Revista Nº43 "TEORÍA POLÍTICA E HISTORIA"

 

Resumen

En el presente trabajo se observará un gran debate de diferentes historiadores sobre el Imperio Romano de Occidente, en el mismo emergerán el pensamiento antiguo y profano, la irrupción del cristianismo y el impacto que produjo al pensamiento pagano tradicional, como así también el lenguaje imperante entre los pensadores del pasado

 

Abstract

In the present work a great debate of different historians about the Western Roman Empire will be observed, in it the ancient and profane thought will emerge, the irruption of Christianity and the impact it produced on traditional pagan thought, as well as the prevailing language between the thinkers of the past

  

 

 

La Historia Augusta: disidencia política, social y religiosa al final del Imperio Romano de Occidente

 

Miguel Pablo Sancho Gómez

Universidad Católica de Murcia

mpsancho@ucam.edu

 

Introducción

Con motivo del simposio internacional “Days of Justinian”, que se celebra en Skopie (Macedonia del Norte), tuvimos ocasión de mantener una amena charla con el eminente profesor Anthony Kaldellis, presidente del departamento de Estudios Clásicos de la Universidad Estatal de Ohio. Son plenamente reconocidos sus excelentes trabajos sobre el Imperio Bizantino, y muy especialmente sobre la figura neblinosa y enigmática del historiador Procopio de Cesarea (c. 500 – c.565), como su Tyranny, History, and Philosophy at theEnd of Antiquity.Era el 15 de noviembre de 2019, pocos meses antes del comienzo de la pandemia, de la que por entonces aún no se sospechaba nada. De la interesantísima conversación, rescataremos una anécdota ahora.

Tratábamos sobre el tema de las disidencias en el autocrático Imperio Romano Tardío.Con aire jovial y divertido, Kaldellis (que para nuestra sorpresa, también habla español), se refirió al autor de la Historia Augusta como un troll, utilizando el argot de internet tan en boga entre los jóvenes de hoy[1].

Curiosamente, apenas un año antes, en 2018, habíamos publicado nuestro libro “La religión del autor de la Historia Augusta”, en el que se nos hizo evidente que además de los numerosísimos problemas textuales, los denominados tradicionalmente ScriptoresHistoriaeAugustae ofrecen una enorme cantidad de alusiones, en su mayoría tristemente imposibles de descifrar hoy, y varios mensajes de fondo, cargados de polémica política y religiosa[2]. El descuidoy/o la inadvertencia presente en el textohan hecho pensar a varios meritorios eruditos que nos encontramos ante una obra absurda, sin propósito. Ronald Syme afirmó que se tratadel más enigmático escrito que haya llegado hasta nosotros en toda la Antigüedad. Pero tuvo una función, o varias, que intentaremos mostrar aquí.

Un Imperio autocrático y opresivo

No obstante, antes de comenzar a tratar el tema de la Historia Augusta, creemos necesario poner en antecedentes al lector sobre las características e idiosincrasia del Imperio Romano Tardío, por las diferencias notables que alberga respecto al “Principado” de Octavio Augusto o a la más popular y conocida época republicana de César.

A comienzos del siglo III las estructuras urbanas, sociales y económicas del mundo clásico mediterráneo permanecían casi a pleno funcionamiento, pero una vorágine de alteraciones, muchas ellas de carácter traumático, desembocaron finalmente en lo que se ha venido a conocer como el “Nuevo Imperio” de Diocleciano y Constantino[3]. Un estado militarizado y autocrático, que en muchos aspectos se gestionaba como una fortaleza asediada, sustituyó a la anterior red de ciudades liderada por aristocracias locales, donde todavía se podía comprobar el evergetismo y el orgullo cívico transmitido durante siglos por medio de instituciones de gobierno desempeñadas por dinastías nobles desde los tiempos remotos (Williams 1985, 13-38; DeBlois 2018, 1-37). La burocracia crece y se militariza, y la maquinaria estatal pasa a funcionar como un cuartel. Son tiempos duros, donde la supervivencia del Imperio está condicionada a una recaudación brutal y despiadada, en la que los temibles agentes in rebus husmean cualquier atisbo de descontento o inquietud en una población atemorizada y con frecuencia sobrecargada de impuestos (Santos Yanguas,1977, 127-139). Se trata en verdad de un “estado policíaco”, como se mencionó en una de las mejores obras sobre el tema (Coercitio: véase González Blanco, 1998, 107-108). La sociedad quedará dividida en dos clases, honestionres y humilliores. A la gran aristocracia senatorial y terrateniente se unirán los altos escalafones del ejército, el funcionariado y la jerarquía cristiana, copada por la nobleza provincial y enriquecida por sinnúmero de donaciones y testamentos, formando el primer grupo. Los segundos,mayoritariamente campesinos, sometidos a toda clase de abusos, exacciones y opresiones, reaccionarán a menudo con evasiones (pese a que los colonos rurales ya habían quedado atados por ley a la tierra) y con movimientos subversivos y revueltas, como los casos de los circumcelliones en África (Blanco Robles, 2019, 258-283) y los bagaudas en Galia e Hispania (Barbero y Vigil, 1968, 81-89). Las desigualdades sociales y la brutal presión fiscal serán denunciadas incluso desde dentro de la Iglesia, como en el caso de Salviano de Marsella, con su célebre De Gubernatione Dei (Rodrigo Mora y Escribano Maenza, 2019).

Con Diocleciano, casi veinte años habían pasado desde el último soberano procedente de la aristocracia romana (Galieno, asesinado en 268), y el ejército, junto al propio estado, era dirigido por hombres de oscuro linaje, oriundos del campo, que se alistaron como reclutas y que por méritos de guerra ascendieron en el escalafón hasta alcanzar el generalato, los estados mayores y por último el poder supremo. Es el Soldatenkaiser, el militar profesional que, sin redes clientelares civiles o urbanas, sin ser noble o pertenecer al senado, se hace con el control en momentos difíciles e inestables, a menudo desesperados; se trata de una figura primordial, excelentemente tratada en su día por el estadounidense Brauer (1975) y más recientemente, en una meritoria monografía alemana (Johneet al., 2008). Estos gobernantes de origen balcánico supieron enderezar el rumbo pese a las numerosas pandemias, plagas, invasiones y usurpaciones, que llegaron a partir el estado romano en tres (Alföldy, 1974, 89-111; Potter, 2004, 263-298). La fuerza nueva de este “Nuevo Imperio” queda así marcada por el surgimiento de los denominados Emperadores Ilirios, que, al igual que sus aguerridos soldados, resultaban ajenos tanto a las refinadas y tradicionales instituciones urbanas como a los estudios liberales que constituyeron la base de la educación para las clases altas grecorromanas hasta ese momento[4]. Constantino perfeccionará y aumentará esa maquinaria imperial de control y mando, añadiendo, en la forma de los obispos cristianos, una nueva faceta a esa autocracia represiva: la coacción religiosa (Nixey, 2018).

 

La inflexible y estrictalegislación del “Nuevo Imperio”

¿En qué ambiente social y religioso se escribió la Historia Augusta? Nos encontramos ya en el tiempo del Imperio Cristiano, en el que los mecanismos de poder imperial se habían puesto al servido de la Iglesia “oficial” y de su marcada ortodoxia, que ponía fuera de la ley a cualesquiera disidentes o discrepantes, herejes o paganos.La ofensiva legal contra el culto tradicional, esto es, la religión romana, fue concienzuda y planificada. Ya en 385, Teodosio exhortó a Cinegio, su Prefecto del Pretorio de Oriente, a hacer cumplir la prohibición de los sacrificios con propósitos divinatorios (Codex Theodosianus XVI 10, 9). Recuérdese que Cinegio eraun afamado destructor de templos y celoso cristiano. La ley contra la magia del 16 de agosto de 389 (Codex Theodosianus IX 16, 11) fue sucedida poco después la famosa ley del 24 de febrero de 391, que prohibía expresamente la adoración de ídolos, los sacrificios y el culto en los templos (Codex Theodosianus XVI 10, 10). Se contemplaban multas monetarias: los miembros del aparato de gobierno y la burocracia pagarán en función de su status (los funcionarios superiores sufrirán penas más pequeñas, los secretarios y servidores de rango bajo, más elevadas: así era la sociedad tardía, dividida, como hemos señalado, enhonestiores y humilliores).Codex Theodosianus XVI 7, 5 (11 de mayo o 9 de junio del año 391) manifiesta que personas de rango o clase heredados familiarmente que abandonasen el cristianismo serán castigados con la pérdida de dichos honores y posición, además de estigmatizados con infamia.La ley del 8 de noviembre del 392 prohibía las ofrendas de incienso y los sacrificios a imágenes, así como el uso de cualesquiera artes adivinatorias; también se amenaza con multas a los jueces que no la hagan cumplir (Codex Theodosianus XVI 10, 12; véase también Jiménez Sánchez, 2010, 1088-1104).

Del mismo modo, existían severos castigos para quienes regresaban al paganismo: Codex Theodosianus XVI 7, 1 (2 de mayo del año 381) manifiesta que los cristianos (re)convertidos al paganismo perderán su derecho de testamentar; cualquier testamento redactado en esas circunstancias quedará invalidado.Codex Theodosianus XVI 7, 2 (20 de mayo de 383) muestra una aclaración de la anterior ley; los cristianos que regresen al paganismo no podrán testamentar ni dictar su última voluntad. Los catecúmenos cristianos no podrán legar a nadie sus posesiones, salvo a sus herederos naturales, hijos o hermanos. Lo mismo se aplica a los que recibieron la propiedad de un testamento. Codex Theodosianus XVI 7, 3 (21 de mayo de 383) es una aclaración de la ley anterior. Los cristianos que se conviertan al paganismo, judaísmo, u otra religión, pierden el derecho de hacer testamento. Los maniqueos y similares serán castigados si se descubren sus reuniones, con la obligación de legar sus bienes a otros familiares o al estado.

Creemos que la legislación descrita, junto a los numerosísimos relatos de cierre y destrucción de templos que aparecen en las fuentes cristianas, dan una aproximación bastante palpable de la intransigencia y represión que tuvieron que vivir cualesquiera individuos fuera de las categorías religiosas oficiales, y muy especialmente los “paganos”, entre los que se contó nuestro autor de la Historia Augusta. Según mostramos en nuestra reciente obra, incluso podemos pensar que se introdujeron veladas, cuando no crípticas, alusiones a la destrucción de templos que ocurrían en su tiempo, y que sin duda el autor reprobó (Sancho Gómez, 2018, 21). El fenómeno, qué duda cabe, resulta una de las características principales del momento (así en Hahn, Emmel y Gotter, 2008). Pero la entrada de fieles de la antigua religión en templos cerrados, usando la fuerza, muestra una pervivencia (y resistencia activa) del paganismo,fenómeno que a menudo se ha obviado. Pensamos que el autor de esta misteriosa serie de biografías imperiales pertenecía de corazón (o de facto) a esos círculos: gentes de entrada furtiva en recintos clausurados, con el fin, desafiante, de realizar sacrificios y reanudar el culto antiguo, “abriendo sus cerrojos, desatrancando las puertas y colgando guirnaldas de ellas”[5].

 

Problemática de la obra: la Historia Augusta y sus grandes dificultades

 

“More to the point, a wilful and constant perversity. The author alters names and facts, from habit or to display an ostensible erudition”[6].

 

Vitae diuersorumprincipum et tyrannorum a DiuoHadrianousque ad Numerianum a diuersiscompositae, es el título con el que la obra ha sido conservada. Pero se ha impuesto la denominación de “Historia Augusta”, que propuso Isaac Casaubón en su edición de 1603. Nos encontramos, teóricamente, con seis autores que escriben las biografías de los soberanos desde Adriano hasta Carino (años 117 a 285), y las dedican a Diocleciano y Constantino (espacio que abarca los años 284 a 337). Pero en realidad hay mucho más[7].

La Historia Augusta ha sido definida como una fuente literaria de poca o nula confianza, por estar repleta de información falaz. “Ratherimpostureorfraud”, enunció en su día el ilustre Ronald Syme (Syme, 1971b, 88). Dado su escaso valor literario durante largas secciones, y el rechazo explícito que se hace de cualquier pretensión de alto estilo, sorprende ver cómo, por el contrario, en ciertas ocasiones se imita con loable mérito la retórica, predominante en su época, brillantes pasajes de historia narrativa, sesudos comentarios analísticos gravemente taciteos, epistolarios, y buenas piezas suetonianas.

Pese a ello, la calidad literaria es a menudo ínfima. Y los inconvenientes no se detienen en la prosa. Los elementos aberrantes, dedicatorias falsas,las canonizaciones efectuadas a lo largo y ancho del texto y los prefacios ampulosos añaden un sinnúmero de problemas a una fuente histórica ya de por sí complicada, farragosa, discrepante y llena de enigmas, muchos de los cuales continúan sin descubrir a día de hoy. 

HermannDessau, en su señero trabajo de 1889, fue el primero que advirtió la verdadera naturaleza de la Historia Augusta; gran conocedor de la prosopografía imperial, la extraña superabundancia de nombres desusados para el siglo III lo puso en alerta. Sus sospechas quedaron expuestas en una teoría que significó un auténtico hito en la historiografía sobre el tema. Se retrasó la fecha de composición, y se descubrió la impostura de la autoría múltiple: los seis biógrafos eran personalidades falsas que cubrían la identidad de un solo autor, que, lejos de escribir en tiempos de Diocleciano y Constantino, lo hizo durante el reinado de Teodosio (años 385 a 388)[8].Mommsen, maestro deDessau, contraatacó receloso con una rocambolesca teoría en la cual el texto experimentaba ediciones y reediciones hasta en seis estadios distintos. Pese a que un cierto número de estudiosos e investigadores secundaron su idea, el postulado no duró mucho[9].

N. H. Baynes, en 1926, basándose en la información suministrada por la biografía de Alejandro Severo, un texto fantasioso que nos ofrece una imagen alegórica del príncipe perfecto, llegó a la conclusión de que la obra era unaloa y alabanza a la educación clásica, realizada en el reinado de Juliano Augusto (361-363). Pero como señaló acertadamente Syme, fueron aquéllos años de una amplia tolerancia, por lo que el uso de la alegoría resulta carente de sentido. Además, la opinión que Juliano tenía de Alejandro Severo no era buena, así que la comparación carece de validez, si según Baynes se trataba de una laudatio del emperador apóstata y su política religiosa[10].

La gran cantidad de segunda información presente en el texto, las dedicatorias y las anomalías que plagaban las estrambóticas biografías posteriores (las denominadas “theLaterLives”) contribuyeron a la proliferación de las más diversas teorías. Para Stern (1953), lejos de glorificar a Juliano, la Historia Augusta había sido escrita por una camarilla aristócrata en alabanza a Constancio II (337-361), después de que éste eliminase al usurpador Magnencio en 353.

Llevando más lejos la fecha de Dessau, empezó a sonar con fuerza el año 398, promovido por A. Chastagnol[11]. El evento, muy significativo, que se asocia estrechamente a la Historia Augusta es la batalla del río Frígido, del año 394, en la que resultó triunfante el emperador cristiano Teodosio, quedando en situación crítica la aristocracia senatorial romana, que en gran número había apoyado al usurpador Eugenio, que prometía nuevamente libertad de cultos (Ratti, 2008, 335-348). Tras su derrota, los senadores rebeldes pedirían tolerancia y clemencia a través de esta obra.

R. Syme (1968) devolvió la preponderancia a los estudios filológicos, aduciendo que la revisión pormenorizada del estilo literario y el vocabulario de la Historia Augusta serían los mejores medios para hallar pistas significativas sobre el autor, su estilo, gustos e incluso opiniones políticas. Se mostró favorable a una fecha próxima al 395, tanto por acumulación como por convergencia de ítems en el texto.

Hoy en día, la datación tardía ha ganado el favor casi unánime de la crítica especializada, y las investigaciones se han centrado sobre cuestiones como la autoría, datación y el verdadero propósito (o propósitos) que llevaron a escribir la controvertida obra, aunque seguimos sin encontrar resultados o pruebas claros y concluyentes (véanse Festy, 1997, 465-478; 2007, 183-195, que adscribe la Historia Augusta a Nicómaco Flaviano el Joven, alrededor del año 430, basándose en la dedicación que aparece en Heliogábalo 35, 3;Mastrandrea, 2011, 207-245; 2014, 317-334, que cree ver al autor en MemmioSímaco, hijo del célebre orador Quinto Aurelio Símaco, cónsul en 391; tambiénRatti, 2007a, 305-317; 2007b, 204-219, se inclina al final del siglo IV; Thomson, 2012, siguió el rastro de la Historia Augusta en las referencias literarias contemporáneas para concluir que el autor fue Junio Naucelio, amigo de Quinto Aurelio Símaco, que vivió, aproximadamente, entre 320 y 427). Otras veces se lleva su fecha a los años 420, 440, e incluso al siglo VI.

 

El misterioso autor

Aunque, como acabamos de ver, se han propuesto algunos nombres de senadores tardíos como posibles autores de la obra, seguimos desconociendo quién se ocultó tras esos seis seudónimos. Aunque no podemos contestar a la pregunta: ¿Quién creó la Historia Augusta?, presentaremos algunas de las características del huidizo escritor.

El autor conocía bien la UrbsRomae: estaba familiarizado con sus lugares emblemáticos: la sensación de cualquier lector es que la Historia Augusta fue escrita por alguien originario de Roma, o que vivió en ella durante mucho tiempo. Se palpa un gran respeto por la ilustre ciudad. En cambio,no tiene simpatía por las nuevas capitales imperiales; aunque Constantinopla no se menciona con su nuevo nombre, pues de hacerlo reventaría sus subterfugios, se detecta un desprecio sutil y velado hacia la advenediza ciudad, junto con su arribista senado (que para más señas, pronto fue mayoritariamente cristiano)[12].

Se siente un gran gusto por la cultura liberal yse admira a la aristocracia, pero ante las políticas brillantes y el éxito militar de los rudos Emperadores Ilirios o los Tetrarcas, muestra el autor apoyo total y entusiasmo; no tiene inconveniente en crear “restauraciones senatoriales” o en presentar a un emperador como “amante del senado”, siempre que ganase guerras y derrotase a los bárbaros. Tales gobernantes eran de origen oscurísimo y raigambre campesina, como hemos dicho; carecían de sofisticación o estudios, y a menudo prescindían de la nobleza romana para los cargos de más importancia. Pero restauraron el Imperio trayendo paz y estabilidad, por lo que en la Historia Augusta se les reconvierte en librescos “Antoninos” (Dmitriev, 2004, 211-224).

Otro de los puntos que ganan la simpatía del autor por los Tetrarcas es su sostén y fe por los cultos tradicionales; se trata de una religiosidad sobria y añeja, que la Historia Augusta comparte de todo corazón. Los emperadores caracterizados positivamente siempre van a presentarse en unos términos religiosos netamente elogiables. Se adora lo antiguo, a veces por el hecho de serlo (las costumbres de los gloriosos antepasados, mores maiorum). Por el contrario, las alteraciones y novedades son vistos con desconfianza y hostilidad, también en materia espiritual. Este sentimiento de devoción absoluta por las tradiciones se manifiesta junto a una palpable animadversión contra la nueva religión, el cristianismo, retratado siempre con fría ironía, o de forma maliciosa (Syme, 1968, 64)[13].

El entorno social y cultural mostrado en la obra nos lleva a la literatura común generada en su tiempo. Parece erudito, es enciclopédico, y quizás esté relacionado con la enseñanza y las palestras, o se trate de un administrativo, bibliotecario, o un secretario de la burocracia, perteneciente al bajo funcionariado imperial. En cualquier caso, se muestra cercano a los escoliastas. Ha recibido cierta educación, y parece acostumbrado a la figura del grammatichus; incluso podría tratarse en verdad de uno de esos mediocres profesores, que se deleita con vocablos estrafalarios y juegos de palabras, muy a menudo pueriles (Syme, 1971a, 28 y 76)[14].

En otras ocasiones el autor parece un ignorante, nefasto escritor e historiador, inculto y muy alejado de las luminariasdel siglo IV, tanto paganas como cristianas (Aurelio Símaco, San Jerónimo, etc.): en definitiva, una muestra más del degradado espectro cultural de su tiempo (véase la n. 4). El manejo que hace de las fuentes es con frecuencia pobre, por desidia o torpeza a la hora de revisar sus referencias; se cansa de recopilar materiales cuando son demasiado extensos para su gusto, mutila textos bruscamente e introduce las acostumbradas “perlas”, llenas de verbosidad y absurdidades, con frecuencia de modo descuidado, junto a sumarios de otras fuentes groseramente abreviadas. Lo más llamativo es cómo desaprovecha jugosas ocasiones para desarrollar sus temas preferidos; así, con la muerte del emperador Claudio II, en la que no recoge la versión truculenta de su sacrificio e inmolación mediante el antiguo ritual de la religión romana, la devotio[15].

El carácter general de la Historia Augusta es burlesco. En ocasiones, las pretensiones genealógicas de la nobleza reciben un cruel escarnio, pese al respeto que suele mostrarse al senado romano como institución (Syme, 1983, 99 y 126). Es antimilitarista y contrario a la autocracia (Rocco, 2015, 77-101). A menudo acusa a los soldados por su codicia y desenfreno, en los tiempos en los que se eligieron numerosos usurpadores o “tiranos”, que por el contrario son tratados con cierta conmiseración, como se puede ver fácilmente en las biografías de PescenioNigro (1, 1-2; 12, 8 y 9, 1-2) y Macrino (1, 1).

Echa la vista atrás, idealizando los tiempos republicanos y el Alto Imperio, cuando el príncipe era un senador más y las ficciones cívicas de un Augusto o un Tiberio ocultaban mucho mejor el omnímodo poder del ejército romano que el oscuro, violento e inestable siglo III, que contempló el cambio definitivo de Roma para convertirse, hasta su final, en un auténtico estado militarizado, represivo y autocrático.Como dijo Ramsay MacMullen (1969, 4):

 

“Events that could persuade the Romans to turn from men to giants as rulers, that could so overwhelmingly remake the role of emperor into an embodiment of Herculean powers and authority, were events of no ordinary era”.

 

De cualquier modo, la característica literaria principal es con mucho su predilección por el fraude. Los chistes y bromas, el uso de palabras de doble sentido, las invenciones, las falsificaciones y los engaños más variados llenan especialmente la segunda parte de la obra; así, se van desarrollando destrezas literarias con un talento tan progresivo como ladino. No en vano, R. Syme (1971b, 112; 1983, 221) acuñó la acertadísima expresión de roguescholar para definir al personaje. De un compilador más o menos indolente y perezoso, se convierte, llegando a los momentos claves de la obra, en un implacable y mordaz crítico del rumbo tomando por Roma y su Imperio, un presente desapacible que en la Historia Augusta es enfrentado con espíritu irreverente y mordaz. No debe descartarse que otra de las variadas motivaciones del misterioso autor sea el simple regocijo por el engaño, en una época propensa al fraude, como fue el final del siglo IV (Caerols Pérez, 2011, 85-96).También aparece su mano sarcástica en los prefacios y las dedicatorias intempestivas,casi siempre provistas de una necia ridiculez.Detesta las dinastías, y especialmente a los soberanos jóvenes/niños (Conde Guerri, 2006, 187-196).

 

Disidencia en la Historia Augusta

En el libro “la religión del autor de la Historia Augusta”, manifestamos queun análisis profundo desvela nuevas menciones, a veces indirectas, mas todas inamistosas y frías, cuando no abiertamente hostiles, al ImperiumRomanumChristianum(Sancho Gómez, 2018, 41-78).Desde luego, no dan para afirmarque el acoso y derribo del orden establecido fue el fin de la obra. Pero como hemos expuesto más arriba, hubiese resultado imposible: después del año 395, tras la fallida rebelión del usurpador Eugenio, tocaba pedir perdón y esperar la clemencia del emperador, si no caía de por medio una obligada conversión religiosa a cambio de “magnanimidad”, posiblemente el caso de Nicómaco Flaviano Junior, que pudo, con el paso del tiempo, ver cómo se restauraba la memoria de su padre (Grünewald, 1992, 462-487), pese a que se había involucrado con la causa del usurpador Eugenio de modo tan absoluto que no le quedó otra escapatoria que suicidarse en 394, cuando la intentona había fracasado (Honoré y Matthews, 1989; Errington, 1992, 439-461). Con todo perdido políticamente, tenía poco sentido embarcarse en una polémica militante. Está claro que para el autor era fundamental que el libro fuese leído, o escuchado en recitaciones, y por lo tanto no quiso cerrarse puertas con un lenguaje agresivo que moviese a la crispación y el miedo, y de paso, por qué no decirlo, a una ejecución inmediata. Quizás tales condicionantes negativos pesaran mucho a la hora de desarrollar la idea de las dedicatorias y la falsa fecha (Ratti, 2012a, 567-580).

Pudo, pese a ello, haber eliminaciones deliberadas en el texto, si los grandes senadores romanos ya cristianizados creyeron que tales partes producirían situaciones embarazosas. Esto sería especialmente cierto en los últimos estadios de edición del texto, a finales del siglo V[16]. Nótese queel contexto histórico no dejaba margen de maniobra: los tiempos habían cambiado; más allá de ciertas burlas disimuladas y una ironía maliciosa, pasiva, el peligro se tornaba real e inmediato. Era una época donde la destrucción y el cierre de templos y la persecución y el asesinato de “paganos” ocurrían tanto en las capitales como en las provincias. Por eso se tendió al subterfugio para afrontar la creciente represión. Pasarse del límite, teniendo tan cerca autoridades cristianas influyentes, poderosas y llenas de recursos, tal y como sucedía en la Roma de entonces, no era muy diferente al suicidio: el castigo podía ser rápido y brutal. La famosa “laguna”, a mitad del texto, pudo ser muy bien un seguro de vida: evitaba mentar a los primeros emperadores perseguidores de cristianos: Decio, Galo y Valeriano, quizás vistos en la obra con luz favorable, pero considerados entonces como verdaderos tiranos demoníacos[17]. El humor perverso y la burla, en cambio, podían ser armas muy valiosas, si alguien comprendía bien la situación y sabía utilizarlas.

Quizás una nostalgia bien disimulada por los tiempos de los Tetrarcas, en los que se podían dedicar discursos a emperadores fieles a los cultos tradicionales, fue una de las motivaciones (sentimental, en este caso) para falsificar las dedicatorias a Diocleciano, que recibe fervorosa admiración a lo largo de toda la Historia Augusta (Moreno Ferreiro, 1984, 225-237).Pero la corte de Nicomedia, donde tales productos eran recibidos con gusto, había desaparecido; no quedaba más recurso, por tanto, que volver hacia atrás en el tiempo, aunque fuese literariamente. Si bien las dedicatorias sirvieron para ofuscar y esconderse, no es descartable que también representen el anhelo del escritor amargado, que suspira por un tiempo pasado y perdido para siempre. Pero para escribirlas, primero necesitaba cubrirse: de ahí quizás vengan los famosos seis escritores. En cualquier caso, parecen una chapucera y socarrona idea de última hora de nuestro autor, pues las referencias cruzadas en el texto entre las diferentes autorías de las biografías erran completamente. Quizás sean tan tardías como las propias dedicatorias. Pese a que la historiografía ha estudiado esos nombres, no podemos pensar en un desenmascaramiento directo. Si como se deja entrever en la obra, el autor tenía amigos o formaba parte de un grupo literario (y político/religioso) de aficiones y gustos afines, quizás cada uno de los seis nombres lleve referencias privadas, seguramente jocosas, a sus amistades de la vida real, a buen seguro con un doble sentido que jamás podremos recuperar[18].

En cualquier caso, y a efectos prácticos, la idea de los falsos autores y las dedicatorias era excelente. Pese a crear perplejidad, o quizás por ello, se trataba de una buena forma de cubrirse. Mencionando a Diocleciano, y especialmente si se le retrataba en los mejores términos, se podía ganar la confianza y simpatía de los paganos de Roma; Constantino, por el contrario, disipaba sospechas y protegía la obra como un escudo de las tendencias inquisitoriales del momento.

En ocasiones se ha planteado la Historia Augusta como muestra literaria de un discurso antimonárquico en la historiografía senatorial tardía (Haake, 2015, 269-304). Pero los tintas no van cargadas contra el príncipe en sí; simplemente son características propias del pensamiento de la época, de la canonización, del pesimismo y del horroroso ambiente de decadencia, pero sobre todo de la añoranza de las glorias perdidas: hay que buscar culpas y culpables, y estos se encuentran por todos lados: Marco Aurelio lo fue, por dejar a Cómodoal mando en el Imperio; Antonino Pío por no dominar a su mujer, una adúltera de desaforados apetitos sexuales; Severo por ofrecer como legado la militarización opresiva y a sus pésimos hijos, los violentos Geta y Caracalla; Gordiano III y Alejandro Severo, débiles e infantiles, aunque como príncipes mostrasen carácter moderado, estaban dominados por sus ambiciosas madres, y resultaron nefastos; Aureliano es indigno por su crueldad, tanta que se le toleró por ser necesario al Imperio, aunque jamás despertó amor; y así sucesivamente. La execración aparece multiplicada, como ya es sabido, en ciertos emperadores cuyas obras de gobierno (o la carencia de ellas) los convirtieron en blanco de las iras durante una época de desesperación (Heliogábalo, Galieno, Carino, etc.).

En cambio, cuando llegamos a Probo, Diocleciano y la Tetrarquía, el discurso cambia de tono y se convierte en un panegírico que alaba las grandes virtudes y los logros de los emperadores que, con un hermanamiento ideológico, institucional y familiar, restauran las fronteras, devuelven la prosperidad, crean riqueza y recuperan la gloria del nombre romano[19]:

 

“Después de ellos [Caro, Carino y Numeriano] los dioses nos otorgaron a Diocleciano y a Maximiano, y, junto a tan ilustres personalidades, a Galerio y Constancio, de los que uno nació para borrar la ignominia que supuso el cautiverio de Valeriano y el otro para someter de nuevo a las Galias a las leyes de Roma. Ciertamente, estos cuatro caudillos del mundo fueron aguerridos, sabios, benignos y muy generosos, de idénticas ideas políticas, sumamente respetuosos con el senado romano, mesurados, amigos del pueblo, muy piadosos, ponderados, religiosos y príncipes como los que habíamos suplicado”.

 

¿Cuál es el verdadero sentido de tal alabanza? Posiblemente la de mera satisfacción y liberación personal. Un rendido tributo a los tiempos en los que, según el autor, todo marchaba como era debido. El fragmento citado resulta en grado sumo discordante con la datación tradicional. Hubiese resultado inconveniente, o incluso contraproducente, después del año 310, incrustar en una obra para Constantino una arenga semejante, elogiando a según qué tipo de gobernantes con tal embellecimiento retórico: otra prueba de que las dedicatorias son falsas. Siguiendo a Paschoud (1975), pensamos que el propósito de finalizar la Historia Augusta de tal modo, y en el preciso instante elegido, está relacionado con lo que el autor sin duda consideró un regreso de la Edad de Oro. Un canto de esperanza, rememorando el memorable año 293, tan diferente en múltiples sentidos al año 393, cercano a la redacción del texto, pero sin duda inmerso en un clima social, político y religioso, diferente, pese a la moderada esperanza de Eugenio.

Muy al contrario que en el caso anterior,y pese a aparecer como dedicatorio de numerosas vidas, Constantino (306-337)es mostrado en situaciones embarazosas, cuando no claramente impropias, que hacen imposible tomarse semejantes fragmentos en serio; no en vano el grado de ironía y escarnio va en aumento, desde adulaciones insinceras y sólo discretamente burlonas hasta llegar la ofensa manifiesta y abierta. Se alude, en diversos grados, a su pereza, a las escasas capacidades intelectuales, al corto entendimiento y a la desastrosa forma de gestionar el Imperio; al principio el sarcasmo es apenas perceptible (como cuando al iniciar la vida de los Tres Gordianos se afirma que se han redactado las biografías en un solo libro para que él no tenga que “esforzarse”, desenrollando muchos códices), para ir in crescendo, quizás conforme la inspiración y los propios ánimos del autor crecían, y acabar retratando en la vida de Heliogábalo, como en un espejo,todos los defectos de Constantino: derrochador, ridículo, nepotista, necio, y engañado por los aduladores y los personajes palaciegos más infames[20]. Un emperador que acostumbraba a reírse de sus antecesores en la púrpura, cuando no era más que un pálido reflejo de los mismos. Todo para terminar de la forma más humillante y malintencionada, llamando al emperador, con inimaginable audacia, “esclavo de sus eunucos”, en la biografía siguiente: es la confirmación absoluta del fraude de las dedicatorias[21].

¿Por qué tal animadversión a Constantino? ¿No era acaso él otro tetrarca? Lo fue, por supuesto. Y paradojas del destino, pese a ser degradado al rango de César en dos ocasiones distintas, en 306 y 308, acabó alzándose como el único y verdadero triunfador final (año 324); pudo gobernar en solitario y a su antojo, muriendo por causas naturales y en olor de santidad, prácticamente elevado a los cielos por la historiografía cristiana y la propia Iglesia a la que había otorgado un poder decisivo, cambiando así la historia del Imperio.

Aquí es donde reside el verdadero problema. Porque Constantino logró gloria para Roma, restauró el orden, fortificó incansablemente las fronteras con defensas y construcciones de todo tipo, potenció el ejército y dejó un estado sólido (como Diocleciano); además, como general fue uno de los más exitosos, y desde su proclamación hasta su muerte jamás perdió una batalla. Pero las diferencias con Diocleciano o los otros tetrarcas nos llevan a la religión. Había muchas causas pendientes entre el emperador y el “paganismo”; por ello la imagen posterior no fue universalmente favorable; los recuerdos de injurias, los arribistas, los nuevos privilegiados y las primeras acciones punitivas contra la adivinación y los templos pesaron en la posteridad, y le pasaron factura, al quedar registrados en varias fuentes literarias[22]: con el transcurrir del tiempo y la perspectiva de los años, tales sucesos se resaltaron con más fuerza, viéndose en muchos casos como el origen del mal; tal proceso histórico llegó a su culminación sin duda con el helenista Zósimo, que ya en el siglo VI y quizás a las puertas del reinado de Justiniano, convirtió a Constantino en el villano absoluto de su obra[23].

Constantino ganó batallas, expulsó a los bárbaros y fundó una segunda Roma, la nueva capital, Constantinopla; pero también trajo el cristianismo, sentando los cimientos para que la iglesia nicena pudiese acaparar gran parte de la dirección de la vida pública (y la riqueza) del Imperio. Contemplado desde una época en la que los emperadores cristianos legislaban contra los cultos ancestrales y propiciaban que se clausurasen celebraciones milenarias, desaparecieran los sacerdocios y se destruyesen o precintasen templos y santuarios, es muy comprensible que en la Historia Augusta (y en Zósimo) no aparezca amor alguno por él, que se le critique de la forma más dañina posible, y sobre todo, que se aprecie tal resabio amargo, en un tiempo que tuvo que resultar muy triste y deprimente para los partidarios de la religión romana[24].   

Por lo tanto,el encumbramiento de la Tetrarquía es otro de los pasajes claves para comprender la obra, ya que se pueden percibir elogios sentidos y profundos, así como una clara y contundente imagen de lo que es considerado en la Historia Augusta un gobierno adecuado. Por lo tanto, el sentimiento antimonárquico (o republicano), es operacionalmente débil, más relacionado con las necesidades y el gusto de los lectores que recibían tales discursos, reivindicando así quiméricamente sus derechos de clase (aristocracia senatorial), y también en relación con la añoranza general de la época republicana (donde una nobleza enérgica y poderosa copaba las magistraturas y extendía con brillantez el Imperio). Lo esencial, por el contrario, era resaltar la idoneidad del tiempo de Diocleciano: seguridad, recuperación, poder militar y restauración de las fronteras; tiempos de reestructuración que, pese a lo mucho que se había perdido, gozaban del nuevo colegio de emperadores, sensatos y responsables, adustos y centrados, dando gracias a los dioses por los triunfos logrados y restaurando las tradiciones y los añejos valores romanos.  

Los seis escritores, como hemos dicho,se añadirían como cobertura adicional, a lo mejor incluso en la última revisión; comprobando que se le había ido la mano en la mordacidad utilizada contra Constantino, quizás el autor se vio en apuros, y necesitó coartadas. No parece que haya otra explicación posible, a no ser que aludamos a los juegos de palabras y las referencias crípticas detrás de cada uno de los seis nombres, posibilidad que ya hemos mencionado; pudiese haberlas, y en más de un sentido, pero nosotros nunca estaremos en condiciones de redescubrir su significado.

 

Conclusión

¿Se pueden sacar conclusiones de la Historia Augusta, tal y como ha llegado a nosotros? Que todo se tratase de puro entretenimiento, reduciendo la obra a lo casual, meros ejercicios escolares o pasatiempos literarios, tiene poco sentido. No cabe duda de que el escritor tenía unos valores y unas ideas religiosas muy determinadas, que hemos expuesto claramente: amante de las tradiciones, practicante de la religión romana y asiduo visitante de templos, librerías y bibliotecas, por las que sentía devoción; nos encontramos ante alguien que veneraba los viejos tiempos. Seguramente estaba amargado, apesadumbrado o frustrado por la política imperial de su época y la preponderancia del cristianismo, aunque eso no le hace perder la razón; no es un “fanático”, como los filósofos y practicantes que en el año 391 se inmolaron defendiendo el templo de Serapis hasta la muerte, en Alejandría. Mantiene la calma, y sabiendo que la situación está perdida, se resigna, respondiendo con humor malintencionado o calculada ironía, pues ve claramente que subiendo el tono no conseguirá nada más que exilio, cárcel o ejecución; tales criterios han sido manifestados casi en su totalidad en las obras recientes del profesor Ratti (2012b). Como también destacó Bruce (1981, 551-573),las bibliotecas de los templos habrían sido forzosamente cerradas, de acuerdo con la legislación: las numerosas librerías anexas o sitas en su interior quedaron clausuradas conjuntamente. Cuando el autor de la Historia Augusta se representa a sí mismo como asiduo visitante de tales recintos no puede verse si no como un disimulado gesto de desafío, contra leyes que consideraba tiránicas y que tuvieron que afectar muy negativamente al mundo de la cultura en la ciudad de Roma. La célebre librería Ulpia, y la librería del templo de la Paz aparecen con relativa frecuencia en la obra; es más, al autor se retrata muy a las claras como perteneciente al ambiente. Esto nos lleva a una oposición y resistencia; pasiva, si se quiere, pero planificada, con un grado de organización indeterminado, pero indudable. En tal situación, nos reafirmamos en destacar el espíritu de guerra encubierta que se respira durante muchas biografías. El humor, y una clara propaganda maliciosa, en época de represión, si nos atenemos a las evidencias de la ley, cobran importancia especial. Pensamos que la relación entre historia y ficción debe ser contemplada desde este prisma[25]. No conviene olvidarse que, pese a su postrer triunfo, el cristianismo vivía entonces una época de cierto escarnio, quizás fruto de la mencionada resistencia pasiva de algunos colectivos de la sociedad, como también ha quedado recogido en la legislación[26].

En cualquier caso, hablamos de tiempos de derrota para la intelectualidad pagana de Roma; tiempos de desesperanza, desesperación, canonización y castigo divino, que llevan a una cosmovisión que en ocasiones llega a parecer maniquea, y que permanece operativa durante casi toda la obra. Se inició también, desde el 383, y especialmente en Roma, una década de miedo, venganzas, incertidumbre e imploraciones, por la polémica retirada del apoyo imperial a los cultos estatales; hubo crispación, tanta que acabo desencadenando una usurpación, la mencionada de Eugenio(392-394). Tras su sometimiento, no fue la estatua de la Victoria lo único que se perdió, retirada de la curia romana; llegaron tiempos de odio, resentimiento y rencor contra el cristianismo triunfante. Negociaciones humillantes que ofrecían perdón a cambio de conversión religiosa. También execración. El escritor de la Historia Augusta se encontró en ese ambiente. Aunque posiblemente no era ni sensato, ni necesario, ni útil, la aversión fluyó hasta nuestras páginas. En cualquier caso, los sentimientos más desatados lograron paliarse, en parte, mediante la ya mencionada guerra encubierta, que usaba otras armas: el humor, a veces ácido y corrosivo, y la burla sarcástica. Otras veces no quedó más remedio que la auto-censura.

A nuestro entender, un buen número de pasajes fueron redactados a modo de polémica, y con diferentes grados de intensidad.Alföldy (1966, 1-19) llamó la atención sobre la chocante aparición de los Libros Sibilinos en la vita de Aureliano: se trata de un fragmento claramente anticristiano. Antes, Straub (1963), había llegado mucho más lejos, calificando toda la obra como una Historia AdversusChristianos. Denostado durante décadas, ese camino investigador, a nuestros ojos en cambio plausible, ha sido retomado recientemente por Nardelli y Ratti (2014, 143-155).

Una última impresión. Al igual que se sugiere en el caso de Zósimo, quizás nuestro autor desconocido estuviese contestando los intentos providencialistas en el sentido opuesto al hispano Paulo Orosio y otros[27]. Prácticamente todas las biografías vienen marcadas por elementos claves de la religiosidad romana. También es detectable a lo largo de la obra la influencia de la espiritualidad tardía, que prolifera conforme al autor avanza linealmente en las biografías, llegando a emperadores de vidas más oscuras, cuyo desconocimiento general le proporciona un excelente campo de cultivo para dar rienda suelta a su propia inventiva y a un no pequeño talento, como hemos dicho, en el arte del fraude, la ficción, la burla, la ironía más refinada y el engaño. También entonces aparecen con mayor claridad sus cosmovisiones religiosas. De hecho, para A. González Blanco, la Historia Augusta en su conjunto debe ser considerada como una obra de verdadera “teología pagana”.[28]

 

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Ediciones y traducciones recomendadas de la “Historia Augusta”

Historia Augusta, edición y traducción de Vicente Picón García y Antonio Cascón Dorado. Akal Clásica, Madrid, 1989.

The ScriptoresHistoriaeAugustae / with an English translation by David Magie. Cambridge: Harvard University Press, 1968-1980 (3 vols.), (The Loeb Classical Library; 139, 140, 263).

ScriptoresHistoriaeAugustae / ediditErnestusHohl.  [5.aufl.]. Leipzig: B.G. Teubner, 1971, (2 vols.) (Bibliotheca Scriptorum Graecorum et romanorum Teubneriana).

L'« Histoire auguste » - Les Belles Lettres, dans la Collection des universités de France « Budé ». Vols. I-V, 1992-2001.

Paschoud, F.Histoire Auguste. Tome I, 1re partie: Introduction générale. Vies d'Hadrien, Ælius, Antonin. Texte établi et traduit par: Jean-Pierre Callu, Olivier Desbordes, Anne Gaden. Histoire Auguste. Tome III, 2e partie: Vie d'Alexandre Sévère. Cécile Bertrand-Dagenbach et Agnès Molinier-Arbo. Tome IV, 1re partie: Vie des deux Maximins, des trois Gordiens, de Maxime et Balbin. François Paschoud (Commentaires, Traduction).Tome IV. 3e partie. Vies des Trente Tyrans et de Claude. Texte établi, traduit et commenté par François Paschoud. Histoire Auguste. Tome V, 1re. Partie: Vies d'Aurélien et de Tacite. Texte établi et traduit par François Paschoud.Histoire Auguste. Tome V, 2e partie: Vies de Probus, Firmus, Saturnin, Proculus et Bonose, Carus Numérien et Carin. Texte établi et traduit par: François Paschoud. Paris, Collection des universités de France. Série latine - Collection Budé. 1974-1996.

 

 

 



[1] En la conversación también estuvo presente el profesor Marion Kruse, miembro de la Facultad de Clásicos de la Universidad de Cincinnati (Ohio), al que igualmente damos las gracias por sus ideas e inspiración. El citado libro sobre Procopio fue publicado en 2004. Véase la bibliografía final.

[3] En referencia a la famosa obra de T. D. Barnes, The New Empire of Diocletian and Constantine; pero el lema ya había aparecido en Syme (1968, 104), y ha sido retomado más recientemente por Harries (2012).

[4]Los estragos causados por la “Anarquía Militar” o “Crisis del siglo III” resultaron también demoledores desde el punto de vista cultural: “Whatdestroyedcampsdestroyedschools and libraries as well; whatkilledsoldierskilledwriters” (MacMullen, 1969, 5).

[5] Citado de la ley conjunta del 14 de noviembre del 451, promulgada por los emperadores Valentiniano III y Marciano (Codex Iustinianus I 11, 7). En este sentido, el testimonio de PROCOPIO (Historia de las Guerras V 25, 18-19, narra un hecho similar; se trata del famoso templo de Jano, en Roma, año 536).

[6]Syme, 1968, 204.

[7] Remitimos al excelente trabajo de Velaza Frías (2017, 701-730), en el que se exponen de forma clara y detallada todos los problemas ofrecidos por la Historia Augusta. No sabemos nada del título original de la obra, cuyo prefacio e inicio se han perdido. Véase Thomson, 2007, 121-125.

[8]Dessau, 1889, 337–392.

[9]Mommsen, 1890, 228–292.

[10]Baynes, 1926.Para la opinión sobre Alejandro Severo de JULIANO, véase Césares 313b: “desgraciado y gran tonto”.

[11]Chastagnol, 1964; Hartke, 1951.

[12]Véase los Dos Galienos 7, 9. En Treinta Tiranos 31, 3 se lanza una dura (y falsa) pulla a Tréveris, capital acusada de acuñar monedas a nombre de Victoria, dejándose gobernar por una mujer, el peor insulto que podía lanzarse desde la misógina Historia Augusta. Esa falsa gobernante sería la supuesta madre de Victorino, señor del “Imperio Gálico” entre 268 y 270. VéaseSyme, 1983, 124.

[13]That heis unfriendly towards Christianity, no doubt can stand”. Y también:“The author is a pagan, to be sure. How devout, that is a question” (Syme, 1971b, 27).

[14]He is a “rogue scholiast” […]. “Rather a kind of scholiast who debases the techniques of erudition and turns imperial biography into a travesty”.

[15]Syme 1983, 69-70, 76, 161, 201; véase también la página 160. Para la muerte del emperador por una epidemia de peste véanse HISTORIA AUGUSTA, el Divino Claudio 12, 2; EUTTROPIO IX 11; ZONARAS 12, 26. La devotio aparece en AURELIO VÍCTOR, Libro de los Césares 34; AMIANO MARCELINO XVI 10, 3 y XXXI 5-7.

[16]Antes de ser conocida con amplitud en el siglo VI, la Historia Augusta era una posesión literaria del círculo de los Símacos. Quinto Aurelio MemmioSímaco el Joven, cónsul en 485, la usó como fuente para su Historia Romana en siete volúmenes, casi completamente perdida hoy: las conexiones son más que evidentes. Véase Vitiello, 2015, 199-219.Este Símaco, que fue ejecutado en 526 por orden del rey ostrogodo Teodorico, descendía del famoso orador Símaco (c. 345-403), cónsul en 391, ya mencionado.

[17]Aquí disentimos del gran Birley, 1976, 55-62, que consideraba la laguna un mero artificio literario.

[18] Los nombres son los siguientes: Elio Esparciano (7 biografías): Adriano, Elio César, Didio Juliano, Septimio Severo, PescenioNiger, Caracalla y Geta. Julio Capitolino (9 biografías): Antonino Pío, Marco Aurelio, Lucio Vero, Pertinax, Clodio Albino, Macrino, Los Dos Maximinos, Los Tres Gordianos, y Pupieno Máximo y Balbino. Vulcacio Galicano (1 biografía): Avidio Casio. Elio Lampridio (4 biografías): Cómodo, Diadumeno, Heliogábalo y Alejandro Severo. TrebelioPolión (4 biografías): Valeriano, Galieno, Los Treinta Tiranos y Claudio el Gótico; y Flavio Vopisco Siracusano (5 biografías): Aureliano, Tácito, Probo, La “Cuadriga de Tiranos” (Firmo, Saturnino, Próculo y Bonoso) y Caro, Carino y Numeriano.

[19] HISTORIA AUGUSTA, Caro, Carino y Numeriano 18, 3-4.Se puede comparar el elogio de los tetrarcas en la Historia Augusta a lo expuesto por AURELIO VÍCTOR (39, 26): “Todos eran originarios del Ilírico, y aunque poco cultos, sin embargo, educados por las dificultades del campo y el ejército, fueron muy buenos gobernantes”.

[20]Sabemos que, a su entrada triunfal en Roma en 326, el pueblo lo abucheó, cubriéndole de insultos, por negarse a participar en los ritos sagrados capitolinos, a instancias de Osio de Córdoba (Véase LIBANIO XIX 9; ZÓSIMO II 52). Se ha defendido que la negativa de ascender al Capitolio por parte de Heliogábalo a su llegada a Roma (HISTORIA AUGUSTA, Heliogábalo 15, 7) es realmente un reflejo tardío de tal negativa de Constantino, polemizada en las fuentes paganas. Curiosamente, esa propia biografía imperial está dedicada a Constantino, lo que daría un tinte aún más irónico y burlesco a la obra. Véase para todo ello Chastagnol, 1966, 43-78; CraccoRugini, 1992, 123-146; Wiemer, 1994, 469-494.

[21]VénaseLos Tres Gordianos 1, 3 y Alejandro Severo 67, 1. En cambio, en la obra se acepta plenamente, y quizás en su versión más detallada, la genealogía constantiniana que clama descendencia de Claudio II: el Divino Claudio 13, 1-4. Véase Bird, 1997, 9-17. Posiblemente el autor lo recogió de sus fuentes, quizás la Kaisergechichte. Véanse Barnes, 1970, 13-43, y Burguess, 2005, 166-192, que se hacen eco de la brillante teoría de Enmann, 1884, 337-501, que encontró, mediante su quellenforschung, las relaciones y dependencias de las fuentes latinas del Imperio Tardío, derivadas en última instancia de una obra perdida para nosotros hoy.

[22]Aunque debe reconocerse que la ley promulgada en el año 318 permitía explícitamente la magia con propósitos benignos, esto es, ayudar en las cosechas y la agricultura, eliminar enfermedades y dolencias, etc. Véase Codex Theodosianus IX 16, 3.

[23] Para este autor, que en modo alguno resulta indiferente al entorno de los estudios de la Historia Augusta, véanse Goffart, 1971, 412-441; Paschoud, 1975; Candau, 1992, 17-28.

[24]Ofreceremos un ejemplo ilustrativo que muestra lo mucho que los tiempos habían cambiado: un joven senador en Roma fue ejecutado por el simple hecho de haber copiado un libro de magia; véase AMIANO MARCELINO XXVIII 1, 26; también Matthews, 1989, 223.

[25]Hasta el sobrio Syme, que no se sentía muy atraído por las teorías “conspiratorias” sobre la obra, tuvo que reconocer lo siguiente: “Something more will be conceded. When a writer iterates a theme or raises his voice, he may be betraying a genuine interest. However modest his station and ambitions, however frivolous his temperament, he may be moved to intermittent fervor or anger by the contemporary spectacle”. […] “That the HA conveys attitudes about state and society, and even doctrines, well and good. That feature comes out more clearly in the latter Vitae, which might be taken to show an evolution in the author. Somesort of plan neednot be denied” (Syme, 1968, 212).

[26]A raíz del asedio de Aquileyallevado a cabo por Maximino, se recalca cómo las mujeres de la ciudad donaron sus cabellos para fabricar cuerdas para los arcos en esos momentos de angustiosa necesidad. También se ofrece una noticia, verdadera, sobre un templo dedicado a la Venus Calva en Roma, cuyo culto se originó en un momento de guerra semejante (los Dos Maximinos 33(7), 2). Según el profesor Ratti (2010, 299), aquí se ponen de manifiesto, con orgullo, la fides y la devotio de la tradición romana pagana, a la vez que se realiza una nueva burla sarcástica contra el estamento imperial cristianizado. Una ley de Teodosio prohibía a las mujeres con la cabeza afeitada entrar en las iglesias, y privaba los curas que consintiesen con ello de su posición (véase Codex Theodosianus XVI 2, 27; año 390). Según el suizo, la alusión a tal legislación estaría presente en este fragmento, y una vez más, de forma maliciosa. Igualmente, Codex Theodosianus XV 7, 12, (29 de junio de 394) trata sobre los actores, y prohíbe asociarse con tales a las mujeres y niños cristianos. También se denuncia a las actrices que salían al escenario vestidas como viudas o vírgenes cristianas, por considerarse burlas blasfemas.

[27] En la edición española de la Biblioteca Clásica Gredos de Zósimo (174, Madrid 1992) J. Mª. Candau Morón señaló acertadamente algunos pasajes dedicados, según toda evidencia, a contestar y/o ridiculizar ciertos lugares comunes de las Historias Eclesiásticas. Un mordaz ejemplo de todo ello es la llegada de Osio de Córdoba a la corte de Constantino, donde se le retrata tópicamente como un egipcio embaucador, o donde quizá se responde a EUSEBIO, Historia Eclesiástica VII 10, que acusa a un mago egipcio como responsable de la persecución de Valeriano (Véase la n. 64 a la p. 208 de la mencionada edición).

[28]González Blanco, 2003, 513-530.