Revista Nº28 "RESEÑA"

Reseña

 

 

En la reseña del presente libro, se analizarán algunos puntos centrales sobre las diferentes cuestiones  en países como la Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela, hecha por un equipo de trabajo del área de la Ciencia Política dirigido por el Dr. Santiago Leiras. En primer lugar se dará un contexto histórico general de Venezuela, el caudillismo de la zona andina, vital para comprender los cambios en la historia venezolana, el nacimiento de la democracia puntofijista, y a posteriori su conversión en una partidocracia lejos de importantes segmentos de la población empobrecida que buscará a un “salvador”, se observará el ascenso del comandante Chávez y las consecuencias producidas en la política venezolana. Luego se analizará el discurso chavista, y  la participación y abstención del electorado venezolano.

Más adelante, se verán las consecuencias y la gravitación política del fenómeno Evo Morales en Bolivia, para luego analizar los cambios y continuidades dentro del kirchnerismo en la Argentina,  siguiendo después con los balances en la administración del Frente Amplio en Uruguay, y terminando con el análisis de las nuevas fuerzas políticas progresistas en Paraguay.

La importancia de los temas tratados, servirán para observar ciertos cambios políticos, sociales y económicos en el subcontinente.

Abstract

ABSTRACT zone will be provided in order to understand several processes such as Venezuelan history changes, the origins of democracy of “Punto Fijo” and the most recent democracy of political parties far from citizen’s needs. The impoverished population searched for a “savior” who turned to be major Chávez, a crucial character to understand consequences on Venezuelan politics. On the second place, we will analyze Chávez speech and how Venezuelan voters have participated or not in political process.

Then, the focus will be on political importance of Evo Morales in Bolivia; changes and continuities within kirchnerism in Argentina; Frente Amplio’s government in Uruguay and the analysis of progressive policies in Paraguay. 

The importance of all issues that are on focus will be useful to observe some political, social and economic changes in the subcontinent.

The following review is about a book written by a political scientist’s team coordinated by PhD Santiago Leiras that focuses on countries such as Argentina, Uruguay, Paraguay and Venezuela. On the first place, a general historical context of Venezuela and a study of autocratic government in Andean

 

 

 

América Latina en los comienzos del nuevo milenio: entre la continuidad y el cambio. Santiago Leiras (Compilador). Editorial EUDEBA, Buenos Aires, 2016. ISBN: 9789502324470.

 

Por Javier Marotte*

 

América Latina en los comienzos del nuevo milenio: entre la continuidad y el cambio, es una obra compilada por Santiago Leiras, que se divide en dos partes, a saber:

Parte I: Venezuela en la era Chávez: el comienzo del cambio o el cambio del comienzo

1.       Baldioli Alberto y Leiras Santiago: “¿Un nuevo modelo de liderazgo político? Un recorrido a través de la historia de Venezuela”.

2.      Leiras Santiago: “La presidencia de Hugo Chávez Frías (1999-2012): la dinámica de cambio en un régimen en cambio”.

3.      Fair Hernán: “La construcción político-discursiva de la revolución chavista.      Entre la ruptura radical y el refundacionalismo (1999-2002)”.

4.      Pittatore Estela: “Participación y Abstención en Venezuela. El impacto del Gobierno de Hugo Chávez”.

Parte II: El cambio en el Cono Sur y sus protagonistas.

5.      Ceppi Natalia:” Bolivia, el camino a la transformación: un proceso de cambios, conflictos y tensiones sin resolver”.

6.      Leiras Santiago: “¿Continuidad o cambio? Diez años de kirchnerismo en Argentina”.

7.      Garcé Adolfo: “De Tabaré Vázquez a José Mujica: Un balance de los gobiernos del Frente Amplio en Uruguay (2005-2014)”.

8.     Martínez Escobar Fernando: “Las nuevas fuerzas políticas autodenominadas progresistas y/o de izquierda en el Paraguay (2008-2012)”.

Los autores se proponen un análisis crítico del surgimiento del proceso de cambio verificado en las democracias latinoamericanas, a partir del comienzo del liderazgo de Hugo Chávez Frías en la República Bolivariana de Venezuela y experiencias similares replicadas en Bolivia, Argentina, Paraguay y Uruguay; estableciendo un profundo estudio del caudillismo, la gobernabilidad y las democracias populistas (iliberales o imperfectas), .

Los investigadores despliegan su tarea mediante el método histórico comparativo con análisis de discurso y la recolección de fuentes secundarias, para sostener las cuestiones sobre las que pivotea el libro:

1.      Cuáles son los principales factores de estabilización/crisis de la democracia venezolana entre 1958 y 1999?

2.                ¿Cuáles son las principales consecuencias de la instauración del nuevo régimen político a partir de 1999 sobre la calidad de la democracia?

3.                ¿La experiencia de Hugo Chávez contiene atributos que permitirían establecer rasgos comunes con otras experiencias en la región?

Para ello, se basan en tres hipótesis:

 

a)     La disponibilidad de recursos fiscales derivados de los excedentes de la renta petrolera, el excepcionalismo de su liderazgo político y social y la disciplina y fortaleza de las organizaciones habrían constituido los factores centrales de la estabilización/crisis de la democracia venezolana.

b)     La instauración del nuevo régimen político a partir de 1999 se demostraría como disfuncional en relación a la calidad de la democracia.

c)      La concepción sobre el papel del estado, una concepción desarrollista en materia económica crítica del neoliberalismo económico y el énfasis en la inclusión social constituirían factores explicativos de la semejanza de la experiencia del liderazgo carismático y providencial de Hugo Chávez Frías, con otros procesos políticos de la región.

En sus conclusiones dan por corroborada totalmente la primera y parcialmente las dos restantes.

En el CAPÍTULO I, los profesores Alberto Baldioli y Santiago Leiras, despliegan un prolijo y eficaz abordaje del caudillismo en Venezuela desde el siglo XIX a la modernidad petrolera, analizando diferentes presidencias desde Vargas y Páez a Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, con la infructuosa tarea del varias veces presidente Guzmán Blanco, quien intentó fulminar el caudillismo e instaurar la institucionalidad como espejo de sus experiencias europeas.

Continúan examinando la Gran Transición con las presidencias de los militares Isaías Medina Angarita, progresista con alta sensibilidad social y vocación democrática y del dictador Marcos Pérez Jiménez, quien instauró una policía secreta que cometió delitos de lesa humanidad tales como homicidios por razones políticas, desaparición forzada de ciudadanos y toda clase de tormentos y vejámenes. Su gobierno culminó como había empezado, con un golpe de estado que en enero de 1958 lo depuso a él.

Transitan a posteriori los avatares de la consolidación democrática, el Pacto de Punto Fijo y la Constitución Política de 1961, mientras bipartidismo mediante (COPEI socialcristiana y AD socialdemócrata) se desarrollaban las prósperas presidencias de Rómulo Betancourt (1959-1964); Raúl Leoni (1964-1969); Rafael Caldera (1969-1974); Carlos Andrés Pérez (1974-1979); Luis Herrera Campins (1979-1984) cuando comenzó a evidenciarse la crisis económica de los 80; Jaime Lusinchi (1984-1989), hasta que el contexto de bajos precios del petróleo y escasas reservas internacionales truncó la segunda presidencia de Pérez (1989-1993), con el estallido del Caracazo en febrero del 89 y produciéndose en febrero de 1992 el golpe de Estado fallido de Hugo Chávez y la ulterior remoción de CAP con intervención de la Corte Suprema de Justicia y el Congreso, bajo la acusación de peculado y malversación de caudales públicos.

En ese estado de cosas, tras dos interinatos asume el anciano ex presidente Rafael Caldera (1994-1999), quien sobreseyó a los militares insurrectos del 92 y timoneó el agravamiento de la crisis financiera, el malestar con los resultados negativos de la democracia, que culminó con el fin de los partidos políticos tradicionales, y precipitó el ascenso de Hugo Chávez mediante comicios intachables, luego de lo cual el fallecido presidente se juramentó sobre “la moribunda Constitución” de 1961, comprometiéndose ante sus conciudadanos a impulsar las transformaciones democráticas necesarias para construir una nueva República.

Los autores también abordan al caudillismo desde la tradición intelectual venezolana desde Bolívar a Chávez, sosteniendo con Norberto Ceresole, que el chavismo bolivariano es posdemocrático y que:

“…por sobre todas las cosas se destacará la especificidad del nuevo modelo, en relación a otros anteriores y ya conocidos en la experiencia histórica: El modelo venezolano no se parece en nada a lo conocido, aunque nos recuerda una historia propia, que generalmente hemos negado por nuestra anterior adscripción y subordinación ante los tabúes del pensamiento occidental-racionalista (marxismo incluido). Se diferencia del modelo democrático, tanto liberal como neoliberal porque dentro de la orden popular (mandato) está implícita con claridad meridiana la idea de que el poder debe permanecer concentrado, unificado y centralizado (el pueblo elige a una persona –que es automáticamente proyectada al plano de la metapolítica- y no una idea o institución). No es un modelo anti-democrático, sino posdemocrático (Ceresole, 1999).

Colin Crouch estudia a la posdemocracia en su obra homónima concluyendo que se trata de una regresión predemocrática y siguiendo a O´Donnell, la delegativa es una de las "formas" de la democracia moderna, que no significa otra cosa que el pueblo no delibera, ni gobierna. La voluntad presidencial reemplaza cualquier pretensión popular y la "dictadura de la mano levantada" parlamentaria consagra esa voluntad como si fuera democrática.

Los parlamentos han otorgado “poderes especiales” a los presidentes para que violen derechos humanos, bombardeen países o realicen operaciones secretas con dinero público. La democracia delegativa se aprecia empíricamente, en la devaluación de los mecanismos representativos combinado con el debilitamiento del poder infraestructural del Estado. Es un desencanto que inclina a los ciudadanos a delegar sus reclamos y demandas en nuevos líderes que manifiestan que la acción política dentro del marco de las instituciones representativas es obsoleta e improductiva, por ejemplo las presidencias de Fujimori, Menem y Collor de Mello (Cavarozzi, 1993), e incluso Chávez.

En el CAPITULO II el profesor Santiago Leiras desarrolla con innovadora perspectiva: “La presidencia de Hugo Chávez Frías (1999-2012): la dinámica de cambio en un régimen en cambio”. Establece un paralelismo Este proceso de cambio político tuvo su correlato en diferentes países de la región, pudiendo ser destacados entre otros Lula Da Silva en Brasil en 2003, Néstor Kirchner en Argentina en el mismo año y Cristina Fernández de Kirchner a partir del 2007, Evo Morales Ayma en Bolivia en 2005, Rafael Correa en Ecuador en el 2007, Fernando Lugo en Paraguay en 2008 y José Mujica en Uruguay en el año 2009.

Destaca el referéndum de abril de 1999 bajo las siguientes premisas y ejes convocantes:

1.         Los valores de la democracia.

2.         Un sistema político amplio, profundo, de contenido político ético.

3.         La descentralización, la desconcentración y un verdadero federalismo.

4.         La genuina independencia del Poder Judicial.

5.         La defensa irrevocable de los derechos humanos, tanto individuales como sociales.

6.         Un nuevo orden económico.

7.         Un nuevo orden social, basado en la ayuda mutua.

8.        El rescate del ciudadano.

9.         Una nueva doctrina democrática de seguridad y defensa.

10.       Un poder moral como mecanismo de modernización y saneamiento del estado (Chávez, 1999)

Trata seguidamente las elecciones constituyentes, la constitución de la Asamblea convocada a tales efectos, como supraconstitucional y en el marco de la emergencia legislativa y judicial.

Destaca las reformas introducidas a la Ley Suprema de Venezuela, el nuevo referéndum que validó las modificaciones sustanciales y estructurales que se habían dispuesto y en especial se institucionaliza la centralización y la concentración del poder en la figura del Jefe de Estado y líder de la “revolución bolivariana”.

Allí comenzó a gestarse la división entre la ciudadanía, que tuvo hasta su propio intento de golpe cívico militar en abril de 2002, momento en que Chávez fue desalojado por 2 días de la presidencia de Venezuela. En 2004 se llevó a cabo un referéndum revocatorio, que convalidó al presidente Chávez por 59 % a 41 %.

Con ello, la atomización de la oposición y la mística bolivariana se consolidó el régimen entre 2006 y 2012, abriendo las puertas al denominado “Socialismo del siglo XXI”, que se definió como originario, indígena, cristiano y bolivariano.

En 2007 se intentó una nueva reforma constitucional, incluyendo la reelección indefinida del presidente, pero los planes del chavismo se trastocaron con un resultado favorable a la oposición por escasa diferencia 51 % a 49 %.

En febrero de 2009 se celebró un nuevo referéndum que aprobó por amplia mayoría la enmienda constitucional que abrió las puertas a la reelección indefinida de los cargos públicos, como ampliación del poder electoral de los ciudadanos.

Si bien Chávez logra derrotar a Henrique Capriles Radonski en octubre de 2012 por 55 % a 44 %, fallece víctima de cáncer en marzo de 2013, perdiendo así Venezuela su “gran decisor”, cuyas consecuencias de orfandad y pérdida de rumbo, se palpan hoy en la gestión de su sucesor Nicolás Maduro.

En el CAPITULO III “La construcción político-discursiva de la revolución chavista.  Entre la ruptura radical y el refundacionalismo (1999-2002)”, el investigador del CONICET Hernán Fair analiza profundamente la construcción política discursiva de ese novedoso liderazgo decisorio. Lo hace recorriendo el nuevo orden político instaurado por Chavez, el cambio radical acontecido en Venezuela desde 1999 en el marco de la crisis político-partidaria, social. inclusiva y económica que configuraban la emergencia  entre 1999 y 2002.

Fair entiende que el relato discursivo del presidente Chávez permitió superar la crisis del bipartidismo clásico de Venezuela, a la par que recreó el vínculo de participación política, recomponiendo la autoridad presidencial y dejando atrás el vacío de poder que atravesaba a esta institución desde el Caracazo.

Chávez blandió un discurso de neto corte rupturista, radical y refundador. Para ello se valió de la crítica acerba al orden contra-hegemónico contrario al régimen vigente, de un populismo nacionalista y latinoamericano, anti-estadounidense y anticapitalista neo-liberal.

Seguidamente analiza el neodecisionismo desde una postura poco trabajada, como es el análisis del discurso de los líderes políticos y transita un pormenorizado análisis de la debacle y fractura del esquema impuesto en el Pacto der Punto Fijo en el período 1988-1998.

Confluye luego en la dimensión socio económica de la crisis de representatividad en Venezuela, como consecuencia de la depreciación del valor del barril de petróleo, el ajuste instaurado por Carlos A. Pérez en 1988, la crisis de legitimidad de los partidos políticos COPEI y AD que se alternaban en el poder desde 1958 y la corrupción, el clientelismo, la creciente tasa de inflación, pobreza, inequidad social y desempleo que contribuyeron a la aparición de un nuevo liderazgo político carismático, como lo fue el de Hugo Chávez.

Sigue describiendo la asunción de éste al mando presidencial en diciembre de 1999, la rápida adscripción al neodecisionismo y la retórica de la “Venezuela destrozada” con que se construyó el discurso de emergencia y crisis terminal. Para ello dispuso la ruptura con el “infierno” neoliberal y la búsqueda de una “sociedad justa”. También se contradijo a la pretensión del ALCA, la creación del ALBA para conformar la “Patria Grande”.

Concluye abordando la ruptura radical en el plano político-institucional: la “ingobernabilidad” y la “vía pacífica” de las reformas institucionales; definiendo la concepción democrático-popular y participativa del discurso de Chávez, basado en una especie de “soberanía compartida”, en el que tanto el Pueblo, como el “Gobierno”, eran igualmente “soberanos”. Pero además, incorporando un nuevo elemento de nacionalismo anti-imperialista, la soberanía popular, la soberanía de “nuestro pueblo”, que será vinculada, a su vez, con la defensa de la “soberanía nacional”. De este modo, el Pueblo era soberano porque no aceptaba las ”presiones” que ejercen los “centros de poder”, simbolizado implícitamente en la figura de los Estados Unidos.

En el pensamiento de Chávez, la dimensión representativa de la democracia sólo era una condición inicial que debía llenarse de contenido popular con la democracia participativa y social. De esta forma, la democracia liberal se hallaba subordinada al objetivo central de defender la soberanía popular.

En el CAPITULO IV Estela Pittatore, analiza “Participación y Abstención en Venezuela. El impacto del Gobierno de Hugo Chávez” y busca discernir los factores políticos, económicos y sociales que a su ver fueron determinantes de la continuidad y los cambios de la participación, diferenciando las similitudes y divergencias entre las condiciones que promovieron la participación y la abstención electoral entre 1958 y 2013, asumiendo que cuando la población decide no acudir a las urnas, esta actitud política no siempre expresa falta de interés sobre el quehacer político.

Contrasta las diferentes elecciones desde 1958, advirtiendo empíricamente que la abstención aumentó entre 1978 y 2000, mientras que con el surgimiento del liderazgo de Chávez se revirtió la situación de marasmo del orden socio político,

La radicalidad de las medidas del chavismo también dio motivo a una creciente participación electoral desde la postura opositora y de quienes suscribían su plan de gobierno.

La dicotomía amigo-enemigo que se le endilgó a Chavez es, en el entendimiento de la autora, una demostración de la debilidad del sistema político que no supo ni pudo insertarse en las reglas de juego que se proponían desde el oficialismo.

 

Ya en la SEGUNDA PARTE “EL CAMBIO EN EL CONO SUR Y SUS PROTAGONISTAS”, en el CAPITULO V Natalia Ceppi, trata acerca de: “Bolivia, el camino a la transformación: un proceso de cambios, conflictos y tensiones sin resolver”.

Analizó los principales hechos y consecuencias de las políticas neoliberales adoptadas a partir de 1985 con el fin de caracterizar el contexto sobre el cual puede vislumbrarse el nacimiento del MAS y la presidencia de Carlos Mesa Gisbert como antesala del levantamiento de este partido al poder. La autora también estudió las medidas de cambio más representativas dispuestas por el gobierno de Evo Morales; que dieron respuesta a las demandas históricas del pueblo Boliviano, como así también modificaciones que se han articulado en el diseño de la política exterior tanto en términos de discurso como en la práctica política.

En el CAPITULO VI Santiago Leiras desarrolla ahora su visión acerca de: ¿Continuidad o cambio? Diez años de Kirchnerismo en la Argentina.

El autor comparó los cambios que acontecieron durante las experiencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner en el poder, como así también las persistencias de políticas y costumbres en relación a la década de 1990. Esta aproximación fue desarrollada considerando que, si hay algo que no ha estado ausente durante las experiencias de Néstor y Cristina Kirchner, ello ha sido la tendencia a inaugurar un nuevo tiempo histórico, siendo el 2003 el momento de quiebre de la historia hasta entonces vivida. La construcción de este nuevo relato  político “nacional y popular” tuvo como marco de fondo la crisis terminal de la Argentina entre finales del año 2001 y comienzos del año 2002.

En el CAPITULO VII Adolfo Garcé trata respecto a los gobiernos uruguayos: “De Tabaré Vázquez a José Mujica: Un balance de los gobiernos del Frente Amplio en Uruguay (2005-2014)”. nos ha permitido examinar y comparar los dos gobiernos consecutivos del Frente Amplio en Uruguay, el de Tabaré Vázquez (2005-2009) y el de José Mujica (2010-2014).

Repasó de la evolución del FA desde su fundación en 1971 a su primera victoria electoral en octubre de 1971. Además, se elucidaron algunos de los rasgos generales del FA en tanto partido de gobierno. Se describió cuales fueron los hallazgos, prácticas, cumplimiento de expectativas y estilos de gobierno de Tabaré Vázquez y José Mujica; formulado algunas conjeturas acerca del tercer mandato frenteamplista (2014-2019), que efectivamente fue ganado en segunda vuelta por el líder socialista Tabaré Vázquez.

En el CAPITULO VIII Las nuevas fuerzas políticas autodenominadas progresistas y/o de izquierda en el Paraguay (2008-2012), Fernando Martínez Escobar analiza la peculiaridad de las formaciones políticas de izquierda, de carácter inusual en el contexto político partidario de ese país. Se ha preguntado respecto de las razones del acceso al poder político de los movimientos y partidos políticos llamados de izquierda o progresistas, así como para que y ante quienes se han instituido como una herramienta política. El autor indagó en las articulaciones, alianzas y frentes de luchas unificados a partir de la primera década del siglo XXI, así como en sus continuidades institucionales a lo largo de esa década, y dentro del gobierno del ex obispo Fernando Lugo.

En América Latina los años ochenta estuvieron marcados por el desencanto sobre las posibilidades de la democracia para responder a las necesidades materiales y de mejora social de los individuos. En la década de los noventa, vino la delegación en un poder ejecutivo decisionista, paralelamente a un proceso generalizado de privatización que favoreció la apatía de la ciudadanía y fomentó el auge del individualismo competitivo. Finalmente, junto con la continuidad de la recesión, el desempleo, la corrupción y la desnacionalización, surgieron en los preludios del nuevo siglo la bronca y la protesta.

En Argentina, por ejemplo, durante el Gobierno de Fernando De La Rúa se llegó a una situación de ruptura del contrato social, de divorcio entre sociedad y política, de vaciamiento de las formas tradicionales de representación política, y de búsqueda -al mismo tiempo-, de nuevas mediaciones y formas organizativas.

En la sociedad se observan simultáneamente dos fenómenos aparentemente contradictorios: una acentuada apatía y/o crítica con respecto a lo público y estatal, y una tendencia a la auto-organización.

Lo primero se revela en la actitud de la ciudadanía respecto de las obligaciones electorales, tanto en la abstención electoral como en el voto nulo o “voto bronca”, y el voto en blanco, como rechazo a la oferta convencional que produce el sistema político; así como en la acción colectiva directa de repudio a representantes de la clase política o “escrache”. Lo segundo, en la aparición de la intención de ocupar, reparar, o efectuar acciones colectivas grupales con contenido social (organizaciones de economía social, de desempleados, de defensa de derechos, y de solidaridad).

Lo cierto es que, en medio de la crisis, la demanda más ostensible de la población sobre su dirigencia política se refería al carácter ético y a la eficacia. La ciudadanía pretendía, en forma pragmática, observar resultados concretos obtenidos por las políticas públicas, y tendía a realizar algunas experiencias de organización civil sobre el espacio vacío de representación dejado por el Estado y los partidos políticos. Se concentraba en la imputación a la dirigencia por la recesión y la depresión económica, que se vive de manera casi permanente desde hace años. La crisis socioeconómica también ha colaborado fuertemente en el distanciamiento de la sociedad civil en cuanto al estamento político profesional.

En los estudios del Índice de Desarrollo Democrático de América Latina realizados por la Konrad Adenauer Stiftung, en conjunto con Polilat.com y la Red Interamericana para la Democracia, la crisis de malestar exacerbado se valora a través del “factor de anormalidad democrática”, definido como la “incapacidad institucional para el procesamiento de las tensiones que la democracia debe armonizar y administrar”, o dicho de otra manera “cuando las instituciones son forzadas para lograr un mantenimiento del régimen democrático”. Ese indicador objetivo (basado en estándares observables) se visualiza a través de la ocurrencia de crisis institucionales que dan cuenta de una “eficiencia política ausente” y/o una “baja o nula capacidad institucional para ejercer el poder”.

Este grado constituye la hipérbole del malestar en la democracia, en la que se advierte un vacío de poder en el Gobierno, y una movilización ciudadana en las calles. Desde el punto de vista del desarrollo de la política democrática, la incorporación de la protesta supone integrar la dimensión del conflicto y el antagonismo, junto a la del consenso y la discusión razonable propia del discurso hegemónico, abriendo la posibilidad de enriquecer el debate en la esfera pública e introducir en él nuevas demandas y nuevos temas, así como hacer presentes nuevos grupos habitualmente excluidos.

Las situaciones descritas suelen ser llamadas “las democracias de la ira”, que encarnan y reflejan a la perfección la desesperanza de lo que Hannah Arendt denominó el “gobierno de nadie”, en alusión al moderno estilo de gobierno en donde todo es el “aparato”, el “sistema”, el “Estado”. Entes abstractos que no cuentan con personificación alguna cuando de rendir cuentas se refiere. Nadie es responsable de nada, y tampoco nadie es capaz de dar respuestas. Nos remiten a alguno de esos entes que justifican lo que solo una persona o un grupo de personas ha creado, gestionado, propiciado o ejecutado.

Cada vez es más encontrar oídos sordos cuando un ciudadano se enfrenta a un problema que incumbe a la administración. En todo esto el elector se siente solo, desamparado, discriminado y airado. Los sociólogos y analistas políticos tienen que recurrir a explicaciones cada vez más inverosímiles sobre los resultados electorales o la participación política de los ciudadanos. Por su parte los políticos tienen que hacer mayores esfuerzos demagógicos y propagandísticos para restañar su pérdida de popularidad, a la par que los partidos requieren de mayores partidas presupuestarias para convencer a votantes cada vez más apáticos y descreídos.

La singularidad del inicio y la resolución de los conflictos político-sociales de los últimos años, nos motivó a adentrarnos en el análisis del malestar, ya que:

a) La sociedad movilizada es la que se encarga de poner fin a los Gobiernos democráticamente elegidos.

b) Las crisis son solucionadas mediante mecanismos constitucionales.

c) Lo que existe es un creciente malestar en la democracia y no necesariamente con la democracia.

d) Las reformas económicas de los últimos veinte años han dejado una gran deuda: el fortalecimiento del Estado democrático.

 Resta señalar que en América Latina, los últimos años han estado marcados por la existencia de varios focos de tensión de diferente naturaleza, y prácticamente la totalidad de los países de la región se han visto afectados por diversos conflictos a la vez. Algunos de ellos no han finalizado y los que sí lo han hecho siguen mostrando sus repercusiones en el presente. A pesar de la heterogeneidad de los casos, se detecta un cambio cualitativo en la naturaleza de los conflictos que han atravesado a América latina: los problemas tienden a producirse dentro de los Estados y no entre ellos, materializándose en luchas por el control territorial, disputas por el control del Gobierno, rivalidades en cuanto a la obtención de derechos étnicos y culturales.

Con la firma de la paz entre la guerrilla de las FARC y el de Colombia, Sudamérica no es en la actualidad una región afectada por conflictos armados. Ello se debe fundamentalmente a tres razones:

 a) Las disputas territoriales arrastradas desde las épocas de la formación de los Estados nacionales fueron resueltas gracias a diversos instrumentos de arbitraje nutridos por el avance del Derecho Internacional.

 b) Las guerras civiles de finales de la década de los sesenta se atenuaron tras la consolidación de los procesos democráticos.

 c) A finales de la década de los noventa, quedaron prácticamente resueltos la mayoría de los conflictos limítrofes que afectaban a América del Sur.

 Pero a pesar de los avances logrados, los Estados latinoamericanos se encuentran aún sometidos a disputas políticas y civiles, a graves desequilibrios socioeconómicos, así como a un debilitamiento de sus estructuras democráticas. Esta coyuntura genera un panorama que conduce a la fragilidad y vulnerabilidad del Estado, permitiendo la irrupción de nuevos actores y diferentes agentes promotores de crisis.

El particular caso sudamericano nos muestra que las variables a tener en cuenta son siempre numerosas y que cada caso tiene suficientes especificidades para que se tengan en cuenta factores añadidos (como etnia, género, etc.) que condicionan los conflictos. Son muy pocos los provocados por una sola causa. En su mayoría son fruto de una multiplicidad de factores. Además, las sociedades no generan dilemas de una manera absolutamente idéntica ni éstos siguen la misma pauta una vez que las crisis estallan.

Los pasados casos de ingobernabilidad se han caracterizado por manifestaciones populares que quitaron legitimidad al poder ejercido por los gobernantes, quienes a su vez demostraron ser incapaces de transformar los pactos de poder y posibilitar la inclusión efectiva de la población. A diferencia del pasado, cuando las crisis de gobernabilidad en la región se resolvían con la interrupción del régimen democrático, las crisis reinantes solo fueron resueltas dentro del sistema institucional. En la segunda parte de la tesis evaluamos si ello trajo aparejado la profundización de la democracia, ya que esto último depende de la refundación del pacto de poder y no solo de las reglas de su ejercicio e institucionalidad.

Como causas del malestar exacerbado discernimos cinco centrales y de magnitud: razones económicas, cuestiones humanitarias, hechos inesperados, hastío con los gobernantes, y quebrantamiento de los umbrales democráticos.

En presencia de una crisis de esta índole, generalmente se produce una concurrencia de factores y concausas que motivan la exaltación y la furia de los ciudadanos. Entre ellos podemos mencionar: los insuficientes resultados económicos y sociales de los regímenes democráticos; la crisis y el desprestigio del Estado y de lo público; la carencia de una sólida cultura democrática; el efecto de los casos de corrupción de los políticos; las dificultades en la relación entre los partidos políticos y el resto de la sociedad civil; la subordinación de la actividad política a los poderes fácticos de origen nacional y transnacional; el incremento de la violencia política y no política; y en algunos países, las dificultades de las relaciones de las Fuerzas Armadas con la institucionalidad democrática.

Grosso modo, Venezuela es un país cuyo imaginario popular ha quedado detenido como una fotografía en los años 1974-1979, durante la primera presidencia de Carlos Andrés Pérez, el responsable del milagro económico venezolano. Por entonces se la conocía como Venezuela saudita, a raíz del efecto multiplicador de los dólares que ingresaban por la venta de crudo. Las sucesivas presidencias de Pérez Campins y Lusinchi ya evidenciaban cierto deterioro de la economía desde el viernes negro de febrero de 1983; pero la segunda presidencia de Pérez, aupada por el recuerdo de la primera y por la buena imagen de su antecesor Jaime Lusinchi fue la demostración de que ya nada era como se pretendía. La corrupción fue el sino trágico de Pérez hasta que la Corte Suprema de Justicia lo destituyó en mayo de 1993.

Venezuela, que ya había padecido el Caracazo (27 y 28 de febrero de 1989), las cruentas rebeliones militares encabezadas por el teniente coronel Hugo Chávez y el contralmirante Hernán Grüber Odremán (4 de febrero y 27 de noviembre de 1992 respectivamente), navegó en las aguas turbulentas del ineludible fin del modelo de la república que venía desarrollándose con ejemplar conducta democrática desde el fin de la dictadura de Pérez Jiménez en 1958 mediante el “Pacto de Punto Fijo”, y no había sucumbido a los golpes militares de los años 80, al igual que su vecina Colombia.

 

A Pérez le sucedió su correligionario y presidente del Senado, Octavio Lepage; el Congreso eligió como presidente interino al senador Ramón Velásquez, quien llamó a las elecciones que le dieron la victoria al presidente socialcristiano Rafael Caldera, quien tampoco pudo revertir la crisis económica y política, resultando pulverizados los antiguos partidos que habían hegemonizado los últimos 50 años de la política venezolana. Con la amnistía a los golpistas del 92 empezó a emerger la figura del líder Hugo Chávez, que gobernó desde fines de 1998 hasta su muerte en 2013, cambiando las estructuras del país, aunque fomentando la división entre los venezolanos, asociándose con países cuestionados como enemigos de la libertad como Cuba, República Islámica de Irán, Bielorrusia (Belarús) y Corea del Norte, y manejando con discrecionalidad no exenta de venalidad los dineros generados por las ventas de petróleo.

El chavismo ha buscado construir la “democracia bolivariana” adoptando para ello como estrategias la participación protagónica corresponsable, incentivando el desarrollo de redes sociales, promoviendo a las organizaciones de base, y estimulando la sociedad controladora de lo público. En este proyecto democrático Chávez involucró al ejército al servicio de los pobres y convirtió al pueblo en agente político visible.

Las autoridades venezolanas y los teóricos que les sostienen, describen como elementos de esta nueva democracia: la productividad, la solidaridad y la igualdad, que trascienden el capitalismo y el mercantilismo. Es un concepto de democracia que no es patrimonio exclusivo de los partidos políticos y las elecciones, sino que se irradia en todos los aspectos de la vida en sociedad y a todos los sectores.

Humberto Njaim dice que la democracia bolivariana es una concepción constitucional, en donde la participación se antepone a la representación que predominaba en las constituciones anteriores. De igual manera señala sus principios rectores: voluntad política, ciudadanía, protagonismo, descentralización y democracia. Pero advierte: "sin embargo, el desarrollo legislativo y la interpretación jurisprudencial y doctrinaria tendrán que orientarse a superar algunas de las tendencias aquí encontradas, ya sea radicalizando los postulados de la democracia participativa y protagónica, o evitando los peligros de la democracia plebiscitaria para lo cual será necesario reforzar los elementos representativos, no como fines en sí mismos sino como medios para salvar la estabilidad de la Constitución y su primacía por encima de las vicisitudes políticas y la arbitrariedad de los gobernantes de turno".

Orietta Caponi, por su parte, la define como una democracia no liberal, incluyente y por tanto humanista, popular, ética, defensora de la identidad y soberanía nacionales, así como de la emancipación social. Es preciso señalar que esta democracia está en fase constructiva y que al utilizar el adjetivo bolivariano se abren las puertas a todas las ideas progresistas y humanistas provenientes de cualquier corriente ideológica, en tanto permitan la inclusión real y efectiva de toda la población. Es una democracia unida al concepto de soberanía.

En contra del proyecto de democracia participativa protagónica encontramos la opinión de Melo quien señala que los trazos más evidentes de la concepción bolivariana son: el exacerbado mayoritarismo y el plebiscitarismo. La mayoría se articula en exclusiva en torno al liderazgo carismático de líderes como Chávez y ahora el nuevo presidente Maduro, menos capacitado y más confundido.

En verdad la democracia bolivariana, especialmente desde la asunción de Nicolás Maduro, aparece como una máscara, por cuanto si bien se dice una democracia republicana, participativa y protagónica, ha provocado una grieta entre la población en fracciones bien diferenciadas, una a favor del chavismo con rasgos fundamentalistas y otra profundamente antichavista con visos de aborrecimiento. Los bolivarianos no son propensos a reconocer derrotas ni errores y atribuyen sus fallas a campañas de desprestigio, desinformación, intrigas y complots.

Los chavistas no dudan en descalificar al contrincante, al cual ven como un enemigo a destruir. No titubean en aliarse con los regímenes iraní o norcoreano, a recurrir al fraude o a encarcelar militares, opositores y jueces que no se someten a sus designios, con tal de cumplir sus objetivos. También atacan la libertad de prensa y no tardan en suprimir los medios de comunicación de tendencia contraria a sus sedicentes ideales “revolucionarios”. Es por ello que el Socialismo del Siglo XXI del cual Venezuela es cabeza, utiliza las reglas de la democracia para acabar con ella desde adentro.

Desde Popper y Dahrendorf, se piensa a la democracia no solo como la posibilidad de elegir gobernantes y ser representados, o como un orden constitucional que torna viable relevar los gobiernos sin revolución o derramamiento de sangre, o como el conjunto de reglas (primarias o fundamentales) que establecen quien está autorizado a tomar las decisiones colectivas y con qué procedimientos – en palabras de Norberto Bobbio-; sino en un sentido más amplio (como enseña Ludolfo Paramio) como horizonte permanente.

La democracia sería así un sistema político y social que brinda seguridad (física, pero también económica y social) y que privilegia la educación, la salud, las oportunidades de trabajo, la libertad de prensa y de expresión. Un sistema que apoya la diversidad, la innovación, que respeta las minorías, sus culturas y sus derechos.

La verdadera democracia supone la existencia y reconoce el valor de las organizaciones civiles intermedias, como medios de expresión legítima de la participación ciudadana para construir el capital social. En tanto sistema político debe posibilitar al ciudadano realizarse plenamente y alcanzar un desarrollo que supere lo meramente económico y tecnológico. Se funda en la libertad de elección y el gobierno del pueblo sobre sí mismo, compromete la responsabilidad ciudadana y establece igualdad de oportunidades para todos, permite la pluralidad de ideas y promueve el respeto de las diversas creencias y valores de cada persona y cada cultura. La democracia sustancial crece cuando se amplían y expanden los derechos, y ello se da generando distintas respuestas que conllevan una protección efectiva de los derechos fundamentales desde una mirada real, humana y plural.

Coincidiendo con Pateman, Bachrach y Macpherson, cabe señalar que la democracia no puede circunscribirse a un puro procedimiento o un simple mecanismo de constitución y organización del poder político. La democracia involucra una intervención real y persistente de las grandes mayorías en el manejo de la cosa pública, lo que envuelve, entre otras cosas, y como actividad básica y primigenia, la asistencia consciente a los comicios donde habrán de elegirse representantes.

Acorde con los cambios del mundo, la democracia ha tenido distintas enunciaciones: el gobierno de los hombres libres, la voz del pueblo, el medio de deliberación y decisión, un sistema político con reglas para elegir y ser elegido sobre la base de los derechos de libertad e individualidad.

El informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) del 2004 planteó el problema de forma directa: ¿Se puede hablar de democracia cuando la mayoría de los ciudadanos, o parte sustancial de ellos, carecen de los recursos necesarios para ejercer sus derechos de ciudadanía? Lo que parece indiscutible es que en esta situación las instituciones de la democracia funcionarán mal, y que ésa puede ser una de las claves de la desconfianza de los ciudadanos hacia sus gobiernos, y de las frecuentes crisis de gobernabilidad.

Debe recuperarse la distinción entre democracia formal y sustantiva, pero despojada de cualquier desvalorización de los procedimientos. Pero, además, la democracia debe tener una potencial sustantividad material, lo que quiere decir crear condiciones y oportunidades para la lucha por la igualdad. La democracia como sistema de representación política parece no satisfacer las expectativas de los ciudadanos en torno a un mejor y mayor bienestar. Análogamente, la democracia como un fin, es decir, el avance en los derechos políticos y libertades civiles que hoy disfrutan los habitantes, se ha visto totalmente anulada por la incapacidad de traducir estos avances en mayor bienestar económico y social.

La democracia bolivariana plantea un estándar imperfecto de democracia, un mero disfraz o visión acotada para disimular autoritarismo, exclusiones o cercenamiento de libertades y, sin ambages, puede calificarse de desviación o desorientación que trae consigo confusión y desconcierto.

La democracia no es tan sólo el gobierno que la ciudadanía elige en los comicios, sino que es el ideal –valor si se quiere- de un horizonte permanente que respeta a las minorías, la libre expresión de las ideas, la existencia de prensa independiente, y que observa sin dobleces la Constitución política del país de que se trate.

Incluso un Gobierno como el venezolano, puede ser democrático en la elección, pero dictatorial o autoritario en su forma de ejercer el poder, y ostentar una condición democrática para disimular y repeler las acusaciones o las críticas del disfraz que utiliza.

El malestar exacerbado en las calles y espíritus venezolanos reconoce idénticas causas a las presentadas anteriormente, que además se encuentran potenciadas por la desembocada administración del presidente Maduro, un terco militante de la intolerancia quien, con sus desvaríos e impredecible comportamiento, da el physique du rôle de un grotesco tirano fascista de izquierdas, que ni el genio inigualable de Gabriel García Márquez imaginara para su imperecedero Macondo.  

Ahora bien, coincido con Jorge Luis Borges en que “Censurar y alabar son operaciones sentimentales que nada tienen que ver con la crítica”. Es por ello que he analizado valorativamente las dos partes de la obra reseñada, la cual contribuye ostensiblemente a dotar de un marco teórico plural y minucioso, sobre la irrupción del liderazgo carismático de Hugo Chávez y las experiencias de Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Evo Morales Ayma en Bolivia, los gobiernos frenteamplistas uruguayos de Tabaré Vázquez y José Mujica y la experiencia de las fuerzas políticas de izquierda en Paraguay durante la presidencia del ex obispo Fernando Lugo.

 

*Javier Marotte U. Kennedy – CEA Universidad Nacional de Córdoba – U. Complutense de Madrid. Miembro de: CARI – SAAP – Amnistía Internacional. Procurador, abogado y doctorando en Ciencia Política.