Revista Nº17 " CINE Y POLITICA"
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Resumen

Muchos analistas han proclamado que luego de 2001, el mundo experimenta el comienzo de una nueva era, para algunos un tiempo de terror en donde los antiguos valores de protección y seguridad se han visto alterados para siempre. En ese contexto, el temor a la pérdida de los seres queridos es una de las cuestiones irresueltas por el capitalismo secular, en parte debido a la negación de la muerte, y sustancialmente por la clausura del mundo inmanente. El siguiente trabajo examina cualitativamente el discurso argumentativo del film, La Venganza de los Sith, y la lucha de un hombre por no caer en el lado oscuro. Particularmente, su director George Lucas, visualizó una problemática que es propia de la época, y que de alguna u otra manera, evidencia la relación entre el temor y la dictadura.

 

Palabras Claves: Miedo, Muerte, Amor, Democracia, Dictadura.

 

Abstract

Many analysts argued that alter 2001, the World experienced a new era, for some scholars, a time for terror where the old values of safety and protection set the pace to instability and risk. In this vein, the secularized capitalism has not yet resolved the question of death and consequent loosening of relatives. This explains why the death and immanent world are denied. This present essay-review explores qualitatively the argument of the movie, Revenge of the Sith and the fight of a man not to fall in the dark-side. Particularly, its director George Lucas, envisaged not only a problem, enrooted in our times, but also the conecdtness between dictatorship and fear.

 

Key Words: Fear, Death, Love, Democracy, Dictatorship.

 

 

 

ANALISIS DEL FILM, LA VENGANZA DE LOS SITH. Terrorismo, miedo y Maldad en el mundo contemporáneo.

 

 

                                                                                 Por: Maximiliano E. Korstanje*

 

 

Introducción

            Como evento histórico, el 11 de Septiembre no solo paralizó al mundo entero precipitando dos invasiones a Medio Oriente guiadas por Estados Unidos y aliados, una serie de pérdidas millonarias, una reelección y un estrepitoso final para la administración Bush, sino que ha transformado la forma en que la opinión pública concebía al terrorismo. En perspectiva, algunos estudios han sugerido que mientras el 11/9 fue un evento administrado políticamente por Estados Unidos en donde se buscó denodadamente coordinar esfuerzos para llevar la guerra fuera de las fronteras, en España el 11/3 significó todo lo contrario; el fin de un Gobierno que apurado por las elecciones intentó culpabilizar al grupo “guerrillero” ETA. Particularmente, ante un evento de similar magnitud, unos articularon toda la maquinaria simbólica y cultural para crear y exportar una narrativa al mundo, los segundos se vieron empantanados en una serie de desinteligencias tácticas de las cuales no pudieron volver. Como sea el caso, queda en evidencia que entre los grupos terroristas y los medios masivos de comunicación queda un extraño pero fuerte vínculo que aún no ha sido exhaustivamente explorado (Sábada, 2008).

 

            Con el fin de profundizar en estas cuestiones antes mencionadas, el presente trabajo examina en profundidad el Episodio III de la Guerra de las Galaxias, la Venganza de los Sith en donde discursivamente se pone en evidencia la conexión entre miedo, maldad, terrorismo, democracia y dictadura. La tesis a defender es que el terrorismo opera generando una gran incertidumbre en la sociedad. Una de las particularidades de ese sentimiento es que nadie sabe cuando y como serán los próximos ataques. Los terroristas en parte conviven camuflados entre la multitud y, por ese motivo se nutren de todos sus valores culturales; si bien sus acciones son demonizadas su apariencia nos recuerda que ellos son como nosotros (they were created by man… and they have a plan, lema presente en la serie Battlestar Gallactica para referirse a los cylons) (Howie, 2011).

 

Desde una perspectiva preliminar, no es tan extraño que los grupos terroristas modernos utilicen los medios de transporte públicos para realizar sus ataques, tampoco que asistan a las universidades europeas y americanas. ¿Son los terroristas una construcción del capitalismo?. Existe una diferencia interesante, poco explorada, entre el derecho a huelga de los sindicatos, en las sociedades capitalistas, que muchas veces ponen a los consumidores (como agentes portadores del capital) de rehenes simbólicos, y el terrorismo que recurre a capturar cuerpos reales. Si bien la lucha y organización sindical está regladas, reguladas y tipificadas bajo estatutos legales que permiten un daño controlado al sistema, el terrorismo se encuentra penalizado por sus efectos altamente destructivos.

 

El filósofo francés J. Baudrillard ha explicado que Occidente, por su parte, no solo ha negado la muerte admitiéndola dentro de las grandes ciudades, sino que también ha hecho de la extensión de la vida (bio-política) un criterio cultural de distinción. Si la clonación humana es la última barrera entre la vida y la muerte, la inmolación suicida es precisamente su contralor (Baudrillard, 2011). Todo riesgo modifica las estructuras del presente, empero directamente desde el futuro, por lo cual se genera una seria contradicción debido a que cualquier intento de planificación racional no puede contemplar un hecho que aún no ha sucedido. El terrorismo, en este punto, no es un fenómeno globalizado, sino un producto de la incertidumbre creada por el sistema global (D´Andrea, 2011; Desroches, 2011). En este sentido, no hay que perder de vista que el terrorismo moderno termina con la existencia del propio cuerpo (del mártir suicida) y con otros generando un mensaje cuyas consecuencias exceden a la muerte misma, generando una onda expansiva de miedo. Paradójicamente, ese sentimiento de temor quiebra los lazos políticos de la república transformando sus instituciones. Cuando los derechos individuales comienzan a verse cercenados a favor de la seguridad, las democracias se convierten en dictaduras.

 

Domesticar la Muerte

Cada cultura, comunidad o sociedad tienen diversas formas de intelectualizar la muerte; la idea de imagen misma nace de la muerte. Desde antaño, representar la muerte y sus circunstancias ha sido una obsesión humana, una persistencia que ha tomado diversas formas políticas. La presencia de la muerte apela a un discurso político que regula todas las interacciones en la comunidad (Debray, 1998; Belting, 2006). Por lo tanto, domesticar y adoctrinar políticamente a la muerte se ha transformado en una obsesión.

 

El trabajo de P. Ariés, titulado El Hombre ante la Muerte, nos ayuda a comprender el devenir histórico que ha tenido la muerte para Occidente, y sus efectos sobre la vida social y política de una comunidad. El temor a la muerte comienza según el erudito francés cuando las sociedades la invisibilizan y olvidan aceptándola en el seno de la ciudad. Desde ese entonces, la muerte comienza a ser una preocupación para las culturas europeas. Su representación para las sociedades creyentes simbolizaba la puerta de la vida eterna; en consecuencia y como parte inherente a la vida, la muerta era una cuestión aceptada. Con el advenimiento de la secularización ese proceso se invierte hasta el punto de generar un obsesión por la vida eterna en la tierra y cerrar para siempre la conexión con el “más allá”. La reforma protestante comienza una revolución que en un principio intenta dialogar con los grandes misterios de Dios, pero dadas las grandes contradicciones sobre la edad de la tierra, su curvatura, y otros detalles, termina por dar la espalda al conocimiento teológico que imperaba en la época (Turner, 1986). Los avances científicos han estado en pugna respecto a las grandes tesis de la religión.

 

Sin embargo, partiendo de la base que la religión daba una serie de respuestas que aseguraban “la protección del alma” y una “vida eterna”, la ciencia se ve en la obligación de errar esa puerta, intentando por todos los medios preservar y extender las expectativas de vida. Ello no solo cambia la forma en que las personas ven a la muerte, sino que modifica los lazos de solidaridad que sustentan a la sociedad. A diferencia de las sociedades modernas, donde la muerte es negada y prohibida, las antiguas establecían una serie de mecanismos con el fin de familiarizar su presencia, convivir con ella y resignarse. La creencia en la resurrección de los muertos sentó las bases para la aceptación doméstica de los difuntos, enterrados dentro de los mismos muros de la ciudad que los vivos. Pero con el paso del tiempo y al negar la trascendencia, los modernos (siglo XVIII en adelante) se han visto circunscriptos a establecer barreras infranqueables entre vivos y muertos, entre ellas el silenciamiento progresivo de la muerte; pero con el paso del tiempo, los esfuerzos por aplacarla, la han hecho más  salvaje (Aries, 2011).  Una prueba de ello es la construcción de cementerios en el seno de las ciudades. A medida que los cadáveres se mantenían enterrados fuera de los muros de la ciudad, la muerte era considerada una cuestión propia de la vida misma. A medida, que esos cuerpos comenzaron a ser enterrados en las ciudades, la muerte como figura comenzó a ser olvidada, y paradójicamente desterrada de la posibilidad de vivir.

 

La Muerte y el Existencialismo

            Uno de los filósofos que mejor exploraría la cuestión del lazo social y la muerte desde la perspectiva mecanicista, Thomas Hobbes, argüía que el hombre se debate entre dos tendencias antagónicas, ambicionar los bienes del prójimo y el temor a ser asesinado violentamente. Para evitar la guerra de todos contra todos, las personas debían de conferir la coacción de la fuerza a un tercero, un Leviatán. La fuerza del Estado (Leviatán) se construye por medio de la regulación del temor individual de todos los miembros. En el tratamiento hobbesiano, el temor no solo es el eje fundante de la sociedad, sino que además nace del instinto por evitar la propia muerte (Hobbes, 1998). No obstante, Hobbes no ha prestado la debida atención a la función que cumple el temor ante la muerte de otros, familiares, amigos, seres queridos, que de alguna u otra forma nos resistimos a perder.

 

            Como madre de todas las Ciencias humanas, la filosofía se ha encargado del tema de la muerte mucho antes que lo hicieran la antropología, la sociología y la psicología. Desde los pre-socráticos hasta los tomistas, una gran cantidad de filósofos se ha detenido en la muerte como la pre-condición para. No obstante, no ha sido hasta el surgimiento de los existencialistas que la muerte ha cambiado su significado casi radicalmente. Si para la filosofía socrática la esencia precedía a la existencia, para los existencialistas esa relación adquiere una dinámica inversa. El ser hace al mundo que percibe y habita. Indudablemente, este nuevo movimiento filosófico llevó a cuestionar no solo la hegemonía de la Iglesia Católica respecto a la filosofía, sino que además la existencia de Dios. Negando el principio de la trascendencia humana, se hacía de la muerte el valor cultural máximo. Fue así, entonces, que M. Heidegger advertía que la muerte estructuraba todas las expectativas del sujeto llevándolo hacia la angustia. Al momento que el Dasein se encuentra con la nada, surge la angustia que lo lleva a tener que seguir existiendo. El problema no parece ser la figuración de la muerte, sino que a pesar de su certeza estemos obligados a seguir viviendo (Heidegger, 1997; 1996; Zubiri, 1991).  

 

            En perspectiva, la muerte comienza a ser percibida como un factor de angustia que une al hombre con su finitud, con aquello que no puede controlar. En Federico Nietzsche, sin ir más lejos, la tragedia misma se representa por medio del encuentro entre el ethos, y el pathos. El ethos representaba el apolíneo expresado sobre todo en dos elementos centrales, la razón y el orden. Pero esta construcción sólo puede ser posible por medio de la aplicación del adoctrinamiento y la violencia que permiten la civilización. El pathos, por el contrario, se corresponde con el mundo natural y la fuerza vital de la vida. Por más pequeño que fuese, un evento no planificado puede destruir todo el sistema de pensamiento. La tragedia, precisamente, simboliza un estado de ruptura cuando el orden ficticio del sentido se destruye frente a la realidad (Nietzsche, 2007; 2008); y la muerte, valga la redundancia, tarde o temprano, se impone.

 

            Ahora bien, siguiendo el mismo argumento que los existencialistas podemos agregar que el sentimiento de angustia no descansa en la satisfacción sino en el ejercicio de la libertad. Aceptando la muerte, el hombre considera su propia existencia y sus posibilidades frente a la vida. El problema del hombre con su muerte no solo está determinado por si ella es abrupta o lenta, sino por la idea de un peligro calculado. Un jefe militar si toma la responsabilidad de atacar tiene a su cargo una cantidad de soldados de quienes depende su vida; de la interpretación de una persona que ejerce la jefatura surge la angustia ya que enfrentan una pluralidad de alternativas pero sólo una puede tomar. La angustia nace de la incertidumbre pero descansa en la obediencia (Sartre, 1997; 1998). 

 

Por su parte, S. Kierkegaard argumenta convincentemente que: “la angustia es el sentido por el cual el individuo se hace de la pena y la incorpora. La angustia es la fuerza del movimiento por el que la pena se asienta en el corazón humano (Kierkegaard, 2005: 52). En otro de sus trabajos - sygdomen til Doeden- traducido al español como Tratado de la Desesperación, Kierkegaard sostiene que existen dos tipos de angustia (traducido como desesperación), una real y otra virtual. Es por demás interesante el vínculo entre la enfermedad (mortal) y la desesperación que en el capítulo tercero de la misma obra, la cual (si se quiere) puede resumirse en dos preguntas ¿si supiéramos que vamos a vivir sufriendo no desearíamos morir?; ésta sería una pregunta implícita en el desarrollo del filósofo danés ya que no sólo la enfermedad mortal es la desesperación sino que además es la desesperanza en vida la que plantea un escape hacia la muerte. Así, el sujeto se constituye en base a una relación dialéctica entre dos opuestos, vida y muerte, recurriendo a una u a otra según sus conveniencias. La desesperanza es justamente la negación de la muerte; la desesperación puede ser entendida como “la discordancia interna de una síntesis; cuya relación se refiere a sí misma. Pero la síntesis no es la discordancia, no es más que lo posible o también ella lo implica… Dios, haciendo del hombre esa relación tiene que dirigirse. Esta relación es el espíritu, el yo, y  allí yace la responsabilidad, de la cual depende siempre toda desesperación, en tanto que existe; por lo tanto depende, a pesar de los discursos y del ingenio de los desesperados para engañarse y engañar a los demás tomándola por una desgracia” (Kierkegaard, 2006: 18).

 

            Debido a que las interpretaciones de nuestros actos no están fijas en el tiempo y existen factores externos que condicionan nuestras acciones,  la responsabilidad por los mismos no es absoluta. No somos ni totalmente culpables, ni completamente inocentes; es el desvío lo que genera la norma y no al revés. La sociedad, admite Merleau Ponty, necesita del pecador para poder subsistir, todo pecador necesita ser perdonado y en consecuencia no cuestiona el orden dado. La impresión le es dada al sujeto para que construya activamente el sentido del evento, es decir de su propia acción. Pero toda humanidad queda inconclusa ya que rechaza y al mismo tiempo acepta el mundo sensible. Corremos por alcanzar un fin prefigurando nuestras acciones en el futuro, pero una vez que lo logramos, esa meta ha pasado a ser parte del pasado, y nuestro futuro ya no es. De la misma forma, la interpretación del pasado toma diversos tenores y matices acorde el sujeto se cuestiona sus acciones. Los hechos quedan sujetos siempre, al igual que los actos a un sentido que puede leerse gracias a un sinsentido que lo precede. El encuentro entre el mundo interior y la realidad exterior representa “el sentido de lo horroroso”. La consciencia de nuestra muerte sólo puede ser eliminada si se nos reduce a simples animales. Nuestra enfermedad radica, respecto al mundo animal, en la propia consciencia ante la muerte. Existen dos formas de adaptarse a la idea de morir, una a través de la complacencia, la otra por la mera aceptación. El contacto con los otros, que no son yo, parece la única experiencia que acerca al hombre a su consciencia de la muerte. Siempre descubriendo el yo en el otro, se re-descubre la consciencia de morir viviendo. Precisamente, porque el self quiere vivir sin límites es que sabe que tarde o temprano tiene que morir. Mientras vivo la muerte no existe para mí, ella es el resultado de la imposición de lo infinito, eso quiere decir de la necesidad humana de trascendencia (Merleau, Ponty, 1964: 70)

 

            El legado existencialista y el fuerte debate epistémico que suscita, ha calado hondo en S. Freud, quien ya en su tiempo dividía dentro de la psicología el impulso de vida (Eros) del impulso de muerte, Tánatos. Al igual que los existencialistas, Freud reconoce que el hombre cae en una neurosis de angustia cuando se torna incapaz de regular los sentimientos contradictorios. Para el padre del psicoanálisis, existe una distinción conceptual entre la angustia realista, neurótica y social. La primera se refiere a la generada por peligros o riesgos externos al sujeto mientras la segunda se origina en amenazas pulsionales internas derivadas de la represión o la energía transmutada. La angustia social se caracteriza por ser un estado de la conciencia moral de la sociedad en la que las identificaciones parentales y culturales canalizadas por el Superyó arremeten contra el Yo el cual se esfuerza por alcanzar cierto ideal. La posición contradictoria del hombre respecto al padre, figura que conjuga el odio y el amor, necesita de una válvula de escape para evitar la personalidad disociada (fragmentación). El temor que despierta toda fobia, no solo habla de contradicciones más profundas sino de un esfuerzo del aparato psíquico de regular la energía libidinal para poder funcionar con normalidad. Las repeticiones neuróticas del pasado repercuten en la forma de encarar el presente y modifican por lo tanto el futuro (Freud, 1996).  La muerte es, en este sentido una realidad inherente a la humanidad, pero la obsesión sobre la obsesión por evitarla se transforma en una válvula de escape para la contradicción mayor de toda cultura, el paso del tiempo que cada día nos arrebata lo que amamos, y el amor que nos aferra a la vida. Para ponerlo en otros términos, si el paso del tiempo cada día que vivimos nos arrebata lo que más amamos, no es sino a través de ese sentimiento que nos unimos a la vida-con.      P. Suskind (2006), en su trabajo tituladoSobre el Amor y la Muerte, hace una alegoría al aporte freudiano sobre los principios de Eros y Tánatos. Emulando ser un invitado en el Banquete del filósofo griego Platón, este ensayo presenta una interesante crítica la postura aristotélica del amor como valor supremo, el cual lleva a la humanidad al bien común y a la perfección. Similar a los argumentos de Nietzsche, Suskind argumenta que el amor es el arma de la persecución, que culmina con el amargo final del abandono. Por otro lado, es importante no dejar de ver que el 11 de Septiembre, ha resucitado esa antigua angustia a la muerte. El sentido conferido al terrorismo islámico o moderno se refiere a la forma de administrar la muerte, de sí y de otros. Pero por sobre todo, a una nueva de forma de terror, mediatizado, virtualizado y potenciado donde la muerte siempre está por venir.

 

Si particularmente, la edad media era una época donde se moría a muy temprana edad y los ritos funerarios unían en hermandad a toda la comunidad regularmente, la modernidad hace de la muerte una categoría anclada en el futuro, para persistir en el presente. Como resultado, los hombres modernos no se angustian por la muerte en sí, sino por la idea de morir.  Escribe, una de las cuestiones irresueltas es el control del dolor que despierta una muerte “trágica” sobre todo cuando ella está supeditada a un sentimiento de injusticia. Aquellos que mueren trágicamente o no están preparados para morir se transforman en mediadores entre los hombres y sus dioses, son héroes, en un sentido de la palabra porque recuerdan una “lucha política” la cual debe ser conducida por los familiares y deudos (Sousa, 2011). M. Korstanje, al respecto, ha investigado la relación entre la muerte trágica y la religiosidad popular, argumentando que las sociedades capitalistas se esfuerzan por negar la muerte, pero no tienen éxito en anularla. Como resultado, las generaciones más jóvenes representan su único sustento biológico y simbólico de reproducción social. Cuando uno de estos actores, los cuales no están preparados para morir, es dañado, se articulan mecanismos que llevan a la “demonización” del agresor.  La religiosidad popular y la demonización son dos aspectos vinculados como conducta tendiente a afrontar la desgracia (Korstanje, 2007; 2010). Precisamente,  el terrorismo se inscribe en la tradición occidental que alinea la tragedia al mal. Para aquellos quienes pierden a sus seres queridos, los terroristas son “agentes del mal”, sin derechos ni garantías. Este tema será abordado de todos modos, en la siguiente sección cuando hablemos del terrorismo y la tortura.

 

El Terrorismo

Si bien el terrorismo es un fenómeno existente desde larga data, la preocupación de los académicos a nivel mundial se ha intensificado luego de los ataques a Nueva York, el 11 de Septiembre de 2001. Este evento significó para muchos el punto de inflexión que ha marcado a fuego una nueva era política. Ciertamente, el mundo y la forma de concebir al terrorismo no volvieron a ser las mismas luego del 9/11. La posición inicial de los llamados intelectuales liberales fue considerar los atentados como una agresión a los Estados Unidos y a todo Occidente. Desde esta perspectiva, las invasiones preventivas a Medio Oriente estaban, al menos justificadas (Sunstein, 2005; Vargas Llosa, 2002; Kepel, 2002; Rashid, 2002; Keohane y Zeckhauser, 2003). La necesidad de mantener el orden mundial y de llevar seguridad a los países aliados condujo una nueva guerra cuyas secuelas se sienten hasta hoy día. Para una sociedad que odia y aborrece a la muerte, que peor mensaje que aquel que resquebraja los andamiajes sociales tendientes a asegurar la vida. Lo perturbador del terrorismo no son sus efectos, sino que cualquiera en cualquier momento, sin distinción de edad, género o clase puede morir trágicamente. Pero ¿puede estar este mensaje enraizado y justificado por un odio visceral a los Estados Unidos?

 

Siguiendo este argumento, J. F. Revel advierte que el sentimiento expandido de “anti-americanismo” que festejó los atentados terroristas se corresponde con un intento de desestabilización política promovido por Francia. Esta especie de psicopatología representa una visión sesgada y exagerada del rol americano en materia de política internacional (Revel, 2002). Mismas observaciones pueden verse en el libro El Discurso del Odio, A. Glucksmann afirma que el odio hacia Estados Unidos y las supuestas violaciones de los derechos humanos de Israel, en Gaza, son un fiel ejemplo del anti-semitismo europeo. En una posición cínica, que es ajena a Estados Unidos, los países europeos confirieron al “pueblo judío” de un estado, tipo enclave, en un ambiente sumamente hostil. En lugar de reparar lo sucedido durante la Segunda guerra y ofrecer un estado dentro de Europa, se obligo a la comunidad judía a renunciar a su espíritu “cosmopolita”, circunscribiendo su “ethos” al derecho del más fuerte. En consecuencia, el terrorismo se fundamenta en una dialéctica del odio (Glucksmann, 2005). En concordancia con lo expuesto, Heller advierte que existen argumentos que apuntan a Estados Unidos como una potencial capitalista, responsable por lo ocurrido el 11/9. Estos argumentos lejos de ser verdaderos se transforman en discursos irresponsables e “inoportunos”, ya que según su interpretación el terrorismo no es el resultado de una política expansionista. Similar al tratamiento de Revel, Heller sugiere que la división internacional del trabajo o la tesis de la globalización son insuficientes para explicar el porque de lo acontecido en el World Trade Center. Los grupos terroristas ciertamente son beneficiarios del orden burgués capitalista.  Partiendo de la base que el terror adquiere una característica racional cuyos fines apelan a la intimidación, converge la explotación de una carencia con un una mentalidad totalitaria en todo acto terrorista. Un atentado, además de elegir al azar a ciertos civiles y asesinarlos, es un acto contra la democracia (Heller, 2007).    

 

Otro grupo de pensadores, por el contrario, consideraban el 11 de Septiembre como una excusa para lanzar una política expansionista anexando nuevas economías agrarias, ricas en hidrocarburos.  El diseño de la seguridad a nivel mundial no estaba asociado al terrorismo en sí, sino a una nueva forma de administrar el temor y transformarlo en un instrumento de adoctrinamiento político. Paradójicamente, el país “más democrático del planeta” había llevado a cabo invasiones no solo no regladas por las Naciones Unidas, sino además encarcelaba prisioneros sin los marcos legales pre-establecidos por los convenios internacionales, suscriptos por Estados Unidos. En lo externo, el 9/11 justificaba la anexión compulsiva de nuevos estados, cercenando su independencia, en lo interno adormecía la consciencia crítica (Altheide, 2006; 2009; Baudrillard, 2006; Said, 2001; Gray, 2007; Smaw, 2008; Howie, 2012; Wolin, 2010; Skoll, 2007; Chomsky, 2011).

 

            El estado de guerra y la emergencia que produce, no solo crea una mayor vulnerabilidad invirtiendo los hechos históricos, sino que además se genera un discurso de victimización en donde los pseudo-oprimidos se transforman en opresores. Cuando un grupo le hace la guerra a otro, lo que está en juego es a quienes se protege y a quienes se sacrifica. La guerra nace de la necesidad de una sociedad de controlar la supuesta “peligrosidad de otra”. Claro es que ello nunca sucede por completo. La precariedad y la vulnerabilidad se potencian en los estadios de conflicto pero a la vez se silencian. La vulnerabilidad comienza a ser la forma de relación de los grupos que practican la guerra, y su explotación moneda de cambio para el sistema capitalista (Butler, 2011).

 

Una de las cuestiones más acuciantes de la intervención americana en Oriente medio ha sido, agrega Skoll, su parecido a las anexiones forzosas del Tercer III durante la segunda guerra. Bush no solo ha identificado el cambio de tendencia para la vida política, sino la necesidad de ubicar sus milicias en puntos estratégicamente fijados para garantizar el suministro de combustibles. Inmediatamente al 11/9, los países de origen anglosajón se unieron en una cruzada que a la actualidad les ha traído más problemas que soluciones. En la medida que el enemigo externo, visto en el mundo musulmán, se consolidó, el crimen local y las noticias de asesinatos seriales tan de moda en la cultura americana, salieron intempestivamente de escena (Skoll, 2010).  Ello sugiere, como bien argumenta Baudrillard (2011) dos puntos importantes. El primero es la posición dominante de los medios masivos de comunicación, designados y diseñados para la fabricación de no-eventos, la segunda, es el ejercicio de una violencia que nace del signo y no de la práctica social. Los terroristas son ante todo administradores de la muerte, de la suya y de los demás. Su discurso es tan difícil de digerir que usan su propio cuerpo para generar violencia. En el mundo capitalista que se ha caracterizado por la expansión del proceso de clonación y los avances técnicos aplicados a la bio-política, el terrorista suicida representa una ruptura sustancial ya que rompe con el “intercambio generalizado” que sustenta el sistema. A una forma de consumo cultural que niega, reprime y anula la presencia de la muerte, el terrorismo responde con el sacrificio. Extrañamente, dice S. Zizek (2011), el capitalismo tardío promueve un clima de liberalidad y libertad en materia de movilidad y tecnología pero a la vez impone restricciones totalitarias en otro sentido (como por ejemplo, la posibilidad de anular el sistema democrático y su funcionalidad al poder financiero). Toda ideología dominante trata de convencernos de la necesidad de cambiar, pero el cambio revolucionario es adormecido bajo la bota del capital. ¿Quién en su sano juicio hoy denunciaría a la democracia a pesar de su complicidad con las corporaciones financieras que ahogan a la libertad?. Según Zizek, la democracia capitalista es tan corrupta y autoritaria como el régimen de Sadam Hussein.

 

En este mismo sentido, Negri y Hardt (en Multitud) advierten que toda guerra obedece a factores técnicos y económicos donde priman cuestiones que permiten la organización de las sociedades. En sí la guerra puede definirse como un proceso temporal y extraordinario que subvierte las fuerzas productivas de una comunidad, alterando de esa forma la vida social en su conjunto. Es de común interés notar que en los últimos tiempos los estados bélicos se han transformado en mecanismos bio-políticos generadores de legitimidad política para el Imperio. La lógica jerárquica que ha caracterizado la vida social ha dado lugar a nuevas formas descentralizadas (redes) de trabajo, consumo y movilidad. Las sociedades pueden ser estudiadas por medio de como celebran la guerra. Siguiendo éste argumento, la pos-modernidad ha hecho de la vida una cuestión de que se ha extendido mucho más allá del tiempo, y con ella se han desdibujado las jerarquías institucionales. El terrorismo moderno opera como una masa amorfa, similar a como se producen los bienes en Occidente, sin una jerarquía fija. Con la aparición de Guantánamo en Cuba, y la violación a los derechos humanos luego de las invasiones de Irak y Afganistán, los Estados Unidos vieron que el terrorismo se combate por medio de la imposición de redes militares. El antiguo código estamental del caballero, donde el civil quedaba a resguardo del conflicto, se ha transmutado. Ahora todos pueden ser víctimas del terrorismo en cualquier momento y en cualquier lugar. La bio-política iguala a los ciudadanos en tanto que material genético viable para la maquinaria de consumo. Es importante, dadas las condiciones, recordar que la lucha que hasta decenios antes era vertical, entre todos compactos, naciones, grupos definidos, hoy se ha convertido en horizontal, lo cual por un lado empeora la situación ya que el discurso bio-político del imperio requiere de un enemigo monstruoso e invisible para generar un estado de guerra continuo. EEUU pregona su estado de excepcionalidad sobre otras naciones para situarse por encima de la ley. También para demostrar que sus políticas son las únicas posibles, frente a un mal indescriptible. Por otro lado, el bio-poder que necesita de la guerra eterna, se encuentra por fuera de la sociedad modificando las formas de trabajos vigentes, mientras la democracia, en el otro extremo, apela a la consciencia de la multitud.

 

Para el investigador australiano L. Howie, el terrorismo no es necesariamente un acto de violencia, sino un aprovechamiento de la violencia para la creación de canales de incertidumbre que llevan a la población a ser rehén del pánico. La función del terrorismo, no es “generar un gran daño físico en la población”, sino administrar por dosis un gran “terror psicológico”. En perspectiva, el ataque a las torres gemelas fue un atentado perpetrado desde lo simbólico, y sus efectos fueron peores en los años posteriores. Particularmente, el terrorismo es algo más complejo que una simple herramienta técnica de disuasión para imponer un fin determinado. El mismo necesita de mucho público y para ello se sirve de los avances en telecomunicación de Occidente. Los medios de comunicación y el apego del público por la espectacularidad son campos fértiles para aterrorizar a la población y facilitar ser escuchado.  En efecto, el terror como sentimiento ha sido, en la modernidad, empacado, comoditizado y vendido generando una comunicación de tipo dialéctica entre el terrorismo, la ficcionalización y la muerte. La gran ansiedad que despierta este tema, no está da por la capacidad o el potencial destructivo de las células terroristas, sino por la idea que “ellos viven entre nosotros” camuflados entre la población. El próximo ataque es sólo cuestión de tiempo, pero nadie sabe ni donde ni como será. Este aspecto, enraizado en la incertidumbre, parece ser una de las características que define hoy al terrorismo moderno.

 

            ¿Qué hacer frente a un desastre inminente?. El estado sabe que el próximo atentado está próximo, pero no tiene herramientas para poder anticiparse, sólo un abanico de supersticiones y suposiciones que lo llevan hasta la guarida de un supuesto sospechoso.  Pero como bien ha explicado S. Parker, el verdadero culpable prefiere soportar el dolor de la tortura ha traicionar la causa, mientras el “inocente” dice cualquier cosa con el fin de terminar el suplicio. Como consecuencia, el acto de terrorismo implica la expansión de la tortura como práctica social. La propia ineficiencia del estado, combinada a espejismos instrumentales hace que el torturador piense que su trabajo está evitando un desastre mayor. Pero ante su propia imposibilidad para prevenir el escenario futuro, el torturador se convierte en un “alma torturada”. Textualmente el autor clarifica. “El terrorista puede tolerarlo todo porque tiene a Dios de su lado” (Parker, 2010: 144). Por ese motivo, existe una relación dialéctica y recursiva entre el terrorismo y la violación a los derechos humanos en casi todos los casos.  La modernidad, incluyendo el terrorismo y el riesgo, son construcciones que nacen del génesis capitalista.

 

La Venganza de los Sith.

No hay película más fidedigna de cómo funciona el temor en nuestra sociedad y vida cotidiana como “el Episodio III de la Guerra de las Galaxias”. En este trabajo, George Lucas narra la historia de un joven Jedi, Anakin Skywalker quien seducido por el lado “Oscuro de la Fuerza” se entrega a la tutela Darth Sidious, un poderoso señor Sith que ambiciona conquistar la Galaxia entera. Originalmente, existe un punto de conflicto entre la Federación, formada por planetas que se asientan en el comercio como su primera actividad, y la República. Este conflicto gradualmente se va haciendo cada vez más grande hasta que la guerra finalmente estalla. Ante la emergencia que supone toda guerra, uno de sus senadores, Palpatine es nombrado canciller temporal. Este personaje aún no tiene todo el poder que ambiciona.  Lo que nadie sospecha es que Palpatine es un oscuro señor Sith que hábilmente va jugando sus cartas a espaldas del consejo Jedi.

 

En medio de una batalla por la independencia los separatistas, encabezados por el General Grievous y el Conde Gooku (antiguo Jedi convertido al orden Sith) se enfrentan a la República. El consejo Jedi ocupa no solo un lugar privilegiado, como órgano asesor del Canciller, Palpatine, sino que además ejerce poder de policía para garantizar el orden del universo. Poder coactivo, cooperación y sabiduría son dos de los elementos que ofrece el Orden Jedi, elementos que pronto se verán alterados frente a la presencia solapada del lado oscuro de la fuerza. Enemigos acérrimos de los Jedi, los caballeros Sith representan valores vinculados a la acumulación, el poder, la dominación y la fuerza. Si bien, esta eterna conflagración ha llevado centurias,  nada preparará al orden Jedi para lo que vendrá.

 

 

Foto 1 – Obi-Wan y el jovén Skywalker

 

Fuente: La Venganza de los Sith,

 

Los planes del Canciller Palpatine se orientan a dividir la República desde adentro generando un enemigo externo: los separatistas quienes solapadamente responden a sus órdenes (finalmente asesinados por Vader). Desde el corazón de una democracia comienza a gestarse una verdadera dictadura Sith que amenaza el orden establecido. Aprovechando el ejército de clones contra los Jedis, y tras la caída (conversión) del Joven Skywalker, Palpatine (Sidious) se auto-proclama Canciller Supremo. Años de lucha intestina han sido cómplices y funcionales al advenimiento del Imperio. El final del conflicto y la violencia no hacen más que presagiar el peor destino para la libertad y la armonía del universo. Pero ¿porqué un joven tan prometedor como Skywalker, cae al lado oscuro?. La respuesta parece simple a grandes rasgos, por miedo a la pérdida de un ser amado.  

 

            Anakin, discípulo de Obi Wan, se enamora en el episodio II de Padme, une bella princesa regente del planeta Naboo. En ese mismo episodio, Anakin sufre una de las peores situaciones que puede experimentar una persona, la muerte de un ser querido. Su madre es raptada y asesinada por beduinos nómadas. Presa de la ira Anakin los asesina a todos uno por uno. Pero el sentimiento de temor que desarrolla Anakin frente a la muerte durará hasta su caída.  Tras enterarse de que su mujer, Padme, está embarazada, el joven Skywalker comienza a tener pesadillas que le revelan la muerte de su amada esposa, pero esos sueños nada dicen sobre las causas. Una y otra vez, Anakin no logra despejarse de la angustia hasta obsesionarse de la idea de perder a su mujer, de la misma forma que, años atrás, ha perdido a su madre. Encerrado en su propia obsesión, sus sueños presagian un futuro incierto que sin saberlo se está forjando en el presente. Es decir, Padme finalmente muere por la tristeza de ver a Anakin converso, y éste convierte con el objetivo de no dejar morir a Padme.

 

En paralelo, el Consejo Jedi le encomienda la misión de espiar al Canciller, trabajo que requiere estar cerca de Sidious. Paulatinamente, el Canciller comienza a revelar su identidad oscura, hasta llegar a  prometer la posibilidad de salvar a su mujer. Esta profunda amistad que une a Palpatine con Skywalker, termina por transformarse en un vínculo entre maestro y discípulo. Las ansias de protagonismo hacen el resto, Anakin al descubrir la verdadera identidad de Paltatine, vuelve al templo Jedi donde le comenta lo sucedido al experimentado Mace Windu quien decide ir en busca del canciller y terminar el incipiente problema. Skywalker es instruido para quedarse en el templo, pero presa de la inseguridad desobedece. El joven Jedi corre para convencer a Windu de no matar al lord Sith, ya que si éste muere, el secreto para salvar a Padme se pierde para siempre. La lucha entre Palpatine y Windu es dura pero se resuelve a favor del maestro Jedi, hasta que interviene Skywalker para salvar a Sidious y corta la mano de Windu.  Luego de asesinar a Windu, Sidious nombra a Anakin su aprendiz, Darth Vader.

 

Su primera misión es tan cruel como sangrienta, primero aniquilar a todos los jedis, incluyendo los niños y padawan del Templo. Segundo, asesinar a todos los rebeldes a quienes el lord Sith les había prometido paz, situados en el sistema Mustafar. Al ver las cintas de grabación, Obi Wan corre a buscar a Padme y le revela lo sucedido. Los jedis comienzan a ser sistemáticamente asesinados en todos los rincones de la Galaxia.    Yoda encomienda a Obi-wan enfrentar y dar muerte a su viejo amigo, Skywalker (ahora Vader) mientras que Padme y Morgana ven desde el palco del Congreso, como Palpatine (con su rostro desfigurado) nombra a los jedis traidores y los declara enemigos de la República. Par a poder hacer frente a esta nueva amenaza, Palpatine pide el apoyo y el poder supremo de todos los representantes allí presentes, quienes no solo aceptan sino que ovacionan la moción.  Totalmente resignada, Padme le dice a Organa “así es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso”.

 

Las últimas escenas son tan escalofriantes como reveladoras, Padme tras enterarse de los asesinatos de Anakin, vuela a Mustafar junto a Obi wan. El encuentro entre Padme y Anakin está plagado de contradicciones ya que el amor que los unía ahora los separa; más aún, ambos saben que ya no hay vuelta atrás. Padme le pide a Anakin que termine con su actitud, pero éste enfurece cuando ve a Obi-Wan. Skywalker no solo se enfrenta a su viejo amigo y maestro, Obi-Wan, sino que implícitamente por su conversión al lado oscuro precipita los acontecimientos provocando que Padme se deje morir de tristeza. Anclado en una verdadera tragedia, Anakin sucumbe al lado oscuro por el temor de ver nuevamente morir a un ser querido, pero paradójicamente, ella muere por su conversión al mal. El trauma no solo acompaña a Anakin como un fantasma, sino que antecede al propio amor que siente por Padme. El enfrentamiento entre Obi-wan, es brutal y deja a Anakin al borde de la muerte, quien es rescatado por Sidious. Padme muere al dar a luz, a dos niños, Leia y Luke, a quienes rápidamente se les cambia la identidad.

 

Foto 2 – Skywalker convertido en Darth Vader.

 

Fuente: La Venganza de los Sith.

 

 

Foto 3. Obi-wan Informa a Padme de la caída de Anakin.  

 

Fuente: La Venganza de los Sith.

 

            Hasta aquí, con mayor o menor precisión, fueron los hechos narrados como se van sucediendo dentro del film. Si bien Lucas admite públicamente estar influenciado por la filosofía política, lo que calla sin lugar a dudas, es la relación que existe entre el clima político en los Estados Unidos luego del atentado del 11 de Septiembre y el sentimiento generalizado de temor. En las próximas líneas, vamos a examinar en profundidad la narrativa de “La Venganza de los Sith”, y responder a la pregunta anteriormente planteada.

 

            Cualquier orden estatal se basa en la enemistad y el conflicto, después de todo, el estado encarna el primer acto de violencia. La vida democrática, ejemplificada en la lucha entre la Federación y la República, evidencia una serie de conflictos y batallas gracias a las cuales el orden democrático puede sustentarse. Sin embargo, luego del atentado al World Trade center, la forma de concebir la organización política dentro de Occidente parece haber cambiado.  La falsa identidad de Sidious evidencia el sentimiento imperante de desconfianza que ha despertado el terrorismo moderno en las sociedades capitalistas. A diferencia de la guerrilla en los años setenta, donde los ataques se llevaban a cabo por personas que no residían en las grandes ciudades sino que habitaban en montes o lugares alejados, el terrorismo moderno parece nutrirse de personas que residen dentro de las sociedades a las cuales atacan, son en parte una especie de huéspedes; los terroristas modernos son ciudadanos americanos, o europeos que se educan en las mejores universidades, que compran en los mejores shoppings, verdaderos ejemplos de ciudadanía. La idea del terrorismo moderno nos lleva no solo a tener que “convivir con el enemigo todos los días”, sino a cargar sobre nuestros hombros el insoportable sentimiento que el próximo ataque se encuentra próximo a venir. Una de las cuestiones más angustiantes del fenómeno, no son los ataques en sí mismos como tampoco sus consecuencias mediatas, sino precisamente no saber cuando y como será el próximo golpe (Howie, 2012). En este sentido, el terrorismo funciona gracias a la implantación de una fórmula con dos elementos combinados: incertidumbre y desconfianza.

 

En segundo lugar, la obsesión por la muerte de los seres amados que tanto aqueja a Anakin, se da por intermedio de un trauma primigenio, la muerte de otro ser amado sucedido en el pasado. Sólo la psicología de quienes han experimentado un trauma de esta naturaleza, se obsesiona por la muerte. Como bien ha afirmado Malinowski, la muerte adquiere una naturaleza ambigua porque por un lado fundamenta el orden social, pero su presencia también lo desgarra. El hombre ante la muerte siente la necesidad de expiar sus culpas, pero no solo ello, sabe y es consciente que ella volverá a hacerse presente. Este sentimiento de angustia es reducido o mitigado por medio de diversos mecanismos rituales que van desde el velatorio hasta la comunión religiosa (Malinowski, 1993; Gellner, 2006). La vida misma ejerce una contradicción ya que asume una pregunta que no ha sido respondida hasta el momento ¿para que vivir sabiendo que vamos a morir?, y entonces ¿Por qué debemos vivir?. El lazo entre el hombre y su familia, cualquiera sea su cultura, ha persistido a lo largo del tiempo. Cualquier intento por quebrarlo, implica la apertura a la idea de un “más allá”. Ese mundo trascendental no terrenal, hace posible articular sentimientos tan encontrados y contrastantes como los que despiertan la vida y la muerte. Misma observación puede hacerse en la tragedia de Anakin; él, más que nadie, debería estar feliz pues va a ser padre, pero no solo no lo está sino que esa alegría lo aterroriza frente a la revelación.

 

Esa verdad que viene del futuro, aún no se ha convertido en realidad, y se hace evento en tanto persiste en la mente del joven Skywalker. Precisamente, es esta obsesión moderna por el riesgo, categoría que denota un peligro controlable pero cuyos efectos no se han manifestado. Esa persistencia por habitar y planificar el futuro termina generando riesgos reales en el presente. El sentimiento de temor y angustia que crea y manipula la modernidad se terminan haciendo funcionales a la dictadura. Como bien explicará Jean Baudrillard, una de las características del terrorismo es que se transforma en un no-evento, un vacío de sentido creado por el signo. Como los pre-cogs, en la Película de Steven Spielberg Minority Report, quienes proyectan los futuros crímenes para que la fuerza policial se anticipe e intervenga, el terrorismo apela a la intervención de las guerras preventivas, pero sus efectos no se encuentran en el presente porque todavía el crimen no ha sido cometido sino en el futuro.  A la teatralización del terrorismo y su tesis sobre el simulacro, Baudrillard agregaría, la anticipación del dolor que fundamenta el temor, es funcional a la creación de un poder total y autoritario donde el hombre es liberado de su conflicto existencial consigo y con otros.

 

En resumen, las experiencias del Joven Skywalker y su incontrolable temor a perder lo que más ama, lo transforman en un ser maligno y egoísta; paradójicamente este nuevo ser, experimenta la muerte de su amada, pero ya ese ser que se ha dejado llevar por el odio, ya no ama. Indudablemente, Skywalker no solo ignora el rol del sufrimiento en el mundo de los hombres sino que lo anula por completo. En forma similar, la excesiva necesidad de protección, la cual nace producto de años de guerra civil, lleva a la República a su perdición institucional.

 

 

*International Society for Philosophers, Sheffield, UK

 

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