Revista Nº31 "TEORÍA POLÍTICA E HISTORIA"

 

Resumen

Este artículo aborda las transformaciones en la constitución de los sujetos bajo el actual cambio de matriz sociopolítica en Chile. Se estructura en torno a los aportes del sociólogo M. A. Garretón, complementándolos y analizando en forma crítica aquellos aspectos que tienden a homologarla con la de los países occidentales. Para ello se discuten distintos conceptos que caracterizan la modernidad, entendida como contexto que contiene el cambio de matriz sociopolítica y el tipo particular de sujetos que se constituyen en la sociedad chilena, caracterizada por la ausencia de un movimiento social central, multicéntrica y neoliberal. Se concluye con aportes críticos y preguntas abiertas.

 

Palabras clave

Matriz sociopolítica, modernidad, sujetos/actores, Chile

 

 

Transformations in the constitution of subjects in the change of sociopolitical matrix in Chile

 

 

Summary

This article addresses the transformations in the constitution of subjects, under the current change of socio-political matrix in Chile. It is structured around the contributions of the sociologist M. A. Garretón, complementing them and analyzing in a critical way those aspects that tend to homologate it with that of the western countries. For this, we discuss different concepts that characterize modernity, understood as the context that contains the change of sociopolitical matrix and the particular type of subjects that constitute a Chilean society, characterized by the absence of a Central Social Movement, multicentric and neoliberal. It concludes with critical contributions and open-ended questions.

 

Keywords

Socio-political matrix, modernity, subject/actors, Chile

 

 

 

 

 

Transformaciones en la constitución de sujetos en el cambio de matriz sociopolítica en Chile

 

 

 

Juan Pablo Venables B.[1]


 

1 Introducción. La pregunta por la constitución de los sujetos

 

Uno de los problemas teóricos y empíricos más importantes de las ciencias sociales ha sido la relación individuo-sociedad. Tanto así, que de su propuesta resolutiva se derivan gran parte de las escuelas o corrientes teóricas.

 

La manera de abordar este problema en la teoría social ha tendido a ser, con matices varios, la comprensión de individuo y sociedad como interdependientes[2]. Vale decir, que en tanto tales, establecen una relación de reciprocidad causal o dialéctica, donde la sociedad constituye a los individuos al mismo tiempo que es constituida por éstos[3]. Esta idea se encuentra explícitamente en Marx 1968, Durkheim 2000, Weber 1997, Scheler 1947, Mannheim 1993, Bourdieu 2007, Giddens 2003, Archer 2009, Latour 2008, por nombrar a algunos.

 

En función de lo anterior, una de las entradas por excelencia al análisis de una sociedad determinada es la pregunta acerca del tipo de sujetos que constituye (y viceversa, qué tipo de sociedad construyen esos sujetos). De hecho, este sería a juicio de Garretón 2003, el principal aporte de las ciencias sociales al análisis del mundo actual.

 

Otra cuestión ineludible para la teoría social y que está vinculada con la anterior, es que su análisis se centra en un tipo particular de sociedad: la sociedad moderna. Y esto no se debe simplemente a una cuestión epocal, sino a que la característica principal de la modernidad es, precisamente, ser constitutiva de sujetos (Garretón, 2003). Los distintos hitos utilizados para indicar el comienzo de la modernidad tienen que ver con eso: la emergencia de un sujeto que, en tanto actor individual o colectivo, encarna una densidad histórica; esto es, proyecto, memoria y subjetividad.

 

No obstante lo anterior, en el último cuarto del siglo XX comienza a criticarse fuertemente la idea de modernidad en su concepción normativa, prescriptiva, unívoca y eurocéntrica, buscando reemplazar esta idea donde prevalece un solo tipo de modernidad, por otra donde la modernidad se entienda en forma más global y menos jerárquica. La discusión es larga y las alternativas numerosas, pero para efectos de este artículo se destacan los conceptos de «modernidades múltiples» (Eisenstadt, 2000) y «modernidades entrelazadas» (Randeria, 2007, Arnason, 2003)[4].

 

Más adelante se abordará con mayor detalle la discusión acerca de estas aproximaciones, pero lo que interesa mencionar acá es que a lo largo de este artículo se comprende a América Latina como parte de la sociedad moderna, y más específicamente como un tipo particular de modernidad (de ahí la idea de modernidades múltiples o entrelazadas), que comparte con las sociedades centrales el estar constituida bajo la forma de Estados Nacionales, y que se caracterizó durante la mayor parte del siglo XX por detentar un tipo particular de sociedad moderna: la estatal-popular, y un tipo particular de modelo de desarrollo: el industrial, que puede resumirse bajo el rótulo de matriz sociopolítica (MSP) estatal-nacional-popular (Garretón et. al., 2004), y que entra en crisis simultáneamente y en vinculación con el cuestionamiento a la sociedad moderna[5].

 

Por lo tanto, retomando lo que se señaló en un comienzo, si la pregunta sociológica por excelencia tiene que ver con la constitución de sujetos en una determinada sociedad, y ese tipo de sociedad estalló, ¿qué tipo de sujetos se están constituyendo entonces? Siguiendo a Garretón, la manera de responder a esa pregunta, tanto para América Latina como para Chile en particular, es cuestionándose acerca del tipo de matriz socio-política que reemplaza (o reemplazará) a la matriz estatal-nacional-popular que predominó en el siglo XX.

 

En consecuencia, el presente artículo aborda la pregunta por las transformaciones en la constitución de los sujetos en el (o los) cambio(s) de matriz sociopolítica en Chile tras la crisis de la matriz estatal-nacional-popular, tomando como eje el trabajo de M.A. Garretón. Para ello, en las dos primeras secciones se revisa, a modo de marco conceptual y teórico general, el debate acerca de la crisis de la modernidad y sus consecuencias para América Latina, así como los principales análisis –y debates– en relación con el cambio de matriz sociopolítica en Chile. Luego, en la sección tres, se entra directamente en la revisión de las transformaciones en la constitución de los actores/sujetos. Finalmente, se concluye con reflexiones y preguntas que motivan el debate e investigaciones posteriores.

 

2 El debate sobre la modernidad: ¿una, múltiples o entrelazadas?

 

Como señala Larraín 2005, la variable tiempo es muy importante para entender la modernidad en dos sentidos. El primero, tiene que ver con la que quizás sea la definición más extendida: aquella que entiende la modernidad como un cierto período de tiempo, como una época histórica, que comenzó en Europa en el siglo XVI y se extiende, con matices, rupturas y diferencias, hasta nuestros días.

 

Ahora, esta comprensión es problemática o cuando menos limitada, pues si la modernidad fuera sólo la denominación de un determinado período histórico, se daría la paradoja –bastante prescriptiva por lo demás– de tener que considerar como moderno todo lo que sucede en esa época, cuestión a todas luces problemática, porque los períodos históricos no son homogéneos, y claramente existen procesos y perspectivas contramodernas (ya sea que la superan, la niegan o la desean) dentro de esta época. En consecuencia, es necesario comprender la modernidad en relación con atributos que le otorguen su especificidad más allá de esta concepción epocal.

 

El segundo sentido por el cual la variable tiempo se vuelve importante para comprender la modernidad, tiene relación con la concepción del tiempo por parte de los sujetos modernos. Habermas destaca esta característica cuando sostiene que la sociedad moderna deja de estar regida por el pasado y se vuelve hacia el futuro. Sus orientaciones normativas, por tanto, no se fijan por la tradición, sino en base sí mismos y con vistas a un futuro deseado (Habermas, 2008).

 

La famosa frase acuñada por B. Franklin –“el tiempo es dinero”– y recogida por Weber para ejemplificar el espíritu capitalista (1979), resulta esclarecedora en este sentido. No obstante y pese a su importancia, tampoco es posible definir la modernidad sólo en función de esta nueva concepción temporal, pues no se basta a sí misma como explicación.

 

Es dable pensar, entonces, en la característica espacio-geográfica de la modernidad. Ésta nace y se desarrolla en un lugar determinado: Europa. Y por tanto, es posible pensar sus características principales ligadas a parámetros culturales europeos, que tienen una proyección global. Esta es, sin duda, la idea de Weber cuando se pregunta: ¿qué serie de circunstancias han determinado que precisamente sólo en occidente hayan nacido ciertos fenómenos culturales, que (al menos, tal como solemos representárnoslos) parecen marcar una dirección evolutiva de universal alcance y validez? (1979: 5).

 

La pregunta de Weber ya presupone una respuesta, y ésta es que la modernidad es, ante todo, un proceso de racionalización creciente, con el subsecuente desencantamiento del mundo, y el dominio del cálculo y la racionalidad instrumental. Y ese proceso de racionalización habría nacido en occidente. Sólo en occidente –dice Weber– se racionaliza la economía, la política, la música, la búsqueda de la verdad, la administración, la organización política, etc. Pero lo que le da validez universal, es que al ser la razón coextensiva a toda la raza humana, la modernidad occidental sólo estaría trazando el camino que recorrerá el mundo entero.

 

Esta es, por cierto, la perspectiva de modernidad que asumió la Teoría de la Modernización en América Latina en las décadas del 40 y 50 del siglo pasado. El proceso de modernización se concebía como una necesidad histórica, como inevitable expansión de la razón, y Latinoamérica se encontraba en un proceso de transición desde una sociedad tradicional a otra moderna.

 

Sin embargo, desde la década del 70 –y marcadamente en la del 90– comienza un fuerte cuestionamiento a esta idea eurocéntrica de un único modelo de modernidad, que postula –en un primer momento– la existencia de «múltiples modernidades». Uno de los autores principales de la idea de modernidades múltiples es S. Eisenstadt, quien defiende la necesidad de distinguir entre «modernidad» y «occidentalización», refutando los supuestos hegemónicos y homogeneizadores de las teorías de la modernización, lo que permite comprender que, por ejemplo en América Latina, existen nuevas modernidades con patrones institucionales y formas de conciencia colectiva distintas a las europeas (Eisenstadt, 2000).

 

Más aun, me parece que la concepción clásica de modernidad no sólo homogeneiza sino que reduce la concepción misma de modernidad al no entenderla en sus relaciones. Como señala J. M. Domingues: “no es que la modernidad estuviera simplemente ‘allá’ y, entonces, fue trasplantada al subcontinente. Por el contrario, prosperó simultáneamente en Occidente y en América Latina” (2009: 22).

 

En esta línea se inserta también Garretón, quien añade directamente la crítica a la idea weberiana de comprender la modernidad como homología al proceso de racionalización instrumental. Para Garretón, la modernidad sería la forma societal en que se constituyen sujetos, pero no sólo desde una vertiente racional sino desde tres vertientes (2003):

1.      Racional: dimensión instrumental (tecnologías) y emancipatoria (derechos humanos, libertad)

2.      Subjetiva: dimensión pulsión-afectiva (emociones y pasiones) e identitaria (nación, edad, género, etnia)

3.      Memoria colectiva: dimensión de la tradición y de la memoria histórica (elaboración de hechos y procesos significativos que la han afectado)

 

No obstante el salto cualitativo que representa dejar de lado la idea de una única modernidad y reemplazarla por la idea de modernidades múltiples, me parece que de todos modos deja abierta la pregunta acerca de qué hay de común en esas modernidades múltiples que permite reunirlas a todas bajo el rótulo de modernidad. Una posibilidad es la que plantea Garretón, cuando propone comprender la modernidad como la forma social que permite la constitución de sujetos. Pero me parece que persiste el problema, toda vez que podría preguntarse: ¿qué posibilidad hay de pensar una sociedad que contemple un proyecto específico y que constituya sujetos determinados, pero que no sea moderna? Si la respuesta es negativa, entonces parecería que la modernidad es infinita y omniabarcante, lo que sin duda le quitaría especificidad como concepto descriptivo.

 

En la línea de buscar alternativas a estos problemas, recientemente se ha postulado por S. Randeria 2007 y J. Arnason 2003 la idea de «modernidades entrelazadas» o entramadas (entangled modernities). Esto permitiría pensar la diversidad de modernidades con un cierto núcleo común, evitando así la dificultad de concebirlas como proyectos independientes. De todos modos se requeriría una definición de qué es ese núcleo común de modernidad, sea en la vertiente de modernidades múltiples o entrelazadas.

 

Esta es, precisamente, la respuesta que Larraín encuentra en la visión interpretativa de C. Castoriadis. Para este filósofo, existen dos «significaciones imaginarias» claves para entender la modernidad: autonomía y control. La autonomía tiene que ver con lo que ya hemos señalado con varios autores: la sociedad moderna tiene como característica que puede darse su propio nomos, sus propias leyes (auto-nomía), a diferencia de las sociedades tradicionales que son heterónomas. En palabras del autor:

 

Llamo autónoma a una sociedad que no sólo sabe explícitamente que ha creado sus leyes, sino que se ha instituido a fin de liberar su imaginario radical y de poder alterar sus instituciones por intermedio de su propia actividad colectiva, reflexiva y deliberativa (1990: 106).

 

Toda sociedad exige la interiorización de normas sociales por parte de los individuos, pero en las sociedades heterónomas éstos deben, además, interiorizar la meta-ley de que no cuestionarán las leyes. La autonomía, en cambio, es por definición la posibilidad de cuestionarlas (aunque deban acatarse y cumplirse)[6]. Esta autonomía no nace en la modernidad sino en la Grecia clásica en la práctica del autogobierno democrático.

 

El control, por su parte, tiene que ver con el control racional de la vida y el entorno. En ese sentido, se apoya en Weber para sostener que el capitalismo es la expresión por excelencia del control racional, lo que no quiere decir que el capitalismo sea inevitable para la modernidad. En efecto, la modernidad no incluye necesariamente al capitalismo, sino al principio racional que lo impulsa.

 

Ambas claves, autonomía y control racional son independientes, pero se relacionan en permanente tensión. Ambas son necesarias para la modernidad, por ello si bien la Grecia clásica tenía la dimensión de autonomía, carecía del control, por lo que no es posible concebirla como moderna.

 

El aporte de Castoriadis permite comprender, a juicio de Larraín, que no se trata de que la concepción clásica de la modernidad (expresada en la Teoría de la Modernización en América Latina) no considerara las dimensiones de autonomía y control, sino que las cristalizó en instituciones, entendiendo la modernidad como una estructura institucional particular que encarna estos principios. En efecto, lo fundamental de la propuesta de Castoriadis es que, a diferencia de la concepción clásica de la modernidad y con ello de las Teorías de la Modernización, no existe un solo tipo de institucionalización de la modernidad, y por tanto hay distintas trayectorias de la modernidad o distintos procesos de modernización. En ese sentido, todo proceso de modernización es necesariamente un campo de lucha por institucionalizar las significaciones imaginarias de la modernidad (autonomía y control) en algún sentido determinado, y dependerá de las que logren imponerse.

 

Estudiar, entonces, la modernidad en América Latina y/o en Chile, es estudiar los parámetros culturales y su correlato institucional, que expresan las luchas por esa significación.

 

3 Cambio en la matriz sociopolítica: de estatal-nacional-popular a posindustrial globalizada

 

3.1 ¿Qué se entiende por matriz sociopolítica?

 

Se hace necesario, antes de adentrarse en la revisión del cambio de matriz sociopolítica (MSP), entregar una definición.

 

Una MSP se refiere a relaciones entre el estado, una estructura de representación o un sistema de partidos políticos (para agrupar demandas globales e implicar políticamente a sujetos) y una base socioeconómica de actores sociales con orientaciones y relaciones culturales (lo que incluye la participación y diversidad de la sociedad civil fuera de estructuras estatales formales); y todo ello mediado institucionalmente por el régimen político (Garretón et. al., 2004: 16-17).

 

Para decirlo en una sola frase: una MSP es el tipo de relaciones que, mediadas institucionalmente por el régimen político, se establece entre el Estado, el sistema de representación política y los actores sociales. Por lo tanto, cómo y cuál sea la MSP de una sociedad determinada, depende del tipo de relaciones que, a través de un régimen político específico, se establezcan entre estos elementos.

 

Esto quiere decir –y aquí radica el potencial del concepto– que una sociedad no se define por su economía, su estructura social, su cultura o su política, sino por todos a la vez, y de lo que se trata es de desentrañar cómo se produce ese entrecruzamiento e interdependencia, y en particular para este artículo, lo que interesa es dilucidar cómo estas matrices favorecen o permiten la constitución de determinados tipos de actores/sujetos.

 

3.2 La matriz nacional-estatal-popular

 

Durante el siglo XIX, tanto en Chile como en la mayor parte de América Latina, la matriz sociopolítica dominante fue la matriz oligárquica o de Hacienda (Medina Echavarría, 1964), caracterizada por una clase oligarca dominante que estaba en el Estado y cuyos conflictos se resolvían mediante guerras civiles, y que contaba con un modelo de desarrollo «hacia afuera», prácticamente monoproductivo y con un mercado reducido.

 

Esta matriz estalla en 1930 empujada, entre otras cosas, por la Gran Depresión de 1929, y es reemplazada por una nueva MSP estatal-nacional-popular, vinculada con los problemas de la nueva clase obrera, de la migración campo-ciudad, etc., que perdurará aproximadamente hasta 1980.

 

Como es de suponer, el proceso de reemplazo de una matriz por otra no implica partir de cero, por lo que siempre persisten elementos de la matriz anterior coexistiendo con la nueva. De hecho, en este caso particular, esa coexistencia es la que atravesó toda la reflexión de la Teoría de la Modernización y que fue rotulada bajo el concepto de sociedad dual (Furtado, 1971).

 

Una característica fundamental de esta MSP fue el papel central desempeñado por el Estado como símbolo e institución de unidad y totalidad. Esto, “tanto por sus funciones para asignar recursos por medio de políticas sociales y redistributivas como por la articulación de las demandas sociales” (Garretón et. al., 2004: 25).

 

Asimismo, es característico también de esta MSP que la forma más eficaz de acción colectiva es directamente política a través de movilizaciones y, sobre todo en Chile, vinculadas con –y mediadas a través de– los partidos políticos.

 

En cuanto al modelo de desarrollo, fue característico en prácticamente todos los países de América Latina incluyendo a Chile, que la estrategia económica se orientara hacia el interior, lo que se llamó «desarrollo hacia adentro», en contraposición con el modelo de desarrollo de la MSP oligárquica. En términos económicos, esta estrategia se llamó de industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), y se llevó a cabo principalmente a través del Estado.

 

Una consecuencia importante del modelo ISI fue que se produjeron desplazamientos en la composición de clase de las sociedades latinoamericanas. Uno de esos desplazamientos se caracterizó por el comienzo de un distanciamiento entre la naciente y creciente élite industrial y la antigua élite terrateniente-oligárquica, a través de la articulación de posiciones políticas y económicas que se oponían directamente a los intereses agrícolas de la élite tradicional. Asimismo, la creciente industrialización impulsó un proceso de migraciones campo-ciudad sin precedentes, que entre otras cosas, implicó la reconversión de clase de los antiguos campesinos a nuevos proletarios urbanos.

 

Asimismo, “la expectativa era que la industrialización trajera riqueza nacional y que esta riqueza se debiera distribuir indirectamente a la población en general mediante programas de gobierno” (Garretón et. al., 2004: 29). En consecuencia, el modelo de desarrollo por ISI no era neutro; al contrario, implicaba una dimensión ideológica importante, que no hace referencia necesariamente a la expresión partidista del espectro político, toda vez que

 

los gobiernos de turno, de derecha, centro o izquierda, mantuvieron políticas económicas de protección a la industria nacional, subsidio a los agentes económicos […] y redistribución sistemática y progresiva del ingreso, asumiendo, por una parte, funciones en la regulación de los salarios y los precios y, por otra, aumentando las prestaciones sociales en educación , salud y vivienda (Garretón 2014: 166).

 

En definitiva, el nacionalismo desarrollista era la ideología de fondo de un continente y un país que, desde el Estado, buscaba fortalecer la identidad nacional común. Al punto que, bajo esta ideología común, las organizaciones sindicales de orientación marxista-leninista apuntaban a los intereses extranjeros e imperialistas como el enemigo común, y no así a los empresarios capitalistas nacionales.

 

Por otra parte, el régimen político característico de la MSP estatal-nacional-popular es catalogado como «estado de compromiso», toda vez que se caracterizaba por un equilibrio (a veces precario e inestable, y siempre en tensión) entre diversos sectores y clases sociales, más que por la hegemonía de algún determinado grupo social. Al mismo tiempo, se producía una formalidad democrática acompañada de prácticas autoritarias o semi-autoritarias alrededor de las cuales se iban constituyendo coaliciones de actores sociales y políticos.

 

Asimismo, resulta muy particular de Chile la temprana conformación de un sistema de partidos que abarcaba todo el espectro ideológico, vinculado estrechamente con organizaciones sociales. Como sostiene Garretón:

 

Ello es lo que permite hablar de una imbricación entre liderazgo partidario y organización social, lo que, por una parte, asegura una representación de los sectores incorporados y un alto nivel de gobernabilidad, pero por otra, debilita […] la conformación de una sociedad civil autónoma (2014: 167).

 

Dado que la MSP estatal-nacional-popular se encontraba ligada a un proyecto de base nacionalista, contaba a su vez con un tipo de acción social posible de caracterizar como Movimiento Social Central (MSC), que al mismo tiempo que expresa el conflicto central de la sociedad, se orienta hacia un cambio social global de ésta. Este MSC fue, para la mayor parte de América Latina y al menos en un comienzo, el movimiento de los trabajadores.

 

En Chile en cambio, si bien los trabajadores tuvieron mucha importancia –así como también sus organizaciones de representación–, se podría sostener que este MSC se conformó en torno a los partidos políticos –donde también estaban expresados sus intereses–, lo que le permite hablar a Garretón 2003 de una “matriz político-partido céntrica”.

 

La cara oscura de este tipo de MSC y de MSP es la “exclusión y avasallamiento de diversas formas culturales e identidades no ligadas a la expresión política, especialmente, la de los pueblos originarios” (Garretón, 2003: 151), y a la que se suman mujeres y campesinos, entre otros.

 

3.3 Crisis de la matriz nacional-estatal-popular

 

En la década de los 60 comienza a presentarse una serie de procesos que ponen en cuestión la MSP nacional-estatal-popular en toda América Latina. Estos pueden clasificarse en procesos endógenos y exógenos. Entre los primeros, se encuentra tanto la Revolución cubana como las dictaduras militares que asolaron el continente, mientras que entre los segundos destaca un doble proceso: uno por arriba, dominado por la globalización con sus subsecuentes fenómenos comunicacionales, económicos, culturales, en tiempo real y a escala mundial. Y otro por abajo, expresado en la fragmentación de las identidades culturales.

 

En efecto, al mismo tiempo que la globalización derriba fronteras nacionales en términos económicos, culturales y sociales, homogeneizando por arriba a las distintas sociedades, se produce una explosión de identidades por abajo, fragmentando las identidades nacionales, toda vez que son identidades más adscriptivas que de logro (Touraine, 2014). Ser mujer, indígena o transexual cobra más importancia que ser trabajador, militante de un determinado partido político o estudiante.

 

Todo ello hace estallar la MSP estatal-nacional-popular en forma definitiva en la década de los 80, a través de una desarticulación profunda entre el régimen político, el Estado, la sociedad civil y el sistema de representación. Este último, encargado de la legitimidad de la MSP, sufre particularmente con la fragmentación de las identidades culturales, dado que la idea de representación tiende a funcionar mejor con identidades de logro que adscriptivas. Si se rompe el reconocimiento e identificación con el hacer (trabajador, militante) en favor del ser (mujer, indígena, joven), la representación se vuelve muy compleja, pues sólo sería posible cuando el representante es igual al representado, o bien si el representado se representa a sí mismo.

 

Esta explosión de las identidades adscriptivas estaría, a su vez, vinculada con la expansión del individualismo, tanto en su vertiente propiamente de consumo como en la de los derechos.

 

En el caso de Chile, el hito principal que propició el estallido de la MSP estatal-nacional-popular fue uno de carácter endógeno: la dictadura iniciada en septiembre del año 73. Si bien es cierto que el gobierno de la Unidad Popular ya representaba ciertos cuestionamientos a esta MSP, como la idea del Estado de compromiso en pos de la hegemonía de una determinada clase, lo cierto es que contaba con muchos elementos de continuidad, como la ideología nacionalista, la importancia del Estado en el modelo de desarrollo, la lógica industrializadora, la expresión de los actores sociales a través del sistema de partidos políticos, etc.

 

La dictadura militar en cambio, rompió en forma radical con todos esos elementos propios de la MSP estatal-nacional-popular. Rompió, redefinió y minimizó el papel del Estado, persiguió y prohibió la organización civil y política, proscribió los partidos políticos y eliminó cualquier sistema de representación democrático, invirtió el modelo de desarrollo hacia adentro basado en una lógica nacionalista por un modelo económico neoliberal de franca apertura comercial, por nombrar sólo algunas transformaciones.

 

Ahora bien, a juicio de Garretón, aun cuando la dictadura haya intentado imponer una nueva MSP de carácter neoliberal autoritaria, ésta tuvo éxito más como ruptura de la matriz anterior que como articulación de una nueva. “En síntesis, la dictadura militar y su modelo neo-liberal produjeron un cambio en la matriz socio-política chilena, aunque sin generar una nueva y estable que la reemplazara” (Garretón, 2014: 183).

 

Más aun, Garretón plantea que los intentos por implementar una MSP neoliberal fracasaron en Chile y el mundo, tanto en sus aspectos socioeconómicos como políticos. Ello no implicaría, por supuesto, que no haya marcado profundamente a la sociedad chilena hasta el día de hoy, pero en definitiva sería un proyecto fracasado, que no alcanzó a instalarse por completo antes de que en los 90 –con la recuperación de la democracia y sin la consolidación de esa matriz– comenzara a pensarse en cómo recomponer la relación entre Estado y sociedad que la dictadura había roto, a lo que se suman los procesos de globalización y democratización que terminarían por sepultar la matriz neoliberal.

 

Entonces, ¿en qué tipo de matriz estaríamos hoy? En términos globales más allá de Chile, Garretón toma de Touraine la idea de una matriz posindustrial globalizada (que se analiza brevemente en el apartado que sigue), pero que tampoco estaría consolidada y, más aun, representaría una hibridación entre elementos de la MSP estatal-nacional-popular y una nueva.

 

Al respecto, creo necesario señalar que tengo reparos con la idea excesivamente académica de dar por sepultado el neoliberalismo por el hecho de que sus fracasos estén “científicamente comprobados”. Para ser claro: me parece que actualmente en Chile domina una MSP neoliberal democrática y no autoritaria, que si bien puede no ser excluyente o no contar con todos los elementos que el tipo ideal de MSP neoliberal indica, es hegemónica en el modelo de desarrollo, así como también en la relación Estado-sociedad, cuestión que queda reflejada en la organización intrínsecamente de mercado del sistema educativo, de salud, de pensiones y en la vigencia de la Constitución del 80. Como señalan Ruiz y Boccardo,

 

La dictadura chilena fue una de las experiencias de carácter más claramente refundacional de la historia latinoamericana reciente. Por ello, los cambios económicos y sociales ocurridos bajo su égida, incluida la desarticulación de las principales fuerzas sociales de la etapa nacional-popular, no constituyen fuentes de inestabilidad durante el proceso de la transición a la democracia, como en el resto de la región (2015: 28).

 

3.4 La matriz posindustrial globalizada

 

Como se dijo, entrado el siglo XXI Garretón da por superados los intentos y fracasos de la MSP neoliberal, no sólo en Chile sino en toda América Latina, lo que daría pie en la actualidad a una ausencia de MSP clara. No obstante, también señala que a nivel general es posible hablar de una MSP posindustrial globalizada[7] que cuenta con ciertos rasgos específicos, aun cuando estaría compuesta por elementos propios de la MSP nacional-estatal-popular, la MSP neoliberal y esta nueva MSP que estaría por cristalizarse.

 

En ese sentido, esta MSP posindustrial globalizada no puede definirse aún por su instrumentalidad (internet), ni por su contenido (información, conocimiento), ni tampoco por rasgos particulares de las relaciones sociales (sociedad de riesgo, sociedad red), dado que están en continuo cambio y no es posible afirmar que seguirán siendo dominantes en el mediano plazo.

 

La característica más importante de este tipo societal y que impide hablar de una matriz consolidada, es que no tiene aún instituciones específicas que den cuenta de su particularidad. Esto trae como consecuencia que las instituciones existentes no se correspondan con los principios y viceversa, lo que implica una desnormativización de la sociedad que se explica, a juicio de Garretón, porque

 

los distintos principios que emergen en el contexto de la sociedad posindustrial globalizada no tienen hoy todavía instituciones que los expresen. Todo lo anterior implica que este tipo societal no constituye por sí mismo una polis, no tiene un «centro», no hay propiamente un Estado, precisamente, porque no se corresponden política, economía, cultura y sociedad (2003: 39).

 

En efecto, la sociedad industrial de Estado Nacional que ha sido el tipo societal de referencia durante los siglos XIX y XX en occidente y en América Latina, tiene como rasgo principal la correspondencia en un determinado espacio territorial de un sistema económico, un modelo político, una forma de organización social y una dimensión cultural, definidos por un centro de toma de decisiones (democrático, monárquico, autoritario, etc.) que permite conformar la polis. Estos cuatro elementos se estructuran en torno a dos grande ejes: economía y política. La sociedad posindustrial globalizada en cambio, no presentaría una correspondencia entre política, economía, sociedad y cultura.

 

Uno de los grandes efectos que acarrea este cambio de eje de articulación y organización de la sociedad en el cambio de MSP, tiene que ver con la constitución de los actores sociales, puesto que si en la MSP estatal-nacional-popular su principal fuente constitutiva era el eje economía y política, en la nueva MSP pasa a ser lo social y cultural. De esto trata la sección que sigue.

 

4 Las transformaciones de los sujetos en el cambio de MSP

 

4.1 ¿Qué se entiende por sujetos/actores?

 

Una discusión teórica central en las ciencias sociales ha girado en torno a la definición de los actores sociales –sujetos, agentes, individuos. Así, en términos esquemáticos y generales, con el concepto de actor el énfasis está puesto en la acción, con la idea de sujeto se reivindica el sentido y el proyecto que éste impregna, con agente se releva la autonomía que le entrega capacidad de agencia más allá de las estructuras sociales, y con individuo se expresa la tradición que sostiene que éstos son la fuente última de expresión de lo social por sobre las instituciones o las estructuras.

 

Hasta acá, en este artículo no se ha distinguido claramente entre estos niveles, y se ha utilizado indistintamente la idea de sujeto y actor, entendiendo que la constitución de sujetos es lo propio de la modernidad.

 

Pero, ¿cómo se constituyen los sujetos? Siguiendo a Garretón 2016[8], los sujetos se definen en función de dos elementos: 1) la afirmación del principio por el cual un individuo o una colectividad ejercen dominio sobre sí mismos y sobre su entorno. 2) tiene que ver con la diferencia entre actor y sujeto; todo el que hace algo es un actor, pero cuando esa acción es guiada por un sentido (proyecto), estamos en presencia de sujetos. Por lo tanto, el sujeto es aquel que ejerce dominio sobre sí mismo y sobre su entorno en función de un proyecto (sentido). En este trabajo actor y sujeto –ya sean individuales o colectivos– se entienden bajo el sentido dado al segundo.

 

Una de las expresiones respecto de la relevancia que ha adquirido el sujeto en los análisis sociales de las últimas décadas, tiene que ver con el alto desarrollo conceptual, teórico y empírico de la subjetividad. Y es que, como lo que señala el Informe del PNUD 2012 para Chile: las personas se desenvuelven en un plano único de la realidad, el social, y por tanto, para comprender su dinámica interna es necesario hacerlo tanto en su variante estructural como subjetiva, entendidos como dos momentos irreductibles y necesarios. Así,

 

La subjetividad es el espacio y el proceso en que los individuos construyen una imagen de sí, de los otros y del mundo en el contexto de sus experiencias sociales. [En consecuencia,] la subjetividad es una dimensión más, tanto como lo son las estructuras sociales, del único mundo en que las personas existen y se desarrollan. Ese mundo es social (PNUD, 2012: 105).

 

Siguiendo al PNUD 2012, otra cuestión importante para comprender la subjetividad tiene que ver con la dimensión histórica y temporal de su constitución. La imagen de sí y del mundo varía en relación con el contexto histórico, y esto permite sostener que la subjetividad moderna se caracteriza, como se dijo con Castoriadis, por la idea de autonomía. Y también varía dentro de la vida de los sujetos (dimensión temporal), pero dada la necesidad de contar con una imagen menos móvil, ésta se estructura en función de la memoria (pasado) y la expectativa de futuro. Finalmente, “así como la subjetividad tiene una dimensión social, histórica y temporal, también contiene un margen de independencia respecto de las estructuras sociales” (PNUD, 2012: 106). Esto quiere decir que sería un error considerarla como un simple espejo de la sociedad. Esto tiene que ver, por un lado, con la necesidad de relevar la capacidad agentiva de los sujetos, y por otro, con una sociedad contemporánea que carece “de un único centro que organice de manera coherente los distintos mandatos e ideales que circulan en ella” (PNUD, 2012: 106). 

 

Como se observa claramente, es posible vincular y hacer coincidir las visiones de Garretón y del PNUD en cuanto a la constitución de sujetos. Ahora bien, da la impresión de que la propuesta de Garretón respecto de la constitución de actores/sujetos, si bien es muy rica en cuanto a la cantidad de elementos que entrega, requiere de ser afinada, de modo de poder integrar las distintas clasificaciones aportadas en sus distintos trabajos, las que aparentemente no siempre conversan entre sí.

 

En efecto, como se dijo, a juicio de Garretón los sujetos modernos no se constituirían únicamente a través de la racionalidad instrumental (a lo Weber), sino lo harían a través de tres vertientes, cada una de las cuales, además, se subdivide en dos subvertientes (2003): 1) Razón: instrumental y emancipatoria; 2) Subjetividad: pulsión-afectividad e identidad; y 3) Memoria: tradición e historia.

 

Como lo propio de la modernidad es la constitución de sujetos, y existen al menos estas tres vertientes (posibles de subdividir en seis), entonces se refuerza la necesidad de reemplazar la concepción unívoca de la modernidad por la multívoca de modernidades.

 

Pero junto con esta definición de actores/sujetos, en un contexto más puramente teórico Garretón entrega otra donde señala que los sujetos/actores se constituyen de dos formas (2016):

1.      Condiciones materiales y contexto: la biopsiquis para sujetos individuales y la institución para sujetos colectivos (sindicato, iglesia, etc.)

2.      Orientaciones culturales: el modo como el actor se define a sí mismo (identidad) a partir de las condiciones materiales y de contexto determinadas, por cómo define al otro (alteridad), y finalmente, por el principio de totalidad.

 

Sumado a lo anterior, Garretón agrega que, además, los sujetos/actores siempre se constituyen en determinadas dimensiones de la acción social (2016):

1.      Subjetividad. Vinculada con el comportamiento o conducta, pero al mismo tiempo tiene que ver con un otro. La subjetividad es comportamiento e interacción simultáneamente.

2.      Instrumentalidad. Tiene que ver con el rol. No existen conductas puras que no se den en algún nivel organizacional, aun cuando el sujeto no es completamente en su rol. Ambos están imbricados.

3.      Historicidad. Tiene que ver con el sentido, con los proyectos en juego.

 

De este modo, a la tarea señalada por el mismo autor de entrecruzar los niveles de constitución de los sujetos/actores en relación con la identidad, la alteridad y la totalidad, con estas dimensiones definidas en la subjetividad, la instrumentalidad y la historicidad, y al mismo tiempo hacerlo con los distintos ámbitos sociales que hacen las veces de soporte material de constitución, como la economía, la política y la cultura, habría que sumar la constitución de sujetos en las vertientes de razón, subjetividad y memoria, con todas sus subvertientes.

 

Sin duda una tarea enorme, que requiere comenzar por esclarecer la utilidad de todas estas clasificaciones, los alcances de nombres (subjetividad está en dos clasificaciones distintas), y evaluar la posibilidad de combinarlos en un mismo esquema conceptual.

 

4.2 Transformaciones de los sujetos/actores en el cambio de MSP

 

Si, como se ha venido sosteniendo, los sujetos se constituyen en función de una sociedad determinada y ésta está en crisis, entonces también lo está el sujeto que constituye.

 

En efecto, como se adelantó, los ejes de la sociedad industrial de Estado Nacional son la economía (producción y trabajo) y la política (Estado y burocracia), de modo que los sujetos principales provienen de allí: de la economía, las clases sociales; y de la política, el Estado y los partidos políticos. A su vez, se destacan aquellos grupos y organizaciones que se articulan en tornos a ambos y derivan de su combinación: los movimientos sociales.

 

Por su parte, los ejes de la sociedad posindustrial globalizada son la cultura (comunicación e información) y lo social (consumo y convivencia/sociabilidad), de modo que los sujetos principales provienen de allí. Están menos dirigidos hacia la política y la economía y más hacia el sentido, la identidad, la memoria.

 

Este cambio de eje constitutivo de actores está vinculado también con la MSP neoliberal implantada en Chile desde la dictadura, la que favorece que los actores se constituyan a través del mercado como consumidores. Como señala el informe del PNUD 2002: “para muchos chilenos, el consumo tiene un significado similar al que antes tenía el trabajo. Sería la cristalización física de la identidad individual, al tiempo que un nuevo anclaje material al vínculo social” (98).

 

A mi juicio, este argumento viene a apoyar la idea que se ha venido desarrollando, en cuanto no es posible dar a la MSP neoliberal por sepultada, más allá de sus fracasos. Si bien es cierto que el consumo como fuente de identidad es parte de la MSP posindustrial globalizada, me parece que es indiscutible que, al menos para el caso chileno, este es un rasgo que viene heredado fuertemente de la implantación –fracasado o no– de la MSP neoliberal. Como sostiene Larraín:

 

En Chile, uno de los legados de la dictadura ha sido un cambio cultural profundo que se manifiesta en que se ha pasado del énfasis en el movimiento colectivo a un énfasis en el consumo como base de la construcción de identidades y de la búsqueda de reconocimiento (2001: 248).

 

Ahora bien, dado que no existe claridad en cuanto al tipo de MSP que se estaría cristalizando en la actualidad, la idea clásica de que los actores se constituyen en función de la estructura habría que ponerla en observación, principalmente por la dificultad inherente a la nueva MSP de definir su estructura. Como se señala en Garretón et. al. 2004, existe la posibilidad potencial de constitución de una MSP multicéntrica, pero en cualquier caso, la idea de una sociedad con un centro articulador de la economía, la política, la cultura y de lo social, sea éste el Estado o no, pierde relevancia explicativa.

 

Sin perjuicio de lo anterior, siguiendo a Garretón 2003 –y sumando aportes propios–, es posible realizar una tipología actual de actores/sujetos, en relación con sus nuevos ejes de constitución cultural y social:

1.      De baja densidad. Audiencias o agrupaciones que se constituyen a partir de un evento, espacio o mensaje. De baja densidad organizacional, pueden ser específicos, esporádicos, estables o más generales, como la llamada opinión pública, de gran influencia actualmente.

2.      De mediana densidad. Expresiones nuevas de la sociedad civil. Por un lado están las redes virtuales o reales, ya sea como instrumentos de actores ya constituidos o bien donde la red es el objetivo de su constitución (redes sociales, “comunidad de twitteros”). Por otro lado están las ONG.

3.      De alta densidad. Por un lado están las identidades adscriptivas (género, etnia, etaria). También los nuevos movimientos sociales que no se definen en torno a un principio de clase o político sino a uno cultural o social, como el medio ambiente, género, etnia, educación. Estos movimientos, a diferencia del tipo societal anterior, no buscan llegar al poder sino sólo interpelarlo (Chiapas). Por otro lado están los poderes fácticos, que teniendo poder legítimo en un campo de acción lo ejercen en otro, violentando los principios de ese otro campo (empresas transnacionales, medios de comunicación, iglesias).

 

No se trata, por supuesto, de la desaparición de los partidos ni de la política en sus formas tradicionales, pero se agregan otras formas de representación y acción que los modifican y les hacen perder relevancia. Así, el lugar de encuentro ya no es la fábrica, el partido o la asamblea, sino el mall (Moulian, 2002) y el espacio público creado por los medios de comunicación de masas y las redes sociales. Todo ello, permeado por un crecimiento exponencial de la individualización. Como señala U. Beck:

 

Nosotros vivimos en una época en la cual está declinando el orden social del estado nacional, de las clases, la etnicidad y la familia tradicional. La tendencia más poderosa en la sociedad moderna es la ética de la autorrealización y del éxito individual. Son las elecciones, decisiones, modelamientos de un ser humano que aspira a ser el autor o autora de su propia vida, el creador o creadora de una identidad individual, lo que define el carácter central de nuestro tiempo (citado en PNUD, 2002: 191).

 

Todo lo señalado hasta acá trae consecuencias para los actores/sujetos y su modo de constitución. En efecto, como se dijo, la MSP estatal-nacional-popular permitía la constitución de grandes actores sociales en torno suyo. Era por definición (en la teoría) integrativo, aun cuando sus modalidades históricas específicas produjeran marginalidad, explotación y segmentación. Por el contrario, la nueva MSP es por definición desintegradora: expulsa, margina, atomiza, reduce y elimina los espacios de constitución de actores sociales. “Es decir, se disocia la dimensión crecimiento económico de la dimensión integración social” (Garretón, 2003: 46).

 

Es así como, en este cambio societal, se pasa de un predominio de la dimensión de historicidad como lugar privilegiado para la constitución de actores/sujetos (hasta la década del 70), a una hegemonía de la dimensión instrumental.

 

En esta misma línea, se podría señalar que se produce un cambio en la constitución de sujetos, pasando de una mayor importancia de la vertiente racional, tanto emancipatoria como instrumental, a la vertiente subjetiva en sus subvertientes afectiva e identitaria, vinculando ambas y agregando (a modo de hipótesis) un rasgo emancipatorio no vinculado con la razón sino con la subjetividad, y  con algunos elementos de rescate de la vertiente memoria, más en su subvertiente de historia que de tradición.

 

Ahora bien, resulta muy importante destacar que, dado el contexto de modernidades múltiples o entrelazadas, este cambio en los distintos niveles, dimensiones y vertientes de la constitución de actores/sujetos en la sociedad actual, puede traer como consecuencia lo que Touraine 2014 llamó una desmodernización. En efecto, cuando un rasgo particular de la modernidad se vuelve hegemónico, lo que se produce es desmodernización, pues se atenta contra la constitución de sujetos al reducir el espectro posible para llevar esto adelante.

 

Finalmente, es fundamental para la comprensión de las transformaciones en la constitución de los actores/sujetos en el cambio de MSP el rol desempeñado por los movimientos sociales, entendidos como agrupaciones con estabilidad organizacional y temporal, que tienen como objetivo el cambio de un aspecto o de toda la sociedad.

 

En ese contexto transformador propio de los movimientos sociales, lo fundamental para los efectos de este trabajo es la vinculación que se establece entre éstos y los conflictos centrales que dan el carácter a las sociedades históricas concretas en momentos determinados. Siguiendo la propuesta de Garretón 2014, es posible concebir un continuo en la conformación de los movimientos sociales, que va desde un movimiento social central (MSC) a diversos movimientos sociales. Mientras el primero encarna el conflicto central de una sociedad, y por tanto sería transformador en términos estructurales, los segundos representan conflictos sectoriales que no cuestionan estructuralmente la sociedad.

 

En América Latina, durante casi todo el siglo XX hubo un MSC que expresaba el conflicto central de la sociedad. Este fue mutando en función del momento histórico. Así, durante la MSP estatal-nacional-popular el MSC era el movimiento nacional popular de corte antiimperialista, liderado por la clase obrera. Hacia los 60, este movimiento tiende a ser reemplazado por el movimiento revolucionario y perdura hasta las dictaduras militares, porque con éstas en el poder, el movimiento revolucionario es reemplazado por el movimiento democrático y/o de derechos humanos, que se mantiene hasta la década del 90. Una vez finalizadas las dictaduras, no se ha configurado un MSC sino varios movimientos sociales, lo que se explica precisamente, por la falta de un conflicto central en la sociedad en favor de varios conflictos más acotados: medioambiental, étnico, estudiantil, feminista, de género, etc.

 

No obstante la vinculación entre MSP y constitución de actores señalada hasta acá, hay elementos que obligan a ser cautelosos. En efecto, si bien la ruptura de la MSP estatal-nacional-popular por parte de las dictaduras vino acompañada de un cambio en el MSC, ello no implicó necesariamente un cambio en el eje entre política y sociedad como eje constitutivo de sujetos. Así, a diferencia de otros países de América Latina, Chile se caracterizó por una estrecha relación político-social que se mantuvo durante la dictadura (aun cuando haya cambiado el MSC), e incluso habría perdurado durante la transición a la democracia, producto, según Garretón, de que la Concertación “estaba genéticamente ligada al movimiento social que le dio sustento significativo” (2014: 239).

 

Continuando con esta lógica argumentativa, esta articulación entre lo político y lo social se habría cuestionado recién con las movilizaciones de 2011, las que habrían planteado de manera casi inédita la necesidad de una refundación de ese vínculo. Como señala Garretón:

 

Por un lado se produce un cuestionamiento general de los sectores movilizados al conjunto de actores políticos y a la institucionalidad. Por otro lado, todos los temas planteados por el movimiento se apoderan de la agenda pública y las respuestas desde la institucionalidad buscan soluciones parciales que no dan cuenta de la centralidad de la demanda social (2014: 239) 

 

Esta suerte de “desfase” tiene que ver, a mi juicio, con la capacidad agentiva de los sujetos (y los movimientos sociales no están ajenos a ella), puesto que no responden automáticamente a las estructuras (MSP en este caso) sino también a sus dinámicas internas, permitiendo así la emergencia de nuevas estructuras.

 

5 A modo de conclusión

 

En las secciones anteriores se hizo una revisión de las transformaciones en la constitución de actores/sujetos en el cambio de matriz sociopolítica en Chile. Para ello, se presentaron algunas discusiones en relación con la definición de modernidad y su redefinición en modernidades múltiples o entrelazadas, destacando una visión interpretativa que no se centra en las instituciones sino en el modo en que los sujetos conceptualizan las problemáticas básicas de la vida. Otro modo de mirar eso mismo es preguntarse por cómo se constituyen los sujetos. Para eso, se revisó también la discusión en torno al cambio de MSP estatal-nacional-popular por una posindustrial globalizada, plasmando las preguntas e inquietudes que surgen en relación con esta conceptualización.

 

Se pueden destacar tres de estas preguntas o inquietudes. La primera tiene que ver con la idea de dar por superada la MSP neoliberal como fuente explicativa y analítica de la sociedad chilena actual. Al contrario de lo señalado por Garretón, me parece que sí es posible pensar que actualmente nos encontramos frente a la hegemonía de una MSP neoliberal democrática y no autoritaria, que incluso está más cristalizada que en sus inicios dictatoriales, producto de que es una fuente central en la constitución de sujetos a través del consumo, que se ha extendido mucho más allá de la figura del mall a ámbitos constitutivos de sujetos por antonomasia, como la educación. La discusión de 2014 sobre la reforma educacional, que permitió la emergencia de un grupo organizado de padres y apoderados que defendían el derecho a pagar por la educación de sus hijos (CONFEPA), me parece muy ilustrativo de esto.

 

Vinculado con lo anterior, un segundo tema tiene que ver con la notoriedad e incluso predominio que ha ido alcanzado la dimensión de subjetividad en la constitución de sujetos, que sin duda está vinculada con el fenómeno de la individualización desarrollado anteriormente, al mismo tiempo que tiene como peligro latente la desmodernización de la que habla Touraine. Sin embargo, me parece que también es necesario destacar una suerte de dimensión emancipatoria que trae aparejada la subjetividad, que no se comprende en los términos de emancipación clásica a través de la razón, sino justamente a través del cuestionamiento del canon racionalizado en favor de una pregunta más emocional, afectiva, corporal, que permite un mayor diversidad y que, en consecuencia, amplía el rango constitutivo de sujetos.

 

La tercera inquietud tiene que ver con la necesidad de desarrollar en forma más profunda y fecunda el principio dialéctico constitutivo de la relación entre individuo y sociedad en la línea de lo planteado por Archer 2009, pues si bien está en la base de todos los acercamientos aquí revisados, termina predominando una visión más estructural, que favorece la miradan que constituye a los sujetos a partir de una cierta matriz sociopolítica, dejando la relación inversa menos desarrollada. Me parece que los movimientos sociales de 2011 y posteriores son una muestra relevante de la capacidad agentiva de los sujetos (individuales y colectivos), que muchas veces se adelantan o bien propician los cambios de MSP.

 

Finalmente, y a modo de reflexión final que deja abiertos temas para futuras investigaciones, me parece que sería interesante revisar detenidamente el concepto de ciudadanía –profusamente utilizado en la actualidad– y su uso por parte de la teoría social, de modo de discernir si permite comprender mejor la manera como se constituyen los sujetos en la sociedad chilena hoy. En pocas palabras, ¿es la ciudadanía un concepto que permite comprender mejor la constitución de actores/sujetos en la sociedad actual?

 

La noción clásica de ciudadanía (en Marshall por ejemplo) se entiende como un conjunto de derechos otorgados a quien pertenece a la polis, y como tal, el derecho es del sujeto y no del individuo, porque debe reconocer a otro sujeto para poder percibirlo. Pero si el poder deja de estar sólo (o principalmente) en el Estado, la idea de ciudadanía también estalla, pues desaparece este vínculo con la polis. El ciudadano como sujeto de derechos de la actualidad, entiende que la única función de la polis es entregar y asegurar tales derechos, rompiendo con la idea de reciprocidad del concepto anterior.

 

Entonces, ¿cómo se ejercen hoy los derechos ciudadanos y cómo se constituye un cuerpo de ciudadanos? Si antes las cuestiones relativas a la ciudadanía las resolvía –bien o mal– el régimen político (la democracia, el autoritarismo), estableciendo los derechos y las instituciones y mecanismos para ejercerlos (el voto, el partido, el sindicato), ahora no existe esa respuesta. Esto acarrea nuevas formas de discriminación y el gran problema de la representación.

 

Es difícil encontrar respuestas a estas preguntas, toda vez que “la sociedad en que vivimos y viviremos por un tiempo largo se define más por su dinámica, por su cambio que por su estructura” (Garretón, 2003: 25). En consecuencia, es una sociedad más de ruptura que expresión de un cambio societal cristalizado. Pero como señalé, me parece que existen rasgos importantes que permiten dar cuenta de un tipo determinado de sociedad, que sin duda está en constante cambio y transformación.

 


 

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[1] Sociólogo, magíster en filosofía y estudiante de doctorado en Ciencias Sociales. Académico del Instituto de Historia y Ciencias Sociales, Universidad Austral de Chile. Correo: jpvenables@uach.cl

[2] Quizás la excepción más importante en la actualidad a esta concepción de interdependencia la constituya la teoría sociopoiética de Luhmann, y su idea de que individuo y sociedad son sistemas autopoiéticos distintos, lo que deriva en que los individuos no formarían parte del sistema de la sociedad sino serían parte de su entorno. Ver Luhmann 1998.

[3] Pese a los escolarizantes intentos de presentar a Durkheim y Weber como opuestos en este sentido, donde Durkheim defendería la preeminencia de la sociedad por sobre el individuo y Weber lo contrario, me parece que domina en la teoría social la idea de que ambos comprendían (y defendían) la idea de una reciprocidad causal entre los dos niveles. En este sentido, concuerdo con la visión de Berger y Luckmann 2001.

[4] Una alternativa más reciente y muy interesante para pensar América Latina –aun cuando la autora está pensando más bien en Asía–, es la idea de «modernidades conectadas» de Bhambra 2007. No obstante, no la abordaremos en este artículo.

[5] Existe una discusión desde hace varias décadas respecto de si esta crisis de la sociedad moderna desemboca o no en una sociedad posmoderna. Al respecto, comparto la visión de Garretón en cuanto a la imposibilidad de postular una sociedad posmoderna, toda vez que “la cuestión esencial de la modernidad, cual es la constitución de sujetos, sigue vigente, sólo que ello se hace con una expansión de las vertientes expresiva y de memoria colectiva más allá de la vertiente puramente racionalizante de la sociedad industrial de Estado Nacional” (2003:44).

[6] Con esta idea, Castoriadis (y Larraín) parecen adscribir a la explicación de la autoridad y el cumplimiento de las normas dominante en la teoría sociológica e inaugurada por Weber, y que tiene relación con el principio de legitimidad. Para una muy interesante perspectiva contraria y concebida desde América Latina, ver Araujo, K. 2016. El miedo a los subordinados. Una teoría de la autoridad. Santiago: LOM ediciones.

[7] El nombre posindustrial se debe, en primer lugar, a la necesidad de resaltar el cambio con la sociedad industrial en cuestiones básicas como el predominio del capital financiero transnacional y las nuevas formas de producción (información, biotecnología, redes informáticas y el sector servicios). Y por otro, porque no es posible darle un nombre definitivo en función de sí misma. El concepto globalizado es autoexplicativo.

[8] Garretón, M. A. (2016). Cátedra de Teoría social para el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.