 109). En efecto, si bien es cierto que el líder es el
que unifica el espacio social mediante la absorción equivalencial de demandas
sociales insatisfechas, no necesariamente es él el cristalizador del
movimiento. Como bien destaca en un texto posterior, “no es que el líder sea el
origen del movimiento, sino que, sin ese punto de aglutinación, el movimiento
no podría forjar su unidad, se dispersaría entre los elementos que lo componen”
(Laclau, 2006b: 118). En otras palabras, como señala Marchart,
citando a Laclau, aunque el “nombre” es la condición para la formación del
grupo, el mismo no constituye su origen necesario (Marchart,
2006).
Pero entonces, ¿qué
lugar ocupa el agente que encarna al significante Amo? En primer lugar, debemos
tener en cuenta que, como señala Lacan, ningún agente (así lo denomina) es tal,
sino que encarna esa función (Lacan, 2006). Partiendo de esta premisa, que nada
tiene que ver con el funcionalismo sociológico clásico, el psicoanalista
francés afirma que su función radica, precisamente, en investir libidinalmente
al significante Amo (Lacan, 1987: 276). En ese contexto, Laclau (2005a) subraya
que, para que se logre la articulación de las diferentes demandas sociales
equivalenciales, resulta imprescindible la “nominación” por parte de una
autoridad. Ahora bien, lo que incorpora Laclau en sus últimos trabajos,
basándose en los cruciales aportes del psicoanálisis lacaniano, en particular a
partir de la influencia de Joan Copjec (Laclau,
2005a, 2008), es que esta nominación o “acto de identificación” (Laclau, 1993,
1996), cumple la función primordial de generar un “afecto” o “investidura
libidinal” (Lacan, 2003: 84) en torno al objeto que lo encarna (Laclau, 2005a; Copjec, 2006). En efecto, dado que el acto de la nominación
simbólico logra articular las diversas demandas particulares, formalizando
imaginariamente el lazo social, esa vacuidad pasa a ser encarnada por la fuerza
hegemónica. En esas circunstancias, señala Laclau, el líder obtiene una
“investidura ontológica” a partir de que logra hegemonizar el espacio social
(Laclau, 2005a: 214). En otras palabras, si Lacan tenía razón al afirmar que
“Aquello de lo que el amor hace su objeto es lo que falta en lo real” (Lacan,
2003: 421), Laclau puede señalar, en la misma línea, que el líder, en tanto
representa la entidad que encarna la satisfacción del objeto, adquiere una
investidura afectiva en torno suyo. En sus términos, “la entidad encarnadora se
convierte en el objeto pleno de investidura catéctica”,
en razón de que se presenta como “el exceso fantasmático de un objeto a través del cual la satisfacción puede alcanzarse” (Laclau,
2005a: 152-153).
Mediante la recuperación de esta noción
de “investidura catexial”, Laclau realiza un paso
crucial para comprender la lógica de identificación en los nuevos tiempos hipermodernos. En efecto, al revalorizar la dimensión
“afectiva”, prácticamente ignorada por la Ciencia Política de raíz conductista,
el teórico argentino logra alejarse completamente de estos enfoques
racionalistas, quienes, como hemos visto, reducen el vínculo a cálculos
puramente lógicos de individuos racionales (Laclau, 2005a: 282-283). A partir
de ahora, más aún en el marco de la declinación de la Imago paterna y su
tradicional función de limitación al goce del sujeto y su reemplazo por un
nuevo orden “pospolítico” en el que el Padre es
ocupado por una Ciencia y un discurso liberal que promueve como un mandato superyoico imperativo la libertad de gozar libremente en un
mundo carente de límites (Lebrun, 2003; Berdiel Rodríguez, 2009), se producen profundos cambios
socioculturales y políticos en la relación que se establece entre los
ciudadanos y los liderazgos representativos.
En las nuevas circunstancias, y con la
incorporación del elemento catexial de
identificación, el liderazgo presidencial puede adquirir, entonces, una lógica
identitaria que excede el cálculo meramente instrumental, al estilo
otorgamiento de estabilidad política y/o económica a cambio del voto, o el
llamado “voto cuota” o “voto licuadora”. De ahora en más, es el
propio discurso el que instituye performativamente la
modalidad de vinculación social, al ser aquel el que genera el proceso de
identificación, en este caso, a partir de una investidura mediada por el
Significante vacío (llamado por Lacan S1) y la amplia cadena de equivalencias o
cadena significante asociada a aquel (el llamado S2).
De todos modos, debemos tener en cuenta
que esta vinculación no deja de ser racionalizable,
en tanto y en cuanto, al menos durante los años ´90, el discurso que
sobredetermina el pensamiento y el accionar social de los sujetos inmersos en
el juego capitalista es la economía y su lógica instrumental. Sin embargo, como
destacan Laclau y Mouffe (1987), a partir de los
cruciales aportes de la pragmática wittgesteiniana,
ya no puede pensarse este vínculo con independencia de un discurso particular
que otorga significación legítima y guía a los propios pensamientos y acciones de
los individuos y sujetos colectivos. En otras palabras, aunque no existe una
determinación en alguna instancia de la dimensión económica, el análisis
sociohistórico y cultural sí nos permite aseverar que el discurso mercantilista
y de racionalidad formal hegemoniza en los ´90 el espacio social. De este modo,
se instituyen discursivamente identidades políticas que tienen como modalidad
de identificación social el consumo masivo de tecnología y la acumulación
económica sin restricciones morales, religiosas, o de otro tipo.
Veamos ahora cómo podemos articular estos
cruciales aportes de la teoría política contemporánea y el psicoanálisis
lacaniano, para intentar comprender la particularidad del caso del discurso
menemista y su vinculación con el objeto a Convertibilidad. Vimos previamente
que el “significante promordial” (Lacan, 1987: 259,
284) permitirá, a partir de la sutura del hueco faltante en la sociedad,
vehiculizar simbólicamente el fantasma de unidad con el otro, lo que
posibilitará acceder a la constitución imaginaria de plenitud corporal con la Cosa. A su vez, en
lo que refiere a la función de exceso o plus de goce, el régimen cambiario
permitirá el acceso, al mismo tiempo, a un plus de goce o excedente derivado
del consumo masivo individual y la acumulación de capital. Podemos decir, ahora
en los términos de la teoría política, que el significante Convertibilidad
(siempre en asociación con su cadena de significantes adosados) se constituirá,
en ese sentido, en un objeto parcial que vaciará su inherente particularidad
para hegemonizar metonímicamente el espacio social. Sin embargo, ese
significante hegemónico, responsable de la estabilización económica y social
del país, sólo sería garantizado mediante un liderazgo, en este caso el de
Menem, con su consiguiente investidura derivada de su institución. En ese
contexto, podemos decir que el Presidente, en tanto entidad o agente que
funciona como garante del fantasma de la “plenitud mítica” y de la satisfacción pulsional, esto es, en los términos de Laclau, el
momento en el que, en última instancia, se “cristaliza la unidad del
movimiento” (Laclau, 2006b: 119), obtendrá una investidura catecrética,
es decir, un “afecto” en torno a su persona (Laclau, 2005a: 152, 2008; Copjec, 2006).
Como lo hemos analizado en detalle en
otro lugar (Fair, 2010a), esta investidura o ligazón catexial,
sólo posible a partir de la institución exitosa del objeto a Convertibilidad,
en tanto símbolo de la plenitud social imaginaria y causante del deseo, le
permitirá a Menem articular, y al mismo tiempo consolidar, lo que hasta
entonces era una frágil e inestable hegemonía. Esta sólida hegemonía cultural
se materializará en las contundentes victorias obtenidas en las elecciones
legislativas de septiembre de 1991 y octubre de 1993, donde obtendrá cerca del
40% de los votos a nivel nacional, y, tras modificar
exitosamente la Constitución Nacional al año siguiente, en la elección
presidencial del 14 de mayo de 1995, donde, a pesar del escaso respaldo
explícito hacia su liderazgo (“Yo no lo voté”), será electo nuevamente como
Presidente con un porcentaje cercano al 50% del total de votos.
5. Conclusiones
En el transcurso
de este trabajo nos propusimos examinar la dimensión político-cultural de la
hegemonía menemista. En ese marco, desarrollamos un análisis interpretativo
acerca de la modalidad específica de identificación social que asumió la
ideología menemista. En particular, colocamos en el eje en el proceso de
legitimación social del primer período de gobierno de Menem, destacando la
relevancia ejercida por el Régimen socioeconómico de Convertibilidad y su
amplia cadena de significantes asociada, en la constitución de aquella
hegemonía cultural. A partir de un enfoque con eje en los aportes de la Teoría
psicoanalítica de la ideología y ciertas contribuciones conceptuales
adicionales del psicoanálisis lacaniano, sostuvimos que el fenómeno de la
ideología menemista podía ser analizado bajo una doble dimensión. Por un lado,
podía ser entendido como un respaldo derivado de una fantasía inconsciente que
actuaba como un goce superyoico para el sujeto. En
dicho marco, destacamos la función de sutura imaginaria del espacio social
ejercido por el significante Convertibilidad, que se adosó al logro de una
serie de significantes anudados tales como la pacificación, la estabilidad
económica y social, la unidad y el orden, contraponiendo la situación con el
período anterior de inestabilidad, conflictos, desorden y caos social. Además,
subrayamos la importancia de la mitología metafórica del 1 a 1 y de otras
metáforas unarias, entre ellas la de la “aldea global” y la de la “concierto
internacional”, o la apelación presidencial al “Hermanos y hermanas”, como
símbolos de la unificación imaginaria del espacio social y el intento de suplir fantasmáticamente la ausencia ontológica de relación
sexual. A su vez, enfatizamos en la importancia que ejerció la
institucionalización de la paridad cambiaria fija bajo un marco legal, en la
formación de un principio de naturalización y sedimentación del nuevo rumbo,
situación cimentaba por una visión hegemónica que resaltaba la restricción de
alternativas políticas válidas al proyecto estabilizador y a las reformas
neoliberales. Finalmente, vimos de qué modo, a partir del éxito tangible del 1
a 1, a lo que sumamos el sofocamiento del último
levantamiento militar de diciembre de 1990, se lograría pacificar la situación
previa de caos social. En ese marco, que contrastaba con los saqueos a
supermercados y comercios y con el elevado nivel de conflictos y enfrentamientos
sociales que caracterizaran al período 1989-1991, el discurso menemista
lograría la firme construcción de un principio de orden colectivo, que hasta
entonces sólo se hacía presente a través de su ausencia. Así, el significante
Régimen de Convertibilidad, articulado a una amplia cadena significante
vinculada a la paz o “reconciliación”, el orden y la estabilidad económica y
social, funcionará como un objeto parcial o punto nodal que encarnará el goce
colectivo de la unidad plena, en razón de que logrará suturar de forma
imaginaria la falta estructural.
En la segunda
parte del trabajo nos centramos en una segunda dimensión de la formación
ideológica del discurso menemista, cuyo eje radicaba en el fetichismo de la
creencia materializada en la práctica cotidiana. En ese marco, destacamos, en
primer lugar, la relevancia performativa ejercida por el discurso menemista en
la legitimación social del nuevo orden. En particular, hicimos hincapié en el
recuento de los datos macroeconómicos favorables que, sobre todo a partir del
éxito estabilizador y el auge de consumo promovido por el 1 a 1, serían una
constante apelación por parte de las alocuciones presidenciales. Estos índices
positivos, entre ellos un crecimiento inédito del PBI, las reservas monetarias,
el consumo interno, la demanda agregada, la inversión externa, a lo que
sumamos, a partir de 1991, una reducción drástica de las tasas de inflación y
un importante descenso de los indicadores de pobreza e indigencia, al
materializarse cada uno de ellos en la práctica cotidiana de los sujetos,
contribuyeron a fetichizar los cambios estructurales que estaban generando las
políticas neoliberales del menemismo, al tiempo que contribuyeron a legitimar
activa o pasivamente al nuevo rumbo. En la misma línea, el rápido éxito de la
Convertibilidad permitiría mostrar el logro efectivo y tangible de una
estabilización monetaria que contrastaría de forma concreta con la trágica
experiencia hiperinflacionaria y con los indicadores negativos del período
1989-1991. Además, la reducción de las tasas de interés, junto a las
expectativas favorables generadas por el nuevo marco legal del 1 a 1 y la
apreciación cambiaria, incentivaron un fenomenal “boom” de consumo que permitió
a amplios sectores sociales el acceso al crédito barato para la compra de todo
tipo de electrodomésticos, viviendas, coches, indumentaria, o bien para viajar
por el mundo y consumir a bajos precios. Todos estos elementos, lejos de
representar un discurso abstracto o meramente teórico, se materializaban y objetivaban
en la práctica cotidiana de los sujetos actuantes, que podían ver, tocar y
sentir de forma tangible y concreta los beneficios de la “fiesta menemista” y
sus cánones de consumo y modernización similares a los de los países más
desarrollados. En el marco de un discurso largamente sedimentado y objetivado
que hacía creer en el mito de un “país potencia” destinado por la Historia a un
futuro de “grandeza”, las nuevas circunstancias de inédita “conexión” al orden
global y de reconocimiento cotidiano de las principales potencias mundiales
hacia los innegables ”exitos” del gobierno de Menem,
se lograba acceder ahora el cumplimiento efectivo de la fantasía tan anhelada.
Finalmente, el contexto sociohistórico y cultural, signado por la caída del
comunismo, el fracaso del keynesianismo y, en el caso argentino, la trágica
experiencia del gobierno de Alfonsín, coadyuvaban también, junto al papel de
los principales representantes del establishment local y transnacional, a generar un clima sociocultural hegemónico, en el que
todo indicaba que la instauración del Régimen de Convertibilidad había sido un
notable e indiscutible éxito del menemismo. En ese marco, a partir de algunos
aportes del psicoanálisis lacaniano, destacamos que el acceso al consumo masivo
y al ahorro en sectores medios y medios-altos, junto al proceso de acumulación
económica para los núcleos de poder del capital, funcionaron como un plus de
goce que incorporó un suplemento que excedía al goce de la unidad social y que
se vinculaba al goce del reconocimiento de la “comunidad internacional” y al
mandato superyoico del consumo individual como
modalidad de identificación en los tiempos pos-políticos signados por el
declive de la imagen paterna y su tradicional función de restricción de los
límites. De ahora en más, bajo la égida del éxito indiscutible del modelo de
Convertibilidad, el discurso menemista había posibilitado la incorporación de
un plus o excedente de goce que se derivaba del cumplimiento del mandato
imperativo de gozar sin límites del consumo hedonista individual y del
reconocimiento nacional y mundial de la Argentina como un país “potencia” que
recuperaba, ahora sí, su mítico “destino de grandeza” al que lo tenía asignado
la Historia. En ese marco de materialización práctica y objetivación corporal
de los supuestos éxitos del modelo de Convertibilidad, concluimos que el
respaldo político hegemónico al menemismo no podía limitarse a un puro cinismo
basado en la lógica del “lo sé, pero aún así”. Si bien ciertos sectores
sociales, particularmente aquellos dirigentes del establishment que se hallaban más informados, podían saber o
suponer acerca de la ficción en la que se asentaba el llamado 1 a 1, muchos
otros no podían ni sospecharlo, en tanto observaban y vivían de forma efectiva
y “real” los efectos positivos tangibles del régimen socioeconómico. Entre
ellos, la inédita estabilidad temporal de todos los precios, la posibilidad de
acceder al crédito y consumir, ahorrar y/ o viajar, los datos macroeconómicos
positivos del período 1991-1994 y las constantes muestras de aprobación y las
felicitaciones de parte de organismos multilaterales de prestigio tales como el
FMI o el Presidente de los Estados Unidos, como así también de decenas de
economistas, financistas, comunicadores y empresarios nacionales e
internacionales que resaltaban los logros y éxitos del “modelo” argentino.
Todos estos elementos, que se sedimentaban y objetivaban diariamente en los
cuerpos, nos llevó a concluir que en muchos sectores de la sociedad existió en
los años ´90 un consenso social basado en una lógica que no era cínica, sino
primordialmente de sentido común y práctico, a partir de la premisa de que “lo
hacen en la práctica, por lo tanto, no lo saben”.
En la etapa
final del trabajo nos centramos en la modalidad de legitimación discursiva del
liderazgo menemista, indagando, específicamente, en el proceso de
identificación cultural en torno a su figura. Partiendo de un marco teórico
psicoanalítico estrictamente lacaniano, afirmamos que este respaldo social y
esta lógica de identificación podía ser entendida en el contexto de una
investidura catexial hacia el liderazgo de Menem,
aunque mediado discursivamente a través del Régimen de Convertibilidad. Este
modelo, asociado directamente a un conjunto de significantes adosados (entre
los que se destacaría la estabilidad monetaria), se convertiría en el punto
nodal que funcionaría como un objeto parcial o significante vacío sustituto
imaginario de la ausencia de relación sexual. En ese marco, la famosa frase “Yo
no lo voté”, así como las escasas movilizaciones de apoyo social al menemismo,
lejos de ser un síntoma del cinismo colectivo en el que se basaba el respaldo
al discurso de Menem, debía ser considerado, más bien, como una identificación
mediatizada que expresaba el respaldo masivo a un régimen socioeconómico
hegemónico que se había materializado en una verdadera realidad para gran parte
de la sociedad, al encarnar el goce derivado del rasgo unario y, al mismo
tiempo, el plus de goce fetichizado del consumo y la acumulación que
simbolizaba la moneda, en tanto equivalente general de todo tipo de mercancías
posibles de ser consumidas y/o acumuladas. Se trataba, en efecto, de una
creencia fetichizada que, al materializarse de forma efectiva y tangible en la
práctica cotidiana y habitual de los sujetos, lograba objetivarse como una
realidad plena que impedía hacer presente su componente de cinismo y fantasía.
Una promesa mítica de plenitud y opacidad que, en tanto verdad práctica
instalada a partir del saber de sentido común, sólo lograría ser atravesada
exitosamente como creencia fantasmática a partir de
observar y vivir los efectos desestructurantes causados por la devaluación monetaria de comienzos del 2002 y el consiguiente
fin del 1 a 1.
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