Revista Nº21 "TEORÍA POLÍTICA E HISTORIA"
Documento sin título

RESUMEN

En términos generales, la identidad cívica se consagra en los derechos otorgados por el Estado a los ciudadanos individuales, y en las obligaciones que éstos, personas autónomas en situación de igualdad jurídica, deben cumplir. Los conceptos de autonomía, igualdad jurídica, y participación ciudadana en la gestión de los asuntos públicos, distinguen en teoría a la ciudadanía de otras formas de identidad sociopolítica, ya sea feudal, monárquica o tiránica

El presente ensayo ahonda en el concepto de ciudadanía y en la génesis histórica de la Identidad  ciudadana  nacional moderna, para abordar finalmente las tesis que plantean desatar el nudo gordiano de la ciudadanía más allá de la homogeneización nacional. A saber, la nación de ciudadanos, la ciudadanía multicultural y el comunitarismo”.

Palabras clave: ciudadanía, nacionalismo, republicanismo, posmodernidad, multiculturalismo, comunitarismo.

 

 

 

 

ABSTRACT

“In general, civic identity expresses on rights given by State to individual citizens and on responsibilities they must obey. Concepts of autonomy, legal equality and citizen’s participation on public affairs management are concepts that difference in a theoretical manner the citizenship from other ways of social and political identity such as feudal, royalist or tyrannical ones.  

This essay digs into the concept of citizenship and historical genesis of modern national citizen identity to analyze in the end the thesis which tries to explain citizenship beyond national standardization: a nation of citizens, multicultural citizenship and community”.

Key words: citizenship, nationalism, republicanism, post modernism, multiculturalism, community.  

 

 

 

CIUDADANÍA Y NACIONALIDAD A DEBATE:

                                                    

IÑAKI VÁZQUEZ LARREA

 

Universidad Católica San Antonio (UCAM)

Murcia, España.

Ivazquez@pdi.ucam.edu

inakiva@yahoo.es

 

 “En términos generales, la identidad cívica se consagra en los derechos otorgados por el estado a los ciudadanos individuales, y en las obligaciones que éstos, personas autónomas en situación de igualdad jurídica, deben cumplir. Los conceptos de autonomía, igualdad jurídica, y participación ciudadana en la gestión de los asuntos públicos, distinguen en teoría a la ciudadanía de otras formas de identidad sociopolítica, ya sea feudal, monárquica o tiránica

 

El presente ensayo ahonda en el concepto de ciudadanía y en la génesis histórica de la Identidad  ciudadana  nacional moderna, para abordar finalmente las tesis que plantean desatar el nudo gordiano de la ciudadanía más allá de la homogeneización nacional. A saber, la nación de ciudadanos, la ciudadanía multicultural y el comunitarismo”.

 

Palabras clave: ciudadanía, nacionalismo, republicanismo, posmodernidad, multiculturalismo, comunitarismo.

 

 

1.- INTRODUCCIÓN: LA IDENTIDAD SOCIOPOLÍTICA CIUDADANA

 

 

 En términos generales, la identidad cívica se consagra en los derechos otorgados por el estado a los ciudadanos individuales, y en las obligaciones que éstos, personas autónomas en situación de igualdad jurídica, deben cumplir. Los conceptos de autonomía, igualdad jurídica, y participación ciudadana en la gestión de los asuntos públicos, distinguen en teoría a la ciudadanía de otras formas de identidad sociopolítica, ya sea feudal, monárquica o tiránica.

 

 En su ya clásico Ciudadanía y Clase Social,  T. H. Marshall, identifica tres formas de ciudadanía, sobre un correlato histórico proyectado al caso británico. La civil

(igualdad ante la ley), la política (sufragio universal) y social (derecho social).

La ciudadanía plena se consagra únicamente con la inclusión de los derechos sociales en el Estado de Bienestar europeo tras la Segunda Guerra Mundial[1].

 

 Desde una vertiente antropológica J.G. A Pocock ha postulado la existencia de una doble línea en la historia de la ciudadanía desde la época clásica. La natural, aristotélica, que concibe al hombre como animal político, y la republicana., el homo legalis,  el individuo como entidad jurídica, de Marco Aurelio o Cicerón[2].

 

 Riensenberg, por su parte, prefiere distinguir entre una ciudadanía clásica, por su proyección localista (municipal) y  por una concepción ciudadana vinculada a la virtud republicana, y la de la modernidad, de carácter más democrático y relacionada con  la lealtad política al Estado nación[3].

 

 Destacar por último, las tesis de Brubaker, por imprimir una impronta correctiva a la ciudadanía plena  de la modernidad de T H Marshall. Tal y como plantea Bottomore, en la actualidad el concepto de ciudadanía se complejiza en sociedades en las que las poblaciones no son homogéneas y no aborda el impacto los problemas que ha creado las emigraciones masivas de la posguerra en Europa y Estados Unidos.

 

 Los estudios de Brubaker abordan la génesis de la moderna ciudadanía en  estrecha relación con dos diferentes concepciones nacionalitarias,  republicanismo cívico francés y el particularismo organicista alemán, para señalar que ambas nociones de ciudadanía nacional proyectan a lo largo del siglo XX, sobre todo en relación a masas migratorias, políticas de ciudadanía diferenciadas[4].

 

   La concepción nacionalitaria alemana es etnocultural y diferencialista, plantea una ciudadanía alemana desterritorializada y etnicista, sobre el Volk de la comunidad de origen, y es hostil a los procesos de asimilación/ naturalización territorialista. Por el contrario, la concepción nacionalitaria francesa,  republicana (política) y territorialista, plantea  una ciudadanía  ajena al jus sanguini y facilita procesos de naturalización inclusiva sobre el principio de jus soli.

 

  En palabras de Rogers Brubaker: “La naturaleza expansiva y asimilacionista de la moderna definición de ciudadanía francesa, y la definición germana de la ciudadanía como comunidad de origen, restrictiva para con los inmigrantes no alemanes, aunque marcadamente expansiva para los alemanes de origen provenientes de Europa del Este y la Unión Soviética, refleja la pronunciada inflexión etnocultural del ethos alemán”, ya en 1913, “ la tradicional distinción entre estado y nación , Volk y Staat, fue protegida y elevada a la categoría de ley de ciudadanía. La definición de ciudadanía se nacionalizó, llevada al estrecho marco etnocultural de la nación y desligada del marco territorial . La ciudadanía fue definida por coordenadas genealógicas más que territoriales, por origen, más que por residencia[5]”.

 

 A partir de esta argumentación, Brubaker distingue la ciudadanía formal, pertenencia a un Estado nación, de la sustantiva, que según el concepto de Marshall , consistiría en un conjunto de derechos civiles, políticos y especialmente sociales, lo que implica alguna forma de participación en los asuntos de gobierno.

 

 

 

 

2.- LA INVENCIÓN DE LA CIUDADANÍA MODERNA: (LA GÉNESIS DE LA CIUDANÍA NACIONAL).

 

 

 Uno de los rasgos más significativos de la Modernidad es el surgimiento de un imaginario que vincula orgánicamente al individuo con el mito del Estado. Tal y como señala Ernst Cassirer, este enunciado se proclama por primera vez en pleno Renacimiento, con el Príncipe de Maquiavelo, se reafirma con el individualismo posesivo (parafraseando a Macpherson)  de Hobbes en El Leviatán,  y encuentra su paroxismo con Los Héroes de Carlyle y la Filosofía de la Historia de Hegel[6].

 

 Durante este proceso, de larga gestación, los conceptos de ciudadanía y nación, se fusionan con el mito del Estado. Antes del siglo XVIII, como nos recuerda Hosbawm, el término nación, indicaba ascendencia u origen, raramente se vinculaba a una unidad política o territorial concreta, mientras que la ciudadanía se vinculaba primordialmente a una entidad local, ciudad, municipio, burgo, concebido como la residencia del burgués.

 

  Lo verdaderamente revolucionario de la era de las Naciones y Nacionalismos, finales del siglo XVIII y siglo XIX,  fue que ciudadanía y nación pasaron a ser sinónimos, o a estar íntimamente  relacionados, y que pasaron a ser un ingrediente imprescindible en la conceptualización de los  nuevos Estados nación  a lo largo del siglo XIX[7].

 

 En palabras de Brubaker, “La Ciudadanía nacional Moderna fue un invento de la Revolución francesa. La delimitación formal de la ciudadanía, el establecimiento de la igualdad civil, implicando derechos y obligaciones compartidas; la Institucionalización de derechos políticos; la racionalización legal y la acentuación ideológica en la distinción entre ciudadanos y extranjeros, la articulación de la doctrina de la soberanía nacional y el vínculo entre ciudadanía y nacionalidad[8]

 

 Rousseau ya mezclaba la noción de ciudadanía con una noción embrionaria de nacionalismo. En  1771 el Conde Wielhorski decidió recurrir a Rousseau para que este le aconsejase sobre la viabilidad de una futurible ciudad / Estado polaca; Rousseau, a este respecto,  argumentó que la viabilidad de una ciudadanía polaca radicaba en que esta fuera compatible con el carácter nacional polaco. En concreto “ Algo que podía conseguirse mediante instituciones nacionales , las cuales conforman el genio, el carácter, los gustos y las costumbres del pueblo, y que conviertan a éste en lo que es, y no en otra cosa, e inspiran ese cálido amor por el país, enraizado en los hábitos que resultan imposibles de erradicar[9]”.

 

  El Abate Sieyes los convierte en sinónimos. Para Sieyes, “La nación es un cuerpo de asociados  (ciudadanos ) que viven bajo una ley común y representados por una misma legislatura[10]”.

 

 La Invención de  la ciudadania nacional, trajo de forma simultánea, la invención del extranjero o enemigo, la definición de un nosotros frente a ellos.  Convendría recordar, en este sentido, que la extensión de la ciudadanía nacional a lo largo de los siglos XIX y XX, presenta una doble faz, de naturaleza, en ocasiones, contradictoria.

 

 Por un lado, una indiscutible democratización de la vida política y social, frente a los privilegios de Antiguo Régimen, por otro, un proceso de homogeneización cultural y político excluyente. Todo Estado-Estado nación, es intrínsicamente nacionalista,  y establecer una tajante dicotomía entre nacionalismo cívico (supuestamente inclusivo y democrático) y un nacionalismo étnico (exclusivo y antiliberal) es, más bien, un presupuesto ideológico, que una realidad socio/ política. Como diría Brubaker: “Al inventar al ciudadano nacional, la Revolución, también inventó, de forma simultanea, la idea del extranjero[11]”.

 

 Es cierto que el proceso revolucionario francés proyecto una ciudadanía republicana  de carácter universalista. De hecho la Asamblea Constituyente de 1791 declaró a Thomas Paine, ciudadano francés, pero no es menos cierto que de forma muy temprana, planteó un criterio de exclusión cultural y política de fundamento ideológico.

 

 Entre 1793 y 1794, la Revolución ya distinguía entre ciudadanos virtuosos y quienes no lo eran, entre buenos y malos ciudadanos, y daba por supuesto que el idioma de la Revolución era el francés (y no ningún otro). En 1794, un miembro del Comité de Salud Pública declaraba lo siguiente: “La Superstición y el federalismo hablan Bretón vulgar, la emigración y el odio hacia la República hablan alemán, la contrarrevolución habla italiano, y el fanatismo habla vasco[12]”.

 

  Se observa, a su vez, una paulatina etnificación de la concepción nacionalitaria francesa a partir de 1880, de clara impronta antisemita, presente ya en Charles Peguy, pero que resulta del todo evidente tras el affaire Dreyfus, y la consecuente acusación de Emile Zola, mientras que en el caso alemán es palpable una continuidad conceptual entre el Volkgeist de Los Discursos a La Nación Alemana de Fichte, la ley de Ciudadanía alemana de 1913, y el etnoracismo de las Leyes de Nuremberg de 1935 que desembocaron en la Solución Final judía.

 

  El caso británico resulta especialmente significativo y contradictorio, por plantear una disociación absoluta entre ciudadanía e identidad nacional. De acuerdo con la  British Nationality and Aliens Act de 1914, ser británico era sinónimo de ser leal súbdito a la Corona y el Imperio. En principio, cualquier ciudadano de la Commonwealth disfrutaba de los mismos derechos de ciudadanía.

 

 Sin embargo, tras el fin del Imperio, la crisis económica postcolonial, junto con el auge del racismo y la xenofobia en el Reino Unido, facilitaron un práctica racialización discriminatoria de las prácticas de ciudadanía británicas.

 

 La Inmigration Act de 1971, otorga derechos de ciudadanía plenos solo a  aquellos miembros de la Commonwealth con ancestros en Reino Unido (padre o abuelo británicos), lo cual equivale a crear una ciudadanía de privilegio blanca. A lo largo de la década de los setenta, la etnificación del derecho de ciudadanía británica se completa con políticas multiculturales de discriminación positiva para con las minorías étnicas no blancas, ( Race Relations Act de 1968 y la Creación de la Comisión para la igualdad Racial de 1976) y la institucionalización de identidades comunitaristas, lo cual, ha contribuido a una mayor fragmentación de la sociedad británica y a un auge del poder de movimientos fundamentalistas de corte islamista.

 

 En palabras del sociólogo Gilles Kepel: “En un Imperio planetario, la identidad británica se definía por el sometimiento a la Corona. Con la descolonización y las independencias, se retrajo a las dimensiones geográficas de Gran Bretaña. Pero ese proceso experimento convulsiones durante varios decenios después de la desaparición del Imperio, la ciudadanía británica siguió siendo una noción Imperial que englobaba a los ciudadanos de la Commonwealth y estaba disociada de sus nacionalidades.

 

 Cuando los naturales de la Unión India y Paquistan, se instalaban en Birmingham o Bradford, en los años 50, disponían, una vez satisfechas algunas formalidades del mismo estatuto jurídico que los ingleses. Como ciudadanos tenían derecho al voto, aun cuando su conocimiento del inglés fuera nulo, y lo esencial de su comportamiento político estuviera determinado por lealtades nacidas en el subcontinente indio.

 

 Esa situación jurídica única en el mundo convertía la ciudadanía en inoperante como criterio de identidad nacional. Pero las migraciones, la xenofobia y el racismo, y luego las tensiones en el mercado laboral y el paro, hicieron de la redefinición de la ciudadanía británica un punto de interés político.

 

Incapaz de establecer mediante la ley una nacionalidad que se identifique con la ciudadanía, el sistema británico ha recurrido a nociones de raza y etnia, y les ha conferido significado legal.

 

 Estas ocupan un puesto en una concepción multicultural de la sociedad, concebida como la yuxtaposición de minorías y de comunidades que son depositarias de la identidad política de sus miembros, e intermediarios privilegiados de la inserción de éstos en sus relaciones con el Estado[13]”.

 

 

3.- MÁS ALLÁ DE LA CIUDADANÍA NACIONAL: LA GÉNESIS DE LA DEMOCRACIA POSMODERNA.

 

 En este epígrafe se pretende analizar las tres grandes tesis que pretenden desatar el nudo gordiano de la ciudadanía nacional, en el contexto de sociedades nacionales cada vez más heterogéneas y sacudidas por la crisis del Estado/nación, el proceso de globalización, reivindicaciones particularistas, y grandes corrientes migratorias. El Republicanismo comunicativo de Habermas, la refundación liberal de Will Kylimcka  y la política de reconocimiento del  comunitarismo de Charles Taylor o Michael Walzer.

 

 

3. 1.- EL REPUBLICANISMO COMUNICATIVO: LA NACIÓN DE CIUDADANOS DE HABERMAS.

 

 

 La Comunidad Republicana Imaginada por Habermas nace de una desconstrucción de los excesos del Idealismo alemán, desde el romanticismo de Holderlin a Heiggedeger, en lo que a su responsabilidad ideológica en la arquitectura cultural del nacionalismo alemán y el nazismo se refiere.

 

 “Todavía en medio de la Primera Guerra Mundial publicó el liberal Friedrich Naumann un libro con el título de Mitteleuropa (Centroeuropa). Un año antes de la toma del poder por el nacionalsocialismo, Giselwirsing, miembro de Die Tat escribe sobre Mitteleuropa und die deutsche  Zukunft (Centroeuropa y el futuro de Alemania). En ello se refleja el sueño de una hegemonía de las potencias centrales y aquella Ideología del centro que desde el romanticismo hasta Heiggedeger tan hondamente enraizada estuvo en la profunda corriente anticivilitatoria, antioccidental de la tradición alemana”.

 

 Esa autoconciencia fijada a la posición geográfica de centro quedo extremada, una vez más en términos de darwinismo social durante el periodo nazi, y tal mentalidad pertenece a los factores que explican cómo pudo ocurrir que toda una población civilizada cerrara los ojos ante asesinatos masivos. La conciencia de haber emprendido un camino especial, un camino que separaba a Alemania de Occidente y le otorgaba frente a éste una posición privilegiada, es algo que sólo ha quedado desacreditada por Auschwitz; o es algo que en todo caso ha perdido tras Auschwitz su capacidad de configurar mitos[14]”.

 

Al igual que para Walter Benjamín, toda narrativa nacional en Habermas es unilateral y selectiva, y cae, necesariamente en categorías de enemigos internos y externos. En palabras de Walter Benjamín, toda narrativa nacional, es una historia a contrapelo:

 

 “La forma de Identidad que representa la Identidad nacional, hace necesario que cada nación se organice en un Estado para ser Independiente. Pero, en la realidad histórica, el Estado con una población nacional homogénea ha sido siempre una ficción. El Estado nacional mismo es quien engendra esos movimientos autonomistas en los que las minorías nacionales oprimidas luchan por sus derechos, y al someter a las minorías a su administración central, el Estado nacional se pone así mismo en contradicción con las premisas de autodeterminación a las que el mismo apela”

 

 Con tales contradicciones habrían vivido todos los Estados nacionales. El particularismo organicista apaciguado a lo largo del siglo XIX, encontraría su paroxismo en el nacionalsocialismo alemán.: “El elemento particularista, apaciguado hasta entonces, una y otra vez, rompió finalmente en la Alemania nazi en la idea de una supremacía racial del propio pueblo. Y esto, como queda dicho, cubrió, las espaldas  a una mentalidad sin la que hubiera sido posible el exterminio organizado a gran escala, de categorías pseudocientíficamente definidas de enemigos internos y externos[15]”.

 

 Según Habermas, la crisis del Estado Nación, en el contexto de sociedades cada vez más heterogéneas y globalizadas, abre las puestas a un nosotros postnacional republicano, una Comunidad Imaginada cuya cultura política compartida sea El Estado de Derecho y los derechos Humanos. Esto es, una nación de ciudadanos proyectada hacia el ideal cosmopolita y universalista Kantiano de la Paz Perpetua.

 

 Esta cultura política común queda definida por el patriotismo  de lo constitucional, y en el contexto de sociedades cada vez más multiculturales, debe prevalecer, y ser desligada, de otras formulas  identitarias  prepólíticamente acuñadas, en su vertiente religiosa o etnonacionalista, que conviven en el seno de esa misma sociedad. El límite de reconocimiento de estas radica en que, estas identidades prepolíticas, sean compatibles con la diversidad de oferta de otras culturas societales, y que en suma, no contradigan los principios normativos de derecho vigentes.

 

 “En las categorías conceptuales del Estado nacional se encuentra incrustada la tensión entre el universalismo de una comunidad jurídica igualitaria y el particularismo de una comunidad con un destino histórico. Esta ambivalencia resulta inofensiva en tanto que una comprensión cosmopolita de la nación de ciudadanos mantenga la prioridad frente a la versión etnocentrista de una nación que se encuentra  a la larga en latente Estado de Guerra”.

 

 Esta comprensión cosmopolita de la nación de ciudadanos abriría las puertas a prácticas políticas de ciudadanía más inclusivas y reduciría los riegos de una fragmentación comunitarista: “Sospecho que las sociedades multiculturales sólo pueden seguir cohesionadas por medio de una cultura política así acrisolada, si la democracia no se presenta sólo con la forma liberal de los derechos de libertad y de participación política (en un sentido estrictamente liberal)”. En cambio una interpretación republicana y cosmopolita de la democracia, abría de incluir “El disfrute profano de los derechos sociales y culturales[16]”.

 

3.2.- LA CIUDADANÍA MULTICULTURAL  DE WILL KYMLICKA:

 

La Ciudadanía multicultural es una proyección política de toda la tradición liberal pragmática norteamericana, representada, entre otros, por John Dewey. Siguiendo esta estela de pensamiento, el teórico canadiense Will Kymlicka, plantea la necesidad de una reinterpretación del término de ciudadanía desde postulados liberales.

 

 Considera que la teoría política liberal debe ir más allá más allá del énfasis en los derechos humanos, para la resolución de los conflictos de minorías e integración de poblaciones migratorias. Para Kymlicka, la ceguera liberal, común también del liberalismo decimonónico de  Mazzini,  Bernard Shaw , o John Stuart Mill, con respecto a las reivindicaciones de las minorías nacionales, hace necesario complementar el apego liberal a los principios de los derechos humanos, con una teoría de los derechos de las minorías[17].

 

 En concreto Kymlicka distingue entre:

 

A: derechos de autogobierno

B: derechos poliétnicos

C: derechos especiales de representación.

 

 Kymlicka defiende la idea de que los derechos nacionales han de ser derechos intrínsecos de ciudadanía diferenciada (siguiendo el modelo canadiense), siempre y cuando el sistema de valores y creencias de la cultura societal nacional específica sean compatibles  con unos mínimos liberales ( en particular el respeto al pluralismo y las libertades individuales). Difiere con Charles Taylor en el supuesto valor universal intrínseco de cada cultura y a diferencia de los comunitaristas, sostiene que las diferentes opciones de vida buena están sujetas a revisión constante, ya que “es perfectamente lógico aceptar este objetivo y negar al mismo tiempo que los grupos tengan derecho a imponer determinadas prácticas a unos miembros que no deseen mantenerlas[18]”.

 

 Por tanto, los liberales no pueden suscribirse acríticamente a la pertenencia cultural. Kymlicka rechaza lo que denomina como nacionalismos de ancestros, culturas societales nacionales abiertamente xenófobas o racistas, que como el nacionalismo afrikaner o el nazismo, plantean abiertamente el exterminio del otro o el apartheid étnico, sin caer, no obstante, en la dicotomía planteada por Michael Ignatieff, entre naciones cívicas (supuestamente compatibles con la democracia y el liberalismo) y naciones étnicas (belicistas, xenófobas y excluyentes).

 

 Según Kymlicka, Ignatieff subestima la persistencia de las culturas nacionales, a las que Ignatieff vincula con los desajustes estructurales transitorios de la modernidad globalizadora En Ignatieff, el presente resurgir de los nacionalismos étnicos no es sino una cultura transitoria producto del miedo agresivo a la homogeneización  cultural y secularización planteado por el proceso de globalización (narcisismo de la diferencia)[19].

 

 Kymlicka argumenta que en el cosmopolitismo liberal de Ignatieff existe una incorrecta interpretación de los nacionalismos, nos sólo por lo perenne de las culturas nacionales (tal y como afirma el etnosimbolismo de Smith), que pone en cuestión la tesis modernistas de Gellner o Ignatieff, sino porque gran parte de las culturas nacionales mayoritarias, supuestamente cívicas (de ahí su discrepancia con Habermas), ocultan un sometimiento de minorías y poblaciones migratorias a la cultura nacional mayoritaria, como fenómeno compensatorio a la integración en valores cívicos y republicanos ( caso del anglo conformismo norteamericano y del jacobinismo republicano francés).

 

 Para Kymlicka, todo imaginario nacionalista cívico o cultural tiene una clara dimensión de comunidad de cultura (Volkgeist). Por tanto, la legitimidad de la reivindicación particularista se centraría en la capacidad integradora del imaginario nacionalista en cuestión, y no tanto en su supuesta dimensión cívica o cultural.

 

 De esta manera, la compatibilidad de las reivindicaciones particularistas con el énfasis liberal en los derechos individuales posibilitaría una mayor amplitud de las relaciones  sociales.

 

3.3.-LA LÓGICA COMUNITARISTA Y LA POLÍTICA DEL RECONOCIMIENTO:

 

 En tras La Virtud, un clásico relativista, McIntire negaba la legitimidad moral de la cosmovisión ilustrada como definición universalizadora del hombre y la legitimidad política de una teoría general de los derechos humanos de base iusnaturalista.

 

 En palabras de un teórico, comunitarista, Charles Taylor, “El liberalismo no puede ni debe atribuirse una completa neutralidad cultural. El liberalismo es también un credo combatiente[20]”.

 

 En líneas generales, los postulados comunitaristas podrían definirse por:

 

 -Rechazo del concepto de ciudadanía como identidad universalizadora.

 

-Concepción del individuo como trasmisor de cultura (en un sentido herderiano) y la defensa del valor universal  de cualquier categorización cultural.

 

-Se parte de un supuesto de no neutralidad del derecho constitucional y la teoría política liberal clásica, vista como un particularismo occidentalizante.

 

-En consecuencia se preconiza la necesidad de un dominio público neutro que articule políticas públicas de reconocimiento de la especificad cultural, y de las diferentes subculturas, que van desde el derecho al autogobierno de pueblos aborígenes, a la discriminación positiva de colectivos feministas, o la defensa de curriculums escolares específicos para las difererentes etnias, y que en último término exige la  práctica etnificación del derecho de ciudadanía fundamentada en la adscripción comunitaria.

 

 Es lo que Michael Walzer denomina como Liberalismo 2, que coincide con el modelo multicultural en Estados Unidos y “la interpretación social dominante en Estados Unidos como una sociedad de emigrantes[21].

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

ARISTÓTELES, Política, Madrid, Alianza Editorial, 2005.

 

BENEDICT, A., Comunidades Imaginadas, México, FCE, 1993.

 

BRUBAKER, R., Citizenship and Nationhood in France and Germany, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 1994.

 

CICERÓN, Sobre los Deberes, Madrid, Alianza Editorial, 2003.

 

CASSIRER, E., El Mito del Estado, México, FCE, 2003.

 

GELLNER, E., Nacionalismo, Madrid, Destino, 1998.

 

HOBSBAWM, E., Naciones y Nacionalismos desde 1780, Barcelona,  Crítica, 1993.

 

HABERMAS, J., Identidades nacionales y postnacionales, Madrid, tecnos, 1994.

 

HABERMAS, J., La Inclusión del Otro (Estudios de Teoría Política), Barcelona, Paidos, 1999.

 

HEATER, D., Ciudadanía (una breve historia), Madrid, Alianza Editorial, 2007.

 

IGNATIEFF, M., Ethnic War and modern conscience, London, Chatto and Windus, 1998.

 

KEPEL, G., Al Oeste de Ala (La Penetración del Islam en Occidente), Barcelona, Paidos, 1999.

 

KYMLICKA, W., Ciudadanía multicultural (una teoría liberal de los derechos de ciudadanía), Barcelona, Paidos, 1996.

 

MARSHALL y BOTTOMORE, T.H. y T, Ciudadanía y Clase Social, Madrid, Alianza Editorial, 1998.

 

McPHERSON, C.B, La Teoría Política del Individualismo posesivo: de Hobbes a Locke, Fontanella, Barcelona, 1970.

 

McINTIRE, A, Tras La virtud, Barcelona, Crítica, 2001.

 

POCOCK, J.G.A, The Ideal of Citizenship since Classical Times, NY, University of New Cork Press, 1995.

 

RIESENBERG, P, Citizenship in the Western Tradition: Plato to Rousseau, NC, University of North Carolina Press, 1992.

 

SMITH, A, D., Nacionalismo, Madrid, Alianza Editorial, Madrid, 2004.

 

TAYLOR, CH., Multiculturalismo y la política de reconocimiento, México, FCE, 2001.

 

VÁZQUEZ, I., “Will Kymlicka: Repensar la teoría política liberal más allá de los derechos humanos”, Congreso de la UPV (Universidad del País Vasco /Euskal  Herriko  Unibertsitatea) “ Ciudadanía y Derechos Humanos” ( 15- 17 de mayo de 2007).

 

 



[1] T. H. Marshall y Tom Bottomore, Ciudadanía y Clase social, Ciencias Sociales, Alianza Editorial, Madrid, 1998.

[2] J. G. A.  Pocock, ., The Ideal of Citizenship since Classical Times, en R. Beiner, Theorizing Citzenship, Albany NY, State University of New York Press, 1995.

[3] P. Riesenberg, Citizenship in the Western Tradition: Plato to Rousseau, NC , University of North Carolina Press, 1992.

[4] Rogers Brubaker, Citizenship and Nationhood in France and Germany, Harvard University Press, Cambridge, Massachussets, 1994.

[5] Rogers Brubaker, Citizenship and Nationhood in France and Germany, Harvard University Press, Cambridge, Massachussets, 1994.

[6] Ernst Cassirer, El Mito del Estado, FCE, México, 1994.

[7] Eric Hobsbawm, Naciones  y Nacionalismos desde 1780, Crítica, Barcelona, 1993.

[8] Rogers Brubaker, Citizenship and Nationhood in France and Germany, Harvard University Press, Cambridge, Massachussets, 1994, p.114.

[9] En Derek Heater, Ciudadanía (una breve breve historia), Ciencia Política, Alianza Editorial, Madrid, 2007, p. 133.

[10] En Derek Heater, Ciudadanía ( una breve historia), Ciencia Política, Alianza Editorial, Madrid, 2007, p. 165.

[11] Rogers Brubaker, Citizenship and Nationhood in France and Germany, Harvard University Press, Cambridge, Massachussets, 1994, p. 46.

[12]Ibid. p.14.

[13] Gilles Kepel, Al Oeste de Ala (La Penetración del Islam en Occidente), Paidos, Barcelona, 1995, p. 139.

[14] Jurgen Habermas, Identidades nacionales y postnacionales, tecnos, Madrid, 1994, p. 84.

[15] Ibid, p. 93.

[16] Jurgen Habermas, La Inclusión del Otro (Estudios de Teoría Política), Paidos, Barcelona, 1999. p. 95.

[17] Iñaki Vázquez Larrea, “Will Kymlicka, : Repensar la teoría política liberal más allá de los derechos humanos”. Congreso de la UPV ( Universidad del País Vasco) “Ciudadanía y Derechos Humanos” (15-17 de mayo de 2007).

[18] Will Kymlicka, Ciudadanía multicultural ( una teoría liberal de los derechos de ciudadanía), Barcelona, Paidos, 1996. p. 66.

[19] Michael Ignatieff, Ethnic War and modern conscience, Chatto and Windus, London, 1998, p. 45.

[20] Charles Taylor, Multiculturalismo  y la política de reconocimiento, FCE, México, 2001, p. 93.

[21] Ibid, p. 93.