Revista Nº11 "INSTITUCIONES Y PROCESOS GUBERNAMENTALES VII"

RESUMEN
El presente trabajo constituye un análisis en perspectiva comparada de las presidencias de Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa, dos mandatarios radicales que tuvieron distintos estilos de gobierno pero que debieron atravesar crisis similares que finalizaron con su gestión antes de la fecha marcada por la Constitución Nacional. Alfonsín se constituyó como un líder natural del radicalismo a partir de 1983, mientras que De la Rúa tuvo mayores dificultades para marcar su iniciativa política, lo que generó trabas al momento de administrar el país y relacionarse con su partido. Los obstáculos económicos se constituyeron en los ejes más problemáticos para ambos radicales, que también sufrieron problemas de gobernabilidad a raíz de la escasa colaboración que brindó el peronismo para garantizar su continuidad.

ABSTRACT
This paper is an analysis in a comparative perspective of the presidencies of Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa, two radical leaders that had different styles of government but had to go through similar crisis that ended with his administration before de date set by the National Constitution. Alfonsin was formed as a natural leader of de UCR from 1983, while De la Rúa find more difficult to score political iniciative, which led to barriers when administering the country and interact with his party. Economic barriers were formed on the axes more problematic for both radicals, which also suffered problems of governance in the wake of poor cooperation extended by the Peronist to ensure its continuity.

“Unión Cívica Radical: Sus problemas de liderazgo y gobernabilidad. De Alfonsín a De la Rúa en perspectiva comparada".

Por: Daniela Mozetic*

1- INTRODUCCION
Desde el retorno a la democracia, el radicalismo cumplió un rol fundamental a través del aporte de dos presidentes, Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa. En el primer caso, se trató de un mandatario elegido por el voto popular después de siete años de dictadura, mientras que en el segundo caso, fue el encargado de tomar las riendas del Poder Ejecutivo después de una década de poder menemista.
Por distintos motivos, las dos gestiones no lograron cumplir con los períodos establecidos por la Constitución Nacional y tiene que ver, al menos en parte, con la dificultad del radicalismo para la construcción de liderazgos sólidos que puedan hacer frente a las numerosas dificultades en un contexto conflictivo en Latinoamérica. Desde Marcelo T. de Alvear -que fue presidente entre 1922 y 1928-, ningún otro referente radical logró finalizar un mandato en el Sillón de Rivadavia. Por eso, aquí se buscará determinar cuáles fueron los errores de la UCR para garantizarse la gobernabilidad, en qué influyeron las personalidades de los líderes en las gestiones de gobierno y qué rol cumplió el partido durante esos períodos.
Una de las variables de análisis será el liderazgo político de cada uno de los presidentes radicales, y se evaluará su incidencia en la gobernabilidad que lograron en su paso por el Gobierno. El liderazgo político es consecuencia de la interacción de una serie de variables entre las que figuran las “características personales del sujeto, las circunstancias políticas y sociales con las que se encuentra, los condicionamientos –como crisis, luchas internas o procesos de renovación- y el cumplimiento de distintas necesidades políticas1 que rigen una determinada época histórica, lo define la autora Belén Blázquez Villaplana.
La tradicional distinción que realiza Max Weber sobre las variedades de liderazgo, han quedado parcialmente obsoletas y ya se están adoptando otras alternativas sobre esa concepción. Así surge el término ‘liderazgo innovador’, que acuña Linz y que tiene que ver con el tipo de liderazgo que rige en las actuales sociedades democráticas. Lo define como “aquel liderazgo que es realizado por personas que dirigen con éxito los desafíos que plantea a una sociedad un acontecimiento histórico concreto y cambios políticos o sociales irreversibles, ganándose el apoyo o, al menos, la aceptación de la sociedad, la aprobación del electorado y la tolerancia de las principales instituciones”.2
Tanto Alfonsín como De la Rúa obtuvieron un triunfo al momento de canalizar las demandas que tenía una sociedad en medio de la transición de la dictadura a la democracia, o luego de 10 años de un modelo neoliberal que significó el ocaso de gran parte de las estructuras sociales. Pero también son un buen ejemplo de cómo perdieron la oportunidad de hacer perdurar en el tiempo ese liderazgo, basado en la amplia legitimidad que le otorgaron las urnas y que fueron perdiendo con el correr de la gestión, hasta llega a abandonar el poder.
Asimismo, es oportuno brindar una definición sobre la gobernabilidad democrática, que es entendida como la “capacidad para canalizar los intereses de la sociedad civil en la interacción que se da entre ésta y el Estado para alcanzar el desarrollo económico en el ámbito de una sociedad democrática”. 3 En términos prácticos, la gobernabilidad está ligada a la capacidad que tiene el líder político para sobrellevar las dificultades que surgen en la relación con el resto de los poderes del Estado y con organizaciones de relevancia, como gremios, Iglesia y otras corporaciones que si bien no tienen poder de gobierno directo, tienen directa influencia en las decisiones de la administración pública con un alto poder de lobby.

2 – A- UNA DIFICIL TRANSICION DE LA DICTADURA A LA DEMOCRACIA.
Luego de más de siete años de una oscura dictadura militar, con una decisiva derrota en la guerra de Malvinas, un debilitamiento de las Fuerzas Armadas y una crisis económica, Alfonsín logró llegar al poder por el 57,1% de los votos y abrió una nueva etapa de democracia que se mantiene hasta la actualidad. La construcción de ese proyecto presidencial fue un largo trabajo que tuvo como broche final la victoria electoral, que no fue producto de la improvisación política.
La democracia aparecía como la llave para superar desencuentros y frustraciones, no solo creando una fórmula de convivencia política sino también solucionando cada uno de los problemas concretos”4, describe Romero el contexto con el que se encontró Alfonsín al momento del diseño de su campaña política. Una vez superada la veda a los partidos políticos, se multiplicaron las afiliaciones a distintas fuerzas y comenzaron las movilizaciones en defensa de un sistema democrático de gobierno. Bajo la conducción de Lorenzo Miguel, un histórico sindicalista que tenía el control sobre las 62 organizaciones, y con la candidatura de Italo Luder, el peronismo se encontraba seguro de vencer nuevamente en 1983. El radicalismo contaba con una alternativa que en 1972 había creado el Movimiento de Renovación y Cambio, Raúl Alfonsín. En esa oportunidad, no logró vencer en las elecciones internas de ese año a Ricardo Balbín, quien se convertiría en el candidato presidencial para enfrentar a Juan Domingo Perón en los comicios de 1973.
 Una vez finalizada la guerra de Malvinas, Alfonsín comenzó con un ascenso vertiginoso que se caracterizó por una firme crítica a los militares, una defensa de los detenidos políticos y un reclamo por los desaparecidos, que comenzaba a hacerse oír en medio de una sociedad que aún se encontraba ajena a esta situación. A nivel interno, la elección de 1983 significó una revancha del hombre oriundo de Chascomús, ya que logró vencer en las internas al candidato del sector balbinista, Fernando De la Rúa, otro de los protagonistas de la historia reciente de la UCR.

B- LA CONSTRUCCION DEL ÚLTIMO LIDER RADICAL
Con 56 años, Alfonsín llegó al máximo cargo político con un importante respaldo de su partido que finalmente se había visto superado por el enorme caudal de sufragios que aportaron desde otros sectores y votantes independientes. Era la primera vez que perdía el peronismo desde su creación –mientras no estuvo proscripto-, lo que daba un importante agregado al logro del radicalismo, que había tenido sus máximas victorias antes de 1945.
La figura del bonaerense se ve convertida de pronto en “titular de un universo político que desborda su infraestructura partidaria”, describe Pablo Giussani, uno de los principales biógrafos del líder radical 5. Es decir, que se había transformado en una figura nacional que superaba los límites de su fuerza, ya que había obtenido más del doble de los votos que se le adjudicaban históricamente al radicalismo, al menos durante el cuarto de siglo anterior a las elecciones. De esta manera, rompió con una tradición política argentina en la que muchas veces se votó “en contra” de un candidato y no a favor de una propuesta. A diferencia de Hipólito Yrigoyen –histórica figura de la UCR- y de Juan Domingo Perón, que construyeron su imagen política sobre la base de un antagonismo acérrimo con el enemigo, Alfonsín optó por una posición de mayor consenso que hiciera superar la etapa de oscuros enfrentamientos.
En su histórico discurso de Parque Norte de diciembre de 1985, el ex presidente dejó en claro los principales ejes de su administración, que sirvieron luego como banderas del radicalismo hasta la actualidad. Entre ellos se mencionó la democracia, la modernización junto a la ética de la solidaridad, en un momento en el que se encontraba en pleno romance con la sociedad. Uno de los pasajes de este discurso resumía el espíritu que quiso dar Alfonsín a su mandato: “La democracia que concebimos sólo puede constituirse a partir de una ética de la solidaridad, capaz de vertebrar procesos de cooperación que concurran al bien común. Esta ética se basa en una idea de la justicia como equidad, como distribución de las ventajas y de los sacrificios, con arreglo al criterio de dar prioridad a los desfavorecidos aumentando relativamente su cuota de ventajas y procurando disminuir su cuota de sacrificios. La modernización que se impulsa no puede estar al margen de estos reclamos éticos6.

C- GOBIERNO, CRISIS Y SALIDA ANTICIPADA
El gobierno que se inició el 10 de diciembre de 1983 tuvo cinco ejes fundamentales de acción que mostraron aciertos y errores, estos últimos sobre todo en el último período de gestión: los Derechos Humanos, la relación con las Fuerzas Armadas, la cuestión económica, el plano social y las relaciones internacionales, con un fuerte énfasis en los vínculos regionales.
Un cuarto de siglo después de su asunción, todavía se sigue destacando la fuerte política de Alfonsín a favor de los Derechos Humanos que tuvo como hecho simbólico el informe de la CONADEP de 1984 “Nunca Más”. El escrito elaborado por personalidades de distintas áreas especializadas sirvió como puntapié para poner un debate en la sociedad que hasta el momento había sido silenciado. A esto se sumó el enjuiciamiento a las Juntas Militares, un hecho inédito en la historia argentina que marcó el fuerte compromiso de Alfonsín con los derechos humanos.
Pero por el otro lado, se mantuvo la amenaza constante de parte de las Fuerzas Armadas, que por su disconformidad con los procesos judiciales en contra de sus miembros no permitían la consolidación total de la democracia. Esto llevó a las sanciones de las leyes de Punto Final (1986) y Obediencia Debida      (1987)–derogadas recién durante el mandato de Néstor Kirchner -, luego de los episodios de Semana Santa, con el levantamiento de los “carapintadas” y de otras dos insurrecciones que hicieron tambalear el frágil equilibrio democrático.
En el ámbito internacional, se destacó la iniciativa de Alfonsín por promover la integración con Brasil, que sería un antecedente de la firma del Tratado de Asunción en 1991 para la conformación del Mercosur que suscribieron Carlos Menem y Fernando Collor de Melo. Asimismo, en el plano social quedaron como hitos el establecimiento de la patria potestad compartida y la sanción de la ley de divorcio vincular, tras un duro enfrentamiento con la Iglesia que buscó frenar la iniciativa.
Pero el eje que se convirtió en el estigma de Alfonsín durante los casi 6 años de administración fue la cuestión económica. Es que ya asumió con una desfavorable situación a nivel regional, con la crisis de la deuda externa y un importante retraso salarial y pobreza que complicaban el inicio de la gestión. En 1985 comenzó uno de los principales flagelos de la época alfonsinista, la hiperinflación, que se intentó combatir con el Plan Austral del entonces ministro Juan Sorrouille, con la creación de una nueva moneda. El programa tuvo su efecto en el mediano plazo pero con el paso de los años volvieron las dificultades, que se profundizaron ante la falta de un plan de reformas estructurales. Con la idea de realizar un “salvataje” ante una economía que seguía en rojo, en 1988 se suscribió el Plan Primavera, como último recurso para sobrellevar la nueva crisis de hiperinflación que resultó decisiva para el fin del gobierno del dirigente oriundo de Chascomús.
Alfonsín inició su mandato en 1983 sin tener la mayoría en el Congreso, lo que ya configuraba un desafío para un gobierno que necesitaba tener cimientos sólidos. En Diputados tenía 129 de los 254 legisladores –apenas por encima del quórum- mientras que en el Senado solo contaba con 18 de los 46 senadores que componían la Cámara Alta. En 1985, el primer plan económico tuvo como “premio” el resultado electoral obtenido por el alfonsinismo en noviembre de 1985, cuando obtuvo un claro éxito en los comicios legislativos que le permitían mantener las mayorías legislativas. Pero en 1987 no se logró la misma respuesta de parte de la ciudadanía, como manera de expresar el rechazo a la difícil situación económica, y triunfó el justicialismo, con el 41% de los votos, mientras que la UCR lograba el 37%.
El fin del mandato de Alfonsín estaba previsto para el 10 de diciembre de 1989, pero las complicadas circunstancias que comenzaron a finales de 1988 obligaron a adelantar las elecciones para el 14 de mayo de 1989, cuando fue consagrado Carlos Menem. A pesar de la amarga circunstancia que significó la entrega anticipada del poder, fue “la primera vez en la historia que un gobierno democráticamente electo transfería por la vía democrática el poder a la oposición”7, aunque esto no tuvo que ver con una democracia eficiente sino con un debilitamiento de las Fuerzas Armadas y un cambio en el humor social que hacía desear la continuidad de ese sistema de gobierno.

3- A- EL FENOMENO DE LA ALIANZA
A mediados de su segundo mandato, Carlos Menem comenzó a evidenciar una crisis política que se vio plasmada en el resultado de los comicios legislativos de 1997, donde se impuso la Alianza entre la UCR y el nuevo fenómeno político de la época: el Frente para un País Solidario (FREPASO).  Este nuevo espacio estaba comandado por el “Grupo de los Cinco” que eran Raúl Alfonsín, Carlos "Chacho" Álvarez, Fernando de la Rúa, Graciela Fernández Meijide y Rodolfo Terragno. Con esta conformación obtuvo el 45% de los votos en todo el país y obtuvo una importante victoria en la provincia de Buenos Aires, con la lista que encabezó la frepasista Fernández Meijide para diputada. Con un Menem ya debilitado, que hizo un intento por competir por el tercer mandato y no lo logró, De la Rúa se consagró como presidente en diciembre de 1999, compartiendo la fórmula con el frepasista Carlos “Chacho” Alvarez. El ex jefe de Gobierno porteño llegó al poder acompañado por una fuerte campaña publicitaria que permitió ampliar su llegada a la población y, según sus propias palabras, su objetivo residía en la “construcción de un país moderno, basado en el diálogo y el consenso, el respeto a las instituciones, y la independencia de la justicia8. De esta manera, buscaba un perfil antagónico con quien había sido su antecesor, más afecto a los decretos de necesidad y urgencia, y con numerosas denuncias de corrupción sobre él y su entorno.

B- CARACTERISTICAS DE SU LIDERAZGO
De la Rúa era un dirigente con una amplia trayectoria política en el radicalismo, proveniente del ala balbinista que contaba en su currículo con cargos legislativos y con el logro que significó convertirse en el primer jefe de Gobierno porteño después de la reforma de la Constitución Nacional. Si bien la salida de Alfonsín del gobierno había resultado traumática tanto para la sociedad como para el propio partido, una década después el bonaerense ya había recuperado gran parte de su liderazgo político y, sin dudas, se convertía en una figura de referencia, más allá de la conducción formal del Poder Ejecutivo. Incluso, en 1999 fue elegido como presidente del Comité Nacional de la UCR, lo que le daba un lugar de mayor influencia sobre las decisiones del partido. Esta permanente presencia de Alfonsín en todos los foros de discusión internos, tuvo también sus consecuencias al momento de determinar el candidato presidencial de 2007, cuando ungió al ex ministro Roberto Lavagna ante la falta de postulantes radicales y antes de su muerte también pugnó por la reunificación partidaria y el retorno de Julio Cobos a la fuerza, después de la fallida experiencia de la Concertación con el kirchnerismo.
En palabras de “Chacho” Álvarez, “en el radicalismo, a pesar de que De la Rúa era uno de sus dirigentes históricos más importantes, nunca llegó a tener un peso decisivo en la estructura partidaria a nivel nacional. Era más bien una figura fuerte de la Capital Federal. Sin dudas, el líder más representativo de la UCR era Alfonsín. Creo que en alguna medida, y a pesar de los fracasos lo sigue siendo”.9 De la Rúa nunca se caracterizó por ser una figura carismática, pero tampoco logró construir un perfil mediático como había logrado hacer Carlos Menem.

 

C- GESTION Y CAIDA
Las elecciones de 1999 consagraron la fórmula De la Rúa-Alvarez para el Poder Ejecutivo pero al mismo tiempo, no alcanzó para que la Alianza se constituyera como mayoría en el Congreso. En Diputados, era la primera minoría con un total de 127 legisladores sobre 257, mientras que en el Senado, el Partido Justicialista tenía 39 de los 72 legisladores, lo que le daba quórum propio. Lo mismo sucedía en las gobernaciones, donde el justicialismo mantuvo el dominio territorial. Esta situación, que en un principio se trató de un desafío para la Alianza, constituyó luego uno de sus más serios inconvenientes que derivaron en una crisis de gobernabilidad. Leiras lo identifica como un “gobierno dividido o semidividido, con un Poder Ejecutivo encabezado por un líder político que si bien acredita una larga militancia en el seno de la UCR, la misma no dio lugar a la consagración como un auténtico líder partidario10.
Asimismo, se establece que su liderazgo político estuvo caracterizado por un “proceso decisorio con fuerte anclaje en su entorno personal y en detrimento de los partidos que integraron la coalición de gobierno”.11
La conformación del “grupo Sushi”, reconocido como el círculo de confianza de De la Rúa y una usina generadora de ideas, fue una de las causas del alejamiento que tuvo con respecto a las figuras de la coalición gobernante. Entre ellos figuraban su hijo Antonio De la Rúa y el ex titular de la SIDE Fernando de Santibañes, y otros referentes que se caracterizaban por comer comida japonesa en la zona de Las Cañitas, en abierto antagonismo con la “pizza con champán” que caracterizó al gobierno de Menem.
En este punto, existe coincidencia acerca de que el porteño no tenía un liderazgo indiscutido sobre la UCR, lo que también quedó demostrado al momento de seleccionarlo como candidato para la interna de 1998, más por la falta de candidatos que por su superioridad frente a otras opciones.
La primera gran crisis institucional que debió superar fue la denuncia acerca de la existencia de supuestas coimas en el Senado para la aprobación de la ley de Reforma del Mercado Laboral. La inacción política frente a este escándalo que trascendió los límites parlamentarios motivó la salida del gobierno de su vicepresidente y algunos cambios de menor relevancia en el gabinete ministerial. “Chacho” Alvarez relata una situación que revela el perfil de De la Rúa y recuerda que “si bien veía que la situación era extremadamente complicada, lo más preocupante era la ausencia de voluntad política para marcar claramente el límite entre lo que dejábamos atrás y las señas de identidad de un gobierno distinto”. Esa ideología conservadora “no anidaba solo en lo ideológico sino también el continuismo político”12. Esta situación significó una importante pérdida de autoridad de la figura del presidente, que ahora quedaba solo al frente del Poder Ejecutivo.
También se le endilgaba que no llevaba a la práctica iniciativas políticas por la presión que ejercían las corporaciones involucradas y, varios ministros, como Juan Pablo Cafiero, tomaban decisiones inconsultas que luego se contradecían con las órdenes del Jefe de Estado.
Las elecciones de octubre de 2001 fueron un certero termómetro del clima social y allí quedó consagrado lo que luego se llamaría el “voto bronca” –que sumaba los sufragios impugnados, nulos y en blanco-, que obtuvo el 42,67% de los votantes habilitados, una cifra que estaba por encima de la suma de los votos recibidos por los dos partidos mayoritarios. En esa oportunidad se elegía la totalidad de la Cámara de Senadores y una renovación parcial de diputados y significó la derrota de la Alianza. Este test electoral se produjo en un contexto de profundo desencanto con la experiencia que se había iniciado tan solo dos años atrás y también hacia los “partidos políticos tradicionales, la clase política y sus prácticas políticas habituales13.
Pero además de estas dificultades en lo institucional, surgieron inconvenientes en el plano económico, que motivaron el retorno de Domingo Cavallo al ministerio de Economía en marzo de 2001, después de la experiencia menemista. El objetivo central era superar la recesión que esta afectando al gobierno de De la Rúa y el economista era visto tanto por el gobierno como por la opinión pública como la única salida al duro momento. Con un plan de ortodoxia económica, que buscaba frenar la fuga de capitales, inició un plan de déficit cero –resistido incluso por los radicales al momento de votarlo en el Congreso-, luego el megacanje y, por último, la medida que desembocaría en un caos social e iniciaría el derrotero de De la Rúa hacia su renuncia: el ‘corralito financiero’ dictado el 1º de diciembre de 2001, que establecía un límite a las extracciones de los bancos por un plazo de 90 días. 
A partir de allí se multiplicaron las manifestaciones populares, los reclamos de los ahorristas, ‘cacerolazos’ y ya sobre mediados del mes de diciembre comenzaron los saqueos en distintos puntos del conurbano bonaerense. Según describe Leiras, en ese punto De la Rúa se jugó la última carta al ofrecer a la oposición un “nuevo pacto de gobernabilidad para garantizar la continuidad institucional14, y también se dispuso el Estado de Sitio para restablecer el orden. Pero la propuesta no fue aceptada por el justicialismo, que miraba los hechos como una oportunidad para situarse nuevamente en el poder, después del fracaso de la Alianza.
La situación se volvió incontrolable y motivó, primero, la renuncia de gran parte del gabinete radical y el 20 de diciembre la salida de De la Rúa del poder, con la recordada imagen del helicóptero abandonando la terraza de la Casa de Gobierno.
Según las palabras de De la Rúa “Fue la dinámica de la crisis social, la que aceleró esta semana los tiempos de la crisis política y económica, con la inexorabilidad del default y la devaluación, la salida del Ministro de Economía y la caída del Presidente15.
De la Rúa deja el gobierno con sólo 4% de imagen positiva en su gestión, con la recesión más larga de la historia, el récord de desempleo y el mayor estallido social desde 1919, describe Rosendo Fraga en un análisis sobre el 2001. 16

4- EL JUEGO DE LAS DIFERENCIAS
Según la construcción teórica que realiza Blázquez Villaplana, la conformación de un líder político tiene que ver con la interacción de una serie de variables fundamentales que tienen que ver con
* Las características personales: Alfonsín y De la Rúa tuvieron sus orígenes políticos en dos corrientes bien diferenciadas del radicalismo, lo que se mantuvo durante gran parte de su gestión. El primero, perteneciente al Movimiento de Renovación y Cambio siempre adoptó un perfil más cercano al centroprogresismo que aún siguen reivindicando sus seguidores. Se trató de un líder de gran llegada a la ciudadanía que logró convocar a un millón de personas al cierre de su campaña en octubre de 1983 en el Obelisco. Cabe aclarar que esta multitud se acercó no solo por sus características personales sino también por la expectativa que generaba una salida democrática de la dictadura.
En cambio De la Rúa -seguidor de Balbín-, siempre mantuvo una postura más moderada en sus iniciativas políticas que permitió que construyera un perfil de menor relevancia mediática y con un nivel de seguimiento menos fervoroso de parte de los militantes partidarios.

* Los condicionamientos, como crisis, luchas internas de partido y procesos de renovación: Durante los seis años incompletos que duró su mandato, Alfonsín tuvo un dominio total sobre la estructura partidaria, lo que quedó comprobado en 1984 cuando los líderes de la UCR suspendieron la cláusula en la Carta Orgánica del partido que impedía que los funcionarios electos ocuparan cargos en el partido. Por eso es que pudo mantenerse como jefe del Comité Nacional mientras era Presidente de la Nación, aglutinando en una misma persona los dos cargos más importantes para la UCR. Así es como mantuvo a todo el partido encolumnado detrás de su figura durante gran parte de su mandato.

De la Rúa no pudo lograr el mismo objetivo en cuanto al liderazgo partidario y la presencia de Alfonsín siempre significó un obstáculo al momento de transformarse en el conductor de la UCR.  Alfonsín fue uno de los integrantes del Instituto Programático de Alianza (IPA) encargado de elaborar la plataforma del frente electoral para las elecciones de 1999, pero una disputa con el sector interno de De la Rúa, motivó su renuncia al cargo, y el porteño diseñó su propio programa de gobierno. Una de las diferencias que hubo entre ambos líderes también tuvo que ver con la firma del Pacto de Olivos en 1994, donde Menem y Alfonsín acordaron una reforma constitucional que como punto central contemplaba la reelección.
* Las necesidades políticas: La construcción de la plataforma política de Alfonsín sirvió como respuesta al reclamo de mayor institucionalidad que sobrevino después de la dictadura militar. Así debió dar un papel preponderante a la lucha por los Derechos Humanos, que tuvo su momento máximo con el Juicio a las Juntas pero al mismo tiempo tuvo que lidiar con permanentes amenazas militares que ponían en peligro su continuidad. En el caso de De la Rúa, una década después, las Fuerzas Armadas se encontraban más debilitadas y las preocupaciones del presidente radical tenían que ver con el armado de un plan de gobierno centrado en la lucha contra la corrupción, -que había distinguido a la gestión de su predecesor-, un fortalecimiento de las instituciones y la recuperación del papel del Estado después de 10 años del modelo neoliberal. Más allá de sus intenciones, gran parte de sus proyectos no pudieron ser llevados a la práctica por la disidencia del justicialismo y su falta de iniciativa política que chocaba con las presiones de las corporaciones.  

5- ALFONSIN Y DE LA RUA EN PERSPECTIVA COMPARADA

 

RAUL ALFONSIN

FERNANDO DE LA RUA

ULTIMA ELECCION DIRECTA

1973 - Diputado nacional por la provincia de Buenos Aires

1996 - Primer jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires

TRIUNFO ELECCION PRESIDENCIAL

1983

1999

CRISIS ECONOMICA

Crisis de la deuda externa e hiperinflación. Dos planes económicos de relevancia.

‘Corralito’ financiero, ajuste y recorte de sueldos.

CRISIS DEL ESTADO

SI.

 Si.

CRISIS DE REPRESENTACION

No.

Si, con movilizaciones populares centradas en el concepto de la “antipolítica”. Voto bronca.

ESTRATEGIA DECISIONISTA DE LIDERAZGO POLITICO

No.  

 No.

ESTILO POPULISTA DE LIDERAZGO

No. Aunque con un nivel medio de centralidad de la gestión en el líder.

 No. Falta de iniciativa política y liderazgo.

RECURSOS DE EXCEPCION

8 decretos y 48 vetos a leyes (7,59% del total de las leyes sancionadas en su período de gobierno)

73 decretos (3 por mes).

RECURSOS ALTERNATIVOS

Creación de slogans publicitarios y una fuerte campaña en los medios. Tecnocracia.

Campaña electoral con gran contenido publicitario.

REFORMA DEL ESTADO

NO

NO

REFORMA CONSTITUCION NACIONAL

NO

NO

DURACION MANDATO

10 de diciembre de 1983 al 8 de julio de 1989

10 de diciembre de 1999 al 20 de diciembre de 2001

MOTIVOS FINALIZACION DE MANDATO

Renuncia y elecciones anticipadas.

Renuncia.


A - ULTIMA ELECCION DIRECTA
Antes de ganar las elecciones presidenciales de 1983, la última competencia de la que participó Alfonsín fue en 1973, cuando fue elegido diputado nacional por la provincia de Buenos Aires, un cargo que ya había ocupado previamente pero a nivel provincial en 1958. En tanto, el antecedente inmediato de la elección de De la Rúa como presidente fue la contienda por la jefatura de Gobierno porteña en 1996, donde obtuvo el 40% de los votos y se convirtió en el primer dirigente en ocupar ese cargo después de la reforma constitucional de 1994. En este aspecto queda marcada una diferencia entre ambos referentes, ya que la presidencia fue la primera experiencia ejecutiva de Alfonsín mientras que De la Rúa tenía en su haber una exitosa administración en la ciudad de Buenos Aires. Esta experiencia también sirvió como un importante envión para las elecciones presidenciales de 1999, ya que el radicalismo siempre tuvo un aceptable caudal de votos en el distrito, frente a la debilidad del Justicialismo.

B- CRISIS ECONOMICA
Los dos mandatarios debieron enfrentar este problema en distintos momentos de sus gestiones, que se convertiría en ambos casos en una de las fuentes de su pérdida de legitimidad y confianza frente a la sociedad. Para Alfonsín, la peor amenaza fue la hiperinflación y la deuda externa que había quedado desde la dictadura militar. El problema de De la Rúa fue la recesión, el desempleo y la fuga de capitales que, combinados en un mismo momento histórico, generaron un estallido social.

C- CRISIS DEL ESTADO
En la década del 80 comenzó a ser cuestionado el modelo organizacional del Estado, donde había una estructura burocrática rígida y un enorme aparato estatal. Alfonsín tuvo la intención de modernizar el empleo público, descentralizar a través del traslado de la capital a la ciudad de Viedma y comenzar a realizar algunas privatizaciones que profundizaría Menem en los ’90. Durante la mayor parte de su gestión no fue evidente la crisis del Estado pero sí comenzó a transitarse en el último tramo, con la hiperinflación y los saqueos que terminaron por desestabilizar su administración. Lo mismo sucedió con De la Rúa, que debió recibir un Estado devastado por el modelo neoliberal, sin instituciones sólidas, con la mayoría de las empresas públicas en manos de privados y con una situación económica de crisis. A esta sumatoria de debilidades se agregó la renuncia del vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez, que terminó por agotar la autoridad del presidente y comenzó con una etapa de desgaste hasta diciembre de 2001.
El sistema presidencialista argentino tiene un efecto “directo y negativo sobre la estabilidad democrática17, afirma James McGuire, porque acentúa el personalismo del líder del Poder Ejecutivo, fomenta la cultura de que ‘el que gana se lleva todo’ e implica demasiadas condiciones para removerlo de su puesto en caso de que no haya cumplido con su proyecto de campaña. Si bien no es un problema intrínseco al radicalismo, todas estas características del sistema argentino pueden complicar a un presidente en problemas, en vez de buscar una salida de parte del Parlamento, como sucede en gran parte de los países de Europa.

D- CRISIS DE REPRESENTACIÓN
En la experiencia de Alfonsín no hubo una crisis de este tipo y, si bien hubo un desencanto de la sociedad con el líder, los años permitirían volver a construir ese vínculo ya como dirigente del partido radical. En cambio, De la Rúa es el ejemplo más nítido sobre la crisis de representación en el comienzo de un nuevo siglo. Este tipo de problema es definido como una “falla del lazo representativo por reconocimiento de ese vínculo por parte de los propios representados”.18 El radical no había logrado canalizar las demandas de la sociedad, la alianza que había llegado a la presidencia ya se encontraba totalmente fragmentada y no se encontraba una salida a la situación, más que la dimisión del propio gobierno. Es cierto que los partidos sufrieron a lo largo de su historia distintos momentos de metamorfosis de acuerdo a la necesidad, pero en esta oportunidad se trató de una total ruptura en el vínculo con la ciudadanía.
E- ESTILO POPULISTA DE LIDERAZGO
Alfonsín no puede clasificarse dentro de este modo de gobierno, que se caracteriza por la utilización de la demagogia, la utilización de recursos focalizados -que no representan cambios estructurales- y el achicamiento del Estado a favor de una clase dominante. Pero según describe McGuire en su escrito sobre el movimientismo en la Argentina, los primeros años de la presidencia “evidenciaron matices de plebiscitismo, pero no tuvo ninguna vocación hegemónica ni una visión ecléctica de los caminos aptos para alcanzar el poder19”. La postura del “todo vale”, no fue llevada a la práctica por Alfonsín, que sí apeló a la figuras de tecnócratas a mediados de su mandato para renovar su entorno ministerial que se había conformado con referentes políticos de peso partidario. Lo mismo sucedió con De la Rúa, que tampoco puede ser calificado como un líder populista, sino como una figura de debilidad política que fue superado por las circunstancias económicas y sociales. Si bien su primer gabinete buscó mantener el equilibrio entre los distintos integrantes de la alianza política, también debió realizar cambios sobre la marcha que se orientaron más a técnicos que a dirigentes partidarios. Tampoco Alfonsín y De la Rúa podrían ubicarse como líderes decisionistas, que se caracterizan por adoptar un modo de gobierno que “en forma autocrática y discrecional resuelven todas las cuestiones públicas sin excepción, reforzando las atribuciones del poder ejecutivo en detrimento de otros órganos de gobierno, en lo que a toma de decisiones se refiere”.20
F- RECURSOS DE EXCEPCION
En la década del ’80 se inició una discusión académica sobre la posibilidad de gobernar por decreto, que se acentuó durante la primera presidencia de Menem. Sin embargo, Alfonsín no fue un mandatario que hizo abuso de esta posibilidad porque solo firmó 8 decretos de necesidad y urgencia, y realizó 48 vetos parciales a leyes, lo que significa el 7,59% del total de las normas sancionadas en su período de gobierno. De dichos vetos, el 60% correspondió a iniciativas de la oposición, el 22% de proyectos del oficialismo y el resto de iniciativas conjuntas. Por esta característica al momento de administrar, no es posible tildar a Alfonsín como un referente con un estilo de gobierno decisionista. Para los autores Mario Maurich y Gabriela Liendo, es posible encuadrar a Alfonsín como un líder “ejecutivista” donde recurre a los decretos de necesidad y urgencia para gobernar y resolver algunas cuestiones de una complicada coyuntura sin pasar por el Congreso.
De la Rúa sí debió acudir a los DNU como vía alternativa para tomar decisiones de manera rápida, en especial cuando no tenía el total consenso del Parlamento. Es por eso que en dos años de gobierno firmó 73 decretos, lo que sería un total de 3 DNU por mes. Sin embargo, tampoco es posible calificarlo como un presidente de estilo decisionista.  
G- REFORMA DEL ESTADO
Otro de los puntos a comparar entre ambas gestiones tiene que ver con la actitud que tuvieron hacia la reforma del Estado. En ambos casos, hubo firmes intenciones al comienzo de sus administraciones pero se fueron diluyendo conforme al aumento de la inestabilidad política que puso otras prioridades a resolver. En 1987, el ministro de Economía Sourroille, y de Obras y Servicios Públicos Rodolfo Terragno anunciaron una reforma del Estado para “construir un Estado de nuevo tipo” y dejar de lado la “falsa antinomia acerca de más o menos Estado”. De esta manera, buscaban salir del clásico contrapunto entre un estilo de gobierno más ligado al liberalismo o una variable que dé más importancia a la intervención estatal para la garantía de derechos básicos. Sin embargo, no tuvo demasiado éxito, tanto por la oposición peronista en el Congreso que puso numerosas trabas a la propuesta y también por la falta de la iniciativa política necesaria que sí tendría Carlos Menem unos años después.
Luego de una década de gobierno menemista, con privatizaciones, modificaciones en el rol del Estado y multiplicación de casos de corrupción, De la Rúa también se veía decidido a encarar una reforma del Estado. Es por eso que a través del decreto 103/01 creó el Plan Nacional de Modernización del Estado. Las reformas se basaban en tres puntos: cambio en el modelo de gestión, proyectos de modernización estructural y transparencia y política anticorrupción. Pero muchas de las iniciativas no fueron llevadas adelante por la inestabilidad que afectaba al Gobierno con numerosos cambios de funcionarios y por los crecientes conflictos internos en la Alianza.
H- RECURSOS ALTERNATIVOS
Los dos presidentes radicales tuvieron un punto en común al momento de explotar las campañas publicitarias para incrementar su popularidad entre sus futuros votantes. El publicista David Ratto fue el encargado de dirigir la campaña de Raúl Alfonsín, que fue identificado con las siglas RA, equivalentes a las de la República Argentina. El objetivo era focalizarse en la figura del candidato por encima del partido, resaltando las cualidades naturales. Uno de los emblemas de la campaña fue el recitado del preámbulo de la Constitución Nacional, un fuerte llamado a colocar la ley por encima de la fuerza y la exaltación de los derechos civiles y políticos de los ciudadanos. Según analiza Marcos Novaro, se trató de “piezas finamente articuladas de una estrategia que pudo darle alcance epocal al cambio de régimen y un protagonismo fundacional en él al ‘nuevo radicalismo’”.21
En tanto, en 1999 el reto de la agencia publicitaria de Ramiro Agulla fue convertir una imagen insulsa de De la Rúa en una figura política ligada a la honestidad. El primer spot de campaña fue en el que buscaba despegarse de su imagen de aburrido, y después vino el turno de la publicidad en la que transitaba los “100 pasos” que lo separaban de la Jefatura de Gobierno porteña de la Casa Rosada, con solo atravesar la Plaza de Mayo. Pero el vínculo con los medios que tuvo De la Rúa no fue óptimo durante su gestión y llegó a acusar a Marcelo Tinelli de generar desestabilización por dejarlo en ridículo durante una de sus participaciones en uno de los programas más populares de la televisión de aire.
I- DURACION DEL MANDATO Y MOTIVO DE FINALIZACION
Alfonsín asumió el 10 de diciembre de 1983, una fecha que se convertiría en el emblema del inicio del período más largo de democracia de la historia argentina. En medio de la crisis de final de su mandato, convocó a elecciones para el 14 de mayo de 1989, donde se impuso Carlos Menem y el 30 de mayo materializó su renuncia ante el Senado. El 8 de julio se produjo el cambio de mando en el Congreso nacional.
De la Rúa también se hizo cargo del poder un 10 de diciembre pero de 1999, y abandonó su cargo el 20 de diciembre de 2001, abriendo un período de anarquía que permitió la convivencia de cinco presidentes en menos de un mes y posteriormente la gestión de Eduardo Duhalde. Su salida del gobierno se trató de una respuesta a las duras demandas sociales ante la crisis económica y la necesidad de iniciar un cambio que deje afuera del poder a la experiencia fallida de la Alianza.
CONSIDERACIONES FINALES
Los dos presidentes radicales que gobernaron después del retorno a la democracia tuvieron numerosas similitudes, ligadas sobre todo a la estructura partidaria que los acompañó, las difíciles circunstancias económicas que debieron atravesar y las profundas demandas sociales que tuvieron que atender en sus gestiones. Sin dudas, el mayor parecido fue el abandono prematuro del poder, aunque debe quedar en claro que fueron totalmente diferentes los motivos por los que tomaron esta decisión que luego hundiría a su partido en una crisis. Pero todavía queda un interrogante para responder: ¿Por qué la consideración pública de los dos dirigentes es tan diversa hoy en día, si ninguno pudo cumplir con sus objetivos en el Poder Ejecutivo?.
Tras su fallecimiento, Alfonsín fue despedido como el “padre de la democracia” y reconocido como una de las máximas figuras del último cuarto de siglo. En tanto, De la Rúa permanece en una especie de destierro político, que aún no logró superar a una década de su dimisión. La diferencia reside en la construcción de liderazgo que realizó cada uno de los ex presidentes durante su gestión y aún después de su paso por la Casa Rosada. Alfonsín es señalado como el último líder histórico del radicalismo y hasta sus días finales participó de las principales decisiones del partido de Hipólito Yrigoyen y Leandro Alem. En cambio, De la Rúa nunca pudo convertirse en el conductor natural de la fuerza y eso jugó en su contra, más allá de los condicionamientos externos que motivaron su dimisión.
Por estos días, la UCR ya entró en el debate sobre quién será su candidato presidencial para el 2011, pero de acuerdo a las pasadas circunstancias, debería estar más preocupado por encontrar un líder partidario que pueda conducir sus destinos en un futuro de mediano plazo.

*Egresada de la Licenciatura de Ciencia Política de la UBA
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1 Blázquez Vilaplana (2002) Liderazgo político y gobernabilidad”. Ponencia durante el VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 octubre 2002. (p. 3).

2 Linz, Juan (1997); El liderazgo innovador en la transición a la democracia y en la nueva democracia” en Blázquez Villaplana Op. Cit. (p. 4).

3 Ibidem (p.10).

4 Romero, Luis Alberto (1994): “Breve historia contemporánea argentina”. Fondo de Cultura Económica Argentina. Buenos Aires. (p. 327).  ,

5 Giussani, Pablo (1986): “Los días de Alfonsín”. Editorial Legasa. Buenos Aires. (p. 396-397).

6 Alfonsín Raúl (1985). Discurso pronunciado ante el plenario de delegados al Comité Nacional de la U.C.R. en Parque Norte el día 1° de diciembre de 1985

7 Acuña Carlos (1994): Politics and economics in the Argentina of the nineties (Or: Why de future no longer is what it used to be” en Acuña Carlos, Gamarra Eduardo y Smith William (editores): “Democracy, markets ans structural reform in Latin America”. North-South Press. Miami. (p. 61).

8 De la Rúa, Fernando (2006): “Operación política. La causa del Senado”. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. (p. 13).

9 Alvarez, Carlos “Chacho” y Morales, Solá Joaquín (2002): “Sin excusas”. Editorial Sudamericana-La Nación. Buenos Aires. (p. 171)

10 Leiras, Santiago (2007) : “De Carlos Menem a Néstor Kirchner: cambios y continuidades en la democracia argentina”. VIII Congreso Nacional de Ciencia Política de la Sociedad Argentina de Análisis Político. (SAAP). Facultad de Ciencias Sociales. Universidad del Salvador. Buenos Aires. 6 al 9 de noviembre de 2007. (p. 10).

11 Ibidem (p. 10).

12 Alvarez, Carlos “Chacho”. Op. Cit.  (p. 45).

13 Pousadela Inés. Op. Cit (p. 19).

14 Leiras Santiago. Op Cit (p. 15).

15 De la Rúa, Fernando. Op cit. (p. 13).

16 http://www.nuevamayoria.com/analisis/fragaarg/crosenarg211201.htm

17 Mc. Guire, James. (1995) Political parties and democracy in Argentina, en Mainwaring Scott y Scully. “Builiding Democratic Institutions”, Stanford University Press. California. Estados Unidos. (p. 185).

18 Pousadela Inés. Op. Cit. (p. 11).

19 Mc Guire. Op. Cit. (p. 187).

20 Maurich Mario y Liendo Gabriela (1998): “La Argentina de Alfonsín y Menem: ¿estilo decisionista de gobierno o estrategia decretista de gobierno?”. En Kvaternik Eugenio (compilador) “Claves para el análisis político”. Editorial Paidós. Buenos Aires. (p. 371).

21 Novaro Marcos (2006).Historia de la Argentina contemporánea”. Editorial Edhasa. Buenos Aires (p. 148)