| RESUMEN El presente trabajo se basa sobre la historia política, económica y  social del Perú de estos últimos 25 años con los fines de formular una teoría  sobre la gobernabilidad. En un primer tiempo iremos marcando los elementos  claves en relación con la gobernabilidad para poder luego sintetizarlos,  ordenarlos y relacionarlos. La segunda parte cubre matices mucho más teóricos  dado que retomaremos aquellos elementos para la elaboración de un esquema  global sobre la gobernabilidad, esquema susceptible a su vez de aprehender  todas las facetas del concepto y de ser aplicado tanto a la realidad peruana  como a distintos escenarios. Palabras claves: gobernabilidad – Perú – demandas – instituciones -  liderazgo    ABSTRACT The current analysis is based on Peru’s political,  economical and social history from these last 25 years in order to formulate a  theory on gobernability. In a first step we will point out some key elements in  relation to gobernability and then summarize, arrange and relate them to each  others. The second part will be more theoretical as we will take these elements  to create  a global theory about  gobernability in the hope of apprehending all its conceptual aspects and turn  it applicable to Peru as well as different countries. Key words: governability – Peru – inputs – institutions  – leadership    "De Alan García a Alan García: un estudio sobre la  gobernabilidad en Perú desde los 80s"                                                 Por: Thomas  Colombet*   INTRODUCCION La gobernabilidad es un concepto clave de la ciencia política, además  de ser frecuentemente usado por la yerga periodística. Títulos como “La  gobernabilidad estará a prueba”1 ,  “Gobernabilidad, el reto del nuevo Gabinete”2 ,  “El desafío de la gobernabilidad”3  son en efecto moneda corriente en la prensa.   A pesar de su aparente sencillez la gobernabilidad encierra distintas  facetas que nos proponemos aquí explorar; en este sentido el presente trabajo constituye  un modesto – aunque esperamos útil – aporte a su conocimiento.  En una primera parte delimitaremos el concepto de gobernabilidad basándonos  sobre la experiencia peruana. Por la intensidad y variedad de situaciones a las  que se ha enfrentado su clase dirigente, este país se impuso rápidamente como  una unidad de análisis por sí misma muy valiosa. En consecuencia hemos  preferido indagar la gobernabilidad a partir de un estudio de caso diacrónico,  en el que son analizados los sucesivos gobiernos peruanos desde la primera  presidencia de García en 1985 hasta hoy. El recorrido histórico que emprendemos  apunta básicamente a poner de relieve tanto el contexto (político, económico y  social) como a los actores (dentro de los cuales el presidente y su gobierno  ocupan obviamente un lugar privilegiado). Nuestro enfoque, ni exclusivamente  sistémico ni exclusivamente conductivista, puede ser resumido en una frase de  Juan Carlos Torre quien, hablando de la formación de las políticas públicas,  explica: “es preciso razonar desde una perspectiva analítica que contemple la  referencia tanto a los límites que ponen las circunstancias como a las opciones  que hacen los líderes de gobierno”4 .  En una segunda parte, trataremos de “teorizar” los elementos hasta ahí  encontrados con los fines de elaborar un esquema sobre la gobernabilidad capaz  a su vez de ser aplicado a otras realidades. La exposición de nuestro plan de investigación  parecería indicar que hemos optado por la vía del método inductivo. Cabe  aclarar sin embargo que la secuencia “recopilación de datos empíricos –  elaboración de teoría” es algo engañosa y hasta errada. Si, retomando las  palabras de Regis Debray, “lo visible se explica por lo invisible”, la  narración histórica – o mejor dicho la interpretación que hacemos de la  historia – necesariamente requiere de teoría. El hecho es que no hemos llegado  al caso peruano sin bagaje teórico previo y esto implica que no existe, como  parece sugerir el método inductivo, una neta separación entre la empiria y la  teoría sino más bien una relación fructífera entre lo observado y lo pensado.  Dicho sea esto, lo que sí intentaremos en una segunda parte es abstraer  nuestras conclusiones sobre la gobernabilidad en el Perú contemporáneo para  confeccionar un modelo teórico más amplio y más apto a “viajar” para otras  realidades. Es sobre todo a partir del ordenamiento, categorización y  relacionamiento de los aspectos observados que este trabajo se inscribe dentro  de una lógica inductiva. En resumen nuestro objetivo es abordar la cuestión de la  gobernabilidad con el mayor rigor, rastreando cerca de 25 años de historia peruana.  La tarea seguramente es inmensa, por lo que no pretendemos de modo alguno a la  exhaustividad factual. Simplemente trataremos de observar con cierto  detenimiento los acontecimientos más importantes, sin emitir juicios de valor y  con la única preocupación de ir descubriendo los factores y mecanismos que han  favorecido la gobernabilidad en aquel país andino, y en sentido contrario los  factores y mecanismos que la han dificultado. Antes de entrar en el meollo del  tema, proponemos a continuación un aparte en el que expondremos de manera breve  y general el concepto de gobernabilidad. Esta primera aproximación, al margen  de presentar algunos de los autores que han tratado la cuestión, nos facilitará  luego el análisis sobre la gobernabilidad en Perú en estos últimos años.
   I. ACERCANDONOS AL CONCEPTO DE GOBERNABILIDAD El  concepto de gobernabilidad nace en la década de los 70s cuando varios países  europeos enfrentan serias demandas por parte de sus sociedades civiles sin  poder responder a ellas de manera satisfactoria. Varios fenómenos de gran  alcance se entrecruzan, dentro de las cuales cabe destacar: - una crisis económica  iniciada a partir del shock petrolero de 1973 - una crisis fiscal que  fragiliza considerablemente el modelo de Estado de bienestar   - una crisis moral,  reflejada en Europa por las revueltas estudiantiles o en Estados Unidos por los  movimientos contra la guerra de Vietnam  - una crisis de  liderazgo político, si pensamos en hombres de Estado como De Gaulle o Nixon   La  cuestión de la gobernabilidad irrumpe entonces en el debate politológico en  aquellos tiempos de fuerte agitación, poniendo a gobiernos de países  considerados hasta entonces como modelos de democracia en situaciones  delicadas. La gobernabilidad remite por lo tanto a la capacidad que tiene un  gobierno para responder de la manera más adecuada posible a determinados  desafíos; desafíos que pueden surgir desde un plano interno (por ejemplo el  desgaste de poder de De Gaulle en Francia) o desde un plano externo (caso del  shock petrolero de 1973, sufrido por todas los potencias occidentales y sin  embargo resultado de un evento tan ajeno a ellas como lo fueron las represalias  económicas por parte de los países del OPEP en respuesta a la guerra de Yom  Kipur).  A  veces la distinción entre plano interno y externo se hace algo borrosa: las  revueltas estudiantiles, cuya máxima expresión fue el Mayo francés, encontraron  un eco favorable por condiciones internas propias a cada país, aunque es  innegable que gozaron también de un efecto “bola de nieve”. Si bien más teórica  que real, la frontera entre plano interno y plano externo no deja de ser útil –  especialmente desde una perspectiva comparada – a nuestra comprensión sobre la  gobernabilidad. Esquematizando un poco, podemos afirmar que hay países que dominan  su destino y otros que sufren serias injerencias en sus asuntos internos. Sin  desestimar las consecuencias de una globalización que interrelaciona cada vez  más los países entre ellos, está claro que la gobernabilidad no se presenta en  los mismos términos cuando nos referimos a Brasil, Grecia, o al Líbano. A lo  largo del estudio marcaremos entonces una distinción entre demandas internas y presiones externas; el termino demandas solo, a su vez, podrá  ser sustituido ocasionalmente por el de inputs. Vale la aclaración que  estos términos tienen paternidad intelectual: los inputs son un valioso aporte  de David Easton en su obra maestra Esquema para el análisis político; la  distinción entre demandas internas y presiones externas aparece en el  inspirador trabajo de Juan Carlos Torre El proceso político de las reformas  económicas en América latina.  Lo  expuesto hasta aquí nos permite resaltar unos elementos fundamentales sobre la  gobernabilidad. Primero y ante todo la gobernabilidad sobrentiende que existen  demandas a las que el gobierno está – o no – en posición de responder. Sin  respuesta alguna, se presencia sencillamente el colapso del propio gobierno, lo  que suele llamarse crisis de gobierno. Más problemático es cuando dichas  crisis persisten y que ningún gobierno parece capaz de tomar las riendas. En  estos casos las crisis de gobierno pueden tornarse en crisis de régimen,  tal como lo atestigua la actual situación en Bélgica. La ingobernabilidad surge  entonces cuando las demandas, bien sean internas o externas, ponen en jaque al  propio sistema en su capacidad para regularlas.  En  esta primera aproximación vemos cuanto las demandas son un elemento clave del  concepto de gobernabilidad. No casualmente se consideró durante mucho tiempo  que las últimas dictaduras latinoamericanas ganarían en gobernabilidad al  aniquilar el incontrolable flujo de demandas emergentes desde sus sociedades  civiles. Desde la estricta perspectiva de la gobernabilidad – y por detestable  que suene – el postulado tenía el merito de ser coherente. El retorno de las  democracias durante los 80s, movimiento que se inscribió de manera más amplia dentro  de la llamada tercera ola de democratización5 ,  abundó en el mismo sentido: las enormes dificultades económicas fueron en  cierta medida agravadas por las altas expectativas que suscitaba la apertura  democrática. El gran debate que siguió, girando alrededor de cómo consolidar  aquellas jóvenes democracias, puede ser interpretado como la preocupación por  mantener grados aceptables de gobernabilidad dentro de un marco democrático.  Si  nos permitimos detenernos un poco sobre las implicancias entre democracia y  gobernabilidad es porque, en el caso que nos interesa, Perú volvió – de manera  casi anacrónica por lo demás, comparándolo con el resto de Sudamérica – a  experimentar en los 90’s un significante periodo autoritario bajo el liderazgo  de Alberto Fujimori. Es importante resaltar que la democracia es un régimen por  cierto muy valioso pero también bastante exigente en cuanto a la  gobernabilidad. La democracia en efecto es el mantillo más propicio para el  surgimiento de demandas por la mera razón que sus mismísimos principios apelan  a la libre expresión y a la divulgación de informaciones. No por casualidad  Norberto Bobbio afirmó que “en la democracia la demanda es fácil y la respuesta difícil, por el  contrario, la autocracia tiene la capacidad de dificultar la demanda y dispone  de una gran facilidad para dar respuestas”6 .  Es precisamente porque las elites gubernamentales deben enfrentar un flujo  continuo de demandas que la gobernabilidad se convierte para ellas un tema  crucial: de alguna manera se ven obligadas – o mejor dicho presionadas, dado  que las elecciones no tienen carácter de mandatos imperativos – a rendir  cuentas y a elaborar políticas públicas mínimamente satisfactorias.   En  resumen la noción de gobernabilidad remite esencialmente a la relación continua  y reciproca entre demandas o inputs (que podemos a su vez dividir entre  demandas internas y presiones externas) y respuestas del gobierno, u outputs para retomar la terminología estoniana. Con esto no queremos decir que  absolutamente todo parte de las demandas, a las que solo incumbiría al gobierno  responder como pueda. El gobierno no está condenado a reaccionar; muy al  contrario liderazgos fuertes intervienen sobre la realidad, transcendiendo las  demandas que puedan recibir. La etimología misma de la palabra viene a  recordarnos que el gobierno, del griego kubernao, es el timón que marca  el rumbo para seguir7 .  Lo que vale decir que un gobierno gobierna o no lo es. Por este motivo hemos  excluido deliberadamente de este trabajo la presidencia transitoria de Valentín  Paniagua8 ,  cuya única ambición fue la de preparar las elecciones siguientes.  Última  aclaración de importancia antes de entrar más detenidamente en nuestro objeto  de estudio. Las respuestas del gobierno deben apreciarse no sólo por su  contenido “bruto” sino también por la forma en que se dan. El politólogo  Philippe Schmitter lo explica muy bien cuando dice: “la clave para distinguir  niveles de gobernabilidad reside menos en la magnitud objetiva del rendimiento  macroeconómico, en las desigualdades sociales y en las relaciones de clase que  en la manera en que los distintos intereses son intermediados entre la sociedad  civil y el Estado”9 .  La gobernabilidad, desde la óptica de Schmitter, es ante todo el arte de  articular demandas y respuestas de la manera la más fluida y eficaz posible. Se  agrega entonces una dimensión casi psicológica en la que las percepciones pesan  tanto como, sino más que, los resultados mismos. Es sobre la base de estos primeros  elementos teóricos que comenzaremos nuestro análisis sobre la gobernabilidad en  Perú. Como anunciado, rastraremos cronológicamente el actuar de los sucesivos  gobiernos desde la primera presidencia de García hasta hoy en día, poniendo  especial énfasis sobre el rol de los líderes dentro del contexto que les tocó  gobernar.   II. LA GOBERNABILIDAD EN PERU 1) La primera presidencia de Alán García (1985 –  1990)   Si  iniciamos nuestro recorrido en 1985, coincidiendo con la llegada al poder de  Alan García, es precisamente porque en Perú la cuestión acerca la  gobernabilidad entró de lleno en el debate bajo su presidencia10 .  Su gestión, luego de unos primeros meses prometedores, terminó en un caos casi  absoluto, dejando en la memoria colectiva peruana el saldo quizás más negativo  de su historia. Cómo un líder a priori tan sagaz como lo es García llegó, en el  lapso de un mandato, a pasar de altísimos niveles de apoyo – cerca del 90% de  aprobación – a un rechazo masivo de la misma magnitud? Se hace necesaria una mirada  histórica sobre los eventos pasados. Al  asumir el poder a los 36 años, Alan García entra en la historia como el  presidente constitucional más joven de Iberoamérica. El entusiasmo que suscita  el “caballo loco”, sus innegables dotes oratorios y su vocación a representar a  todos los sectores (recordemos su lema “mi compromiso es con todos los  peruanos”), hacen presagiar serios cambios al orden vigente de ese entonces. En  la sección anterior hemos evocado a los liderazgos fuertes como más propensos a  actuar sobre la realidad en vez de sufrir los acontecimientos. El liderazgo de  García, al poner en el centro de su acción la “voluntad política”, entra  definitivamente en esta categoría. Este activismo político tuvo por efecto  principal el de generar un clima de grandes esperanzas y por consiguiente de  grandes expectativas. Quizás un dato refleje mejor que cualquier otro el  ambiente de aquella época: el nivel de participación electoral. Para ponerlo en  perspectiva presentamos a continuación una tabla comparativa de las elecciones  presidenciales desde 1985:
 
                  
                    
                      |   | 1985 | 1990(2nda vuelta)
 | 1995 | 2000(2nda vuelta)
 | 2001(2nda vuelta)
 | 2006(2da vuelta)
 |  
                      | Votos    emitidos | 7.554.836    (91%)  | 7.958.232    (80%)  | 8.803.049    (74%)  | 11.800.310    (81%)  | 12.128.969    (81%)  | 14.468.049    (88%)  |  
                      | Ausentismo | 788.597    (9%)  | 2.049.382    (20%)  | 3.171.347    (26%)  | 2.767.157    (19%)  | 2.767.157    (19%)  | 2.026.857    (12%)  |  
                      | Total    de inscritos | 8.333.433    (100%)  | 10.007.614    (100%)  | 11.974.396    (100%)  | 14.567.467    (100%)  | 14.899.292    (100%)  | 16.494.906    (100%)  |      Fuente: http://www.perupolitico.com/ Si  bien queda claro que la participación en 1985 – en términos relativos – ha sido  la más elevada de todo el periodo que estamos analizando, no hay que olvidarnos  detrás de estas cifras de aquel contexto político; un contexto en el que  Sendero Luminoso, entre diferentes acciones terroristas, llamaba al pueblo a no  votar. En este sentido la respuesta de los electores fue contundente. Confirió  a Alan García una legitimidad reforzada pero también una responsabilidad mayor  ante el activismo creciente de los seguidores de Abimael Guzmán. Erradicar este  movimiento anti sistema del escenario político fue uno de los desafíos  recurrentes al que tuvo que enfrentarse García a lo largo de su presidencia. La  falta de resultados decisivos en materia de seguridad mermó progresivamente el  capital político que había acumulado durante los primeros meses.  Al  margen de esto se juntaron rápidamente problemas de orden económico cuyas  repercusiones iban a ser literalmente devastadoras para el gobierno y el país  entero. Heredero y primer portavoz de la ideología aprista, Alan García puso en  marcha un plan económico nacionalista y antiimperialista. De corte keynesiano,  abogó por una intervención directa del Estado sobre el aparato productivo y los  circuitos financieros, tomando decisiones en las antípodas de las  recomendaciones del FMI. Medidas emblemáticas como el control del tipo de  cambio, las reemisiones de moneda o la fijación de un límite al pago de la  deuda externa al 10% del valor que obtenía el país por sus exportaciones,  pegaban de maravilla con la retorica populista y antiimperialista de García. El  punto de ruptura ocurre, según opinión de muchos observadores11 ,  el 28 de julio de 1987 cuando Alan García, dirigiéndose al Senado y a la  estupefacción de sus propios partidarios, propone la nacionalización de los  bancos privados con los fines de combatir   contra la fuga de capitales. El terremoto político que provocó esta  propuesta desencadenó una viva oposición, encabezada como era de esperar por  grandes empresarios, partidos como la Acción Popular o el Partido Popular Cristiano,  así como también amplios sectores de clase media. Mediáticamente el gobierno  fue tachado de comunista y voces eminentes como la del economista Hernando de  Soto o del escritor Mario Vargas Llosa criticaron vehemente las injerencias del  Estado en el mercado. La ideología liberal estaba ganado terreno dentro de la  población y jugaba claramente en contra de la política heterodoxa de García. Aclaramos  que no se trata aquí de juzgar desde un plano ético o moral la actuación de los  gobernantes. Lo que sí queremos recalcar – desde el punto de vista de la  gobernabilidad – es que, en el caso de García, la aplicación de una política  heterodoxa a contracorriente con todo lo que preconizaban los organismos  internacionales no podía quedar sin consecuencias. Este tipo de huida por  adelante hace tarde o temprano el regreso a la realidad más doloroso. El  retorno a la realidad sucedió primero en 1986 cuando Perú fue declarado  inelegible y luego cuando García tuvo que reanudar negociaciones con el FMI  después de la bancarrota virtual del Estado peruano. Las presiones externas no  pueden ser obviadas con la sola voluntad política; este quizás haya sido el  mayor error político cometido por García durante su primer mandato.  Otro  aspecto, quizás menos visible que el rotundo fracaso económico, perjudicó a la  gobernabilidad de García: se trata de la progresiva retirada de apoyos por parte  del APRA. Expuesto de forma magistral por Scott Mainwaring y Matthew Shugart en Presidencia y democracia en América latina, los poderes partidarios de  un presidente son los que permiten la plena expresión de sus poderes formales o  constitucionales. Desde un marco más abarcador, Juan Carlos Torre explica que  la acción gubernamental: “no consiste sólo en la adhesión de determinado  conjunto de políticas sino que también incluye la tarea de movilizar los apoyos  sociales y capacidades institucionales para implementar dichas políticas y  neutralizar a quienes se oponen a ellas […] Lo que importa no es sólo o apenas  la voluntad política sino el control por los líderes de gobierno de los  recursos políticos e institucionales que les pemitan iniciar las políticas de  reforma y, luego, sostenerlas en el tiempo, a pesar de las previsibles  resistencias a sus costos distributivos”12 .  En el caso de García hemos visto que los apoyos sociales se esfumaron con el  tiempo principalmente por dos temas esenciales:      1). El creciente terrorismo de Sendero Luminoso y del MRTA (Movimiento  Revolucionario Túpac Amaru), cuyo accionar a menudo indiscriminado (secuestros,  atentados por coches bomba, cortes de electricidad, etc.) hundió el país en el  temor. Por otro lado las exacciones cometidas por las fuerzas policiales, como el  notorio caso de la Matanza  de los penales en 1986, echaron el descredito sobre la real eficacia del  gobierno. 2). La mayor crisis económica que haya sufrido el país en toda su historia.  Unas cifras bastan para darse cuenta de su amplitud: entre 1987 y 1989, el PIB  cayó en un 15% y la medida de los sueldos y salarios reales en un 60%. Mientras  tanto, la tasa de inflación subió hasta el 100% en 1987, el 1.000% en 1988 y el  2.500% en 198913 .  La hiperinflación tomó en Perú una proporción tan gigantesca que, en un ranking  de países con mayor inflación, llegó a posicionarse en el cuarto lugar, detrás  de la Alemania  de Weimar, la Hungría  y Grecia a los fines de la segunda guerra mundial y la China durante la revolución  en 194814 .   Pero  la desmoralización y exasperación no sólo afectaron a la sociedad civil. En la  esfera estrictamente política el descontento era también muy grande. La  movilización de las capacidades institucionales, para parafrasear a Torre, es  un elemento esencial al buen funcionamiento de las políticas públicas, que no  son otra cosa que las respuestas u outputs que da el gobierno al  sistema. En el caso peruano varios acontecimientos ilustran como los resortes  institucionales se agarrotaron. Primero dentro de propio partido oficialista,  el estilo personalista de García, que no iba sin notorias muestras de  “amiguismo”, era mal vivido por los cuadros del partido. La marginalización del  partido a partir de la sorpresiva decisión de nacionalizar el sector financiero  provocó por lo demás la renuncia de Luis Alva Castro, primer ministro y  ministro de economía y finanza, con los fines extraoficiales de presentar su  candidatura a las elecciones de 1990. En el recinto de la Asamblea, el proyecto de  nacionalización de los bancos – iniciativa en la que García jugó lo que le  quedaba de crédito político – fue bloqueado por el Senado, después de haber  contado con la aprobación de la   Cámara de diputados. Desde el enfoque de la gobernabilidad  podemos afirmar que dicho proyecto marcó un punto de no retorno para un García  ahora sin legitimidad alguna como tampoco capacidad real para gobernar. Muchos  fueron los que pensaron – apresuradamente podríamos decir con la distancia que  nos dan los años – que su futuro político era definitivamente sellado.   2) Las presidencias de Alberto Fujimori (1990 –  2000) Suele considerarse a Alberto Fujimori como  el prototipo del outsider: hombre de ciencias duras (se graduó en  matemáticas y física), este ciudadano de origines modestos era desconocido del gran  público hasta su entronización en las elecciones presidenciales de 1990. Ajeno  al mundo político y a los medios de comunicación, Fujimori con el apoyo del  sumario Cambio 90 – suerte de movimiento cívico nacionalista sin real  afiliación ideológica ni verdaderos recursos – logró conquistar la gran mayoría  del electorado peruano. Cómo explicar la ascensión del meteorito Fujimori ha  sido objeto de numerosos debates. La razón principal radica en el estado  caótico en el que se encontraba el país al finalizar el catastrófico mandato de  García. En su primera alocución como presidente Fujimori resumió dicha  situación en los siguientes términos:  “Nos toca afrontar la crisis más profunda  que ha vivido el país en toda su historia republicana; una economía estampada  en una hiperinflación y una depresión, una sociedad escindida por la violencia,  la corrupción, el terrorismo y el narcotráfico. En una palabra, casi una  economía de guerra”.15   Surgida en aquel marasmo económico, el  éxito de la figura de Fujimori se debe ante todo al rechazo masivo del pueblo  para con la clase política tradicional, así como también a circunstancias  favorables si pensamos en el reporte de los votos de la izquierda durante la  segunda vuelta. Ahora, a diferencia de otros outsiders, Fujimori no sólo  llega al poder por sorpresa – por lo menos a los ojos de los medios – sino que  se mantiene con éxito, jaqueando durante años a una oposición desarticulada.  Particularmente interesante a los fines de nuestro estudio, demostró a lo largo  de sus mandatos una pronunciada sagacidad política en cuanto a sus capacidades  para gobernar. En Los nervios del gobierno Karl Deutsch explica que  “cualquiera que dirija los asuntos de un país debe saber cómo permanecer en el  control, cuál es la naturaleza básica y estado actual del país, cuáles son sus  límites y oportunidades existentes en el medio al que debe enfrentarse y cuáles  los resultados que desea obtener. Combinando estas cuatro clases de  conocimientos y actuando en consecuencia, se tiene la esencia del arte del  gobierno”16 .  Alberto Fujimori es un outsider que,  al reunir las cualidades descritas por Deutsch, se convierte en hombre de  Estado legítimo, aunque por cierto muy controvertido. Legitimo por el constante  apoyo popular, controvertido por sus métodos autoritarios y las numerosas  exacciones cometidas bajo su régimen. Si al introducir a García la pregunta era  “cómo un líder tan sagaz perdió total legitimidad en el lapso de unos meses” la  pregunta con Fujimori es más bien la opuesta: cómo este novicio de la política  llegó a mantenerse durante más de una década al mando del país? A continuación  intentamos responder a esta pregunta.  Cuando Fujimori asume sus funciones, traza  de inmediato el rumbo económico para seguir: “crear una verdadera economía  social de mercado” e “insertar al Perú en la comunidad financiera  internacional” operando de este modo un viraje a 180 grados en comparación con  la política proteccionista de García. El ropaje populista con el que el  chino, “un presidente como tú” según el eslogan, había visto durante su  campaña electoral dejaba lugar ahora a un frio pragmatismo anunciador de  tiempos de austeridad. En un país ya muy fragilizado por coyunturas económicas  particularmente adversas, llevar a cabo una política de índole claramente neoliberal  no iba a ser sin provocar serias protestas sociales. Las hubo de hecho y, sin  caer nunca en niveles de violencia como durante el Caracazo, Lima sufrió varias  olas de disturbios y de saqueos. A pesar de esto, el gobierno tuvo la lucidez  de priorizar dos objetivos claves: la lucha contra la hiperinflación y el  terrorismo, cuyos buenos resultados serán luego hábilmente capitalizados para lograr  la aceptación del nuevo orden económico y social.  El llamado Fujishock – paquete de  medidas económicas comprendiendo privatizaciones de empresas estatales, la  liberalización de las tasas de interés y la flexibilización del régimen de  cambios monetarios – dio rápidamente sus primeros frutos. La economía peruana  se estabilizó al ver reducirse progresivamente la inflación (ver cuadro abajo),  permitiendo al país de salir del pánico al que cualquier situación de  hiperinflación confronta. 
 A su vez el aparato productivo y comercial  se reactivó progresivamente, mostrando de nuevo tasas anuales de crecimiento  del Producto Interno Bruto positivas: 
 Solamente unos años después se sentirían  plenamente los costos sociales impulsados por el Fujishock: aumento  masivo del desempleo, acompañado por una mayor precariedad que provocó la  expansión del sector informal, pauperización de amplios sectores de la  población, entre las consecuencias más negativas. Pero por entonces, el  gobierno había logrado sacar al país de lo más apremiante al poner fin a la  hiperinflación. Este éxito en el plano económico reforzó considerablemente su  legitimidad y amplió sus márgenes de maniobra.  La segunda prioridad del gobierno fue la  lucha antisubversiva contra el Sendero Luminoso y el MRTA, grupos que ganaban  terreno y mermaban peligrosamente la autoridad del Estado. El gobierno, quien  reclamaba los plenos poderes en materia de seguridad, vio sin embargo su acción  trabada tanto por la oposición que le daban el APRA y el FREDEMO en el Congreso  – al negarle al Ejecutivo la delegación de facultades – como por un Poder  Judicial que había sentenciado, por ejemplo, la liberación de 200 senderistas.  Frente a esta situación paralizante Fujimori, poco proclive a la noción de checks  and balances, tomó la decisión inédita, con el respaldo de las Fuerzas  Armadas, de clausurar el Congreso y suspender las actividades del Poder  Judicial. En una alocución televisiva Fujimori justificó el autogolpe de la  siguiente manera: “Es cierto que la propia Constitución prevé  los mecanismos para su modificación, pero es igualmente cierto que [...]  vendría a significar que, casi al término del presente mandato, recién  contaríamos con los instrumentos legales necesarios para la reconstrucción  general del Perú. [...] ¿Cuál es la institución o mecanismo que permitiría  realizar todos los cambios profundos que a su vez hagan posible el despegue del  Perú? Sin lugar a dudas ni el Parlamento, ni el Poder Judicial son hoy por hoy  agentes de cambio, sino más bien freno a la transformación y el progreso. Como  Presidente de la República,  he constatado directamente todas estas anomalías y me he sentido en la  responsabilidad de asumir una actitud de excepción para procurar aligerar el  proceso de esta reconstrucción nacional, por lo que he decidido tomar las  siguientes trascendentales medidas.”17  El proceso político se aparentó al de la  dictadura romana en la medida en que, requerida por una situación de emergencia  (sea una guerra o una rebelión), poderes extraordinarios se entregan a un solo  mandatario de forma temporal. Sobre este último punto Fujimori aclaró enseguida  su intención de “disolver temporalmente el Congreso de la República, hasta la  aprobación de una nueva estructura orgánica del Poder Legislativo, a ser  aprobada mediante un plebiscito nacional”. Sin embargo el aspecto más  controversial del autogolpe no residió en el uso en sí de la dictadura, lo que  nuestras constituciones contemporáneas básicamente entienden como Estado de  sitio, sino en el hecho de que aquellas facultades extraordinarias hayan sido  “autoatribuidas” por el mismo Fujimori ante a una situación que él juzgaba insoluble  por las condiciones dadas – el Parlamento y el Poder Judicial siendo “agentes  de freno a la transformación y el progreso” – convirtiéndose de esta manera en  lo que Carl Schmitt llamaría un “dictador soberano”18 . Sea como fuera, cabe decir que detrás del  método autoritario existió un verdadero apoyo popular (se considera en efecto  que hasta el 80% de la población limeña aprobó el autogolpe19 ) que  respaldó moralmente esta decisión transcendental. Aquí se encuentra toda la  paradoja del autogolpe, y por extensión del régimen fujimorista: un liderazgo  autoritario en la forma pero legítimo en el fondo, a no ser que no se reconozca  a la voluntad popular como base legitimadora de la democracia. Esta combinación  entre autoritarismo y legitimidad puede observarse en el propio cronograma  político que siguió al autogolpe. En efecto la toma por la fuerza de las  instituciones dejó rápidamente lugar a dos instancias democráticas:
 1) la elección de un Congreso Constituyente  Democrático, constituido finalmente por 34 oficialistas (sobre un total de 80  parlamentarios, equivalente al 42%) y cuya misión fue la de redactar una nueva  Carta Magna 2). un referéndum nacional que con el 52,2% de  los votantes pronunciándose a favor terminó por refrendar la nueva ley suprema,  reforzando no solo la legitimidad del golpe sino también, y sobre todo, dotando  al gobierno de un marco legal hecho a su medida   Dentro de los cambios de mayor alcance  figuraron el pasaje a un Congreso unicameral de 120 miembros, por lo tanto más  “manejable”, y la posibilidad para el presidente de ser reelecto por un segundo  mandato consecutivo de 5 años20 .  Claramente la nueva Constitución hacía inclinar la balanza de poder del lado  del Ejecutivo, lo que auguraba para la administración fujimorista niveles de  gobernabilidad mayores al contar con una estructura institucional más adecuada  al estilo decisionalista del presidente. No obstante  los eventos posteriores iban a demostrar que la gobernabilidad no se resumía a  una cuestión de ingeniera institucional. A medida que el régimen se  revelaba a los ojos de una creciente opinión pública autoritario y corrupto, el  capital político acumulado hasta entonces por Fujimori – cuyo zenit podemos  fechar a su reelección en 1995 y un abrumador 64% de votos a favor – fue  progresivamente erosionándose. Varios elementos emergen para dar una  explicación a la pérdida de apoyos que sufrió su gobierno dentro de los cuales  ya hemos mencionado los costos sociales de una política económica neoliberal.  Algo esencial sin embargo merece ser remarcado: al hacerse cada vez más  notorias las exacciones del gobierno, la conflictividad no estuvo tanto sobre  la implementación de x política pública – que son en tiempos normales  los outputs asignados por                un  gobierno al sistema político – sino más bien sobre cómo mantenerse en el poder  para el oficialismo versus cómo derrumbar a Fujimori para la oposición. Dicho  en otros términos el escenario político peruano se polarizaba  considerablemente. Por cierto, numerosas voces se elevaban contra las políticas  gubernamentales, en particular las políticas sociales juzgadas con razón como  clientelistas. Pero el principal eje de lucha política giraba ahora sobre el  régimen como tal, un régimen tachado invariablemente de autoritario y que,  pasados los tiempos excepcionales de violencia interna, encontraba cada vez con  más dificultad fuentes de legitimidad.  Este  cambio de clima político, en el que las demandas comenzaron a focalizarse sobre  el régimen y ya no sobre el solo gobierno, encontró su disparador en la  polémica Ley de Interpretación Autentica de la Constitución. Ni  bien su segundo mandato presidencial iniciado (un año y un mes después para ser  más preciso), Alberto Fujimori lanza las reformas legales con los fines apenas  disimulados de postular a su re reelección. La maniobra, que involucró la  destitución de tres jueces del Tribunal Constitucional por haber declarado la  ley de interpretación como “inaplicable”, suscitó vivas reacciones de los  partidos de la oposición, ahora más cohesionada que nunca ante la posibilidad  de verse alejada del poder por unos cuantos años más. Los partidos opositores  (PAP, AP, PPC, UPP, FIM, IU) decidieron aliarse para formar el Bloque Parlamentario  de Oposición Democrática y apelaron, con la ayuda de unas 1.400.000 firmas de  la ciudadanía, al referéndum. La situación era novedosa por Fujimori quien  experimentaba al mismo tiempo una oposición unida y resuelta desde el escenario  estrictamente político, como así también un creciente malestar de la población.  La legitimidad popular directa con la que podía otrora contar para ultrapasar  la democracia representativa y sus instituciones – caso típico del autogolpe –  parecía perderse en las denuncias repetitivas de autoritarismo, a las cuales se  juntaban denuncias de corrupción y de violación de derechos del hombre. En  resumen los márgenes de maniobra del gobierno de Fujimori se achicaban  seriamente, provocando en consecuencia menores niveles de gobernabilidad.  El  golpe de gracia fue dado por el escándalo a gran escala que fueron los vladivideos,  en referencia a Vladimir Montesinos, asesor de Fujimori y orquestador de una  gigantesca red de corrupción en las más altas esferas del poder. Si bien desde  nuestra perspectiva la corrupción no debe verse necesariamente como negativa  (hasta autores como Carl Friedrich sostienen que pequeñas dosis de corrupción  pueden ser funcionales para la organización del sistema político21 ),  su conocimiento a la opinión pública sí puede generar efectos devastadores  sobre la legitimidad del gobierno y, según los casos, sobre la clase política  en general. Frente a la gravedad de los hechos ahora expuestos a plena luz, la  situación del gobierno era propiamente insostenible. Sin manera ya de reactivar  apoyos mediante alguna respuesta gubernamental, Alberto Fujimori anuncia desde Japón  su dimisión al cargo presidencial.   3). La presidencia  de Alejandro Toledo (2001 – 2006) La presidencia de  Alejandro Toledo presenta la extraña paradoja de combinar destacables  resultados económicos con altos niveles de descontento. El Perú de los años  2000 parecería contradecir el postulado, por lo menos en su primera  formulación, de Seymour Lipset quien afirmaba que el desarrollo económico tenía  un corolario directo en la consolidación de la democracia.22  Al juzgar por la cantidad de remodelaciones ministeriales (4 en los 30 primeros  meses del gobierno de Toledo), las declaraciones de Estado de emergencia en  2002 y 2003 o la intentona de levantamiento armado de Antauro Humala en 2005,  aquellos buenos resultados en el campo económico fueron lejos de repercutirse  positivamente en el campo social y político. Los dos gráficos a continuación  ilustran más bien una correlación inversa entre crecimiento económico y niveles  de apoyos al gobierno:   
 
   Cómo explicar que una  variable tan esencial como la económica no haya conllevado, aunque sea en  proporciones menores, a una mejoría de la gobernabilidad del país? Un inicio de  respuesta reside en el cambio de régimen político. El regreso a la democracia  implica en efecto un modus operandi en la que las demandas tienen legitimidad de por sí, independientemente de  su contenido, lo que tiende a alentar las  exigencias del demos para con sus  gobernantes. Sin duda la lógica “demanda fácil – respuesta difícil” propia a  los regímenes democráticos fue uno de los rasgos característicos de la  presidencia de Toledo, quien incluso pareció a veces sorprendido por las  violentas reacciones que suscitaban sus reformas. Los eventos en Arequipa son,  al respecto, muy significantes: las protestas después del anuncio de privatizar  a las empresas eléctricas de Egasa y Egesur llevaron al gobierno a responder  por la fuerza. No obstante el estado de  emergencia decretado, lejos de apaciguar las demandas, las radicalizó y obligó  al gobierno a retroceder con la nominación de un nuevo primer ministro. Durante  los disturbios el alcalde Juan Manuel Guillén tuvo aquellas palabras  reveladores del cambio de clima político: [el estado de emergencia] “constituye  un retroceso a épocas que creíamos superadas" y que si el presidente  Toledo no accediera a las peticiones "estaría imponiendo un régimen  autoritario".23  A la par del cambio de  régimen y del nuevo rapport de force entre la sociedad peruana y el Estado, hay una realidad social insoslayable que  explica también la amplia y rápida desaprobación a la gestión de Toledo a pesar  del excelente rendimiento económico del país. La realidad es que buenos  resultados económicos no garantizan necesariamente una elevación del nivel de  vida: sin voluntad política real de redistribución de la riqueza, un país puede  muy bien enriquecerse y al mismo tiempo engendrar altos niveles de pobreza.  Para una gran mayoría de peruanos, a quienes se les había vendido una “tercera  vía moderna adecuada a América Latina” con una “economía de mercado con rostro  humano”24  la sensación de que el crecimiento económico no tenía reflejo alguno en su  poder adquisitivo fue una realidad   duramente percibida.  Ciertamente las  expectativas, generadas tanto por las esperanzas de la vuelta a la democracia  como por las promesas electorales de Toledo, alimentaron un recrudecimiento de  demandas de la población ante la patente falta de mejoras en sus vidas  cotidianas. A la intensificación de las demandas vinieron a sumarse de pronto  nuevas dificultades a partir del anuncio presidencial de que las finanzas  públicas, y por ende las proyecciones económicas que se hacían de ellas, eran  en peor condición de lo que se pensaba hasta entonces. Hubo incluso un momento  dramático en el que Toledo, para justificar el pobre desempeño de su gobierno  en materia social, admitió públicamente que se “había desenganchado de su  pueblo” pero que su intención “no fue engañar ni mentir a los peruanos, el caso  fue que encontró la caja vacía”.25  En términos de gobernabilidad los márgenes de maniobra se acotaron singularmente  para un Toledo recién entronizado en sus funciones: por un lado, grandes  expectativas y demandas mayores, por otro una capacidad reducida de dar  respuestas.  Para completar el  cuadro, no es inútil recordar brevemente la trayectoria política de Toledo y el  contexto en el que asume como máxima autoridad del Estado. Desde su primera  candidatura en 1995 hasta la marcha pacífica de los 4 suyos, Toledo había  llegado a posicionarse como el mejor candidato de la oposición. Y precisamente  era eso: un candidato de la oposición. Repitiendo un esquema finalmente similar  al de Fujimori 10 años atrás, se había ganado numerosos apoyos ante todo  gracias al rechazo que inspiraba el régimen fujimorista y su voluntad férrea de  mantenerse en el poder. A los ojos de muchos lo importante entonces no era  tanto quien ganaba sino más bien quien perdía y a pesar de poseer un perfil  atípico – el del “cholo que supera sus condiciones sociales por meritos propios  – Toledo era el primer beneficiario del “todo menos Fujimori”. Su llegada al  poder, casi una elección por defecto, le impidió llevar su acción política  sobre una base solida de apoyos. En resumen, el consenso anti Fujimori en la  primera vuelta, y luego el consenso anti García en la segunda (consenso en gran  parte debido a los recuerdos de su primera presidencia), no le otorgaba a  Toledo una legitimidad tal como para pedir, en términos sociales, nuevos  sacrificios al pueblo mediante la implementación de medidas neoliberales.  Independientemente del  grado de legitimidad que podamos prestarle, Alejandro Toledo consiguió terminar  su mandato sin sobresaltos mayores (haciendo caso omiso de la acción subversiva  liderada por el nacionalista y ex mayor del Ejercito Antauro Humala). Sin  embargo, y más allá de las diferentes fuerzas de oposición – podríamos también  citar los rebrotes del Sendero Luminoso, los paros nacionales de la CGT o los notorios escándalos  de corrupción y de nepotismo que salpicaron al gobierno –, el dato quizás más  llamativo del tremendo déficit de capital político de Toledo y de su partido  Perú Posible se encuentra en su incapacidad para presentar un candidato para  las elecciones presidenciales del 2006. Las siguientes elecciones legislativas  confirmaron esta impresión de vacio (en las que con el 4,1% se asignó la minúscula  cuota de dos escaños en el Congreso). Es entonces paradójicamente con uno de  los mejores balances económicos de la región pero con un peso político casi  nulo que Toledo deja el poder – “por la puerta grande” según sus palabras –  para entregárselo al resucitado Alan García.       4) Perspectivas sobre  el Perú desde la segunda presidencia de Alán García (2006 – )  Después de un exilio de casi 9 años y la  derogación de la ley “anti-impunidad”26 , Alan  García vuelve a la arena política en calidad de líder del PAP y primer opositor  de Toledo. Su victoria en la presidencial del 2006 – del mismo modo que  Fujimori en 1990 y Toledo en 2001 – puede considerarse como una elección por  defecto, lo que comúnmente se llama votar por el “menos peor”. Sin quitarle  mérito, García se benefició de circunstancias favorables. Por un lado el  balance social de la gestión de Toledo era demasiado negativo como para  esperar, en el caso de Lourdes Flores, ganar la elección. Aún contando con los  favores de los medios de comunicación, la líder de la UN llevaba el inconfundible  sello de la “candidata de los ricos”27  que la  distanciaba de un pueblo en su gran mayoría pobre. Por otro lado, en las  antípodas de Flores, estuvo el candidato nacionalista Ollanta Humala, cuya  cercanía ideológica con Hugo Chávez terminó jugando en su contra: el rechazo  categórico que inspiraba el líder venezolano en el mundo empresarial y las  clases altas – e incluso medias – iban de par con la incertidumbre de muchos  otros ante el vacio hacia adelante que representaba la vía bolivariana. Entre  los dos polos opuestos Alan García, hábil hombre político, logró posicionarse  en el centro de este escenario polarizado y encarnar una posición consensual de  hombre de cambio moderado. Pasando in extremis la segunda vuelta García  – en una contienda que ya se resumía a elegir entre democracia y autoritarismo  – no tuvo dificultad en recuperar los votos de la UN, por más que Flores no diera consigna alguna  de voto. El electorado de derecha, pese a su franca hostilidad hacia el líder  aprista, reportaba en realidad sus votos al candidato del sistema por miedo a  un cambio radical del orden socio económico. En síntesis la victoria de García  pareció más un rechazo de su adversario, etiquetado como “anti sistema”, que un  plebiscito sobre su candidatura.  Al respecto, es interesante observar que  desde el retorno a la democracia en 1980, aquel patrón electoral parece  repetirse: sintomático de una sociedad que se siente permanentemente defraudada  por su clase política, el electorado ha en efecto votado sistemáticamente por  el cambio (con la notable excepción de Fujimori en 1995 y 2000, aquellas  últimas elecciones siendo altamente controvertidas por las fuertes sospechas de  fraude que rodearon el proceso electoral). A continuación presentamos una tabla  en la que figuran los resultados en las últimas elecciones presidenciales y  legislativas, contrastando aquellos obtenidos por el candidato o partido  vencedor con los obtenidos por el candidato o partido del oficialismo:    
                  
                    
                      | Año | Presidente(partido    político)
 -------------
 Candidato
 (partido    oficialista)
 | Elección presidencial1ra vuelta (en %)
 | Variación (en puntos)  | Elección legislativa(en %)
 | Variación (en puntos)  |  
                      |   1980 | Belaunde    Terry(AP)
 | 44,9% | / | Dip:    AP (38,9%)Sen:    AP (40,9%)
 | / |  
                      | 1985 | Alan    García(PAP)
 -------------
 Jorge    Alva Orlandini
 (AP)
 | 53,1% ------------- 7,2% |     -    37,7 | Dip: PAP (50,1%)Sen: PAP (51,3%)
 -------------
 Dip: AP (8,4%)
 Sen: AP (8,1%)
 |     - 30,5- 32,8
 |  
                      | 1990 | Alberto    Fujimori (Cambio 90)-------------
 Luis    Alva Castro
 (PAP)
 | 29,2% ------------- 22,5% |     -    30,6 | Dip: Fre (30,1%)Sen: Fre (32,3%)
 -------------
 Dip: PAP (25,0%)
 Sen: PAP (25,1%)
 |     - 25,1- 26,2
 |  
                      | 1995    * | Alberto    Fujimori (Cambio 90-NM) | 64,0% | +    34,8 | C90-NM    (51,1%)-------------
 AP    ** (3,3%)
 PPC    ** (3,0%)
 |     -    23,8 |  
                      |   2000 | Alberto    Fujimori (Perú 2000) | 49,2% | -    14,8 | Perú    2000 (42,2%) | -    8,9 |  
                      | 2000 |   Valentín    Paniagua (AP) | Presidencia    temporaria *** | / | / | / |  
                      | 2001 | Alejandro    Toledo (Perú posible)-------------
 ****
 | 36,5% -------------/
 |     / | Perú    Posible (26,3%)-------------
 C90    (4,8%)
 |     -    37,4 |  
                      | 2006 | Alan    García(PAP)
 -------------
 *****
 (Perú    posible)
 | 20,4% ------------- / |     / | UPP    (21,1%) -------------Perú    Posible (4,1%)
 |     -    22,2 |    Fuente: Oficina Nacional de Procesos Electorales Notas* A partir de  1995 el Congreso pasa a ser unicameral. En 2005, el proyecto de ley de reforma  constitucional para volver al bicameralismo resultó infructuoso al no  alcanzarse los dos tercios del Congreso.
 ** El Frente  Democrático, o Fredemo, era la coalición mayoritaria en 1990 y agrupaba al  Movimiento Libertad, Acción Popular y el Partido Popular Cristiano, de los  cuales sólo sobrevivieron el AP y el PPC. La variación fue calculada tomando  los resultados electorales de ambos partidos (6,3%) comparándolos con aquellos  obtenidos por el Fredemo.
 *** Valentín  Paniagua (AP), designado como Presidente del Congreso después de su victoria  frente a Ricardo Marcenaro (Perú 2000) por 64 votos contra 51, se convierte en  Presidente transitorio según lo establecido por el artículo 115º título IV capítulo  IV de la Constitución  del Perú.
 **** En 2001,  después de los escándalos de los vladivideos y la huida hacia Japón de su líder Fujimori, Cambio 90 sólo se presenta a las  elecciones legislativas. Recién a partir del 2005 se crea la Alianza por el Futuro.
 ***** Después  de las renuncias sucesivas de Jeannete Tejada y de Carlos Bruce, el partido del  presidente saliente Toledo no presentó ningún candidato presidencial en 2006.
 Las variaciones negativas demuestran la  desafección del electorado peruano hacia su clase dirigente aunque ciertamente  otros factores que el descontento a las respuestas del gobierno deban tomarse también  en cuenta (de los cuales podemos citar los cálculos estratégicos de votación  “útil”, el transfuguismo entre partidos o la imposibilidad a nivel  institucional a dos mandatos presidenciales consecutivos). Por ejemplo, al  finalizar el primer mandato de Alan García en 1990, el candidato aprista Luis  Alva Castro sólo recogió un 22,5% de los votos en la primera vuelta, marcando  un retroceso de casi 30 puntos con los resultados obtenidos por García en la  misma instancia 5 años atrás. Lo mismo ocurre en una proporción similar durante  las elecciones legislativas, o congresales, en   las que el PAP pierde un 25,1 puntos (50,1% - 25,0%) en la cámara de  diputados y un 26,2% puntos (51,3% - 25,1%) en la cámara de senadores, ambas  cámaras hoy reunidas en un solo recinto.
 Más allá de este patrón electoral el hecho  novedoso de las elecciones del 2006 sin duda reside en la irrupción de Humala  en el escenario político. Dos datos son de suma importancia para comprender  cuales son los desafíos para García y, de manera más amplia, para el Perú de  hoy. Primero el mapa electoral puso al desnudo una fractura geográfica entre  dos países: el Perú comercial y exportador del eje Lima – Callao y la costa  norte del país (histórico bastión electoral del aprismo) y el Perú andino y del  Amazonas. En aquellas regiones, abundantes en recursos minerales pero excluidas  del reparto de la riqueza, Humala recogió entre el 60 y el 90% de los votos. La  fractura entonces es tanto geográfica como social – e incluso étnica – y, si  bien echa sus raíces en la historia profunda del Perú, constituye de ahora en  adelante un clivaje político mayor que ningún candidato a la presidencia puede  soslayar. El segundo dato esencial es el proyecto nacionalista y anti  neoliberal encarnado por Humala en oposición al continuismo económico de García  heredado de las gestiones previas de Fujimori y de Toledo. La polarización  resultante de estos dos modelos ha sido tal que Humala, a pesar de respetar sin  ambigüedad los criterios democráticos, fue tachado varias veces de líder “anti  sistema” incluso por el propio Toledo quien, saliendo de las reservas que le  imponía su cargo presidencial, definió la contienda como “una elección entre la  democracia y el autoritarismo”.28   La presencia de uno o varios actores anti  sistema es evidentemente perjudicial al mantenimiento de la gobernabilidad y  hasta de la propia estabilidad del régimen. Remitimos a los trabajos de Juan  Linz que son verdaderos clásicos en la materia. El caso es que apenas conocidos  los resultados oficiales Humala admitió su derrota, descartando en seguida los  recursos de apelación por fraude que le sugerían algunos miembros de su partido  y reafirmando su “compromiso democrático”29 . Esta  actitud post electoral apaciguó el clima político y fue la marca de una  oposición responsable, mejor garante de la consolidación democrática. Como bien  lo recalca Frederik Weil, una estructura opositora responsable se caracteriza  por “ofrecer al electorado alternativas democráticas significativas (que  reflejan las preferencias de los votantes) y, más importante aún por no  obstruir los esfuerzos para solucionar los problemas nacionales”30 . Una  radicalización de la polarización habría en cambio fragilizado la legitimidad  de García y dificultado considerablemente la acción de su gobierno.  Al margen de la actitud de Humala, García se mostró  también conciliador al proponer un gobierno de “concertación, coincidencia,  dialogo y apertura”31 .  El apaciguamiento del clima político coincidió con una toma de distancia para  con el PAP, cuyo indicador más claro fue dado por la composición misma de su  gobierno: de las 16 carteras ministeriales, solamente seis fueron asignadas a  personalidades apristas, 9 a  independientes y una – la de producción – a Rafael Rey del partido Renovación  Nacional32 . Esta apertura política  fue a su vez acompañada por una voluntad de transparencia, verdadera cruzada  contra una corrupción tristemente recurrente en el paisaje político peruano,  desde el “amiguismo” característico de la primera presidencia de García hasta  los notorios conflictos de interés bajo la administración de Toledo.  Fuera del mero  ejercicio retorico, aquella voluntad se vio materializada en la figura de un  “jefe anti corrupción a cargo de una persona ajena al partido del gobierno y  comprometida con el tema” (desde octubre del 2007 la jueza Carolina Lizárraga dirige la Oficina Nacional  Anti corrupción). Otra medida de orden simbólico fue la de reducir de mitad los  sueldos de los ministros, permitiendo dar una nueva credibilidad a la clase  dirigente y demostrando que la austeridad anunciada valía para todos. Aunque  simbólico, el contraste con las remuneraciones y los gastos exorbitantes del  gobierno de Toledo – y sobre todo el sentimiento de iniquidad que generaba  dentro de la población – no dejaba de ser de lo más significativo. En su  discurso de entronización a la presidencia García hacía el diagnostico correcto  al evocar la situación del país y el estado moral de los peruanos:  “Señores, hemos caído el circulo vicioso de  tener más exportaciones con miseria y de tener democracia sin credibilidad  social. […] Hoy no hay terrorismo masivo, ni crisis de la deuda externa, ni  recesión mundial como en 1985, pero un nuevo desafío igual de tremendo se  presenta ante el país y es la falta de fe. […] El gran peligro actual es la  falta de legitimidad social del sistema político y del Estado, tienen legalidad  porque nacen de las elecciones pero carecen de apoyo social porque inspiran  desconfianza y repudio”33 .  García tocaba ahí un resorte esencial al  buen funcionamiento de una sociedad: la confianza, verdadero motor de la  gobernabilidad en el plano político y del desarrollo en el plano económico.  Tratándose de lo económico, cabe decir que el modelo neoliberal no se vio  modificado en sustancia, si bien se prometió un aparato estatal más eficaz  (mediante la descentralización) y eficiente (mediante el rigor presupuestario).  El continuismo económico versión García – en franca oposición, dicho sea de  paso, con el populismo de su primer mandato – no produjo las crisis sociales de  gran amplitud que experimentó el gobierno de Toledo. Ciertamente el consenso  nacional, tanto por parte de la población como de las elites, de que éste sea  el camino correcto hacia el desarrollo ha pesado mucho en este cambio de clima  político; un consenso reforzado a su vez por éxitos regionales como por ejemplo  Chile, país tomado en referencia por García, cuya aplicación del neoliberalismo  da hoy resultados económicos y sociales innegables.  Pero quizás sea el Brasil de Lula él que  mejor ilustra que  un modelo económico  que acrecienta las desigualdades puede contar de igual manera con el consenso  de la gran mayoría, siempre que las clases más pobres se vean a sí mismas  progresando y sientan que “algo” de la torta se están llevando. La tensión –  inherente al desarrollo económico – entre acumulación y distribución hace sin  embargo de la gobernabilidad un ejercicio particularmente difícil en países  como Perú, cuya economía depende todavía en gran medida de coyunturas  internacionales. Como bien lo expresa Mariano Grondona el equilibrio consiste  en no “dañar decisivamente la acumulación en nombre de la distribución  inmediata del sobrante” sin caer en el extremo opuesto de “acumular demasiado,  con olvido de la distribución”34 .  Esquematizando un poco podríamos decir que  el primer caso correspondió a la presidencia de García entre 1985 y 1990, el  segundo a la de Toledo entre 2001 y 2006. En resumen, el Perú bajo la segunda  presidencia de García está sin lugar a duda mejor parado que 20 años atrás  cuando el mismo García dejaba el país al borde del colapso económico. Basta  comparar unas pocas cifras para convencerse del hecho: en 1989, la producción  sufría una contracción del 12% mientras la deuda externa pasaba a los 20.000  millones (representando el 90% del PIB) y la inflación alcanzaba la cifra  record del 2.773% anual. En el 2009 el PIB culminaba en un 9,8% (después de  seis años de crecimiento a un ritmo superior del 5% por año), la deuda externa  sólo representaba el 12,1% del PBI y una inflación contenida a menos del 4%  anual35 .  No obstante dos elementos vienen a  contrarrestar el optimismo que suscitan estos resultados macroeconómicos. El  primero es que el sector exportador, que se concentra primordialmente en la  minería y los hidrocarburos, creció en gran medida gracias a la subida de los  precios internacionales. El crecimiento económico peruano se debe entonces más  a factores coyunturales que estructurales, lo que tarde o temprano generará  previsibles dificultades cuando dicha coyuntura esté menos favorable. El  segundo elemento es la polarización política – una polarización subyacente en  Perú desde el gobierno revolucionario de Juan Velasco Alvarado – y que ante un  posible fracaso del centro político (hoy encarnado por Alan García) resurgirá  con más radicalidad. Esto no deja de tener serías consecuencias: al pasar de  una lógica de cooperación a una de confrontación, el buen gobierno – quien,  parafraseando a Deutsch “debe saber cómo permanecer en el control, cuál es la  naturaleza básica y estado actual del país, cuáles son sus límites y  oportunidades existentes en el medio al que debe enfrentarse”36  –  será llevado casi naturalmente a ser un gobierno autoritario. Desde esta  perspectiva, es para esperar que el Perú, mediante un crecimiento económico  sólido y unas reformas sociales progresivas, se encamine más por la vía  brasileña que por la vía boliviana.   III. HACIA UN MODELO  TEORICO SOBRE LA GOBERNABILIDAD De  lo analizado hasta aquí sobre la gobernabilidad en Perú un elemento clave  volvió con cierta insistencia: el de la legitimidad. Al respecto Samuel  Huntington advierte: “la legitimidad es un concepto difuso que los analistas  deben evitar. Sin embargo, es esencial para comprender los problemas a los que  se enfrentan los regímenes autoritarios a fines del siglo XX”.37  El concepto es entonces  difuso pero central, tan central en realidad que se torna casi tautológico: es  muy probable que un gobierno que tenga legitimidad tenga también gobernabilidad  y viceversa. Los que arguyen que el gobierno de Fujimori tuvo gobernabilidad  sin legitimidad, por el carácter autoritario de sus medidas, alzan a la  democracia como un valor supremo sin darse cuenta que Fujimori gozó durante  años de un apoyo popular indefectible. Cosa distinta fueron las elecciones de  2000 que, a pesar de la victoria de Fujimori, desde un punto de vista legal,  materializaron un descontento creciente: cerca del 25% de los votantes había  mantenido su voto a Toledo mientras casi otro 30% había inscrito “no al fraude”  sobre su boleta38 .  Fujimori ganaba las elecciones al mismo tiempo que perdía una gran parte de su  legitimidad. Sin respaldo popular y con una oposición por entonces cohesionada,  los días de su gobierno eran contados. Desde esta perspectiva, los vladivideos sólo fueron el detonante que puso fin al fujimorismo. Cabe decir que, al margen  de su renuncia desde el Japón, fue el Congreso quien inhabilitó a Fujimori de  su cargo de presidente, declarando su “incapacidad moral permanente”.39   Con esto queda claro que la oposición juega un rol  preponderante sobre la gobernabilidad. Fujimori a los inicios de su primer  mandato lo sintió en carne propia cuando se vio bloqueado sistemáticamente por la  oposición en el Congreso. Optó en consecuencia por un liderazgo cesarista  saltando las trabas de aquel Congreso opositor con su cierre, justificando su  decisión por la emergencia en la que se encontraba el país. Alternativas menos  radicales son las que buscan la cooperación de los congresistas. Cuando se  dispone de una mayoría parlamentaria la búsqueda de consenso se hace casi  innecesaria (a la condición importante de que haya disciplina partidaria), por  lo que el control del Congreso ya es garantía de gobernabilidad. Cuando en  cambio el partido oficialista presenta fisuras, bien sea por la aparición de  facciones o por la presencia de intereses divergentes, la división generada  disminuye significativamente la gobernabilidad, tal como ocurrió en 1990 dentro  del APRA cuando surgió la corriente liderada por Luis Alva Castro frente a los  seguidores de Alan García, obligando finalmente a este último a renegociar la  deuda externa y cambiar el rumbo de su política económica.  Esto no quiere decir que sin mayoría parlamentaria  no se pueda gobernar, o que los resultados sean menores porque son  consensuados. Sí, quiere decir que se hace más necesaria la búsqueda de  consenso mediante la formación de acuerdos, coaliciones y de un permanente  juego de toma y daca entre las fuerzas políticas involucradas. García supo  acomodarse y salvar lo mínimo de gobernabilidad como para terminar su mandato,  a pesar de un contexto económico y social particularmente caótico. Fujimori  prefirió a la búsqueda de consenso el cambio de tipo refundacional: convocó a  nuevas elecciones a todos los niveles y modificó – referéndum por el medio – la  estructura misma del Congreso, pasando de bicameral a unicameral. Toledo, si  bien no dispuso de una mayoría parlamentaria, pudo contar con una oposición  responsable y un amplio consenso sobre la necesidad de reconstruir la  democracia en Perú.  En resumen aquellos factores, institucionales y  partidarios, forman parte de una esfera estrictamente política. Otros factores  influyentes emanan de la propia sociedad. En una democracia representativa  acabada los clivajes societales suelen verse reflejados en la esfera política.  El desarrollo económico durante la presidencia de Toledo puso al desnudo una  fractura, por cierto preexistente, entre un Perú dinámico, comercial y un Perú  atrasado, estancado, andino. El surgimiento de Humala Ollanta vino a canalizar  la brecha entre estos dos Perús; es así que el clivaje societal latente  encontró su expresión política en la Unión Por el Perú. La distinción que marcamos entre  “esfera política” y “esfera societal” remite al modelo elaborado por Leonardo  Morlino, quien diferenciaba régimen político y sistema político (incluyendo a este  último la comunidad política):  
   Fuente: Aznar, Luis y De Luca, Miguel (comp.): Política.  Cuestiones y problemas, pág. 131 A la manera de muñecas rusas, el gobierno se  inscribe dentro de un régimen político que se inscribe a su vez dentro de un  sistema político. Es preciso por lo tanto considerar estas tres esferas para  tener un panorama completo de los factores y mecanismos que condicionan la  gobernabilidad en un sentido o en otro. Muy sintéticamente, el gobierno  corresponde a la esfera reducida de los tomadores de decisión en el más alto  nivel. En un régimen presidencialista como el peruano son básicamente el  presidente, su primer ministro, ministros, secretarios y consejeros. El régimen  político engloba a las instituciones y a las reglas de juego  (dentro de las cuales el modo de escrutinio  tiene un papel clave sobre la configuración del escenario político). El sistema  político es más abarcador aún e incluye la sociedad política en un sentido  amplio; las estructuras sociales, la cultura política y los clivajes históricos  son tantos elementos para tener en cuenta a la hora de analizar la  gobernabilidad de x país. El modelo de Morlino nos permite aprehender el  sistema político de forma global además de establecer una jerarquía conceptual  entre gobierno, régimen político y sistema político. Con respecto a la  gobernabilidad es evidente que cualquier factor impidiendo la gobernabilidad  sea más fácil de remover cuando se encuentra en la esfera del gobierno. Remover  un ministro impopular es muy fácil y de hecho es un artífice usado a menudo  para generar nuevas expectativas. En este sentido la presidencia de Toledo ha  sido testigo de varias remodelaciones ministeriales. Ante el gigantesco  escándalo de corrupción que fueron los vladivideos, y con los fines de  recuperar cierta gobernabilidad, Fujimori intentó desligarse – aunque  indirectamente – de su pesado asesor Montesinos al desmantelar el Servicio de  Inteligencia Nacional (SIN).40  Ahora, cuando estos  mismos factores se encuentran en las esferas del régimen y del sistema  político, son evidentemente más difíciles de remover. Es cierto que Fujimori  logró modificar el marco institucional en 1992 pero los tiempos de excepción  por los que transitaba el país – sin mencionar la relativa mansedumbre de la  comunidad internacional hacia el autogolpe – otorgaron a Fujimori la suficiente  legitimidad para liderar aquel Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional.  Dicho esto el mayor inconveniente del esquema de  Morlino, para nuestros fines, es que no da cuenta del carácter dinámico de la  gobernabilidad. Hasta aquí hemos visto que la legitimidad es –  independientemente de la calidad de los hombres en el poder o de las situaciones  a las que se enfrentan – el motor de la gobernabilidad. Pero la legitimidad no  es un dato fijado en el mármol, incluso después de elecciones democráticas41 . Un gobierno no sólo  toma decisiones sino que se auto legitima permanentemente a través de las  medidas que toma. Gobernar implica por lo tanto recrear de forma continua la  legitimidad suficiente como para implementar determinadas políticas. Quizás sea  David Easton y su modelo sistémico “inputs – outputs” el autor que mejor  captó la dimensión dinámica del sistema político: 
   Fuente: Easton, David: Esquema para el análisis político,  pág. 154 Easton detalla cierta cantidad de sistemas – que,  por su complexidad, no retomaremos – influyendo cada uno sobre uno de los dos ambientes  intra y extrasocietales; estos dos ambientes son por lo demás muy  similares a lo que Torre describe como demandas internas y presiones externas. El  sistema político convierte aquellas demandas recibidas de ambos sistemas en  productos (que van de políticas públicas concretas hasta medidas más  simbólicas), repercutiéndose en los diferentes sistemas que van así generando  nuevos inputs. Nuestro análisis sobre el Perú enfocó más que nada  cuestiones internas; por lo que no hemos hablado demasiado del ambiente  extrasocietal, excepto en el caso de la primera presidencia de García  durante la que su política económica heterodoxa iba claramente a contra  corriente de las prescripciones financieras internacionales, fragilizando  enormemente su gobernabilidad.  Sin embargo no quiere  decir que fueron inexistentes. No cabe duda que las presiones del FMI a los  fines de los 90s terminaron por influir determinadamente sobre el rumbo  económico del Perú. Si Fujimori se mantuvo en el poder después del autogolpe es  también porque el rechazo de la comunidad internacional se esfumó al poco  tiempo y que los Estados Unidos no reconocieron a Máximo San Román tras que éste prestara juramentó al  cargo de Presidente Constitucional.  Cuando el gobierno de Toledo asoció al Perú a la lucha contra el terrorismo y  el narcotráfico, recibió el respaldo diplomático de los Estados Unidos  acompañado de una ayuda evaluada a 150 millones de dólares42 .  Otro ejemplo de cómo el contexto internacional puede, a priori,  facilitar la gobernabilidad fue la recién calificación de Perú al “grado de  inversión” (en oposición al “default”) por las agencias calificadoras  Standard & Poors y Fitch43 .  Sinónima de buena salud económica esta categoría actúa como una inconfundible señal  hacia los inversionistas, quienes inyectan más capitales en el país. Las mismas  exportaciones peruanas se benefician hoy de un contexto internacional  particularmente favorable: gracias a la demanda continua de países como China,  los precios de los minerales peruanos se mantienen a niveles muy altos. No  obstante, y como lo pudimos ver a través de la presidencia de Toledo, la  mejoría en términos económicos no garantiza per se una mayor  gobernabilidad. La economía solamente procura recursos. La gobernabilidad es en  cambio una  cuestión fundamentalmente política en la que la “manera en que los distintos  intereses son intermediados entre la sociedad civil y el Estado” cuenta más que  la “magnitud objetiva del rendimiento macroeconómico”44 . Con  estos dos modelos en mente, presentamos a continuación un esquema sobre la  gobernabilidad, esquema que no tiene otro merito que el de combinar la  perspectiva comprehensiva de Leonardo Morlino con la más dinámica de David Easton: 
   El clima está constituido por las  demandas internas y las presiones externas quienes determinan la naturaleza y  la cantidad de inputs, o materia prima a la que el gobierno deberá de  alguna manera responder. Los inputs a su vez pueden ser elevados por su grado  de intensidad y/o por su diversidad; a la inversa, los inputs son bajos cuando  son pocos y/o bien canalizados. Cuanto más elevados son los inputs más complicada  será la tarea del gobierno; para enfrentarlos deberá contar con un liderazgo  ágil y eficiente. Pero la gobernabilidad no se limita a una simple retroalimentación  de determinadas demandas políticas. El liderazgo se caracteriza también por la  facultad que tienen las elites gubernamentales a marcar el rumbo que les  parezca más adecuado, desprendiéndose a menudo de las promesas electorales que  las llevaron al poder. Por este motivo hemos indicado dentro de los  determinantes de un gobierno sus orientaciones ideológicas y los cálculos  políticos que hace para mantenerse en el poder (este último punto cobra  especial importancia cuando el gobierno se encuentra en fase pre electoral). Las  respuestas, u outputs, del gobierno pueden desembocar sobre: - La satisfacción, aunque parcial, de las demandas - La exacerbación de dichas demandas al verse no resueltas  - La neutralización de las mismas al generar nuevas demandas    Al margen de su relación más o menos  directa y más o menos exitosa con la sociedad, el gobierno también se mueve sobre  una arena propiamente política. Desde nuestra perspectiva el arte de gobernar  consiste, más allá de todo tipo de políticas públicas, en la facultad para  maniobrar recursos políticos, hacerse con las reglas del régimen político e  interrelacionarse estratégicamente con sus diferentes componentes. Esta  facultad es la que los franceses suelen llamar peyorativamente “politique  politicienne”. Es sin embargo imprescindible a la hora de entender cómo y  porqué ciertos gobiernos mantienen altos niveles de gobernabilidad a pesar de  magros éxitos económicos y sociales.  Finalmente está el sistema político o el  gran espacio de los, podríamos decir, “no titulares de autoridad”. Para nuestro  enfoque lo importante, más allá de quienes componen este espacio, es indagar qué  elementos facilitan o dificultan la gobernabilidad. Es evidente que hay  sociedades más conflictivas que otras, y por lo tanto más difíciles de  gobernar, aún con los líderes más idóneos y el mejor andamiaje institucional.  No es lo mismo gobernar en Colombia, Sudán o en Noruega. A veces incluso no  hace falta que la sociedad sea particularmente conflictiva para poner en  peligro a la gobernabilidad. El caso italiano es bastante ilustrativo al  respecto, por lo que dentro del sistema político hemos preferido a la  terminología de Morlino la de “estructuras sociales” – en las que debe  priorizarse el análisis de los clivajes étnicos, lingüísticos, religiosos o  económicos – y de “cultura política”, concepto algo borroso pero que remite  sobre todo a diversos aspectos informales de la sociedad que denotan grados de  cooperación o bien de conflicto. Para sólo dar un ejemplo, la cultura alemana  de concertación entre patrones y sindicatos tiende a evitar los conflictos  sociales, lo que favorece a su vez la gobernabilidad en este país. En Francia  la cultura “huelguista” que consiste a poner el máximo de presión sobre el  gobierno para poder negociar mejor alienta la parálisis, lo que puede  desembocar en sucesivas crisis de gobierno.  En el caso peruano abogamos que la  integración económica y social del “Perú andino” constituye uno de los mayores  desafíos, sino el principal, para los próximos gobiernos. Por ahora el contexto  macro económico es extremamente favorable, lo que aumenta los márgenes de  maniobra del gobierno y permite ver el futuro con cierto optimismo. Sin embargo  este optimismo no debe hacernos olvidar la fractura socio económica, e incluso  étnica. En un contexto menos favorable dicha fractura podría revelarse a la  clase política como un verdadero polvorín social. En resumen, el esquema sobre la  gobernabilidad que hemos presentado reposa sobre tres grandes pilares: el  clima, el gobierno y el contexto. La delimitación conceptual permite abordar la  cuestión de la gobernabilidad desde distintos enfoques: en función de si el  analista piensa que los problemas se deben más a un problema de liderazgo, la  atención será prestada sobre la esfera reducida del gobierno. Se analizará más  detenidamente el régimen político si se considera que el mayor problema es  institucional, tal como se lo planteó en la década de los 80s cuando los “anti”  y los “pro" presidencialismo debatían sobre la estabilidad del régimen. Se  enfocará finalmente más sobre el contexto si se piensa que las dificultades del  gobierno tienen profundas razones históricas. Estos tres enfoques (individuos,  instituciones, contexto) no son excluyentes, muy al contrario. El esquema  propuesto permite privilegiar un abordaje particular a la vez que mantiene una  perspectiva cabal del fenómeno de gobernabilidad. Una vez la cuestión del  abordaje resuelta, queda por tarea principal la de analizar la capacidad que  tiene el gobierno de responder a las demandas. Es ahí donde la perspectiva  dinámica de Easton nos es verdaderamente útil: comparando los inputs y outputs sobre determinado tiempo – dado que la gobernabilidad implica un proceso de  retroalimentación permanente – podemos apreciar si un gobierno, valga la redundancia,  gobierna con eficacia o si al contrario se encuentra en posición de  ingobernabilidad al no poder contrarrestar el flujo de demandas.  A nivel operativo estamos conscientes de que  no hemos avanzado mucho. La gobernabilidad sigue un concepto, al igual que la  legitimidad, altamente abstracto. Su medición resulta casi imposible. Con los  fines de indicar si un gobierno tiene mayor o menor gobernabilidad, sugerimos a  continuación un esquema sencillo basado sobre el clima, la arena política (en  un sentido restringido remite al escenario político, en un sentido más amplio  puede también comprender la comunidad política) y la capacidad gubernamental  (que es básicamente la capacidad de liderazgo en un determinado contexto). Dos  posibilidades para cada una de estas esferas: tal como lo hemos definido el  clima puede ser de inputs elevados (por su cantidad y/o intensidad) o bajos  (caso de demandas bajas o fácilmente “canalizables”). A falta de mejor  terminología la arena política puede ser favorable (vale decir con  instituciones agiles, una administración eficiente, unos partidos políticos  responsables, etc.) o en su contrario paralizante. De estas dos primeras  esferas resultará en gran medida la capacidad, amplia o baja, del gobierno  aunque las capacidades de liderazgo son también para tomar en consideración: un  gran líder sabe revertir las dificultades en oportunidades, y viceversa, un  liderazgo torpe puede generar ingobernabilidad aún cuando todos los otros  indicadores dieran señales positivas. Combinando las posibilidades de la  siguiente manera… 
 … obtenemos 8  escenarios, de los cuales uno se acerca a un nivel de gobernabilidad optimo y  otro representa un grado de ingobernabilidad casi absoluto:    
                  
                    
                      | CLIMA | ARENA POLITICA | CAPACIDAD GUBERNAMENTAL |   | NIVEL DE GOBERNABILIDAD |  
                      | Inputs elevados | favorable | amplia |   | –     +  + |  
                      | Inputs elevados | favorable | baja |   | –     +  – |  
                      | Inputs elevados | paralizante | amplia |   | –     –  + |  
                      | Inputs elevados | paralizante | baja |   | –     –  – |  
                      | Inputs bajos | favorable | amplia |   | +     +  + |  
                      | Inputs bajos | favorable | baja |   | +     +  – |  
                      | Inputs bajos | paralizante | amplia |   | +     –  + |  
                      | Inputs bajos | paralizante | baja |   | +     –  – |    CONCLUSION A modo de conclusión, podemos decir que la  primera presidencia de García – para ser más exacto a partir del año 1987 – se  caracterizó por un alto nivel de gobernabilidad (esquematizado en el cuarto  escenario). Los inputs eran en efecto increíblemente elevados si sumamos  al activismo terrorista del Sendero Luminoso, la hiperinflación y las fuertes  presiones del FMI. La arena política no era especialmente paralizante hasta que  aparecieran serias divergencias dentro del partido oficialista y la hostilidad  de los grandes medios de comunicación – no para nada llamados el cuarto poder  en los Estados Unidos –. A partir de este conjunto de factores García mucho no  podía hacer sino ir mal que bien al término de su mandato presidencial.  Alberto Fujimori conoció una situación un  poco inversa. Es decir, hasta el autogolpe de 1992 la arena política era en  buena medida paralizante. Con la redistribución de los miembros del Congreso,  convertido por reforma constitucional en unicameral, la situación cambió  drásticamente. Los logros en materia de seguridad y de estabilización de la  economía confirieron a Fujimori una popularidad sin precedentes, reforzando su  legitimidad –  una legitimidad de  resultados diría Deutsch45  – y  otorgándole una amplia capacidad gubernamental. La segunda parte de su segundo  mandato marca un largo declive, síntoma también de la dificultad que tienen los  regímenes personalistas para mantenerse en el poder e institucionalizarse: el  gobierno de Fujimori sufrió denuncias cada vez más insistentes de exacciones  sobre los derechos humanos a las que sólo respondió con más autoritarismo, lo  que alimentaba un creciente malestar dentro de la población. La oposición anti  Fujimori aprovechó la brecha y logró, aunque tardíamente, “coagularse” bajo  Toledo como frente opositor. En aquel momento la legitimidad pareció cambiar de  lado y Fujimori terminó perdiendo toda capacidad gubernamental a partir de la  revelación pública de los vladivideos.  Alejandro Toledo estaría más encasillado en  el segundo escenario, es decir unos inputs moderados - elevados (considerando  una comunidad financiera internacional muy a favor de Toledo, lo que contrastaba  singularmente con las luchas sociales contra las privatizaciones en el plano  interno) con una arena favorable (recordemos el consenso general sobre la  reconstrucción democrática y una oposición por entonces responsable y moderada)  y un liderazgo que al fin y al cabo aplicaba a la letra el recetario del  Consenso de Washington, cayendo de esta manera en el defecto desarrollista que  consiste en pensar que el solo crecimiento económico lleva automáticamente a  “la democracia, la justicia social, la educación y todo lo demás”46   La gran diferencia hoy con Alan García no  reside en un cambio de fondo: el rumbo económico sigue fundamentalmente el  mismo. La diferencia está más bien en la forma. Primero la economía de mercado  abierta a la competición está mejor aceptada dentro de la población; ya el  consenso es casi general y el vecino chileno – a pesar de comprensibles rencores  históricos – está desde el punto de vista económico citado en ejemplo a seguir.  Segundo, el perfil más “político” de García, en comparación con el tecnicismo  de Toledo, así como también su postura de hombre de Estado por arriba de las  luchas partidarias, le otorgan hoy mayor gobernabilidad; por lo que  definiríamos el actual escenario peruano de satisfactoriamente “gobernable”  (equivalente en nuestra tabla al primer escenario). Esto, con todas las  advertencias que ya expresamos sobre el actual éxito económico peruano. Por  supuesto esto merecerá una reevaluación a medida que se acerquen las próximas  elecciones presidenciales en 2011 y se agudicen las tensiones sociales. Aquí hemos dado algunas conclusiones, o si se  quiere interpretaciones, sacadas de la experiencia peruana a partir del modelo  de gobernabilidad que sugerimos. Con esto no pretendemos que dicho modelo nos haya  revelado datos insospechados sobre el Perú. Entrar en la cuestión de la  gobernabilidad es sin embargo tarea exigente; siempre invita a hacer un  diagnostico lo más completo y profundo posible. En este sentido tener un mejor  entendimiento conceptual sobre la gobernabilidad debería facilitar el análisis  de distintos escenarios políticos en distintos momentos históricos al  indicarnos adonde mirar y que elementos de importancia relevar. El grado de  abstracción de nuestro modelo lo habilita a “viajar”, para retomar la expresión  de Giovanni Sartori47 .  Esperamos también que sea de utilidad a la hora de  reconocer potenciales situaciones de crisis;  sólo así responderá a su verdadera ambición que es la de anticipar y evitar  aquellas situaciones de ingobernabilidad o, llegado el caso, de enfrentarlas  con la mayor eficacia.    *Egresado de la Facultad de Ciencias  Sociales – Carrera de Ciencia Política.  (UBA)   BIBLIOGRAFIA Libros Aznar, Luis y De Luca, Miguel (comp.): Política. Cuestiones y problemas, Ariel Bethell, Leslie (ed.): Historia de América Latina, Cambridge University Press Crítica Bobbio, Norberto: El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica Bobbio, Norberto: La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento  político, FCE México Deutsch, Karl: Los nervios del gobierno, FCE México Easton, David: Esquema para el análisis político, Amorrortu editores Grondona, Mariano: Las condiciones culturales del desarrollo económico, Ariel Planeta Grondona, Mariano: La corrupción, Planeta Halperin D’Honghi, Tulio: Historia contemporánea de América Latina, Alianza Editorial Perea Anduiza, Eva: Metodología de la   Ciencia Política, Prometeo Huntington, Samuel: La tercera ola. La democratización a finales del siglo XX, Paidós Lipset,  Seymour: Diez textos básicos de ciencia  política, Ariel Ciencia Política Mainwaring,  Scott y Shugart Matthew: Presidencialismo  y democracia en América latina, Paidós Morlino,  Leonardo: Cómo cambian los regímenes  políticos, Madrid   Sartori, Giovanni: La política. Lógica y método en las ciencias sociales, FCE México Solanet, Manuel: La hiperinflación del 89, Lumiere Torre, Juan Carlos: El proceso político de las reformas económicas en América Latina,  Paidós Archivos Alan García, Discurso de Investidura 2006, véase  en http://www.retoricas.com/2009/06/discurso-presidencial-alan-garcia-28.html Biografía de Alan  García, véase en http://www.cidob.org/es/documentacion/biografias_lideres_politicos/america_del_sur/peru/alan_garcia_perez  Biografía de Alberto  Fujimori, véase en http://www.cidob.org/es/documentacion/biografias_lideres_politicos/america_del_sur/peru/alberto_fujimori  Biografía de Alejandro  Toledo, véase en http://www.cidob.org/es/documentation/biografias_lideres_politicos/america_del_sur/peru/alejandro_toledo_manrique
 Constitución política  del Perú, véase enhttp://www.tc.gob.pe/legconperu/constitucion.html
 Cuadros de datos históricos anuales – Index  Mundi, véase enhttp://www.indexmundi.com/g/g.aspx?c=pe&v=66&l=es
 Mapa político de la  región, véase en http://e.eltiempo.com/media/produccion/mandatarios/index.html  Mensaje a la Nación del Presidente del  Perú, ingeniero Alberto Fujimori, el 5 de abril de 1992, véase en http://www.congreso.gob.pe/museo/mensajes/Mensaje-1992-1.pdf  Resolución legislativa declarando la  permanente incapacidad moral del presidente de la Republica y la vacancia  de la presidencia de la   República, véase en http://www.congreso.gob.pe/museo/mensajes/A-Mensaje-2000-5.pdf  Oficina Nacional de  Procesos Electorales, véase enhttp://www.web.onpe.gob.pe/Elecciones.php?c_tipo=0&c_texto=0
 Resultados electorales: 1980-2006 (Presidente),  véase en http://www.perupolitico.com/?page_id=243#2006a  Resultados macroeconómicos – Pro Inversión, véase  enhttp://www.proinversion.gob.pe/0/0/modulos/JER/PlantillaStandardsinHijos.aspx?ARE=0&PFL=0&JER=62
 
 Artículos académicos
 Burt, Jo-Marie: Jugando a la política con el  terror. El caso del Perú de Fujimori, véase en http://www.scribd.com/doc/33746694/Jugando-con-la-politica-del-Terror-El-caso-del-Peru-de-Fujimori  Ducatenzeiler,  Graciela y Oxhorn, Philipp: Democracia, autoritarismo, y el problema de la  gobernabilidad en América latina, Desarrollo  Económico vol. 34 n°133 Goldstone, Jack: A global model for forecasting political  instability, vésase en http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/j.1540-5907.2009.00426.x/pdf  Panfichi, Aldo: Perú  Elecciones 2006: Auge y caída del nacionalismo de Ollanta Humala, véase  en http://lanic.utexas.edu/project/etext/llilas/vrp/panfichi.pdf  Tanaka, Martín: Cultura política democrática en el Perú,  véase enhttp://www.scribd.com/doc/9298202/Cultura-Politica-Democratica-en-El-Peru
 Tanaka, Martín &  Vera, Sofía: Perú: entre los sobresaltos electorales y la agenda pendiente  de la exclusión, véase enhttp://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-090X2007000100014&script=sci_arttext
 Artículos de prensa Tensa  calma en Arequipa, véase en http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/latin_america/newsid_2050000/2050333.stm
 S&P  sube calificación de Perú a grado de inversión, véase  enhttp://lta.reuters.com/article/idLTAN1445628520080714
 Videos 5 de abril de 1992 – golpe de Estado de  Fujimori, véase en http://www.youtube.com/watch?v=2GTzuaXMxww
 Alan García – el vencedor, véase enhttp://www.youtube.com/watch?v=icsIGAWAIt8&feature=related
   1  Véase en http://www.offnews.info/verArticulo.php?contenidoID=4814    
                  
                  
                  
                    4  Torre, Juan Carlos: El  proceso político de las reformas económicas en América Latina, pág. 18 
                    5  Huntington, Samuel: La tercera ola. La democratización a finales del siglo XX, Paidós  
                    6  Bobbio,  Norberto: El futuro de la democracia,  pág. 44 
                    7  Aznar, Luis y De Luca, Miguel (comp.): Política. Cuestiones y problemas, pág. 124 
                    8  Presidencia iniciada el 22 de noviembre de 2000 y  concluida el 28 de julio de 2001  
                    9  Ducatenzeiler, Graciela y Oxhorn, Philipp: Democracia,  autoritarismo, y el problema de la gobernabilidad en América latina, p.40 
                    10  Bethell,  Leslie (ed.): Historia de América Latina,  pág. 101 
                    11  Bethell,  Leslie (ed.): Historia de América Latina,  pág. 98 
                    12  Torre, Juan  Carlos: El proceso político de las  reformas económicos en América latina, pág. 16 
                    13  Bethell,  Leslie (ed.): Historia de América Latina,  pág. 100 
                    14  Solanet,  Manuel: La hiperinflación del 89,  pág. 225  
                    16  Deutsch, Karl: Los nervios del gobierno, pág. 20  
                    18  Bobbio,  Norberto: La teoría de las formas de  gobierno en la historia del pensamiento político, pág. 187Sobre esta interesante  cuestión Norberto Bobbio, retomando la distinción schmittiana entre dictador  comisario y dictador soberano, explica: “mientras el dictador comisario  permanece dentro de los límites de la constitución, el dictador soberano pone  en juego toda la constitución preexistente y se atribuye la tarea  extraordinaria de crear una nueva; el dictador comisario es constituido, el  dictador soberano es constituyente; el primero recibe su poder de la autoridad  constituida, el segundo es el producto de una autoinvestidura (o de una  investidura simbólicamente, pero solo simbólicamente, popular).
 
                    20  la  reelección presidencial mediante el uso de la reforma constitucional constituye  un antecedente en América Latina, antecedente rápidamente seguido por Argentina  en 1994, Venezuela en 1999, Colombia en 2005, Ecuador en 2008 y Bolivia en  2009. 
                    
                    
                      21  Grondona Mariano: La  corrupción, pág. 92  
                      22  Lipset, Seymour: Diez  textos básicos de ciencia política,   pág. 127Recordemos que para Lipset, el desarrollo económico es el mejor garante  de la democracia: “El crecimiento de la riqueza no sólo se relaciona  causalmente con el desarrollo de la democracia al alterar las condiciones  sociales de los trabajadores, sino que también afecta el papel político de la  clase media, al modificar la estructura de estratificación social de manera que  su perfil pasa de ser una pirámide alargada, con una gran base de clase baja, a  ser un diamante con una clase media creciente. Una clase media grande desempeña  un papel  mitigador, moderando el  conflicto, ya que puede premiar a los partidos moderados y democráticos y  penalizar a los grupos extremistas.”
 
                      30  Ducatenzeiler, Graciela y Oxhorn,  Philipp: Democracia, autoritarismo, y el problema de la gobernabilidad en  América latina, pág. 39 
                      34  Grondona,  Mariano: Las condiciones culturales del  desarrollo económico, pág. 144 
                      36 Deutsch, Karl: Los nervios del  gobierno, pág. 20 
                      37  Huntington,  Samuel: La tercera ola. La  democratización a finales del siglo XX, pág. 54 
                      41  Karl Deutsch al respecto diferencia  “legitimidad genética” y “legitimidad de resultados”, véase en Deutsch,  Karl: Política y gobierno, FCE México 
                    
                      44  Ducatenzeiler, Graciela y  Oxhorn, Philipp: Democracia, autoritarismo, y el problema de la  gobernabilidad en América latina, pág. 40 
                      45  Aznar, Luis  y De Luca, Miguel (comp.): Política.  Cuestiones y problemas, pág. 126 
                      46  Grondona,  Mariano: Las condiciones culturales del  desarrollo económico, pág. 17 
                      47  Sartori, Giovanni: La política.  Lógica y método en las ciencias sociales, pág. 272   |